Adiós, Julián Rodríguez: mereció la pena tu lucha por la cultura

El escritor y galerista Julián Rodríguez. Foto: Errata Naturae.

El escritor y galerista Julián Rodríguez. Foto: Errata Naturae.

Desde Extremadura, a la que tanto amo y por la que tanto sufro viendo el abandono y la desidia de los gobernantes, quiero enviar mi más agradecido adiós al escritor, galerista y editor extremeño -eso que se llama agitador cultural, con todas las letras- Julián Rodríguez, recientemente fallecido con solo 50 años.

Robledillo de la Vera es un pequeño pueblo de menos de 300 habitantes (272, según el último censo). Como en tantos otros municipios de lo que se ha venido en llamar la España vacía o vaciada, la sombra de la despoblación planea desde hace tiempo. La última dentellada ha sido el cierre del colegio público. No hay niños y los que pocos que queden tendrán que desplazarse a los pueblos vecinos. Un país no puede estar vertebrado si la población se concentra en el centro y en la periferia, como una rueda a la que le faltaran los radios. Todos los síntomas del despoblamiento son preocupantes, pero el cierre de un colegio es especialmente doloroso, supone la confirmación médica de que el pueblo se ha quedado sin futuro. El corazón venía bombeando con problemas desde hacía tiempo y ahora el enfermo se quedará sin pulso si no lo remediamos antes. El alcalde de Robledillo y dos escritores extremeños, Pilar Galán y Marino Montero, quisieron lanzar un penúltimo SOS, un mayday, y reunieron el pasado fin de semana en la Casa de la Cultura de Robledillo (¿hay un lugar mejor?) a escritores, periodistas y agricultores y ganaderos de una región dañada por el olvido y la indiferencia.

El colegio es un ejemplo. Pero hay muchos. Como el tren que une Madrid con Extremadura. Llevamos años de quejas y hasta hemos ido a la capital a protestar, algo insólito entre los extremeños (tenemos fama de ser gente poco combativa), pero a lo largo de los distintos gobiernos solo hemos recibido vagas promesas de que todo va a cambiar, de que algún día tendremos un tren digno (y no hace falta que sea un Ave, por cierto). Los extremeños seguiremos emigrando y entonces dirán que ya no es rentable porque no habrá viajeros.

A mí me tocó hablar en la mesa de los narradores, pero confieso que, aparte de estar preocupado por la pérdida del mundo rural, yo ese día andaba aturdido por otra pérdida muy reciente y sentida, la del escritor, galerista y editor extremeño Julián Rodríguez. Ha muerto a los 50 años, de un infarto, en su casa segoviana, donde se había retirado para ganar en tranquilidad después de una vida intensa dedicada a agitar la cultura española desde distintos frentes: la narrativa, el ensayo, la gestión cultural, el arte o la edición. Era un narrador exquisito, de la estirpe de Margarite Duras, un escritor que dejaba sus historias no en el hueso, sino en la médula ósea, que revisaba y cuestionaba su obra sin ningún narcisismo o ensimismamiento. Su labor como galerista la conozco menos, pero algunas de las veces que nos encontramos por Lavapiés (era una de las personas con las que más me he cruzado en Madrid) me hablaba de alguna de las exposiciones que tenía en su galería. En sus ensayos, piezas de resistencia los llamó, uno se queda admirado por la cultura tan vasta que tenía este hombre y la facilidad con la que pasaba de un tema a otro sin que chirriase ningún engranaje, sin ningún rasgo de soberbia o petulancia.

Creo que era un hombre que amaba la buena literatura por encima de todo, y eso lo convertía en mejor escritor aún. Tanto es así que se dedicó a leer a los demás y junto a Paca Flores fundó la editorial Periférica, con sede en Cáceres (toda una declaración de intenciones), un sello imprescindible que nos ha permitido conocer a autores extranjeros que ahora forman parte de nuestro paisaje emocional y de los que ni siquiera habíamos oído hablar. También apostó por la narrativa en español con nombres como Yuri Herrera o Carlos Pardo.

Julián Rodríguez y yo teníamos la misma edad pero, en la distancia (no éramos amigos, solo conocidos afectuosos), yo siempre lo vi como una especie de maestro mayor en términos culturales. En cierta forma, me recordaba a uno de mis grandes referentes, John Berger, por su capacidad para tejer una visión del mundo en torno a la literatura y al arte. En Robledillo leí un fragmento de Cultivos (Random House), uno de mis libros de cabecera y tal vez uno de los mejores de Julián. Mezcla de ensayo y autobiografía, que cobra aún más sentido ahora que Julián ha muerto, Cultivos es un libro fundamental para entender este comienzo del siglo XXI. Entrevera los recuerdos de infancia con su visión de la tierra y el campo, con lecturas, reflexiones, viajes, su comienzo en el mundo literario y el proceso de escritura de una novela, El doble. Nos habla sobre todo de la belleza, en todas sus manifestaciones. Al final, rinde un homenaje a un amigo que también murió prematuramente, Fernando Pérez, quien convirtió la Editora Regional de Extremadura en un sello minoritario pero de prestigio a nivel nacional. Tuve la suerte de que la Editora publicara en la colección La Gaveta uno de mis primeros libros de cuentos, Lisboa, y que Julián Rodríguez diseñara la cubierta.

En Cultivos, escribe Julián Rodríguez: “En mi tierra llaman acehúches a los acebuches. Injertan los acebuches para que se conviertan en olivos, así que algunos olivares antiguos parecen sembrados por el azar. Allá donde germinó una aceituna… Mis tíos, mi padre, aseguran que los acebuches injertados son muy resistentes y dan mucho fruto, más que las estacas de olivo trasplantadas. He de creerles, pero en ocasiones no quiero creerles. Yo soy el renegado, como dije antes: el Inventor de Comodidades Para Apañar Aceitunas, fui el chico que no quería agacharse demasiado, el que barre los surcos y se guarda del frío con guantes y una cazadora de cuero sobre el mono verde. Soy un extraño en esta tierra cuando hay que trabajar en ella. Me gusta la tierra, pero no me gusta trabajar en ella. Creo que a nadie en sus cabales, excepción hecha de la generación de mi padre, puede gustarle este trabajo. Es un trabajo demasiado duro”.

¿Puede expresarse mejor por qué la gente abandona la tierra, por qué abandona Extremadura?

Si tengo que pensar en el futuro de Extremadura, como me preguntaron en Robledillo de la Vera, pienso en la agricultura ecológica, pienso en cooperativas agrarias que hagan frente al capitalismo salvaje, pienso en energías renovables, pienso en una naturaleza que nos acoge y que nunca puede estar sobrevalorada (como creen algunos), pienso en la educación, pienso en trenes, pienso en la cultura, pienso en proyectos editoriales, como Periférica. Pienso en gente irreemplazable como Julián Rodríguez.

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Comentarios

  • Ana

    Por Ana, el 07 julio 2019

    Parece que todo aboca al escepticismo y al fatalismo, como argumentos para justificar la pasividad que nos tienta como refugio en este mundo de locos. Pero conocer a personas que no se rinden, que ponen de su parte y sugieren caminos alternativos con su vida y sus actuaciones, representa una inyección de esperanza y un estímulo para integrarse en las fuerzas del cambio con lo que cada cual pueda aportar. Muy conveniente tener en cuenta posibles vīas o áreas de trabajo. A destacar la educación, a la que profesionales, familias y toda la comunidad podemos sumarnos.

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