Santiago Talavera, ‘el romántico animalista’

El artista Santiago

El artista Santiago

El artista Santiago Talavera.

Un artista muy reflexivo, de interesante trayectoria, un nombre ya reconocido, que admite que ahora se encuentra en una encrucijada entre su activismo por los derechos de los animales y su creatividad, tensión que se traslada a sus procesos de trabajo. Un artista donde la ética le está echando un pulso a la estética. Y va ganando. Hablamos con Santiago Talavera, que subraya: «Si no es para mejorar el mundo, el arte no me sirve para nada».

Lo último que hemos visto de él ha sido su aportación a Capital Animal, ese festival de arte y pensamiento en torno a los derechos de los animales, que se ha venido celebrando en Madrid a lo largo de mayo y junio, y que tiene su gran traca final este jueves con la intervención del Nobel Coetzee, uno de los principales animalistas del mundo, en el Reina Sofía. Santiago Talavera, albaceteño en la treintena, ha participado en Otras Tauromaquias, con una serie de dibujos en diálogo con la Tauromaquia de Goya, para hacer ver lo trasnochado y cruel de la fiesta nacional, y en la muestra Animalista, en La Casa Encendida, con el gran dibujo-collage Antropocosmos, una obra muy simbólica, que de manera metafórica habla de la necesidad que tenemos de plantearnos un cambio como especie, replantearnos nuestra forma de estar en el planeta y nuestra relación con el resto de los seres vivos.

Este compromiso con el resto de los animales, este reclamar un nuevo pacto entre especies, es una constante en tu trabajo desde hace años, ¿cómo surgió?

Sí, desde hace ya un tiempo. Tres o cuatro años. Pero creo que estas preocupaciones de tipo animalista surgen de manera natural a algo que ya estaba en toda mi obra anterior, que es la manera en que tiene el capitalismo de hacernos estar en el mundo, y cómo también influye en la manera que tenemos de consumir cultura, cada vez más influida por los esquemas capitalistas. Mis obras ya mostraban esa preocupación. Pasado un tiempo, tuve hartazgo de la idea de paisaje que mostraba; la gente me consideraba un continuador de la tradición del paisajismo, y poco a poco empecé a tener ciertas intuiciones de que ya no tenía sentido seguir con ellas. Desde el momento en que entiendes que, como animales, no estamos separados de esa naturaleza, sino que formamos parte de ella, toda esa batalla entre ser humano y naturaleza resultaba también antropocéntrica, lo veía ya como algo caduco. Sentí ese hartazgo del paisajista como un esteta, porque creo que en la propia estilización de la naturaleza hay ya implícito un distanciamiento de la misma, una separación, en la cual no terminaba yo de encajar a nivel conceptual. Llevaba ya un tiempo desarrollando esta batalla personal. Y todo eso lo saqué fuera en una exposición que hice en La New Gallery, en Madrid, Conmigo llevo todas las cosas (otoño de 2013) en la que volqué todo mi estudio en la galería; era un acto de reivindicar esos hartazgos sobre la posición de un pintor. A partir de ahí, di un cambio, llámalo una toma de conciencia…

Esa manera tan violenta de tratar a la naturaleza y al resto de los animales es, a fin de cuentas, otra expresión del capitalismo salvaje. Nada más salvaje que el capitalismo cuando no se le somete a las necesidades reales de los humanos y la sociedad.

En esa relación del ser humano con la naturaleza sí ha hay ejemplos plásticos muy interesantes como el land art, pero se quedan más bien en la estética que en la ética ecologista / animalista; de esto yo encuentro poco.

'La herida', obra de Santiago Talavera.

‘La herida’, obra de Santiago Talavera.

'Antropocosmos' de Santiago Talavera.

‘Antropocosmos’, de Santiago Talavera.

Se supone que el artista, el buen artista, es un pionero en la manera de enfocar la realidad; alguien que abre nuevas vías, nuevos enfoques y miradas, que construye nuevos lenguajes; ¿cómo es posible que en esa defensa ecológica y animalista la inmensa mayoría de los artistas sigan tan apáticos o desorientados?

Es algo que también me pregunto. En los últimos años hemos visto muchos avances en la concienciación animalista en el mundo jurídico, en Filosofía, en en plano del pensamiento, incluso en el mundo de la moda; sin embargo, en el arte contemporáneo asistimos a cómo cada vez más artistas usan animales en sus obras. Damien Hirst es el caso más flagrante, que maneja el arte como un gran empresario, con animales muertos en una gran nave y un equipo haciéndole las obras. Realmente, si hacemos un análisis de cómo funciona el mundo del arte a nivel internacional, vemos que en esa pirámide quien decide los gustos o decide los artistas al alza, los que más cotizan, son prototipos de hombre empresarial, es capitalismo puro, un ámbito donde se ve todo el tema del especismo, del patriarcado…

¿Tú has encontrado algún referente que te haya ‘iluminado’ en esta transformación?

