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Trump y los rusos, como una novela de Philip Roth o Le Carré

Por Antonio García Maldonado, el 18 de mayo de 2017, en cine General guerra fría libros nixon Series

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Fotograma de 'El topo', con John Le Carré a la derecha.

Fotograma de ‘El topo’, con John Le Carré a la derecha.

El autor hace un paralelismo entre los últimos escándalos de la relación Trump-Rusia con novelas de Philip Roth y John Le Carré, y con algunas de sus adaptaciones cinematográficas. Parece que vuelve la Guerra Fría, y que algunos supieron preverlo.

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Poco antes de que Trump tomara posesión, fue noticia la aparición de un informe de inteligencia redactado por un exagente del MI6 (servicio de inteligencia exterior británico) que mencionaba que el presidente electo era vulnerable a los chantajes de Rusia, cuyos líderes tendrían vídeos y documentos con los que presionar al futuro comandante en jefe de la primera potencia mundial. Las principales agencias de inteligencias americanas dieron “credibilidad” (sic) al documento, que parecía un último intento de las instituciones americanas por alertar sobre lo que se significaba la llegada de Trump al Despacho Oval. El despido repentino del director del FBI y la filtración en la Casa Blanca de información de inteligencia al ministro de Exteriores ruso alimentan estas sospechas, que para muchos alcanzan ya la categoría de prueba y no de conjetura.

Trump ha generado una crisis de confianza con los aliados de sus agencias de inteligencia tras el episodio de la filtración –consciente o inconscientemente– a las autoridades rusas sobre los sofisticados planes y avances de ISIS y Al Qaeda para hacer estallar bombas camufladas en portátiles y tabletas a bordo de aviones. El New York Times contó que Estados Unidos obtuvo esa información gracias a la inteligencia israelí, algunos de cuyos agentes en activo y retirados ya han dicho que “hay que replantearse qué información se puede contar” a los americanos. La comunidad de inteligencia americana no se fía de Trump, pero está obligada a informarle. La comunidad de inteligencia internacional no se fía de Trump, y no está obligada a informar a sus aliados americanos, por mucho que estos muestren desconfianza hacia su presidente. Ni siquiera un aliado natural como Israel, que creía que contaba con un “amigo”, dispuesto incluso a llevarse la embajada desde Tel Aviv a Jerusalén. No sería extraño que, en medio de este ruido, Trump acelerara esta decisión para tapar el escándalo.

El columnista del NYT David Brooks opta por la tesis de la inconsistencia psicológica y dice que Estados Unidos está gobernado por alguien con “una mentalidad de un niño de 7 años”. Hace unos meses asistí en la Casa de América a una conferencia del exembajador estadounidense y vicepresidente de la Brooking Institution, Martin Indyck, quien en conversación con Javier Solana dijo que la clave sería tratar a Trump con habilidad psicológica y hacerle creer “que gana incluso cuando pierde”. ¿Como a un niño? “Sí, como a un niño”, respondió a una de las preguntas.

Philip Roth y Le Carré narran a Trump

Parece extraño que un país que ganó una Guerra Fría de 50 años y que idolatra a Reagan, el presidente que le dio la puntilla a la URSS, asuma estos hechos sin que sus instituciones tomen partido. El famoso check and balances del que hacen gala con justicia en Estados Unidos está ante su principal stress test desde hace décadas. Rusia será la tumba política de Trump, sea por algún impeachment o porque los escándalos relacionados con este asunto le impidan presentarse con alguna garantía de éxito a la reelección. La filtración en la Casa Blanca ha vuelto a traer a las portadas al malogrado Richard Nixon, a quien Philip Roth retrató sin piedad en Nuestra pandilla. Él también destituyó a quien investigaba un caso que le concernía, el ‘escándalo Watergate‘, y no salió políticamente vivo del intento. También Roth escribió la ucronía La conjura contra América, en la que el piloto pro-eje, aislacionista y líder nacional Charles Lindbergh le ganaba las elecciones en 1940 a Franklin Delano Roosevelt. Los buenos escritores anticipan las tendencias que marcarán la vida de un país, y justo es reconocérselo a Roth, que no fue precisamente bien tratado por la crítica tras publicar aquella novela en 2004.

Aunque yo he recordado a otro escritor ante estos hechos, al maestro de la novela de espionaje de la Guerra Fría, y que sin embargo supo reconvertirse tras la caída del Muro de Berlín en uno de los grandes intérpretes de tendencias, retos y problemas de los servicios de inteligencia en nuestros días, John Le Carré. Desde el primer momento del Russiangate, todo ha parecido un guión de una de sus novelas. Empezando por el exagente del MI6 que hizo aquel primer informe al que los demás dieron credibilidad. Ante el revuelo mediático, el exespía abandonó su casa antes de que los medios se arremolinaran ante su puerta, y sólo dejó una nota en su casa: “Cuidad de mi gato”. Como hizo Magnus Pym, protagonista de su magistral Un espía perfecto, agente del servicio de inteligencia británico que, en plena Guerra Fría, sobrepasado por la presión y las dudas, desaparece y se refugia en un hotel de la costa para hacer balance de su vida. Es curioso (o no tanto) que Roth dijera que esta es una de las mejores novelas anglosajonas del siglo XX. Hay una adaptación en miniserie de la BBC de la novela que merece la pena volver a ver estos días.

Aunque hay una escena en la adaptación al cine de su novela Tinker Tailor Soldier Spy que me ha recordado especialmente el último episodio de la fuga de información a los rusos y la desconfianza de los aliados. En la película de Tomas Alfredson El Topo (2011) Gary Oldman interpreta al mítico y flemático agente George Smiley, que tiene la misión no oficial (acababa de ser destituido) de averiguar cuál de los cinco miembros de la cúpula del MI6 está pasando información a los soviéticos. Tras escarbar en el pasado y las decisiones recientes de cada uno de ellos, da con la clave del asunto y acude a ver al ministro y al secretario de Estado en un lugar inconfesable, porque la reunión, como recuerda el político, “no ha tenido lugar”.

-Ya sé por qué el topo quería que el Circus [cúpula del servicio de inteligencia británico] estableciera conversaciones fluidas con los americanos.

-Son nuestros aliados, hay que compartir información.

-No, el topo sabía que todo lo que les contaran los americanos iría a parar directamente a Karla [KGB] gracias a él. Usted era vago y usted codicioso –dice Smiley mirando con desprecio a ambos funcionarios–. Ustedes lo hicieron posible. Díganme, ¿quieren llevarse el mérito de todo eso?

Sabía que la desconfianza sería irreparable. Tinker Tailor Soldier Trump.

Reino Unido era aquí un mero intermediario inconsciente, utilizado como tal por el topo del KGB en el MI6 para obtener la información que los americanos obtenían gracias a su despliegue mundial de posguerra. Algo que rompió la confianza entre ambos aliados históricos. Las secuencias finales de la película muestran a un derrotado jefe de los servicios de inteligencia británicos que abandona humillado su cargo, empapado bajo la lluvia. Smiley entra triunfante en la sede de los servicios de inteligencia como nuevo jefe, acompañado por una maravillosa versión de ‘La mer’ de Charles Trenet interpretada por el no menos mítico Julio Iglesias.

No falta ninguna vieja gloria en este escenario de recobrada Guerra Fría.

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