‘Una casa en Córcega’. ¿Hay vida antes de la muerte?

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VENTANA VERDE

En su primera Ventana Verde de la temporada, el periodista Rafa Ruiz analiza la película Una Casa en Córcega desde la perspectiva más ecológica posible. En el momento de la vuelta de vacaciones, ¿quién no piensa en bajar el ritmo? En un mundo donde la competitividad es casi un grado, ¿seríamos capaces de vivir de una forma más cercana a la naturaleza?

RAFA RUIZ

Vuelves a tu rutina, a tu paisaje diario y, a veces, no soportas la presión. Te agobia. Estrés postvacacional, lo llaman. Y uno espera a que se pase; a que mente y cuerpo vuelvan a acomodarse al engranaje, a la feliz inercia. Porque dicen que el ser humano es el único animal capaz de acostumbrarse a todo, incluso a estar desacostumbrado… ¿Y si, de repente, te llega la noticia de que has heredado de tu abuela una casa alejada y desconocida, una casa de la que nadie en tu familia sabía nada, una casa aislada en un pequeño pueblo…? ¿Y si decides ir a conocerla…?

Ese es el arranque de la película franco-belga Una casa en Córcega, estrenada hace un par de semanas, primer largometraje de Pierre Duculot, y cuyo feo título original es Au cul du loup (en el culo del lobo, traducido literalmente; en el culo del mundo, ajustándose más a nuestras expresiones; aunque pienso que, en realidad, lo que ha pretendido el director ha sido hacer un juego de sílabas con su apellido, un guiño).

Y esta es la recomendación de la Ventana Verde de hoy para todos quienes tienen que arrancar el curso esta semana, pero la vuelta se les hace demasiado cuesta arriba. Una pequeña y honesta película, en absoluto un blockbuster, que está cosechando cierto éxito por el boca a boca, porque, en estos tiempos de grises y desorientación, toca una fibra muy sensible para muchos. La cinta, que ganó el pasado otoño el premio profesional y el del público del Festival Internacional de Cine de Amiens, tiene algo de Bajo el sol de la Toscana, de Audrey Wells, donde Diane Lane encarna a una escritora americana de 35 años que se encapricha de una finca casi en ruinas en Italia, pero que ella siente como su nuevo hogar, el lugar donde debe recomenzar su vida, reinventarse; y tiene otro algo de Le rayon vert, esa maravillosa y melancólica película de Eric Rohmer que retrata a una chica sola en un constante e incomprendido viaje de vacaciones, buscando ser ella misma, buscando un hueco donde sentirse a gusto.

En la Ventana Verde de la pasada semana recordábamos lo que decía el escultor Eduardo Chillida: «Lo ideal es que seamos de un lugar, que tengamos las raíces en un lugar (…). Todos los lugares son perfectos para el que está adecuado a ellos y yo aquí en mi País Vasco me siento en mi sitio, como un árbol que está adecuado a su territorio».

La protagonista de Una casa en Córcega se ve agobiada por su familia, por su novio, por sus suegros, por un trabajo de camarera de 60 horas semanales; intuye que no puede desarrollarse por sí misma, que sus parientes y circunstancias están escribiendo el presente y el futuro por ella. Decide viajar desde Bélgica a ese pueblo remoto de Córcega y siente que ha encontrado su sitio. Que a pesar de la soledad y del aislamiento, del frío y del trabajo que le espera por delante para rehacer su vida, esa casa es su sitio; porque es una casa desarmada, pero mejor una casa desarmada que una existencia desalmada. Allí despierta, incluso al amor, al conocer a un pastor, Pascal (impresionantemente guapo el actor François Vincentelli, no dejéis de mirar sus fotos en Google; una curiosidad sobre él: figura en el reparto de La felicidad nunca viene sola, película del año pasado protagonizada por Gad Elmaleh, pareja de Carlota Casiraghi, la de Mónaco); así se da cuenta de que lo que vive con su novio no se puede llamar amor. Despierta Christina, y el filme plantea una pregunta profunda: ¿Hay vida antes de la muerte?

A lo largo de su hora y media de metraje, Una casa en Córcega envía también un mensaje repetido: no debemos dejar pasar el tren cuando se presenta en nuestra estación vital, porque puede ser demasiado tarde; las oportunidades hay que agarrarlas por los cuernos, con valentía; debemos hacer caso a las corazonadas, y no solo a una planificación, que en muchas ocasiones ni siquiera responde a nosotros, nuestros intereses y deseos, sino al egoísmo y comodidad de otros.

