Tensión sexual no resuelta

El cine porno no me interesa. En serio, no es postureo; lo juro, suponiendo que mi juramento tuviese algún valor. Ya me lo decía un amigo, en alguna de aquellas salidas nocturnas que hacíamos: “Es que no tienes afición”. Y tenía razón. He consumido pornografía alguna vez, por supuesto, no soy ningún extraterrestre, pero nunca ha complementado mi deseo ni alimentado mis fantasías sexuales.

Me creo más Toy Story que cualquier película pornográfica. En ocasiones, he encontrado más goce en todo lo que mi mente ha podido imaginar que en lo que ofrecía la realidad a mi alcance. Pero para llegar a ese estado, necesito verdad. Al menos una verdad que pueda creer. Y esa no la he encontrado en el cine porno. Eso no significa que no haya localizado atajos para amenizar una tórrida noche de soledad pero eso…eso mejor lo dejamos para otra columna, evidentemente corintia.

Lo que realmente me erotiza es la tensión sexual. Ese juego que no existe en el cine pornográfico porque ahí no están para perder el tiempo. Y esa sensación apareció en mi vida transformada en deseo, en atracción incondicional, gracias a películas que no eran nada explícitas en el acto sexual. Algunas de esas escenas lograron efectos mucho más satisfactorios que los del cine porno.

Para que no piensen que escribo por escribir, he elegido ocho momentos cinematográficos que lograron hacerme ‘feliz’. Esas secuencias actuaron en mí con el mismo poder liberador que algunos encuentran en la pornografía.

1.- La secuencia en la que Aziz derrama el vino por su cuerpo en Las mil y una noches, de Pier Paolo Pasolini.

Posiblemente fue uno de mis primeros encuentros con el erotismo, con el desnudo frontal masculino –sin necesidad de erecciones, ¿para qué?-, con la impaciencia, con esa verdad tosca, sin artificios, que parecía buscar el director en todo lo que rodaba. Todo el cine de Pasolini está lleno de sensaciones corpóreas muy prácticas. Algunas francamente desagradables, pero ahora ese no es el caso.

A veces pienso que Pasolini siempre quiso que el espectador sintiera ese hipnótico deseo que dominó su cuerpo al ver a Ninetto Davoli. Si fuera así, conmigo lo logró.

2.- La secuencia en la que El Jaro se ducha en Navajeros, de Eloy de la Iglesia.

Puede que Eloy soñase con José Luis Manzano. Él, como Pasolini, también quiso compartir con el espectador su oscuro objeto de deseo y así, de alguna manera, hacernos cómplices, lograr que le entendiésemos, dividir la culpa que siempre ocasiona la dependencia.

El cine de quinquis de los 80 pudo alimentar más deseos prohibidos de los que nunca aceptaremos. El mío fue José Luis Manzano. La efectividad en su estado más primitivo, el instinto, el peligro, la inquietud manifiesta de una vida acorralada,… podríamos teorizar durante días sobre lo que se escondía detrás del apetito que despertaba José Luis pero lo que parece indiscutible es que, aún hoy, sigue siendo uno de los mejores desnudos del cine español. Puede que todo el fetichismo de la ropa interior blanca empezase con José Luis Manzano tumbado en la cama, fumando, en calzoncillos, en una película de Eloy de la Iglesia.

3.- La secuencia en la que Polo acude a las duchas del gimnasio en ¡Qué he hecho yo para merecer esto?, de Pedro Almodóvar.

Esa fue la primera vez. Luego hubo otras. El cine de Almodóvar está lleno de ellas. Desde el concurso ‘Erecciones Generales’ de Pepi, Luci, Bom… hasta los planos de taleguillas de Matador.

Reconozco que a medida que el cine de Almodóvar ha ganado en calidad estética, en repercusión mediática, en popularidad internacional, he sentido que iba perdiendo verdad. La falsa verdad que me excitó en la secuencia inicial de La ley del deseo, posiblemente una de las películas más decisivas de mi vida.

El tamaño no importa cuando hablamos de tensión sexual. El cuerpo velludo de Luis Hostalot llegando a las duchas, sin pudor, recreándose, invitando a Gloria (Carmen Maura) a tener un encuentro sexual rápido y, desgraciadamente, insatisfactorio, sirvió para profundizar aún más en los extraños vericuetos de la atracción. Aquella escena me excitó tanto que pasé por alto el tamaño del pene del actor. Me dio igual. La situación era lo importante. La imaginación ponía el resto.

4.- La secuencia en la que Joe, el chapero, se va desnudando para hacer de estatua griega en Flesh, de Paul Morrissey.

Ya lo dijo John Waters. Joe D’Allesandro había cambiado la sexualidad masculina en la pantalla. Pocos actores porno –me atrevería a decir que ninguno- lograron despertar el morbo, el deseo, la fogosidad, que consiguió Little Joe simplemente durmiendo.

La trilogía compuesta por Flesh, Trash y Heat es un continuo estímulo sexual. La sola presencia de Joe eleva la temperatura. Es de ese tipo de personas que tienen magnetismo sexual. Para ellas y para ellos. Da igual. Es una atracción salvaje que no puedes dominar.

