‘La niña de la guerra’, regalo de una doble premio nacional de Ilustración

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Carme Solé ha ganado el Premio Nacional de Ilustración dos veces, una en 1979 y otra este año. Ahora está más volcada en la pintura y ha querido sumarse a la celebración del primer aniversario de nuestra revista con uno de sus trabajos más comprometidos, un dibujo inédito de una niña de la guerra.

Se podría decir que es un lujo. Es un motivo para presumir que Carme Solé, doble Premio Nacional de Ilustración (1979 y 2013), haya querido sumarse a la celebración de nuestro primer aniversario en la serie de 12 inéditos para 12 meses que El Asombrario publica desde el pasado día 12 de diciembre. Solé ha elegido una obra llena de belleza, honestidad y verdad: el rostro de una niña de Herat (Afganistán). Un trabajo que camina entre la ilustración y la pintura, y que se aleja, en cierto modo, de las obras más amables y dirigidas al público infantil y juvenil de las que es una reconocidísima especialista.

De hecho, esta artista ha sido definida por la crítica como un «faro» de la ilustración infantil: «Ser definida como faro me hace sentir que he hecho bien mi trabajo, que todo el esfuerzo y la tozudez han valido la pena. Pero yo también he tenido mis propios faros a los que creo que les debo un homenaje», explica la artista. «Han sido los ilustradores de mi infancia: Mercè Llimona, Junceda, Opisso, Nogués… Cuando empecé a ilustrar fue Fina Rifà en mi primera etapa y algunos grandes de la ilustración como David Mc Kee, Étienne Delessert o Janosch; también hubo faros entre mis amigos como Asun Balzola».

Carme Solé (de la que puedes ver algunos de sus trabajos en la galería adjunta) nació en Barcelona y posee una amplia carrera como ilustradora de libros para niños. Estudió pintura en la Escola d´Arts i Oficis Massana de Barcelona y desde que ilustró su primer volumen, en 1968, hasta ahora, más de 700 títulos entre álbumes y libros de texto se han llenado de fantasía gracias a su lápices, acuarelas y colores. Una mirada que le ha llevado a ganar el Premio Nacional de Ilustración en 1979 y en 2013. ¿En qué ha cambiado Carme Solé en estos 34 años?

«La Carme de aquel tiempo venía de una primera etapa de aprendizaje: quince años de trabajo continuado. Hacía ya algunos años que acudía a las ferias de Bolonia y Frankfurt, y había empezado a trabajar para editoriales del extranjero. A mitad de los 70 me sentía un poco perdida, no había tiempo para desconectar, acababa un libro y debía ya ilustrar otro», recuerda la artista. «Una operación me hizo parar durante unos meses y por causas involuntarias logré encontrar el espacio mental que necesitaba y de ahí salieron los libros que ganaron aquel premio Nacional, Pedro y su roble, Peluso y la cometa y El niño que quería volar. Allí empezó una etapa ya más madura de mi trabajo, estaba en plena expansión y a nivel profesional pude trabajar en textos maravillosos y hacer una serie de libros que se han convertido en clásicos y referencia. Me dedicaba por completo a la ilustración. La Carme de ahora ilustra menos; en 2001 hice una exposición en el Palau de la Virreina de Barcelona, preparándola tuve una especie de shock, me di cuenta de todo lo que había ilustrado y estuve un tiempo sin poder dibujar. Selecciono mucho los textos y me doy cuenta de que tengo mucho que ofrecer todavía; también en la docencia puedo ahora aportar todo mi bagaje a las nuevas generaciones».

Solé asegura que su universo es «cercano, poético, melancólico y social», y que las pinceladas que definen su trabajo se pueden resumir en «riguroso, profundo, inquieto e inconformista». Tal vez por eso a finales de los 90 comenzó a sentir que su trazo necesitaba de otro lenguaje, otro espacio: «Durante años recortaba de la prensa fotografías de niños de la guerra y en 1992 quise ilustrar La cruzada de los niños, (El Jinete Azul, 2012). Hice una maqueta y para ello me documenté con libros de fotografías de guerras. Tenía que expresarme en grandes formatos, los rostros de los niños que sufren es lo que me mueve a pintar. Es como si aquellos a los que dirigí todo mi trabajo quisieran expresarse a través de la pintura, y así empecé lo que se ha convertido en mi tema como pintora. Los niños que sufren la guerra y sus consecuencias, la crueldad y la injusticia y quiero denunciarlo con mi pintura», explica Solé. «Veo el mundo con profunda preocupación, pero también con la convicción de que seremos capaces de hacer un mundo mejor y más justo. Tuve la suerte de ser joven en los años 70, entonces los tiempos estaban cambiando y todo estaba por hacer. Ahora hay que cambiar las cosas, es un imperativo inexcusable».

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