Pues me influyen quienes tengo más cerca, y no necesariamente artistas visuales. La verdad es que no me sabría definir sin lo que me aportan, por ejemplo, Ruth Montiel Arias, quien me hizo ver que el arte puede ser arma de transformación social; Daniel Cabezas, con quien comparto Le Traste y que es un periodista y músico brillante y comprometido; o activistas como Fran Fernández, a quienes admiro porque trabajan durísimo para levantar los proyectos en los que creen…

Escribe el crítico y comisario de arte Óscar Alonso Molina en el libro sobre Santiago Talavera de la editorial Noca Paper: «El tema del paraíso indómito que nos expulsa es un motivo recurrente para el subjetivismo radical. Talavera se instala también en esta larga tradición introduciendo nuevos aspectos de carácter ecológico y esa nueva conciencia gestáltica que sitúa al hombre dentro de un ecosistema complejo, en un ciclo ecológico con igualdad de condiciones, pero mayor responsabilidad. Una responsabilidad, obviamente, de carácter moral, desde la cual proyecta sobre la naturaleza la imagen de una estructura casi intencional o consciente, en todo caso unitaria (Pangea), que reacciona frente a nuestra presencia invasiva y devastadora».

Y más adelante, le sugiere Óscar Alonso Molina: «Hay un substrato romántico también innegable en tu trabajo. La ideas de lo sublime, la distopía, la conflictiva fusión de la cultura con la naturaleza, la subjetividad como un camino interior alentado por esta última…». Y Santiago Talavera responde: «Creo que el romanticismo es una corriente cultural todavía muy presente. Lo que ocurre es que hoy en día, en esta sociedad de incertidumbre y lazos sociales cada vez más débiles, ya no nos emocionamos ante la ‘realidad’ que nos envían del exterior, tan filtrada por los medios de comunicación (…) ‘El mar de hielo’ de David Friedrich me influyó desde que lo vi de pequeño. Ese barco hundido tras el amasijo de piedra y hielo somos nosotros, nuestro fracaso. También incluyo a la cultura y las artes, que han imaginado otros mundos pero nunca de manera independiente a los intereses del poder y la religión, y rara vez han servido de herramienta social para mejorar el presente. Estamos como en el siglo XIX viviendo una gran encrucijada de total desconfianza en la institución, pero ahora las utopías son marketing y es la misma realidad la que crea sus distopías».

¿Crees que el activismo te puede perjudicar como artista?

Sí y no. En la capacidad creativa de artista, creo que no, sino que puede potenciar muchísimo la amplitud de expresiones. Comercialmente, en el sentido de dar salida a la obra, sí puede haber repercusiones. Si casi ni hay críticos que aborden esta temática, ni siquiera que estén de acuerdo con ella…

¿Tus últimas obras son enormes escenografías de naturalezas intervenidas con muchos elementos pero con ausencia de seres humanos? ¿Por qué has decidido ese formato?

Como te decía, hay un hilo narrativo en que yo comienzo a hacerme preguntas a través del paisaje. En esta línea, prescindo de la figura humana desde hace muchos años; porque me interesan los espacios en los que el ser humano ha intervenido, más que el propio ser humano. Se trata de hablar de lo que hacemos a la naturaleza, pero sin contar con el ser humano. Lo elimino, pero su sombra está presente. Ahora estoy tratando de nuevo de introducirlo, pero es tarea que me resulta complicada, porque en el proceso de mi obra hay mucha reflexión, y es la culpable de que muchas veces mi obra tarde en… fluir, en fluir no… más bien en salir… Hay muchas capas de reflexión, y en el momento en que tengo la necesidad de introducir un ser humano pienso mucho en por qué está ahí.

'Lady Conservationist', de Santiago Talavera.

‘Lady Conservationist’, de Santiago Talavera.

Son escenografías muy complejas las que montas, ¿trabajas desde el principio con un croquis?

Es un proceso en el que parto de un boceto digital al que voy metiendo muchas capas, desde artículos de prensa a fotos de Internet; es un armazón; parto de ahí, pero desde el principio tengo claro de que esa estructura es sólo un contenedor, porque, una vez que lo traspaso a papel o lienzo, en el proceso se van introduciendo nuevos elementos, que van cambiando a su vez el boceto; y a menudo voy transformando el boceto paralelo a la obra.

Y así mucho tiempo…

Bueno, he llegado a límites un poco…

¿Obsesivos?

Digamos que poco sanos con algunas obras. No es algo de lo que me sienta del todo orgulloso.

Obras que pueden estar inacabadas permanentemente. Tipo Antonio López, que siempre encuentra un matiz, una luz, una sombra, una arruga…

Algo de eso hay. Pero en mi caso, no es esa preocupación por el aspecto formal, que cada vez me interesa menos. Con algunas obras he estado un año… Desde el vomitorio estuvo en una pared de mi estudio un año, esperando que le añadiera cosas y cosas.

Lo que le vas añadiendo responde más a una vertiente reflexiva que formal …

Exactamente. Me puede influir mucho por ejemplo el estribillo de una canción que se me queda grabado; eso puede ser el revulsivo para introducir algo que no tenía pensado. Y eso me hace estar pendiente de mi alrededor, de todo lo que veo y leo.

