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Juan Jacinto Muñoz Rengel: “Nuestra obligación es mantener viva la llama de la imaginación”

Por Antonio García Maldonado, el 17 de noviembre de 2016, en General libros literatura

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(c) Eduardo Cano

Juan Jacinto Muñoz Rengel. Foto: Eduardo Cano

Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) cita durante esta conversación ‘La invención de Morel’, de Bioy Casares, cuyo protagonista hablaba de “la posibilidad de que el mundo esté constituido, exclusivamente, por sensaciones”. El escritor acaba de publicar El gran imaginador (Plaza y Janés), una vindicación de la ficción y la inventiva en los tiempos de las autobiografías prematuras y la no ficción, pero también de los géneros y las intenciones clásicas de la literatura. De los libros y de las emociones que transmiten a sus lectores. De su autor se puede afirmar lo que narra de Nikolaos Popoulos, protagonista de la novela: con la ficción «comprendió enseguida que lo que de verdad le estaba siendo revelado en ese instante era la existencia de un mundo independiente de las cosas materiales, en el que todo estaba permitido”.

‘El gran imaginador’ me ha parecido, sobre todo, una reivindicación de la ficción, de la imaginación en un momento dominado o por lo autobiográfico o por la no ficción. ¿Hay una reivindicación de la novela y los géneros ficcionales hoy menos atendidos?

Por supuesto. Este libro en buena parte es justo eso: una reivindicación de la ficción y de la propia novela como género de géneros, en un contexto social en el que la crisis parece habernos alejado más que nunca de la imaginación, y en un contexto literario en que cada vez más autores se suben al carro de la moda autobiográfica para disimular su falta de inventiva. Y lo que más me preocupa no es que haya escritores con, digamos, cierta pobreza de ideas o de recursos fantaseadores, sino la incapacidad que a veces algunos de ellos demuestran a la hora de comprender qué es la ficción y cómo opera sobre el mundo.

¿Y qué es la ficción?

La ficción lo es todo. Es nuestro mejor —si no el único— instrumento para conocer la realidad, porque todo el constructo humano de lo real es ficcional. Las hipótesis científicas, al igual que las filosóficas, son ficcionales. Nos sirven durante un tiempo, hasta que dejan de hacerlo. El concepto platónico de Verdad pura quedó atrás hace mucho tiempo. El hombre solo puede manejar hipótesis que aspiren a cada vez un mayor grado de veracidad, de adecuación a lo representado. Pero nunca alcanzaremos la cosa en sí. Y precisamente ahí se encuentra la función de la literatura, en mostrarnos cómo es y cómo se ordena la jerarquía de la ficción. Mi idea de mí mismo, mi identidad, es una ficción, como también lo son, en mi mente, Leonardo da Vinci o los vampiros, pero lo son de maneras diferentes. El mercado bursátil, las leyes de la física, las campañas políticas, las contracampañas de difamación, forman parte de este entramado cultural que nace de mentes concretas y sobrevuela en la de todos. Por eso me resulta curioso que alguien piense que hay géneros literarios que hablan menos que otros de la realidad.

La presencia de Cervantes en el primer capítulo ahonda en esa idea. 

Miguel de Cervantes creó una obra maestra de la literatura universal en la que todo ocurre dentro de la cabeza de su protagonista. Y al mismo tiempo, retrató como nadie la época que le tocó vivir y la esencia de un país y sus gentes. Y por si esto fuese poco, lo hizo utilizando todo tipo de géneros dentro de una novela anticipada a su tiempo y toda la artillería de la metaliteratura y la metaficción. Si todavía hoy hay quien cree estar inventando algo nuevo cuando utiliza recursos autoficcionales, o duda acerca de cuáles son los límites y los matices de nuestra capacidad de fabular, que vuelva a leer El Quijote.

El comienzo de la modernidad literaria.

Cervantes llegó a proyectar, de forma metódica e intencionada, una imagen de sí mismo a partir de los testimonios reunidos en la Información de Argel, y años más tarde con la publicación de la Topografía e historia general de Argel. Esto para mí representa el comienzo de modernidad casi tanto como la invención de la imprenta. Y por esa razón me interesaba tanto su figura y era fundamental para El gran imaginador contar con un personaje secundario de excepción como él, sin el cual la novela no habría sido la misma.

Es interesante, sin embargo, el énfasis que pones en los efectos también malos que la imaginación desbordada puede conllevar. De nuevo, algo muy cervantino.  

Desde una perspectiva amplia la imaginación lo abarca todo. Y cualquier persona con una rica capacidad imaginativa puede dirigirla hacia su bienestar o hacia su destrucción. Solo hay que pensar en algunos espíritus atormentados que, disponiendo de un mundo interior inmenso, solo son capaces de llenarlo de sombras y pesimismo. Don Quijote, sin duda, también era un enfermo de imaginación. Pero, por otro lado, tampoco debemos olvidar que no solo los artistas, sino también los mayores tiranos, estrategas y los personajes más maquiavélicos de nuestra historia han mostrado un admirable talento para la inventiva.

Popoulos reconoce «la inventiva» como algo precioso en los tiempos oscuros que le tocaba vivir. El paralelismo me parece evidente. ¿Qué papel debe jugar la novela, la ficción, en esta época saturada de información, de hechos, muchos de ellos tan oscuros? 

La ficción alcanza lugares a los que la ciencia no puede llegar. La intuición poética, por ejemplo, puede acercarnos a lo indecible más que ningún otro modo de conocimiento. La especulación científica, dentro de la literatura prospectiva, también ha ido en innumerables ocasiones por delante de la ciencia. Y, en un sentido no solo científico, sino incluso ético, eso nos ha servido muchas veces para prepararnos y para adelantarnos a los problemas. Si bien, como vemos, aun con todo el ser humano siempre va por detrás de su tecnología, y ni un millar de distopías literarias parecen suficientes para hacernos reflexionar. Por otra parte, la ficción también nos ayuda a comprender estas zonas oscuras y a arrojar algo de luz sobre los episodios más terribles de nuestra historia.