Creo que he llegado a erotizarme con todas las secuencias en las que aparecía Joe, ya estuviera vestido o desnudo, con el pelo corto o largo, afeitado o con una ligera barba,…hasta con la polla envuelta como si fuera un regalo de cumpleaños. Pero mi preferida, por carecer desde un principio de mayor connotación sexual de la que podría tener el David de Miguel Ángel, es aquella en la que Joe se pone de pie sobre la cama de un dandy interesado en la belleza clásica y comienza a desnudarse con el objetivo de posar para él. La autenticidad con la que Joe se va quitando las prendas, el hecho de que el cliente le tenga que ayudar a desprenderse de sus ajustados pantalones, las posturas que adopta sobre la cama, logran canalizar el deseo por cauces tan imprevistos como productivos.

5.- La secuencia en la que Adam participa en la clase de aerobic de Jessie en Perfect, de James Bridges

Pocas veces en el cine comercial se ha logrado una tensión sexual tan manifiesta como la que logran John Travolta y Jamie Lee Curtis en una de mis secuencias eróticas favoritas. Y sin quitarse ni una prenda de ropa, rodeados de gente y con el Shock me de Jermaine Jackson y Whitney Houston de fondo. La película no vale un pimiento pero esa secuencia es oro. De hecho, creo que lo primero que tendría que hacer el hombre que pretenda seducirme es grabarse un remake de esa secuencia. Si consigue lo que consiguió Travolta, soy todo suyo.

6.- La secuencia en la que los Village People entran en un gimnasio cantando el YMCA en ¡Que no pare la música!, de Nancy Walker

Es una versión del número de Jane Russell en Los caballeros las prefieren rubias aunque en este caso la chica es Valerie Perrine y los que cantan, los Village People. Toda la película es un error maravilloso, un catálogo de vaqueros ceñidos, de hombres enjabonándose y un homenaje a la música disco, que buena falta que nos hace.

Pero si algo tiene esta comedia por encima incluso de los Village People es la presencia de uno de mis iconos sexuales de los 80: Steve Guttenberg. Tal vez si se hubiese dedicado al porno habría encontrado una razón para aficionarme. Pero el porno despoja a mi imaginación de toda posibilidad de juego y supongo que, si se hubiese dado el caso, no guardaría hoy tan buen recuerdo de él. En cualquier caso, le debo más noches de placer a los señores Guttenberg (aunque el inventor de la imprenta solo tenía una T) que a todo el catálogo de Bel Ami.

7.- La secuencia en la que Jesse Lujack interrumpe la ducha de Mónica en Vivir sin aliento, de Jim McBride

Sé que la mayoría de mis contemporáneos sintieron una agradable sensación cuando un desconocido llamado Richard Gere estrenó American Gigoló. Me parece razonable. Sin embargo, el personaje que incitó mi imaginación fue el del canalla Jesse Lujack en Vivir sin aliento.

No quiero pensar la edad que tenía cuando intentaba acertar el plano, utilizando el botón de pause del mando del video, en el que ella se levantaba de encima del cuerpo desnudo de Gere y dejaba intuir un frontal en apenas unos frames.

La de veces que habré gastado papel higiénico en rendido homenaje a ese macarra acorralado que, canturreando el Suspicious mind de Elvis, se quedaba en pelotas y asaltaba la ducha de su amada con tanta pasión que desencajaba la mampara. Puede que la secuencia, vista desde la falta de inocencia, resulte más cómica que erótica pero… ¿quién ha dicho que el humor no es afrodisíaco?

8.- Todo el capítulo titulado ‘El Primo’ en Tensión Sexual: Volátil, de Marco Berger y Marcelo Mónaco.

Para que no parezca que vivo anclado en el pasado les presento una producción del año pasado. Tensión Sexual es una recopilación de seis cortometrajes, escritos y dirigidos por los argentinos Marco Berger y Marcelo Mónaco, que se sumergen en el apasionante universo de la tensión sexual.

Los seis cortos pueden erotizar sin necesidad de utilizar las manos pero El Primo nos conduce por senderos que hoy, en la era del Grindr y el Bender, más de uno desearía volver a recorrer.

Sacando conclusiones a esta lista uno puede pensar que lo que realmente me ‘pone’ es la tensión sexual no resuelta y que, por lo tanto, lo que soy es un pringao. No sé. Tal vez fuera cosa de la edad, de la falta de experiencia emocional, pero, en cualquier caso, sigo creyéndome más a Jesee Lujack entrando en la ducha que a cualquier actor del porno universal.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Git

    Por Git, el 28 agosto 2013

    Imprescindible: la escena en ‘Persona’ en la que el personaje Bibi Andersson cuenta una escena sexual en una playa junto a otra mujer y uno (o dos hombres, no recuerdo bien).

    Solo habla ella, no hay una sola imagen del encuentro, pero es de lo más erotizante que recuerdo.

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.