‘Tierra de nadie’, los fantasmas del pasado que nos persiguen

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Reflexión, conciencia, honestidad, redención, diversión. Son algunas de las palabras que salen de las bocas de los actores –Josep Maria Pou, Lluís Homar, David Selvas y Ramon Pujol-, y del director -Xavier Albertí-, cuando hablan de ‘Tierra de nadie’, la obra de Harold Pinter que ahora se representa en las Naves del Español en el Matadero, en Madrid, en castellano, después de su paso por el Teatre Nacional de Catalunya.

«Si tuviese que resumir de qué va la obra», asegura Albertí, «me acercaría al inicio de Los cuatro cuartetos de T. S. Eliot, donde la función del poeta es vivir el presente. El presente es el único espacio en tiempo real, el pasado lo manipulamos desde nuestra cabeza; el futuro no lo conocemos. Para poder vivir el presente honestamente, ha de tener una evaluación del pasado, para que el resultado final sea satisfactorio. Cuando uno tiene heridas abiertas de su pasado, su presente nunca puede ser bueno. Y si de algo va Tierra de nadie es de la función del lenguaje, de la poesía como una de las formas sofisticadas del lenguaje”.

Pinter es un autor que suele partir de sus propias experiencias para dar forma a sus obras. El impulso de escribir Tierra de nadie le vino cuando estaba en un taxi y oyó por azar dos frases: “¿Tal cual? Sí, por favor, absolutamente tal cual”.  Decidió escribir una obra para darle contenido a esas dos voces que le habían generado cierta inquietud.

Con ese punto de partida, Pinter escribió sobre dos amigos que se reencuentran después de 30 años. Los dos estaban en la misma casilla de salida, con mucho futuro para ser escritores. Uno, Hirst, lo ha conseguido todo en la vida; el otro, Spooner, ha fracasado, y ese fracaso tiene que ver con el éxito del primero. Cuando se encuentran, podría parecer que el fracasado viene a pedir cuentas y a echarle en cara que ha sido perjudicado. Pero no es así.

El encuentro se produce en el Londres de los años 70, en el pub del Jack Straw’s Castle, en el el parque Hamstead Heath, un mundo de encuentros furtivos masculinos, que le permite a Pinter recrear una anécdota que le ocurrió a él mismo cuando trabajaba de camarero. Escuchó una conversación entre dos comensales que hablaban de Eliot, pidió permiso para intervenir en la conversación y lo hizo; eso le costó el despido fulminante, pero los comensales quedaron encantados de compartir sus experiencias intelectuales con él. En ese encuentro empapado de alcohol vemos que se despiertan las heridas de un pasado que necesita ser ordenado.

Para construir el espectáculo, Albertí ha elegido una serie de referentes de Elliot que le han servido para transitar por un texto al que define como ambiguo. Nos desmenuza esos referentes: El primero es la obra El viejo estadista; en ella se narra cómo un hombre que ha sido muy importante en la vida política inglesa está al borde de la jubilación. Cae enfermo y decide retirarse a un sanatorio donde recibe la visita de un fantasma del pasado que le viene a recordar que hay una herida abierta de tiempos anteriores: cuando eran jóvenes se emborracharon y atropellaron a un hombre, pero no se detuvieron. La investigación policial descubrió que ese hombre era un viejo trotamundos que había fallecido de muerte natural y había caído en la carretera; ellos le pasaron por encima. La acusación no es por asesinato, sino por no haber sido capaces de enfrentarse a algo que habían hecho en su juventud. La relación entre los amigos comienza a deteriorarse por esto. El viejo estadista cree que vuelve para hacerle chantaje, hasta que descubre que a lo que viene es a permitirle morir en paz.

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El otro elemento que toma Pinter es el poema Canción de amor para Prufrock, en el que una serie de elementos se repiten constantemente y remiten a la idea de que la cultura contemporánea no es más que reescritura. Esas repeticiones constantes nos permiten ver las resonancias que hay entre una creación, en este caso escénica, y todos los ecos anteriores.

En Cuatro cuartetos se remite a su interpretación de la Divina comedia de Dante. Podemos hablar de Tierra de nadie como un viaje del purgatorio hacia un paraíso. La posibilidad de salvación y redención. Es la lectura que hace Eliot de la leyenda artúrica. Nos habla de un rey que perdió la capacidad de fecundar la tierra porque hay un pecado original.

