Vida más allá de la agitada metrópoli: una escapada a Tánger

La muralla de Tánger. Foto: Diego Delso, delso.photo

Muchos hábitos y formas de vida están cambiando, no solo por la pandemia. No es que huyamos a los montes evitando nuestras particulares Judeas, abominando de la ciudad, que diría el Profeta Daniel, más bien por el hastío en que nos encontramos, los precios de la vivienda y una vida que en ámbitos como la cultura, con su habitual incertidumbre, son difíciles de asumir. En estos días de movilidad muy reducida, realizamos un viaje muy particular desde la Alcarria madrileña a Tánger, buscando la creatividad de las periferias, tan a menudo ignorada, denostada.

Hace unos días se comentaba en Twitter que la huida hacia lo rural podía suponer desarticular parte de proyectos y herramientas desarrolladas en común durante años, como si estos solo pudieran expandirse en las grandes urbes (lo que no sucede en las grandes poblaciones se ignora o relega). Uno que es madrileño, presumiendo de ello incluso en momentos como los actuales, no deja de pasmarse ante afirmaciones de ese tipo, fruto del desconocimiento o de una incoherencia cada vez más habitual y extendida (o de ambas cosas).

Hace dos o tres primaveras decidimos visitar algunas zonas cercanas a la capital que omitíamos en nuestras salidas. Comenta Jorge Freire que el Homo Agitatus puede pasarse 24 horas en un avión para hacerse una autofoto en un país asiático, escondiendo en la instantánea a cientos de turistas haciendo lo mismo, pero es incapaz de acercarse a lugares próximos a su residencia. Aquellas rutas sabatinas nos acercaron a realidades que no habíamos sabido capaz de conocer, valorar y apreciar cuando las visitamos con anterioridad (los homo urbanus somos así).

En La Hiruela descubrimos su riqueza etnográfica. En Puebla de la Sierra el Valle de los sueños con sus esculturas al aire libre. El Museo de los Sentidos en Cervera de Buitrago. En Fuente el Saz de Jarama, apenas a 30 kilómetros de la ciudad, un lugar de acogida de pintores y escultores. En otra localidad, a menos de 50 kilómetros de la capital, observamos propuestas artísticas desplegadas o en desarrollo en casas y espacios al aire libre. Calles presididas por cientos de plantas, carteles informativos para ponernos al día, ante la atenta mirada de la iglesia que desde las alturas controla todo, compitiendo con balcones repletos de naturaleza. Olmeda de la Fuentes es esa localidad alcarreña (en Madrid hay Alcarria), que en 2019 no llegaba a los 350 vecinos, entre ellos un buen número de músicos, pintores, escritores, fotógrafos, actores, incluso algún lutier, conviviendo y dando rienda a la creatividad solitaria y en común.

Ha vuelto a mi imaginario, al conocer que en la localidad habitan Lucie Geffré, pintora francesa, e Isaak Begoña, profesor y escritor. La primera me llamó la atención por sus ilustraciones en Palabras de amor, antología de poesía universal, seleccionada y comentada por Andrés Amorós, editada por www.artemodusoperandi.com. El ensayista, catedrático, crítico e historiador valenciano muestra una treintena de poemas de amor de la literatura mundial, desde Ibn-al-Zaqaq a Federico García Lorca, de Ausias March a John Donne. Algunos conocidos, otros a descubrir, dando paso a emociones que fluyen gracias a su lectura, a los comentarios que centran poema/autor y a las ilustraciones, muy recomendable su lectura. La pega, siempre hay alguna, es la presencia de una única autora, Cristina de Pisan, de la que diría Simone de Beauvoir: “la primera vez que vemos a una mujer coger la pluma en defensa de su sexo”, carencia que se puede corregir con una segunda entrega, donde la poesía de ellas sea la protagonista, con la seguridad de que Amorós nos sorprendería nuevamente –como diría Dante, “el amor mueve el sol y las otras estrellas”– reflejándose en la poesía.

Tánger no existe

Estrellas que no podrá ver Abou Tayssir en La Corniche tangerina, donde se quedó tras viajar desde Damasco, poniendo fin a un viaje que concluía en España; la contaminación lumínica lo impedirá, por semejante motivo Hespérides tampoco seguirá cuidando las manzanas del Jardín de Mendoubia. Su historia en forma de microrrelato, junto con otras y varios poemas, dan vida a Los perros de Tánger / Les chiens de Tanger, de Isaak Begoña, otra cuidada edición de unas de las editoriales independientes que mejor cuidan sus publicaciones. Como con el libro de Amorós, el de Begoña hay que leerlo, releerlo con calma, disfrutarlo, vivirlo, compartirlo.

Tánger forma parte de mi vida por motivos familiares. La ciudad más visitada en mis desplazamientos al exterior, sin un motivo laboral, solo por placer, emocional. Vista, pateada, documentada, atrapa como las palabras de Chema Caballero: “Tánger no existe. Solo es una quimera, un espejismo, un delirio, una ilusión, unos cuantos mitos, cientos de alucinaciones, miles de ficciones, millones de sueños”, comenta en el prefacio del libro, todo ello le dio vida y le hizo fenecer.

