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Rafael García Maldonado, una meditación sobre el mal y la compasión

Por Antonio García Maldonado, el 1 de junio de 2017, en libros literatura

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El escritor y boticario Rafael García Maldonado ante su biblioteca.

El autor conversa aquí con alguien que no es desconocido para ‘El Asombrario’, el escritor y farmacéutico Rafael García Maldonado (Málaga, 1981), que además de ser su hermano, fue el responsable de una carta abierta contra la tauromaquia que está entre lo más leído de esta revista cultural. Ahora publica ‘Por un perro sin tumba’ (Editorial Anantes), su tercera novela (y su cuarto libro, pues también es autor del libro de relatos Cuaderno de incertidumbre’), que tiene como origen de la trama algo que no está alejado de aquella carta: la furia contra los maltratadores de animales.

 ***

Mi hermano Rafa siempre ha sido el Sonny Corleone de los dos. Su temperamento ha sido siempre más cambiante y efusivo que el mío. Su umbral de la indignación suele causarnos conversaciones subidas de tono sobre política, literatura, periodismo o asuntos familiares. Por eso me sorprende que, en apenas unos años, haya conseguido encontrar la calma y el tiempo que no le sobra para sentarse a escribir tres novelas y un libro de relatos, además de bastantes artículos. Para mí, escribir y leer están asociados a estados emocionales tranquilos y reposados, y me asombra ver cómo él es capaz de pasar de uno a otro sin solución de continuidad.

Ahora publica ‘Por un perro sin tumba’, una novela negra que bordea heréticamente los límites habituales del género, como los finales cerrados o la longitud de las frases y los párrafos. Alguien en la crítica ha definido bien esta novela, que como las anteriores tuve el privilegio de leer en manuscrito: «Un cruce audaz entre la película Seven y El nombre de la rosa de Umberto Eco», a lo que yo añadiría algo de los destellos narrativos de Céline y la introspección de Conrad. Palabras mayores, hermano mayor. Si exagero, será el lector el que deberá juzgarlo.

Faulkneriano, ahora trabaja en un libro sobre Juan Benet, de quien habla con un entusiasmo que le hago ver que comparto cuando nos vemos y me cuenta algunas anécdotas, como cuando mi hijo me relata emocionado alguna aventura de La patrulla canina. Y yo admiro eso, la capacidad de entusiasmo y goce, pese a que su profesión de farmacéutico comunitario en un pueblo malagueño lo pone a prueba a diario ante hechos tristes y duros. Él siempre deja caer que, para él, la escritura es «una terapia», y me pregunto si le ayudará a sobrellevar una profesión que yo, desde pequeño, quise desempeñar. No lo hice porque, cuando tuve que decidir, estaba entusiasmado con el periodismo, la política y los libros. Yo llegué antes que él, pero hace años que me ha adelantado. Sus temas centrales son también los míos: la batalla entre razón e impulsos, la compasión, la amistad y, sobre todo, la épica cotidiana que se esconde tras la aparente normalidad de cualquier ser humano.

Otro libro, para escarnio de los que llegamos antes y vamos a otro ritmo. El cuarto, si no me equivoco…

Eso parece. El cuarto libro, sí, hace solo ocho años que escribo y me sale un saldo de un libro cada dos años. No está nada mal. Quizá sea excesivo, debería parar. No sé.

Te escucho mucho decir que para ti escribir es «terapéutico». Yo no podría ser farmacéutico, escuchar a diario las desgracias que tú escuchas. ¿Tiene que ver con eso? ¿Cómo influye tu profesión en tu forma de ver la vida?

Más que terapéutico, es que me ayuda a no pensar en cosas que no me gustan nada, y es que mi relación diaria con la enfermedad, el sufrimiento y la muerte es muy intensa. El otro día hice un recuento de cuánta gente se me ha muerto en los años que llevo de profesión y me sorprendió mucho. Gente con la que tuve una relación a menudo entrañable.

Sí, imagino que se establecen unos vínculos muy fuertes con ellos. Incluso yo, que voy ocasionalmente a la farmacia, los tengo.

Te cuento un secreto, a los personajes de los libros que leo muchas veces les pongo las caras de mis pacientes muertos, les doy otra vida, me acompañan. Por la botica pasa gente que viene a por una aspirina y también quien tiene un tumor cerebral, todo eso, si te implicas como yo, puede ser duro, pero se aprende mucho, es gratificante. A mí me ha dado serenidad, lucidez. He aprendido a valorarlo todo mucho, a saber que mañana puedo ser yo el que esté enfermo. Por eso no dejo escaparse ni una migaja de la existencia. Vengo de una familia de farmacéuticos ilustrados, yo soy la sexta generación, estoy muy orgulloso de ser el último eslabón de esa burguesía sureña que pasó la vida en una profesión muy noble, e intento estar a su altura, pero soy consciente de que el mundo, pese a todo, avanza y no tengo derecho a quejarme ni de mi situación personal ni de la época que me ha tocado vivir. Sé que en esto estamos muy de acuerdo.