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¿Hay vida antes de la muerte?

Como mucha gente en la treintena, Christina necesita cambiar su vida porque la que le espera es anodina, y de repente el piso que le han preparado sus padres y suegros le asfixia, no le deja respirar. Y grita: «¡A la mierda!». ¡Todo a la mierda! Nada que ver con los espectaculares paisajes que contempla desde su casa en ese pueblo perdido de la montañosa Córcega, uno de los lugares de Europa que mejor ha sabido conservar su naturaleza y su personalidad. Duculot, nacido en Lieja, que ha sido profesor, periodista, productor de documentales y programador del Festival de Cine y del Mundo Rural de Lama (en Córcega), no ha buscado la imagen bucólica y estereotipada de que todo es fácil y bonito en el campo, sino que muestra las duras condiciones de ese tipo de vida, pero también, en un auténtico ejercicio de transparencia, un tipo de vida que facilita enfrentarse a uno mismo y sacar todo lo que hay por allá dentro, en algún lugar entre el hígado, el cerebro y el corazón. Así lo ha explicado: «Creo que debemos replantearnos un equilibrio más justo entre la vida moderna y la naturaleza. Hay mucha gente que vive infeliz, en infracondiciones en las ciudades, y yo creo que les iría mejor en pequeños pueblos». Pero, ya se sabe; la vida en la gran ciudad está también muy mitificada.

La película es un canto a la naturaleza, a sus ritmos y al mundo rural para encontrar la identidad de uno mismo, y, por ese camino, por solo ese hecho en sí, encontrar también la felicidad. «Yo aquí, en esta casa, me encuentro bien», dice la protagonista, Christina (la actriz belga Christelle Cornil, que ha participado en películas como Mr. Nobody y Julie y Julia), que se opone a los planes y presiones de la familia para que venda esa propiedad heredada. Christina siente que ahí sí es ella. «Hoy en día, las personas han perdido por completo la cercanía con la naturaleza», dice el director en las notas que acompañan a la película. «Dos o tres veces al año vamos al campo como si de un museo se tratase. Pocas son las personas que sienten la necesidad de una inmersión en la naturaleza, la necesidad de ir a caminar, dormir en medio del bosque y redescubrir la sensación del agua, del viento. Yo necesito estas cosas. Cada año desaparezco con una mochila por un tiempo y no tiene ningún sentido tratar de encontrarme (…) He creado el personaje de una treintañera soñando con una vida mejor. Partiendo de una ciudad tan gris como Chareloi, de donde yo vengo, el viaje a Córcega se convierte en el sueño más lógico en busca de la identidad».

Y nada mejor para reflejar eso que la agreste isla de Córcega, una montaña en el mar a la que los griegos bautizaron como Kallisté (la más bonita). «Es un lugar fascinante para mí», explica Duculot, «sobre todo por mis viajes en temporada baja. El verano es como se ve en la tele, turismo y folclore. Pero en invierno es un ambiente inhóspito. Entonces, los habitantes de esos pueblos aislados demuestran lo entrañables y solidarios que son. Yo quería mostrar el lado más íntimo de Córcega».

En fin, queda aquí, en esta pantalla que cada martes pintamos de verde-asombrario, la recomendación de una película sencilla y clara, alejada de las grandes producciones de Hollywood, para hacer más armónica nuestra vuelta al curso, al cole, al insti, a la uni, a la ofi, al estudio, al laboratorio, a la carretera o a la fábrica, y para que no nos amargue nadie la existencia con coplillas del estilo de «hay que hacer los deberes». No es bueno acostumbrarse a todo, y menos a estar desacostumbrado.

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Comentarios

  • Ricardo

    Por Ricardo, el 02 septiembre 2013

    La naturaleza es muy hermosa pero vivir aislado es otra cosa y mas en un mundo en el que necesitamos de todo para sobrevivir aquellos que somos mas de asfalto que los andenes. He intentado probar perdiéndome en una casa rural aislada en medio de la nada y fue una experiencia feliz. Feliz por saber que se disfruta de la naturaleza pero feliz porque sabia que tenía fin. Desde que me levantaba notaba la ausencia de todo: La prensa, el café mañanero, los amigos cercanos, la farmacia confortadora, la tasca donde tomar el aperitivo, etc.. Y es que cuando se esta acostumbrado a la locura de la ciudad desde que uno nace, la vida campestre nos es imposible.
    No obstante admiro a quienes son capaces de romper con todo lo dicho y aislarse de por vida en cualquier lugar alejado de toda civilización.

