Ideas para una nueva agricultura de secano y contra el suicidio hídrico

Vendimia en una finca de cultivo ecológico. Foto: Miguel Murcia / WWF España.

Vendimia en una finca de cultivo ecológico. Foto: Miguel Murcia / WWF España.

Los cultivos de regadío consumen el 70% del agua en España y su crecimiento desorbitado en zonas de especial interés para la naturaleza ha puesto en jaque espacios únicos como Doñana y Las Tablas de Daimiel. Frente al avance de los regadíos, los cultivos de secano se muestran como una opción sostenible. El apoyo a los agricultores de secano frente a una industrialización masiva del campo es clave por motivos ambientales, pero también si queremos contribuir a mantener un mundo rural vivo. Nueva entrega en colaboración con WWF España en torno a ‘una dieta sana / un planeta sano’.

Por Celsa Peiteado, Rafael Seiz, Felipe Fuentelsaz y Nylva Hiruelas / WWF-España

España es un país eminentemente agrario. Si bien el peso económico del sector agroalimentario ha decaído en las últimas décadas, los paisajes que disfrutamos fuera de las ciudades y la comida en nuestras mesas son fruto de la labor diaria de agricultores y ganaderos. Cereales, olivares y viñedos de secano conformaban hace siglos la triada mediterránea, alimentando a la población con tres productos básicos, el pan, el vino y el aceite, con prácticas adaptadas a nuestro clima y suelos. Con el tiempo, se fueron introduciendo nuevos cultivos, que enriquecieron la dieta hasta conformar el menú mediterráneo y el atlántico, de reconocidos valores nutritivos.

Sin embargo, la intensificación agraria vivida a mediados del siglo XX, especialmente impulsada por la mal llamada revolución verde del campo, además de un aumento en las cosechas, nos trajo otras consecuencias indeseables. En muchos casos, este proceso de intensificación se realiza a partir de la transformación de cultivos de secano –solamente alimentados con el agua de la lluvia– a regadío, con aportes de agua de ríos, acuíferos o, últimamente, de desaladoras y aguas residuales regeneradas. Así, de una agricultura eminentemente de secano, llegamos hasta nuestros días, donde los cultivos regados ocupan algo más del 20% de las tierras de cultivo.

El regadío, si bien es una estrategia adecuada para aumentar la producción y diversificar las cosechas –no en vano genera dos tercios del empleo agrario–mal planificado y creciendo por encima de la capacidad de la naturaleza se ha convertido en un serio problema para el buen estado de nuestros ríos, acuíferos y humedales. Los planes hidrológicos de demarcación reconocen que, aún a día de hoy, el 45% de nuestros cauces y zonas húmedas y el 44% de nuestras reservas subterráneas están en mal estado.

En el caso de los acuíferos, el 35% están afectados por problemas de calidad de sus aguas y uno de cada cuatro está sometido a una explotación excesiva, por encima de su recarga natural. En el caso de los ríos y las zonas húmedas, los planes hidrológicos reconocen que más de la mitad están afectadas por algún tipo de modificación en el cauce, por presiones de extracción (30%) ligadas al consumo de agua para los diferentes usos (el uso para el riego agrícola es el que representa la mayor parte del consumo de agua en España) o por problemas de contaminación difusa ligada a la agricultura intensiva (43%) y a vertidos puntuales (44%).

En nuestro país, los cultivos regados consumen el 70% del agua dulce y su crecimiento desorbitado –en muchos casos de manera ilegal– en zonas de especial interés para la naturaleza ha puesto en jaque, en primer lugar, a los productores de secano y, en segundo término, a espacios únicos, como Doñana o Las Tablas de Daimiel. La contaminación por fertilizantes y plaguicidas empleados en agricultura, que depende de la intensidad del cultivo, ha afectado en algunos casos a las fuentes para abastecimiento a los hogares y ha llevado al límite a zonas únicas, como el Mar Menor.

De una planificación racional y uso sostenible del agua en el regadío y del apoyo incondicional a los cultivos de secano dependerá que nuestro país –en líneas rojas por el cambio climático– no cometa un suicido hídrico que acabe poniendo en jaque, también, el futuro de todo el sector agrario en su conjunto.

