Givenchy, un homenaje de alta costura en el Thyssen

Tres de las creaciones de Givenchy que se pueden ver en la exposición del Museo Thyssen.

El modisto

El modisto Hubert de Givenchy en una icónica imagen que abre la exposición del Museo Thyssen.

Responsable en buena medida de la imagen de elegancia que ha llegado hasta nuestros días de Audrey Hepburn, Jackie Kennedy y Grace Kelly. Seguidor del rey de reyes de la Alta Costura, Cristóbal Balenciaga. Artista de la organza, el lamé y el satén. Hubert de Givenchy entra este otoño en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid con argumentos suficientes para contar que la moda -determinada moda, no la de sobresaltos, campañas y chascarrillos- también forma parte de lo que entendemos por cultura.

Desde que Georg Simmel la codificara como fenómeno filosófico en un ensayo ya legendario, hemos venido asistiendo a una progresiva presencia de la moda en museos y centros de arte a lo largo y ancho del mundo. Aunque no es un fenómeno novedoso porque ya en el XIX logró colarse en museos y codearse con las primeras pinacotecas, pared con pared junto a los grandes nombres de la Historia del Arte, paulatinamente se ha ido apoderando de un espacio de antiguo restringido a las bellas artes para convertirse en un acontecimiento hoy indiscutible y museable. Si hace ya cuatro años fue Yves Saint Laurent y en el curso de este 2014 le tocó a Jean Paul Gaultier (ambas en la Fundación Mapfre), ahora es turno del último de los maestros de la Haute Couture: Hubert de Givenchy.

La muestra del Thyssen-Bornemisza se convierte así en la primera gran retrospectiva del motor de la casa Givenchy, su fundador, con una trayectoria profesional a sus espaldas de más de 44 años. Por su taller de la Avenida George V de París han pasado innumerables personalidades del mundo de la cultura y la política. Tras haber trabajado para Piguet, Lelong y conocido a Christian Dior o Cristóbal Balenciaga, se introdujo de lleno en este mundo a través de Elsa Schiaparelli. Además de vestir a la duquesa de Windsor, Grace Kelly o Carolina de Mónaco, fue culpable del gran éxito de Jackie Kennedy y de la buena impresión que ésta causó en Charles de Gaulle en aquella cena de Versalles de 1961; acaso lo más popularmente conocido de este creador es haber intimado con una de las grandes musas del celuloide como Audrey Hepburn, para quien creó ya no sólo un estilo propio que comportara moda y complementos, sino todo un paradigma de belleza que trascendía cualquier etiqueta.

Tres de las creaciones de Givenchy que se pueden ver en la exposición del Museo Thyssen.

Tres de las creaciones de Givenchy que se pueden ver en la exposición del Museo Thyssen.

Aunque no lo parezca por el boato de la exposición, Hubert de Givenchy también fue rompedor. Cualquiera podría pensar, y con razón, que en sus colecciones sólo se dilata el concepto de belleza femenina tradicional hasta su última expresión, y alguno puede achacarle que no hiciera como por ejemplo un revolucionario Yves Saint Laurent, que tomó el concepto idéntico y lo llevó hasta casi lo universal imponiendo no un modo de vestir, sino una forma de caminar vestido, con género indefinido y perfectamente autónoma, independiente y libre de fórmulas rancias. Pero como las comparaciones son odiosas, procuraré no seguir por este camino, aunque a veces sea inevitable salvarlo, pues estoy convencido de que ambos comparten algo más que una generación.

Digo que Givenchy fue rompedor porque rechazó los consejos del todopoderoso Christian Dior, auténtico vórtice de modistos y costureros en ese París de 1950, y eligió a la Schiaparelli para después consagrarse a las enseñanzas del rey de reyes de la Alta Costura: Cristóbal Balenciaga. Tuvo las ideas muy claras y alumbró una línea personal llamada Separates, en la que se incluía la famosa blusa Bettina, una prenda de verano confeccionada con linón blanco que luego –permítanme el oxímoron– se popularizó entre la alta sociedad. Corría el año 1952 y de Balenciaga restarían viente años de aprendizaje más antes de que falleciera. De él lo tomó prácticamente todo, varió el corte, a la sobriedad del claroscuro del maestro de Getaria se sumó el color, un color que a veces fue tenue y que a veces no (azules, esmeraldas, violetas, corales); pero en lo que mejor captará la esencia del gran maestro es en el concepto femenino del vestido. La premisa que le inculcó Balenciaga vino a ser lo siguiente: la moda ha de ser una continuación de las líneas naturales, un órgano extensivo de la naturaleza del cuerpo humano. Pero es tan complicado que parece sencillo. Él, sin embargo, lo hizo en lamé, organza, satén, faya, crepé o chenilla, sobre vestidos que ahora forman parte de la gran colección de la Maison Givenchy, un emporio de moda y belleza adherido al grupo de Bernard Arnault, capaz de facturar 100 millones al año.