  • Sol

    Por Sol, el 03 septiembre 2013

    Tal vez la película tenga una planteamiento muy radical para nuestras mentes y cuerpos urbanitas, pero creo que es una sincera llamada de atención para encontrar ese equilibrio necesario en nuestras vidas. Tal vez la mitificada naturaleza no sea la solución para muchos de nosotroa, pero tampoco creo que esta vida desquiciante de las ciudades sea lo que nuestro espíritu anhela. El equilibrio entre ambos mundos como metáfora de nosotros mismos. Y desde luego ese «equilibrio » no se consigue con un escaso mes de vacaciones en el que sigues con la inercia del ritmo de vida que llevas de la ciudad. El cambio se debe producier desde nosotros mismos, poco a poco. Volviendo a ser un poco más lo que éramos, no lo que el sistema ha querido que seamos. En definitiva, volver a nuestra esencia.

  • AireFresco

    Por AireFresco, el 03 septiembre 2013

    He visto la peli y todo cuadra, salvo la belleza del pastor y que le manden tías buenas a hacer doctorados. El tema siendo recurrente, el regreso a lo natural, no deja de estar bien tratado; llevado a cabo de manera sencilla pero eficaz. En estos momentos que vivimos no es baladí darle una vuelta de tuerca al tema. Puedo asegurar, porque lo he vivido, que se vive con muchísima más dignidad la pobreza en el medio rural que en la ciudad y, ya, si follas no te vuelves a acordar de Rajoy en la puta vida. Me han gustado tus comentarios sobre la misma, un abrazo.

    • badalona

      Por badalona, el 05 septiembre 2013

      Completamente de acuerdo

      • Virginia

        Por Virginia, el 17 septiembre 2013

        ¿Desde cuando los pastores no pueden ser guapos?¿Dónde dice que tienen que ser feos? Travis Fimmel, modelo de Calvin Klein y actor, era un granjero acostumbrado a las cosechadoras y las vacas hasta que se decidió a hacerse modelo, es una prueba real. Los pastores pueden ser guapos también.

  • isabel

    Por isabel, el 04 septiembre 2013

    He ido a Google y he buscado a François Vincentelli. Guapísimo. Así es más sencillo cambiar tu vida, reencontrarte contigo mismo y vivir en la naturaleza. Me ha gustado mucho la crítica.

  • Marta Albuja

    Por Marta Albuja, el 11 noviembre 2013

    Estoy más que de acuerdo con el hecho de afirmar que el tren sólo pasa una vez y que no debemos dejarlo escapar, no me cabe duda alguna. No estaba demasiado convencida de si debía o no debía ver esta película, de ahí que hoy ande al acecho de toda la info. que encuentre sobre ella. Me encanta el cine en versión original, y los miércoles que me es posible, asisto al Ciclo de Cine Francés que desarrollan en Cines Dreams. Este miércoles 13 dan esta película y, creo que me voy a animar a verla después de las buenas percepciones que he recibido. Si alguno aún no la ha visto, puede hacerlo en Cines Dreams. Además, regalan entradas en su Facebook (http://bit.ly/1ei8mKr)

  • Nuria

    Por Nuria, el 30 enero 2014

    Creo que soy un caso raro porque yo estoy en el proceso de hacer justamente lo mismo que la protagonista. Poco antes de quedarme en paro había comprado la casa de mi tía abuela en un pueblo perdido de Soria con la idea de «algún día» montar algo. Al quedarme en el paro solo unos meses después, vi la oportunidad y pedí la capitalización, para empezar los primeros arreglos y convertir la casa en un Refugio de Ideas, esto es un centro de talleres y eventos de fin de semana. Igual que en la película el tejado es la parte más deteriorada de la casa, y igual que le pasa a la protagonista, mi padre (que no estaba demasiado de acuerdo en mi idea de irme al pueblo) se ofreció para los primeros arreglos, pero lo tuvo que dejar por motivos de salud… Imaginaros mi cara sentada en el cine. Ahora acabo de montar una campaña para amadrinar tejas (http://www.amadrinaunateja.com), porque la vida real es bastante más complicada que una película…

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