Fresas cultivadas bajo plásticos en el entorno de Doñana, que presenta un insostenible estrés hídrico. Foto: Jorge Sierra / WWF España.

SECANOS QUE DAN VIDA

Frente al avance de los regadíos, en gran parte incentivados por fondos públicos, los cultivos de secano se muestran como una opción sostenible para producir alimentos respetando el equilibrio de los ecosistemas, aliados en la lucha contra el cambio climático. Viñedos, olivares, almendros y otros cultivos tradicionalmente de secano se transforman a regadío superintensivos, con un elevado consumo de agua en zonas en las que ya es escasa, y sobreproducción de cosechas que hunden los precios y arruinan a los agricultores de secano. En otras zonas, las producciones de cereal y legumbres se transforman directamente a otros cultivos de regadío, perdiéndose un patrimonio gastronómico único, pero también el hábitat para numerosas especies que encontraban en estas estepas cerealistas refugio y alimento.

Esta apuesta por una industrialización de la agricultura, que convierte los campos en fábricas, no es sino una apuesta fallida en el marco del cambio climático y el estado en que ya se encuentran los ríos y acuíferos en la mayor parte de España. 

Para hacer frente a este modelo predominante, que apuesta por la cantidad frente a la calidad, aparecen iniciativas de diferenciación de las producciones de secano. Estas promueven buenas prácticas a pie de campo que muestran cómo se puede aunar la obtención de alimentos sanos con la naturaleza como aliada. Un claro ejemplo es el de la finca de Pistachos de Villamalea (Albacete), donde desde el Fondo Forestal Ibérico llevan más de una década produciendo frutos secos de calidad, certificados en agricultura ecológica y biodinámica, recuperando y conservando además la flora y la fauna local y donde toda la producción se basa en cultivos de secano.

El apoyo a estos agricultores de secano es clave por motivos ambientales, pero también si queremos contribuir a mantener un mundo rural vivo.

DIETA SOSTENIBLE TAMBIÉN PARA LOS RÍOS

Para producir alimentos consumimos agua, es lo que se conoce como su huella hídrica. Para un kilo de tomates necesitamos 214 litros de agua, un kilo de lechuga requerirá 237 litros, mientras que un litro de leche llevará 1.000 litros de agua y un kilo de ternera elevará la cuenta hasta 15.000 litros, pues hay que tener en cuenta el agua que ha bebido el animal, la destinada a sus alimentos y otros usos (por ejemplo, la limpieza de las instalaciones ganaderas. Estos datos, proporcionados por la Red de la Huella Hídrica (Water Footprint Network), nos dan una idea del agua que necesitamos para la producción de alimentos, también de la que contaminamos en su obtención y permite visualizar el impacto que con nuestra dieta dejamos en ríos y acuíferos.

Cuanto mayor es nuestro consumo de alimentos de origen animal, procesados o de cultivos intensivos, mayor es el agua que se requiere para nuestra alimentación.

En un estudio publicado en Nature sobre la huella hídrica de diferentes dietas en Francia, Alemania y Reino Unido, se concluye que cambiar de la dieta actual (alta en alimentos de origen animal, azúcares y productos procesados) hacia otra más sostenible, que siga incluyendo carne, disminuye la huella hídrica hasta un 35%. Se observan reducciones más importantes, hasta el 55%, si el cambio se hace a dietas pescetarianas y vegetarianas saludables. Lo que es lo mismo, una dieta sana no solo es bueno para la salud humana, sino que también reduce sustancialmente el consumo de agua.

Tampoco hay que olvidar el agua que directamente malgastamos cuando tiramos alimentos a la basura. Según un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid, el desperdicio alimentario en los hogares españoles genera una huella hídrica de más de 130 litros por persona y día. El derroche de comida junto con los productos que caducan y los que se estropean antes de consumirlos alcanzan casi los 2.100 hectómetros cúbicos para toda España, lo que equivale al derroche de una bañera grande llena de agua cada día. 

En conclusión, una dieta sostenible, con más fruta y verdura, menos alimentos procesados o de origen animal, apostando por productos locales y de temporada, junto con el freno al malgasto de alimentos, cuidará de nuestra salud y también la de los ríos, acuíferos y la biodiversidad que en ellos habitan.

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