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Cuando el poder fascina y nubla. Graham Greene en Panamá

Por Antonio García Maldonado, el 20 de octubre de 2016, en América Latina cine crónica guerra fría libros periodismo

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Omar Torrijos y Graham Greene

Omar Torrijos y Graham Greene.

El autor repasa la relación de los intelectuales y el poder, y alerta de la abducción que éste produce en muchos, que pasan de estar obsesionados por desentrañarlo a estar fascinados por él. Y se detiene en el ejemplo de Graham Greene y el general panameño Omar Torrijos, una historia fascinante que el escritor británico explicó en el libro ‘Conociendo al general’. 

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Con su recién estrenada película sobre Edward Snowden, el director Oliver Stone vuelve al tema que más le obsesiona: el poder, y especialmente el de su país o el que está relacionado con él. JFK, Nixon, Platoon, Nacido el 4 de julio, W. o Wall Street o sus documentales sobre Hugo Chávez o Fidel Castro, entre otras, son un fresco del poder y la historia estadounidense. No sin parte de razón, pensadores como Juan Ignacio Anaya lo han calificado como “el hombre que mejor conoce América”. No he visto la película, aunque confieso que Stone dejó de interesarme hace tiempo, cuando empezó a transmitirme que, más que buscar desentrañar los mecanismos del poder, estaba fascinado por él. Algo que siempre me ocurrió con el Gabriel García Márquez que opinaba y mediaba en política.

Leyendo sobre Centroamérica y a escritores que han escrito sobre ella, encuentro una fascinación similar (y típica de intelectual occidental durante la guerra fría) en Graham Greene. Es una posición que ha tenido continuidad incluso después de la caída del Muro de Berlín en autores como Noam Chomsky, Günter Grass o Ignacio Ramonet, ejemplos de mentes brillantes abducidas por el poder hasta perder la mínima capacidad crítica con el líder que tienen a mano. Graham Greene era un escritor popular de novelas, y no tanto un intelectual, pero fue un influyente mediador. Su relación con el poder comenzó en la Segunda Guerra Mundial, cuando recaló en el servicio de inteligencia británico (MI6). Estuvo destinado en Sierra Leona, donde no dejó una buena impresión. En su monumental La guerra secreta (Crítica), el historiador  Max Hasting dice de Greene que “trató el espionaje, y de hecho la guerra entera, como un absurdo”, y escribe con sorna: “En 1942 mandó una señal a Broadway [sede del MI6] desde Freetown proponiendo que el servicio abriera un burdel para los marinos de la Francia de Vichy en el Richelieu”, con objeto, al parecer, de sacar información.

Greene fue un personaje fundamental de todo el engranaje centroamericano en su etapa más convulsa, a partir de los 70, hasta su muerte, en 1991. El general Omar Torrijos había llegado al poder en Panamá en 1968 tras un golpe de Estado, y enseguida instauró una suerte de protectorado para todos los refugiados y exiliados que huían de las dictaduras militares latinoamericanas. Desde una posición paternalista, instauró en su país un régimen con libertades limitadas aunque socialmente comprometido, muy alejado de las salvajadas de sus coetáneos Videla o Pinochet.

Seguramente con deseos de diferenciarse de estos dictadores tan al uso en la época, Torrijos invitó al ya por entonces afamado y veterano Greene a visitar su país, para que diera cuenta de lo que realmente ocurría allí. Motivaciones similares a las que llevaron a los mencionados Chomsky, Grass o Ramonet a otros países latinoamericanos. Greene encontró en Torrijos a un hombre cercano, comprometido sobre todo con una causa que parecía incontestable: la devolución del Canal y la Zona que lo bordeaba (bajo soberanía de EE UU), causa por la que estaba dispuesto a ir a la guerra.

Greene dejó un interesante relato de sus visitas e impresiones en un libro autobiográfico que no disimula su admiración por Torrijos, Getting to Know the General. The Story of an Involvement, que fue reeditado por Capitán Swing en español hace unos años. Dividido en cuatro partes (referidas a sus cuatro visitas de 1976, 1977, 1980 y 1983), el libro relata los viajes de su autor por un país al que ve en construcción, lejos de la adulación personalista y la represión, y lastrado por la permanencia del Canal en manos norteamericanas. Tal y como cuenta Greene, el país no contaba con ningún puerto comercial, por lo que debía pagar sumas astronómicas para utilizar el Canal, lo que encarecía hasta el absurdo sus exportaciones. Torrijos correlacionaba los altos índices de pobreza y la permanencia del Canal en manos ajenas. Y Greene estaba de acuerdo con él.

En 1976 conoció Panamá y, allí, a Torrijos, con quien congenió enseguida. En 1977 formó parte de la delegación panameña que acudió a la firma del Tratado de Devolución del Canal entre el presidente Jimmy Carter y Omar (como ya entonces llamaba a Torrijos). En 1980 fue enviado a Managua como miembro de la delegación panameña a los fastos de celebración del final de la Cruzada Nacional de Alfabetización con la que el Gobierno sandinista había erradicado el analfabetismo en Nicaragua. Y en 1983 volvió para visitar el lugar donde se había estrellado el avión de Torrijos, accidente o atentado (Greene duda) que le costó la vida al general.

Lo más interesante del libro está relatado en sus dos últimos viajes, pues tanto Torrijos como Paredes (el sucesor de Torrijos en la presidencia) le habían encargado diversas tareas de mediación e información que el escritor siempre estuvo dispuesto a cumplir. Así, negoció junto al mencionado García Márquez la liberación de varios presos en manos de algunas de las siete guerrillas salvadoreñas; o fue a visitar a Fidel Castro en nombre de Paredes para hacerle ver que, pese a la muerte del general, la política exterior no variaría. Tal y como él mismo le dijo a Fidel, no llevaba ningún mensaje porque el mensaje era su sola presencia. Hasta ese punto había llegado a ser alguien identificado con la persona y la acción política de Torrijos.

De él había dicho Greene que le gustaba porque se alejaba “del típico ‘macho español”, aunque libros posteriores (como las memorias de la nicaragüense Gioconda Belli) vienen a desmentir esa apreciación. Greene tampoco se preguntó (y si lo hizo, no se respondió en su libro) sobre la extraña proliferación de bancos en Panamá, y tampoco investigó las denuncias que hablaban de abusos de poder y fuerza. Estaba subyugado por el general y por la posición que, gracias a él, había conseguido en el concierto internacional. Algo humanamente comprensible, aunque intelectualmente peligroso, y en muchos casos deshonesto.

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