El viento alto de la Kasbah que soplaba poderoso se ha detenido, no silba igual. La histórica librería Des Colonnes sobrevive en el Boulevard Pasteur, como sus cañones, que siguen apuntando a una España que, a tan solo 14 kilómetros, parece tan lejana. Muy cerca, en Les insolites, en la vecina calle Velázquez, hoy rue Khalid ibn Oualid, podemos disfrutar un té en su terraza compartiendo lectura con algún ejemplar a la venta de sus pobladas estanterías. Alzando la vista observamos un puerto inexistente, el megaladrillo ha desplazado el amarre a unas decenas de kilómetros, y con ello la esperanza de algunos. Como un destartalado campo de arena, convertido en un lustroso parque, donde unas jóvenes practicaban su deporte favorito, tan magistralmente documentado en Tánger Gool, por Juan Gautier, próximo a los dos zocos, el pequeño y el gran, y al Gran Teatro Cervantes.

Begoña relata una versión personal, hermosísima, emocional, emotiva y diversa como los perros que capean por unas calles destartaladas, que contrastan con las cuidadas de su paso marítimo. No faltan Kerouac, Jagger, Delacroix, Matisse, Genet, Bowles, Ginsberg, Orlovsky, Rodrigo Rey Rosa… Viaje onírico, lorquiano a veces, en palabras de la admirada Leila Nachawati. Vibrante, traviesa, magna, desconcertante, fantástica, en las de Caballero, Lixus entre Larache y Tánger.

“Piedra viva perdida / Restos de imperios / Piedra de viva / que sobrevive al mito / y al paso del tiempo / Piedra Atlántica / piedra gris / piedra verde / piedra de arenisca / piedra tallada / piedra amiga / (piedra querida) / Atea / Libre / Piedra que recoge / la forma y la herida”.

Lectura y escucha para recordar un Tánger que debió de existir, preservado en libros, imágenes y recuerdos. Nos quedarán Ángel Vázquez, Emilio Sanz de Soto, Carmen Laforet…, incluso Juanito Valderrama, al que nadie menciona, entre Tánger y Larache, Lixus inverso al de Begoña, nació una canción que dio vida a miles de españoles.

Hotel Continental de Tánger. Foto: Diego Delso, delso.photo

Coplas para subsistir

En el Gran Teatro Cervantes actuaba los días 14 y 15 de noviembre de 1953 la compañía del artista jienense. Días antes lo había hecho en la localidad berciana de Ponferrada, donde entre tema y tema Niño Ricardo improvisó a la guitarra una melodía. El cantaor le pide recordar esa innovación. A la actuación tangerina acuden cientos de exiliados: “Aquellos hombres de Tánger que al oírme cantar se estaban dando cuenta con sus lágrimas que habían perdido para siempre nuestra España querida”, rememora Valderrama en sus memorias.

El larachense Teatro Español es el siguiente destino de la troupe, en su destartalado piano dan forma al tema. Tiempo después, Valderrama es invitado a cantar una canción ante el General Franco: “Allí delante de Franco, por culpa de quien tantos españoles se habían tenido que ir de España, y no podían volver, y tenían que vivir lejos de su tierra, me puse a cantar la canción que precisamente hablaba de ellos, porque entonces no había todavía emigrantes a Alemania con la maleta amarrada con guita, sino exiliados de nuestra tragedia por todo el mundo”. Al acabar, el dictador le pide que la vuelva a interpretar: “Esto es para enterarse bien lo que digo en El emigrante y meterme preso”, pensó, añadiendo: “Mientras en la fiesta de la cacería de perdices de aquel caserío tan señorial de San Martín de Valdeiglesias le estaba cantando el bis de El emigrante a Franco, las lágrimas de aquellos hombres exiliados no me los podía quitar del pensamiento”.

Aquel tema reflejó como pocos la realidad de miles de personas que tuvieron que partir. Nuestro primer cantautor la compuso en Tánger, casi nadie lo comenta quizá por ser parte de esa cultura popular tan nuestra, como ignorada y simplificada. Por el mismo escenario, en la misma temporada, pasaron las compañías de Carmen Morell y Pepe Blanco, Pepe Marchena, Conchita Piquer, Antoñita Moreno y la de Pepe Pinto, contribuyendo a que el exilio para muchos fuera más llevadero, por lo menos durante un par de horas.

Begoña con sus textos y Geffré con sus ilustraciones vuelven a acercarnos la ciudad que el mar separa, “puente que une nuestras vidas”. En la plaza 9 de abril está el cine más bonito de África, allí esperamos a Farid cada mañana. Siempre se presenta con curasanes, para compartir café e historias poco parecidas a las que escuchamos en el Café Colón o en La Taberna de los Navegantes. Tánger tiene tantas historias como perros, volvemos a revivirlas gracias a personas que un día abandonaron la gran ciudad, refugiándose en espacios donde vivir, compartir, mostrando que hay muchos centros y más periferias de las que creemos, aunque como pasa con buena parte de nuestra canción, y cultura popular, no queremos reconocerlo.

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