Le otorgas un papel esencial al novelista, entonces.

El novelista puede explicar —con toda la flexibilidad que su invención implica— decisiones y sentimientos que le están vedados al historiador. Y, por último, y no menos importante, no deberíamos menospreciar la necesidad que tiene el ser humano de evasión. Es posible y necesaria una evasión responsable, que implique lo lúdico, el divertimento, la reflexión, el distanciamiento y una mayor perspectiva.

A lectores de ficción torpes como yo la evasión no nos parece atractivo suficiente. ¿A qué nos ayuda la ficción? ¿Por qué deberíamos leer más ficción?

Pensemos en todas esas películas que han cambiado completamente el concepto que teníamos sobre un acontecimiento o personaje concreto de la historia, o que nos han ayudado a conocer algo que de otro modo seguiríamos ignorando. Y ahora pensemos en el impacto real que esas ficciones tienen en la gente. Y en el impacto que nuevas producciones de Hollywood, que plantean una revisión de los filmes anteriores e implican un cambio de orientación ideológica, vuelven a suponer en nuestra visión de conjunto. Ya en el siglo XV, y así aparece en mi novela, se organizó una compleja campaña de propaganda contra la imagen de Vlad Țepeș, en la que estaban implicados el Imperio Otomano, Polonia, Lituania, Alemania, Hungría y hasta algunas regiones de Transilvania. Teniendo en cuenta que la mayoría de la población no sabía leer, se diseñaron panfletos ilustrados, impresos en Nuremberg, Lübeck, Leipzig, Estrasburgo y en las transilvanas Brașov y Sibiu, que detallaban las atrocidades del príncipe valaco. Vlad el Empalador no era ningún santo, pero esta campaña en los inicios de la modernidad lo convirtió en un monstruo para todos. Ahora pensemos en el ascenso al poder de Hitler, en la maquinaria de propaganda de Goebbels, en la Transición española, en la guerra de Irak, en el concepto de patria, en las banderas, en la percepción que tengo de ese o aquel escritor a quien no he leído nunca, en el ascenso al poder de Trump. Definitivamente, la realidad y la ficción están por completo entrelazadas.

‘El gran imaginador’ puede leerse como una suerte de Bildungsroman muy peculiar, donde el mundo se ensancha con la ficción/imaginación, en contraste con el estrechamiento de la madurez. A la vez, hay metaliteratura, novela familiar, de aventuras. ¿Cómo la definirías?

Es cierto que la novela se construye sobre esa base, sobre la idea de que, frente a los escritores realistas o miméticos que hacen crecer el mundo hacia dentro, indagando en las relaciones humanas o en el interior del espíritu, se encuentran los escritores de la imaginación, aquellos que hacen crecer los límites de la realidad hacia afuera, aumentando el número de objetos e ideas que la habitan o produciendo nuevos mundos de la nada. Todo el libro se levanta sobre una profunda fe es este modo de escribir. En unos tiempos que, en efecto, le son adversos. Con la edad, todas las personas van perdiendo parte de su capacidad de imaginar. Nuestros padres, antes que nosotros, dejaron de leer novelas para leer periódicos. El gran imaginador intenta ser una novela dedicada por entero a la imaginación, y, para defender la idea de que otra madurez es posible, solo podía ser una novela iniciática o de aprendizaje, donde su protagonista no deja de ensanchar el mundo, pese a seguir cumpliendo años, hasta el fin de sus días. Creo que nuestra obligación es mantener viva la llama de la imaginación. 

¿Y respecto a tus libros anteriores?

Todos mis libros, en realidad, aunque no de manera tan directa, han sido escritos bajo este principio. En el convencimiento de que todavía hay cosas nuevas por decir, de que se pueden decir desde todos los géneros, y de que esos complejos tan españoles contra la imaginación y la fantasía solo han ido contra nuestra propia literatura durante más de un siglo. De todas formas, hoy es fácil abjurar, abjurar de todo, de lo intelectual, de lo elevado, del esfuerzo, de la disciplina, de la imaginación, de los géneros, de lo blanco, de lo negro, para luego hacerlo de lo gris. Lo que sorprende de tanta afectada y estudiada transgresión es que no se ofrece nada a cambio, solo pensamiento débil, postureo, repetición de consignas, anemia, crisis y más crisis de valores que avergonzarían a cualquier auténtico nietzscheano.

Es normal escuchar a muchos decir que no leen novelas, ¿es tu caso? ¿Qué lees? ¿Qué me recomendarías para que no piense (como suelo pensar) que es mejor leer no ficción en distintas formas?

No podemos inmiscuirnos en el envejecimiento neuronal de cada cual. Dicen que los hombres pierden en mucha mayor medida la capacidad de imaginar que las mujeres, por eso hay muchas más lectoras que lectores de ficción. Pero sí creo que está en nuestra mano procurar mantenernos en forma. Para empezar a resolver las dudas que planteas, recomendaría la siguiente tabla de ejercicios: Matadero cinco de Kurt Vonnegut, La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, Historias de cronopios y de famas de Julio Cortázar, Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino, Solaris de Stanisław Lem, Hombres salmonela en el planeta porno de Yasutaka Tsutsui, Compañía de Sueños Ilimitada de J. G. Ballard o Ubik de Philip K. Dick. Y, claro, mucho Borges antes del desayuno y después de la cena.

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