Dime alguna de esas influencias externas que has necesitado últimamente trasladar a tu obra.

Hay obras entre 2006 y 2010 en las que los títulos son frases de estribillos de canciones, que me daban la llave para darle un sentido a esa obra. La música siempre ha estado ahí, muy presente en mi trabajo. Durante varios años he tocado en una banda que se llama Le Traste y compuse una banda sonora que acompañó a la exposición Llegar a ser océano. Y ahora, si todo va bien, sacaré un disco en solitario en 2017, música electrónica, utilizo samplers, a menudo de sonidos reales, un tipo de composiciones que hacen referencia a la electrónica que a mí más me gusta, la de los 70, como puede ser la de Brian Eno. Tiene un talante entre lo ambiental y lo electrónico. Lo quiero vincular al siguiente proyecto artístico.

Y en la parte plástica, ¿qué estás amasando?

Es complicado, porque estoy pasando uno de esos momentos bisagra. Todas esas dudas que te he comentado me están haciendo replantearme muchas partes del proceso de trabajo; hay cosas de las que ya he prescindido, como por ejemplo del taller; el taller ya no es algo tan importante para mí; de hecho, ahora trabajo en un lugar que ni siquiera siento como propio. Antes consideraba el taller como un paisaje en sí, un lugar cargado de cierta magia, muy ligado a mí. Pero también sentía que, como creador, me esclavizaba. Ahora voy a realizar algunos viajes que espero que también sean motivo de nuevas obras y nuevos planteamientos, con la idea de establecer cierto nomadismo que me interesa mucho.

¿Adónde vas a viajar?

Galicia, Perú y Sudáfrica. África me parece el lugar perfecto para reflexionar sobre todo esto de lo que estamos hablando. De allí salimos como especie. Para reflexionar sobre lo que somos. A nivel de ecología, de naturaleza, es donde se vive toda esa ambigüedad de la que somos parte; con contrastes extremos, con lugares de riqueza natural desbordante y, al lado, arrasando, con el comercio ilegal con animales a lo bestia.

Dices en el libro de Noca Paper: «Somos una plaga; nos orgullecemos del refinamiento intelectual y tecnológico que hemos alcanzado, mientras continuamos rediseñando órdenes sociales de poder que a día de hoy siguen favoreciendo la supremacía blanca, oprimiendo a las mujeres, a los homosexuales, y explotando a millones de animales diariamente por razones evitables como hábitos, tradiciones y conveniencia». Me vuelve insistente la pregunta, Santiago, ¿no puede el activismo bloquearte como artista, llevarte a pensar qué hago yo aquí, en mi estudio, en mi taller, pintando, cuando fuera sucede lo que sucede, todo lo que está sucediendo con la esquilmación del planeta por un egocentrismo atroz y suicida? ¿Cómo vives esa tensión?

Has dado en el punto clave. Ahora mismo es la encrucijada en la que me encuentro. Qué puede, qué tiene que aportar el arte a esa lucha para concienciar. En ese sentido, yo creo que las exposiciones de Capital Animal han sido el contexto perfecto para mostrar mi obra, pero encontrar ese contexto no siempre es fácil, porque muchas veces te vas a ver en otros ámbitos, como una feria de arte, donde el tipo de público ni siquiera superficialmente va a recibir el mensaje que tú quieres dar. Es lo que ahora mismo me tiene dando vueltas. No sé, son muchas cosas, qué puede aportar el arte; el arte que existe es cada vez más academicista desde el punto de vista conceptual, que es algo que me aburre soberanamente, con unas estrategias y retóricas visuales que me han dejado de interesar. Pero no lo quiero ver como bloqueo, sino como nueva fuente de creación. Ver que la estética no deviene en ética es lo que ya me produce ese hartazgo; el día a día está plagado de decisiones técnicas, y todo eso debe conformar una ética de tu trabajo, desde con quién colaboras, a qué materiales usas o dónde muestras tu obra. Lograr un equilibro entre el activista y el artista, tener un pie en un lado y otro en el otro, es, de alguna manera, reivindicar lo que creo que es fundamental: lo vivencial en el arte, que el artista debe vivir la realidad que le rodea y comprometerse con ella.

En el libro de Alonso Molina, termina Santiago Talavera con la tormentosa seguridad, con el aplomo de la duda de los románticos: «Pensar en el mundo desde una posición crítica pero no actuar conforme a tu pensamiento conlleva problemas, mucho estrés, y al dar el paso y tomar parte más activa en las cosas mi manera de trabajar ya no es la misma. Creo que no podía ser de otra manera. De lo contrario sería una estética sobre la ética. (…) Por encima de todo, quiero de algún modo canalizar las fuerzas que luchan, como siempre, para mejorar las cosas. Si no es para mejorar el mundo, el arte no me sirve para nada».

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'Tsunami rosa', de Santiago Talavera.

‘Tsunami rosa’, de Santiago Talavera.

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