Hasta aquí, moda y cultura, que es en realidad a lo que hemos venido, pero también hay pintura. Pintura que se codea con vestidos, vestidos que se codean con pinturas. Frank Stella, Moholy-Nagy, Lucio Fontana, Max Ernst, Rothko, Sonia y Robert Delaunay, Georgia O’Keeffe, pero también la Santa Casilda de Zurbarán, el magnífico Retrato de Ana de Hungría de Hans Maler, un Vaso chino con flores de Ambrosius Bosshaert el Viejo… Hasta un total de 90 piezas textiles y una veintena de obras pictóricas. Por zanjarlo rápidamente: no creo que la pintura eclipse la moda. Por el contrario, y quisiera decirlo de manera franca, pienso que actúan como notas, referencias, citas que sirven para fomentar una mirada transversal en el espectador, pero nunca son ni pueden ser un estricto idem de una exposición textil, a no ser que los vestidos sean reproducciones literales de los cuadros, como sí ocurre por ejemplo –y disculpen que vuelva de nuevo a él– con Mondrian y Saint Laurent.

Dos creaciones de Givenchy y una vista de la exposición del Museo Thyssen. Fotos: Museo Thyssen / Mario S. Arsenal

Dos creaciones de Givenchy y una vista de la exposición del Museo Thyssen. Fotos: Museo Thyssen.

El encargado del proyecto ha sido Eloy Martínez de la Pera, comunicador y gestor cultural proveniente del mundo protocolario y las relaciones internacionales. Aunque De la Pera haya vertido en el catálogo un artículo que coloca la moda en la noche de los tiempos y parezca desatinado en grado sumo al utilizar el Génesis bíblico para explicar su origen, creo que ha hecho un importante trabajo. Lo demás, la decoración de las salas, las flores, los muñecos, el atrezzo, que cada uno juzgue por sí mismo porque nunca habrá consenso. Givenchy, por de pronto, se empeñó en ser pieza fundamental de cada detalle, tanto que hasta en el catálogo hay un texto suyo más esclarecedor que muchos estudios: “Es Hubert de Givenchy hablando de Hubert de Givenchy”, como nos dijo el comisario en rueda de prensa. ¿Algo histórico?

Algunos medios -muy pocos-, atendiendo más a perspectivas de otro tipo que a las estrictamente culturales, han disparado indistintamente contra esta exposición y contra el director artístico del museo. Yo no vengo aquí a librar la eterna disputa de la gestión cultural, no es mi cometido. Pero sí quisiera decir al respecto que, a pesar de que bien es cierto que se trata de una exposición sin compromiso social alguno y ajena a la dura realidad que vivimos en España, la moda es un indicador cultural de conocimiento. ¿Por qué desecharla? Los museos, por su parte, siguen a merced de sus respectivos patronatos, vectores del desarrollo de sus programas. En ningún caso puede tolerarse la ingenuidad de pensar que un museo es un sólo director y que un director es todo un museo. Un museo es un complejo mecanismo patrimonial engranado y compuesto por centenares de personas que todos los días libran pequeñas batallas por ofrecer al público lo que consideran oportuno, cuidando al mismo tiempo su imagen y sus finanzas. Bien nos valdría en ocasiones abstenernos de echar fuego por la boca con una osadía que no tiene sentido cultural alguno.

El comisario de la exposición

El comisario de la exposición, Eloy Martínez de la Pera, Hubert de Givenchy y Carmen Thyssen, durante la presentación de la muestra.

Así que, recomendándoles de nuevo la exposición, quiero volver a Simmel y darles un motivo más para valorar la moda desde otro punto de vista: “Va en ella vivo, desde luego, un impulso expansivo, como si cada una hubiese de subyugar a todo el cuerpo social; mas al punto de lograrlo moriría, en cuanto moda, víctima de una contradicción lógica consigo misma”. ¿Tienen un espejo a mano?

La muestra ‘Hubert de Givenchy’ estará abierta en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el próximo 18 de enero.

Enlance a la revista digital creada por el museo para la exposición.

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