Sin duda. ¿Y te consideras ya escritor o todavía no? Siempre me dices que no lo eres.

Bueno, no, siempre digo la verdad, que soy un boticario muy lector que de vez en cuando escribe un libro, que no es lo mismo que lo que algunos creen que conlleva ser escritor. A ti te lo he dicho más veces que a nadie, que no me gustan los escritores profesionales, la literatura no puede ni debe ser nunca una profesión. La gran literatura se ha hecho siempre entre horas, mezclando lecturas, vida intensa e imaginación. Levantarte desde por la mañana a escribir como el que va a la oficina debe de ser deprimente. Yo escribo algunos días un par de horas, de 3 a 5. Con eso es suficiente.

Te obsesiona la guerra, y la has tratado mucho, tanto en ‘El trapero del tiempo’ como en ‘Tras la guarida’, y en algún cuento de ‘Cuaderno de incertidumbre’. ¿Qué ves ahí?

Qué no veo, mejor dicho. La Guerra Civil fue el acontecimiento más importante en España desde el Descubrimiento, y 80 años después todavía no tenemos un relato claro de aquello, más allá de que fue un golpe de Estado contra una legalidad republicana. Lo que quieras encontrar de la compleja, triste, vil y a veces maravillosa condición humana está en la guerra: los malos no eran todos tan malos y algún abuelo al que se le echa de menos mucho fue un canalla y un asesino. Llevo mal mi cobardía, lo blandito que somos. ¿Qué tenemos que ver tú y yo con nuestros abuelos? Los dos estaban uno con 19 y otro con 23 pegando tiros en una brigada mixta y en un batallón de artillería, y a nosotros a esa edad nos parecía un drama no poder hacer botellón en una plaza determinada. Me da vergüenza eso, no es una boutade lo que he dicho alguna vez de la mili, ni de que me hubiese encantado combatir en el lado de la República. Somos tan blandos como sociedad que cualquier contratiempo nimio nos lleva al psicólogo, y eso en una sociedad donde sobra de todo.

Pero parece que seguimos todos queriendo ser ‘épicos’.

Yo no. La única guerra que yo puedo librar ya es metafórica, contras las palabras, y por eso pienso seguir escribiendo de la guerra, de la guerra en Majer, mi territorio.

Cuéntame algo más que yo no sepa de Majer.

Bueno, tú sabes por qué lo creé, porque cometí el error en la primera novela de que alguno creyese que no era ficción lo que allí había, sino una historia real, y no es así. Aquella fue una historia inventada de cabo a rabo, a la que, para hacerla más verosímil, metí algunos recursos metaliterarios –algún capítulo en primera persona, por ejemplo- que unos pocos entendieron mal. Pero me dije que ya no me pasaría más, y fundé Majer, un territorio donde soy dueño y señor de todo lo que pasa, y donde nadie pueda decirme que tal batalla de la guerra no ocurrió así o que un señor calvo y gordo que aparece es el primo de su tía. Creo que salvo para los ensayos y las novelas policiacas –si es que escribo alguna más– no saldré apenas de Majer.

De las críticas no te quejarás, incluso Juan Cruz dijo en Madrid que tenías unos cuantos cuentos impresionantes. La primera novela te la van a traducir al alemán, y ‘Tras la guarida’ es de una complejidad formal enorme, de la que dijeron maravillas. Las primeras de ‘Por un perro sin tumba’ son también muy buenas.

Eso es verdad, pero soy todavía minoritario, y quizá lo sea siempre, y eso no está del todo mal. Decía Juan Benet que dentro de la minoría es más fácil tener prestigio, y que cuando la minoría tiende a cero, el prestigio tiende a infinito, que es el prestigio propio. Yo si no estoy convencido de que algo es bueno no te lo enseño ni a ti, por lo mismo que me parece lamentable los escritores que presumen de lo que sufren creando. Yo me lo paso en grande, porque para pasarlo mal o aburrirme ya tengo otro trabajo. Oscar Wilde se reía mucho de Henry James, y decía que era un pobre hombre que parecía que cuando creaba estaba trabajando en una mina de cobre de Cornualles. Si no fuese un placer, no escribiría ni una palabra.

¿Cómo llevas la vida de Jeckyl y Hyde de boticario y escritor?

