Sanfermines y los mataderos de cristal de Coetzee

Encierros de San Fermín. Foto: Flickr Creative Commons.

Encierros de San Fermín. Foto: Flickr Creative Commons.

Encierros de San Fermín. Foto: Flickr Creative Commons.

Estos días de sanfermines no dejo de pensar en la reciente visita del Nobel sudafricano John Coetzee a Madrid para cerrar el ciclo Capital Animal, en el que filósofos, periodistas y artistas de todo tipo aunaron esfuerzos para defender los derechos de los animales. O visto de otra manera, para poner encima de la mesa los deberes de los humanos hacia ellos.

“Si la contienda entre el hombre y el toro fuera más igualada tendría mayor respeto a las corridas. Sin embargo, está tan manipulada que el toro no puede ganar nunca. Por eso creo que las corridas de toros no son más que una forma ritualizada de matanza”, le respondió Coetzee a Javier Rodríguez Marcos sobre la coartada cultural de los toros en una entrevista publicada en el diario El País, poco antes de su visita a Madrid.

Tuve la suerte de asistir a su conferencia en el Museo Reina Sofía. Las entradas se habían agotado el mismo día que se ofrecieron al público. Tal es el interés que había por oír a este hombre austero, reservado, que rara vez concede entrevistas y que se ha convertido en una referencia planetaria para quienes pensamos que los animales merecen tener una vida digna. Cuando estaba allí, junto a tantas personas, atento a sus palabras, tenía la certeza de estar ante uno de los grandes, en un momento irrepetible.

Coetzee se valió de su personaje de ficción y alter ego, la escritora Elisabeth Costello, para hablarnos del sufrimiento de los animales y de cómo nuestra percepción sobre el mismo cambiaría si los mataderos estuvieron en el centro de las ciudades y fueran de cristal. “Si hubiera un matadero de cristal en medio de la ciudad, un matadero al que la gente pudiera acercarse a escuchar a los animales chillar, a ver cómo son masacrados sin piedad, quizá cambiarían de idea”, dijo.

Coetzee habló como escribe. Pronunció su conferencia con el mismo estilo reservado, la misma cadencia y aparente frialdad de su prosa, ajena a cualquier retórica, sin concesiones a la galería. Otro Nobel, Vargas Llosa, escribió sobre el autor de Esperando a los bárbaros: “El sudafricano J. M. Coetzee es uno de los mejores novelistas vivos y no digo el mejor porque, para hacer una afirmación semejante, habría que haberlos leído a todos”.

Creo que Coetzee es el mejor heredero de Kafka, por su capacidad para situarnos ante la extrañeza que sentimos ante el mundo. En sus novelas, como Desgracia (Random House), Coetzee aborda con aparente indiferencia los temas y los asuntos más horrorosos, el lado oscuro de los humanos (el apartheid, por ejemplo), y es esa apatía la que consigue revolvernos en nuestro sillón. La pasividad de algunos de sus personajes se convierte en un puñetazo al lector, le muestra un mundo al que no quería acercarse hasta ese momento. Quienes nunca hayan leído nada de Coetzee, creo que un buen punto de partida puede ser Verano (Random House Mondadori), la tercera parte de su autobiografía novelada. Elisabeth Costello (Random House Mondadori) es una elección indispensable para quienes quieran conocer la opinión de su alter ego, la escritora australiana que lleva ese nombre, sobre los derechos de los animales, la novela en África o el problema del mal.

Y ya que hablamos de estos temas, no dejen de leer el número de julio de la revista Letras Libres, una publicación de cabecera para los amantes de la buena literatura (de una literatura que no es ajena a la realidad de nuestro tiempo), que dedica el dossier a Los animales, nuestras víctimas. Cuenta, entre otros, con un artículo del filósofo Peter Singer, padre del “pensamiento animal”, y una entrevista al conservacionista Carl Safina.

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