En la época de Eliot, la cultura británica estaba fascinada por la obra filosófica de Bergson, que trataba de un elemento que en Eliot será clave y en Pinter fundamental: la concepción no cronológica del tiempo. La filosofía de Bergson nos dice que el tiempo no deja de ser una experiencia interior del individuo. Los recuerdos no existen, existe nuestra lectura y nuestro almacenamiento del recuerdo.

Los actores aseguran haber vivido el proceso de la obra de una forma pasional, casi obsesiva. Josep Maria Pou describe cómo fue su contacto con este texto: “Mi primer encuentro con esta función fue como espectador, la he visto en Nueva York y en Londres. La primera vez que la vi me dejó completamente aturdido y sin entender nada de lo que pasaba allí. Pensé que quería hacerla en España. La función es fascinante para el espectador entienda o no entienda, que sí se entiende. Es una función con múltiples interpretaciones. Cada espectador tiene elementos suficientes durante la representación para construirse su propia historia y esa historia, su historia, será válida para él. Es un espectáculo que cumple la misión de conmocionar al público tanto o más que emocionar. Yo creo en el teatro que conmociona, que sacude al espectador y le deja descolocado. Es una función mágica, con un montón de elementos y de falta de elementos, de datos y de falta de datos, de vacíos para que el espectador los llene durante la función y se convierta en un espectador activo. No se puede ser un espectador pasivo durante esta representación. Hay que estar trabajando al mismo nivel y al mismo tiempo que los actores, porque la función te absorbe, tira de ti y te va llevando hacia el escenario”.

«Puede parecer un tópico», confiesa Pou, que encarna a Hirst, el triunfador, «pero pocas veces me he sentido tan feliz en un escenario como con este personaje. Estamos haciendo esta función casi como si fuera una experiencia religiosa; yo me he sentido aquí más sacerdote que nunca. Este montaje supone lo que en otro campo sería El Rey Lear, esa obra que todos los actores en algún momento de su vida quieren hacer y luchan por ello. De los muchos actores que la han hecho, bastantes han dicho: la he interpretado sin entenderla, y eso no es más que una prueba de la magia que encierra el texto de Pinter. Hay que montarse en el tren y dejarse llevar por esos silencios y esa atmósfera que crea”.

“Yo no había visto la función. Cuando la leí no estaba mucho por la labor, era un poco escéptico porque me resultaba difícil conectarme”, declara Lluís Homar, quien interpreta a Spooner, al amigo perdedor. “Pero debo decir que, de todas las obras que he hecho, si tuviera que elegir dos, una sería Tierra de nadie. Está siendo un viaje fascinante. Mi personaje no viene a echarle nada en cara a su amigo, sino a ayudar, porque ya ha vivido el fracaso y sabe dónde está la esencia y dónde vale la pena agarrarse. Pero, como dice el título de la obra, estamos en tierra de nadie, un terreno muy atractivo porque es un lugar donde uno se siente protegido, no creativo pero protegido. A veces en la vida optamos por la protección antes que por estar vivos, aunque signifique estar más en desequilibrio, más en peligro”.

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Esta obra, de la que todos se apresuran a recalcar que es divertida y a ratos hilarante, fue escrita por Pinter en un momento de crisis personal en el que Hollywood le había encargado unos trabajos por los que le pagó 20 veces más que la industria británica por sus películas con Joseph Losey, y empieza a plantearse preguntas: ¿Qué estoy haciendo? ¿Es esto lo que quiero hacer? Y decide tomar a Eliot como referencia para realizar un viaje desde su purgatorio hasta su salvación, no en el sentido cristiano, sino para encontrar un equilibrio que le permita seguir.

Este texto tenía tanta importancia para Pinter que pidió que en su funeral -murió en 2008- se leyera un fragmento para abrir la ceremonia. Escogió una parte en la que Hirst habla de un álbum de fotos que conserva del pasado, de esa época en que aparecieron las heridas, lleno de rostros a los que ya no les puede poner nombre, que se han convertido en fantasmas y uno tiene que decidir cómo se relaciona con esos fantasmas. Ahí aparece la idea de redención a la que Spooner le quiere ayudar.

“La obra es una invitación profunda y constante a seguir un viaje no paralizado por heridas del pasado, sino seguir consciente de tu responsabilidad de construir quién eres…, de ser”, concluye Albertí.

Tierra de nadie, de Harold Pinter. Dirección: Xavier Albertí. Actores: Josep Maria Pou, Lluís Homar, Ramon Pujol y David Selvas. Traducción: Joan Sellent.

Naves del Español. Matadero. Pº Chopera, 14. Madrid.

De martes a sábados, 20.00 h. Domingos, 19.00 h. Hasta el 2 de febrero.

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