Bien, bien, sin problema, me pongo la bata blanca para usar la razón y la ciencia, y cuando me siento a escribir hago lo contrario, dejo que salga el monstruo, lo oculto en la psique, el subconsciente y los demonios. Trabajo con la razón en la farmacia, y no sé realmente cómo escribo los libros, de verdad, no sé de dónde sale la voz esa, que no reconozco cuando está impresa. Llevo una doble vida literal y literariamente.

Nos enrollamos y no hablamos de lo que más importa, tu nueva novela.

Pues estoy muy contento, la verdad. Quería hacer una meditación sobre el mal, la violencia y la compasión, y como no soy filósofo le di una estructura de novela negra, que es un género que me gusta mucho, donde hay –quizá por el exceso que se publica– bastante calidad en España y Europa. Metí también dos cosas que también son bastante negras, el maltrato animal, que creo que se ha tocado poco en la ficción, y la historia de España, que representa uno de los personajes, un sacerdote erudito lleno de luces y sombras. También hay un psiquiatra, una inspectora vasca de homicidios y un par de viejos veteranos policías, escépticos y cansados de ver podredumbre. Todo ese jaleo echa a andar por la desaparición del perro de Antúnez, el psiquiatra.

¿La considerarías realmente policíaca? Yo creo que sí, claro, pero no es una novela negra convencional, ya lo hemos comentado. Sobre todo por el final poco convencional.
 
No, no lo es; si no, no la hubiese escrito. Aquí, de hecho, hay un final con el que el lector de best sellers noirs se sentirá estafado, pero, claro, yo no me dirijo a él, o no sólo, porque un lector siempre merece mi respeto en estos tiempos en los que todo conspira para hacer de todo menos leer. No aspiro a tener muchos lectores, sino a tener lectores. Para hacer lo que ya se ha hecho, no hago nada, no me interesa. Yo a la hora de escribir tengo en mente dos cosas sobre todas las demás: cuidar el estilo y hacer cosas diferentes, innovar, no perseverar en lo ya hecho, por bueno que sea. Me dan lo mismo los grupos, las modas, las tendencias y la novelística, solo creo que hay buenas y malas novelas, y yo soy un cazador solitario, un narrador independiente por completo, aunque por supuesto que me gustaría que se me leyera mucho y que me reseñaran mucho y bien.

¿Por qué se desarrolla en Málaga y no en Majer?

Realmente esta novela es el segundo libro que escribí, y no tenía todavía tan perfilado Majer, pero además es que Málaga, lo que yo llamo La Ciudad, me interesa mucho, es una ciudad maravillosa llena de matices y cosas desconocidas. Me bajé a los bajos fondos de la ciudad, a sus barrios más deprimidos, sus bares cutres, algún prostíbulo, etcétera, y me documenté bien sobre la cara oculta de las ciudades, que parece que solo están hechas para cruceristas y guiris. Conversé con gente variopinta, y descubrí cosas alucinantes. Un exyonqui me llevó a ver una pelea de perros peligrosos, y allí, atemorizado como estaba, vi a un político apostando, uno de esos de sonrisa Profidén que luego inauguran asilos y bibliotecas. Y es que somos así, capaces de lo mejor y lo peor. Retrato todo eso, sí, la ciudad donde hay crímenes, droga, peleas de perros, mafias y doble moral. Un submundo literariamente muy interesante, que también es metáfora de nuestro submundo de la mente, de la bestia que llevamos dentro aun bajo una saludable y racional apariencia.

¿Y eso de los crímenes de apariencia medieval?

Es que este tipo de novela tiene sus métodos, y hay que seguir la pista de un criminal. El mío –o los míos– mata de la forma más atroz que pueda imaginarse, y sí, son muertes que pueden recordar a las que perpetraba cierta institución que operaba en toda Europa hasta bien entrada la modernidad, y de la que España se ha llevado la mala fama.

Ahora que eres padre de uno y de otro en camino, ¿ha cambiado tu forma de leer y escribir? Te lo pregunto porque a mí sí, mucho.

Desde que soy padre tengo más miedos, pero unos miedos distintos. Se me han quitado algunos miedos míos y ahora me aterra lo que pueda ocurrirle a él. Digamos que ahora miro menos mi ombligo y estoy más pendiente del futuro de tu hijo Íñigo y de mi hijo Rodrigo. Tiendo al pesimismo, pero me obligo a tener esperanza por ellos, porque quiero que tengan una vida relativamente feliz y digna, y sé que tengo un papel importante ahí, no pueden verme flaquear, en mí tienen que ver a Ulises, un guerrero noble al que mirar cuando no sepan cómo avanzar en este incierto viaje de la vida.

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