No voy a hablar de Puigdemont ni de Rajoy, sino de un niño que llora…

El suelo es su casa, su baño y su alimento, que a veces encuentra entre la basura. Bombay (la India)

El suelo es su casa, su baño y su alimento, que a veces encuentra entre la basura. Bombay (la India). Foto: Victoria Iglesias.

El suelo es su casa, su baño y su alimento, que a veces encuentra entre la basura. Bombay (la India). Foto: Victoria Iglesias.

Rajoy, Puigdemont, Junqueras, banderas, fronteras, el 155, las elecciones, la República, el Rey… Pero yo hoy quiero hablar de la India, de la pobreza, de la gente que vive en los suburbios, de un niño agachado que parece que llora, que parece que espera… Hoy, mientras me llegan los ecos repetitivos del telediario, quiero escribir sobre la muerte y la vida.

Supongo que eran más de las nueve de la noche cuando por fin pisamos el aeropuerto. En el vertiginoso e interminable camino desde aquella furgoneta, había visto también cómo un grupo de hombres venían desde una callejuela en nuestra dirección, con una camilla en los hombros y un bulto encima. El color de sus túnicas se separaba como un recorte de papel blanco ante el fondo de la ciudad ya descolorido, avanzando entre el tráfico en una ligera carrera que atravesaba la calle sin mirar a detenerse inundada de rickshaws zigzagueantes, bocinazos y estridentes pitidos de coches y bicicletas.

La imagen de lo que me pareció un muerto en otro momento hubiera sido un mal presagio antes de volar, pero después de un tiempo allí sabía que la vida de un ser humano surgía en cada recodo casi a la misma velocidad que su muerte.

El aire aquel día no sólo era pegajoso, estaba además denso. La gente se movía nerviosa e impaciente ante las colas que se formaban hasta las puertas de embarque.

En España, el Prestige se había partido en dos y en la India de vez en cuando se descarrilaba un tren, se despeñaba un autobús o explotaba una bomba.

Justo una hora antes, en el hall del hotel en Mumbai, un televisor encendido nos mostraba unas imágenes de un accidente o un atentado cerca de la ciudad; así que todo era confuso e incierto. No así la osadía de los cuervos sobre el asfalto de la misma manera que la belleza surgía brillante y poderosa entre la mugre. Los desechos de la ciudad pertenecían tanto a pobres como a ricos, pero ante estos últimos se detenían cautelosos. Las verjas de los ricos les proporcionaban una mirada indiferente.

Hoy es 29 de octubre de 2017 e intento escribir…

Son las 21.10, la tele está encendida y me acerco hasta el salón. Puigdemont y Rajoy. Rajoy y Puigdemont. Son los personajes de estos últimos meses.

Vuelvo a mi escritorio. A lo lejos, desde mi nueva ventana veo sobrevolar un helicóptero sobre una nube vieja. El puente de Praga está colapsado (habrá manifestación) y una racha de viento mueve las copas de los árboles. Nada me hace presagiar que yo vaya a escribir hoy sobre Catalonia, y eso que por ser vasca e hija de castellanos, podríamos charlar juntos un rato.

Quizás fuera el momento de sacar a Ichabood Crane y hacerle cabalgar de nuevo bajo el aire frío que recorre el suelo de Tarry Town buscando su cabeza, y hablar de mis fotos neoyorkinas de un octubre de Halloween…, como para desengrasar. Hubiera sido fácil…

Pero ocurre que todos los caminos que he emprendido en el pasado son el imán de mi corazón y sus latidos apuntan siempre hacia unos cuantos puntos que me definen, sobre todo ahora, que llevo encima el dolor de alguna puñalada.

Siempre hay acontecimientos personales que recrean la historia, que se acoplan a lo que en líneas generales está sucediendo. Por eso tenemos tantas visiones distintas del pasado. Y esta semana ocurrió algo. Algo personal, que me llevó al mío.

Han caído ya casi 15 años, y de repente aparece esta foto. Cuando encontré en el suelo la diapositiva se silenció, de nuevo entre mis manos, el sonido del niño que siempre me pareció haber escuchado llorar. Le conozco tanto y tan poco, pensé. El grupo con el que recorría los slums de Mumbai, los senderos llenos de barro y basura, las chabolas de plástico, el vapor denso de una habitación cubierta de moho… tiraba de mí.

Siempre me quedo rezagada haciendo la foto. Por eso creo que pasé delante de él como una exhalación, y sólo me detuve un momento. Fotografié los muñones de personas que estaban (y están) afectadas por la lepra mientras me preguntaba quién era él.

Y ahora me digo: quién será hoy, e incluso: quién soy yo.

Me une a mucha gente un fino, y casi imperceptible, hilo que coge grosor por mi lado, cuando los veo desde mi presente todavía sonreír mirando a mi objetivo. Es la misma mirada, la misma sonrisa a veces cálida o amarga, el mismo color de piel, los mismos pies descalzos, el mismo humo negro en el horizonte.

Quizás corra entre nosotros el aire con los ecos de aquel momento, y no lo identificamos con los sonidos extraños que a veces sentimos o escuchamos. Y tal vez sea sólo eso: el hilo, casi imperceptible, que a ti y a mí nos une.

Hay un niño agachado que parece que llora, que parece que espera…

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Comentarios

  • josep turu

    Por josep turu, el 31 octubre 2017

    Bellísimo texto.
    Saludos.

    • Victoria Iglesias

      Por Victoria Iglesias, el 01 noviembre 2017

      Muchas gracias!!!

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