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Aloma Rodríguez: “Lo que mitiga el dolor por la pérdida es la vida”

Por Antonio García Maldonado, el 2 de abril de 2016, en General libros literatura muerte

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Sergio Algora y Aloma Rodríguez

Sergio Algora y Aloma Rodríguez.

El autor entrevista a la escritora y periodista Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), que acaba de publicar ‘Los idiotas prefieren la montaña’, un libro que recopila recuerdos y reflexiones sobre el escritor y compositor Sergio Algora, fallecido en 2008 de forma repentina. Un libro que su autora define como «un retrato íntimo de un personaje brillante, una historia de amistad y complicidad». 

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En el primer tomo de su monumental Mi lucha, el escritor noruego Karl Ove Knausgard escribió: “Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no sólo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido”. Escribir sobre el dolor de una pérdida sería, por tanto, una forma de comprensión con un coste emocional elevado que la literatura del duelo o elegíaca no duda en asumir. Es, quizá, la literatura inevitable por excelencia. Como emblema podría usar la sentencia de Borges: “Más vale estar dignamente triste, que alegre por idioteces”.

En Los idiotas prefieren la montaña (Xordica, 2016), la escritora y periodista Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983) escribe sobre –y, formalmente, para– el escritor y músico zaragozano Sergio Algora, fallecido repentinamente en 2008 debido a una enfermedad cardíaca que creía cronificada. Los recuerdos de momentos compartidos en el bar de Algora donde trabajó Rodríguez, junto con la relectura de los textos de su blog, las letras de los poemas y las canciones de El niño gusano y La Costa Brava en los que cantaba y componía, son la espina dorsal de un libro que, pese a todo, “no es un libro sobre el dolor, sino un retrato íntimo de un personaje brillante, una historia de amistad y complicidad”, en palabras de la escritora en esta entrevista.

Tres años después, en 2011, fallecería en casa de Aloma Rodríguez otro de sus amigos escritores de Zaragoza, Félix Romeo. Queda el poso de la verdad profunda que el aludido en el libro Leopoldo María Panero resumió en su primer poema, que escribió siendo un niño: “Mi corazón temblaba y no era un sueño / fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey / y mi corazón seguía temblando”.

En el libro dices que si Sergio no hubiera muerto serías otra escritora. ¿Por qué? ¿Cómo cambió tu forma escribir?

Publiqué mi primer libro, París tres, en noviembre de 2007. Había empezado a trabajar en el bar Bacharach —el bar de Sergio Algora, en Zaragoza— en marzo y él murió en julio de 2008. Para entonces, él era un escritor que sabía hacía dónde quería ir y qué literatura quería escribir. Yo todavía me estaba haciendo y ni siquiera me atrevía a llamarme escritora. Si él no hubiera muerto, me habría recomendado libros, lecturas, escritores que habrían ampliado mi espectro de intereses. Por otro lado, su muerte me marcó: supuso el fin de la inocencia.

CS Lewis escribió en ‘Una pena en observación’ que su dolor por la muerte de su esposa se convirtió en algo parecido al cielo: lo cubría todo.

No me gusta regodearme en el dolor, es una tentación de la que trato de huir. Hay que hacer el esfuerzo de estar bien y disfrutar de las cosas. Lo contrario es una frivolidad. Los idiotas prefieren la montaña no es un libro sobre el dolor, es un retrato íntimo y fragmentario de un personaje brillante, es una historia de amistad y complicidad y tiene también vocación de registro de un momento que ya no existe.

Sergio Algora murió hace ocho años, ¿por qué dejaste pasar ese tiempo antes de escribir el libro?

Han pasado casi ocho años entre su muerte y la publicación del libro, pero en realidad llevo escribiéndolo desde el día mismo en que murió: está el texto que leí en el funeral, las notas que he ido tomando o los papeles y documentos que prueban que esa amistad existió y que quise conservar. Lo que llegó con el paso del tiempo fue la forma del libro: fragmentaria y con varios tiempos mezclados. La necesidad de retomar la conversación con Algora, interrumpida de manera abrupta con su muerte, siempre estuvo ahí, y es el origen del libro. Por eso incluyo su voz a través de sus canciones, poemas y textos, para dar la idea de conversación.

¿Te ha servido de algo para mitigar el dolor? ¿Para hacerlo de alguna forma tolerable?

Las razones por las que uno escribe lo que escribe a veces no están claras hasta mucho después. Echo mucho de menos a Sergio, me acuerdo de él, añoro su risa y su manera brillante y genial de darle la vuelta a cualquier situación y hacer de la cosa más aburrida algo emocionante. Haber registrado por escrito algunas de esas situaciones me da la tranquilidad de saber que podré volver a ellas. Pero lo que mitiga el dolor por la pérdida es la vida: la alegría, el amor, las lecturas, las películas, las canciones y el champán.

Estructuras el libro en pequeños recuerdos compartidos con él y dirigidos a él, como si te resistieras a su desaparición. ¿Es más una celebración sobre su vida que un libro sobre tu duelo?

El libro tiene muchas capas: está la descomposición de un mundo tras la muerte repentina, el retrato de una amistad cómplice, también el nacimiento de otra que surge tras esa muerte. Está también el retrato íntimo de Algora, un tipo absolutamente brillante y talentoso, generoso, divertido y con una sensibilidad fuera de lo común. Era un hedonista y tenía mucho sentido del humor. Al dedicarle el libro, es imposible que el libro no se contagiara del espíritu vitalista y siempre dispuesto a la carcajada de Algora.

Llama la atención la comunidad de afectos que creas con sus exnovias y otra amiga tras su muerte. ¿Crees que hay una forma distinta de elegía y duelo en mujeres y hombres? Me lo ha parecido al leer los libros (alguno citas en ‘Los idiotas…’) de Didion y el tuyo, CS Lewis, Francisco Goldman, Julian Barnes, etc. Generalizando: los hombres se vuelven más solipsistas y tienden a avergonzarse de su dolor e intentar superarlo solos, y en cambio, las mujeres suelen ser más expresivas y solidarias entre ellas.

Suele decirse que las mujeres son más de tribu que los hombres, pero no sé cuánto hay de verdad en eso. Podría parecer que es así, pero sin embargo hay libros de duelo escritos por hombres y mujeres, y escribir sobre eso es una manera de exhibirlo. Por otro lado, creo que a Sergio Algora le habría divertido pensar en su propio funeral como el de El amante del amor, donde todas las mujeres que han pasado por la vida del muerto van a despedirlo y se construye una especie de hermandad basada en el objeto de cariño compartido.

Las muertes tempranas se han cebado últimamente con el mundo cultural de Zaragoza: Sergio Algora, Félix Romeo (que para más inri muere en tu casa). ¿Qué impacto ha tenido eso en la ciudad?

Lo que es sorprendente es la cantidad de talento que alberga Zaragoza: pintores, escritores, editores, músicos, fotógrafos, cineastas… Sergio Algora y Félix Romeo son dos de las personas que pusieron a Zaragoza en el mapa universal de la modernidad. Hacían de la ciudad un sitio mejor por su talento y porque eran un modelo: nos enseñaron que se podía ser moderno en Zaragoza. Queríamos ser como ellos: saber lo que sabían, escribir como escribían, tener su sentido del humor, ser generoso con el talento de los demás y conseguir que todo el mundo estuviera bien. Su legado permanece, aunque se les echa de menos de manera irremediable.

 

 

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