Alberto Rodríguez nos traslada en ‘La isla mínima’ la tensión soterrada de la Transición

El director Alberto Rodríguez que presenta a concurso en el Festival de San Sebastián su película 'La isla mínima'. Foto: Roberto Villalón.

El director Alberto Rodríguez que presenta a concurso en el Festival de San Sebastián su película ‘La isla mínima’. Foto: Roberto Villalón.

El director sevillano Alberto Rodríguez lleva a concurso al Festival de Cine de San Sebastián su nueva película, ‘La isla mínima’, un thriller de estética muy cuidada, que transmite múltiples sensaciones de inquietud. Por el escenario donde se ha rodado: los agorafóbicos espacios de las marismas del Guadalquivir. Y por la fecha en que se ha ambientado: 1980, que nos coloca frente a un espejo del pasado en el que vemos reflejadas muchas de las sensaciones de vacío de la actualidad.

Cuando uno se adentra, enfrenta y finalmente abandona una película como La isla mínima no puede evitar pensar en ciertos nombres de la literatura que se han acercado al género negro casi con un escalpelo en la mano dispuestos a hacerle una prolija, profunda y bella autopsia a aquella historia que se traían entre manos. Con la nueva película de Alberto Rodríguez (Siete Vírgenes, After, Grupo 7), esa sensación salta de inmediato y con la agresividad de un tigre. En principio podría parecer la típica historia de asesinatos, polis y persecución de los culpables para que se haga justicia; pero no, en La isla mínima, protagonizada por Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, hay mucho más. Todo está cuidado al milímetro para conseguir el efecto deseado: mantener la tensión inherente al thriller, pero rodeándola de una extraña, inquietante y atractiva belleza. El obsesivo vacío de los grandes espacios de las marismas del Guadalquivir, los encuadres elegidos con sagacidad y atrevimiento, una  trabajada dirección de arte y un vestuario inteligente ofrecen a los actores el mejor ecosistema para transformarse en esa metafórica pareja de policías que investiga un brutal crimen encerrada en la potencia visual de unas imágenes y paisajes traídos de la España de 1980.

Ahora La isla mínima se estrena en el Festival Internacional de San Sebastián, en su Sección Oficial a concurso. El Asombrario charla con Alberto Rodríguez, director de la película, entre otras cosas, sobre cine, islas mínimas, la transición Española y los casi 35 años que separan el hoy de aquel incierto pero a la vez esperanzador 1980 en el que se desarrolla su historia.

Las marismas del Guadalquivir son una de las grandes protagonistas de La isla mínima. Esta película no habría sido igual si no se hubiera rodado allí. ¿Qué fue lo que te llevó a elegir aquel entorno?

La película surge de una exposición de un fotógrafo sevillano llamado Atín Aya que tuve la suerte de visitar. Aya se dedicó durante los años ochenta [en realidad esas fotografías se realizaron entre los años 1991 y 1996] a recorrer las marismas del Guadalquivir. Tuvo que comprarse unos mapas militares porque entonces no había indicaciones de los caminos y todo aquello es un laberinto absoluto. En aquella zona, durante la época en la que se necesitaban jornaleros, se levantaron muchos poblados de colonización, de forma que llegó un momento en el que mucha gente habitaba allí. En cuanto entraron las máquinas, comenzó la diáspora. En los pueblos se quedaban tres o cuatro personas, los dueños de los economatos y poco más. Así que terminaron por convertirse en algo así como pequeñas islas. Atín Aya hizo una serie de retratos y paisajes de la zona en blanco y negro. Cuando vi aquello me quedé impresionado; sobre todo, con una de las fotos de aquella exposición en concreto. Toda la historia de la película comenzó en mi cabeza por culpa de una de aquellas fotografías.

¿Existe en realidad esa isla mínima?

Son tres islas y tiene cierta gracia porque se llaman la Mayor, la Menor y la Mínima. Esta última es prácticamente un cortijo y nada más. Están en la provincia de Sevilla, pero hemos rodado en Cádiz y en Huelva también. Lo de las marismas es todo un mundo.

¿Llegasteis a entrar en el Parque Nacional de Doñana?

No. Imposible rodar allí, y además a mí no se me ocurriría meter a 52 locos con camiones, focos y toda la parafernalia en un lugar tan protegido. Pero sí rodamos en una piscifactoría que tiene un acuerdo con el parque. Está llena de flamencos y de garzas. Es espectacular. Allí logramos algunos planos muy espectaculares.

Habéis hecho un thriller, pero no habéis querido utilizar muchas de las trampas y trucos de guión que suelen acompañar al thriller tradicional.

Es una película clara. Intentamos que fuera lo más limpia posible. Es complicado mantener una trama limpia que no se te vaya a otro lugar y lograr, sobre todo, que el espectador no se pierda. La isla mínima es, sin duda, una película hecha con vocación de que el público se divierta. Sí, que esté en tensión, pero que se divierta, y pensamos que utilizar ese tipo de trucos, de engaños de guión o vuelcos casi inverosímiles, habría sido timar al espectador, y creo que habría ido en contra de la película.

Entonces la podemos calificar como una película de género. ¿Otra película de polis después de Grupo 7?

Es verdad que, de entrada, Grupo 7 y La isla mínima son dos policíacas. Grupo relata el ascenso y la caída de una banda de mafiosos y es muy rápida y con mucha acción. Y esta, La isla mínima, es una película de ¿quién lo hizo?, que en puridad es más de género que Grupo 7. La película es muy de género. De género policial y de policías que son compañeros, pero quisimos darle una vuelta de tuerca para que no todo fuera tan sencillo ni previsible. Es todo más complicado. Esta no es una película americana que termina con los dos compañeros yéndose a tomar una cervecita juntos. Eso era lo interesante. Coger el tópico y desmontarlo. Hemos intentado cuidar mucho a los dos personajes principales, a los policías, que terminan convirtiéndose en una metáfora de un país.

Hablando de metáforas y de países, ¿por qué eliges situar la película en una fecha tan concreta como la España y la Andalucía de 1980?

Vimos dos documentales, Atado y bien atado y No se os puede dejar solos, de los hermanos Cecilia y José Juan Bartolomé, y lo que observamos en esas películas nos convenció. Son películas que tratan de reflejar la transición, pero que están editadas en 1981. Es decir, no tienen el poso de orden que les da la historia. El punto de vista de esas dos cintas es más el del ciudadano que vive los cambios en el momento en que ocurren y sin la perspectiva distorsionadora que dan los casi 35 años que han pasado. Lo que se cuenta en esos dos documentales no es la historia oficial de la transición. La que nos han contado. Allí se narra otra cosa. Eso nos pareció particularmente atractivo. El año 80 fue un año con una tensión brutal. Y nos venía muy bien para introducir la tensión subterránea que buscábamos. En la película hay una trama típica por encima, y por debajo toda la convulsión política que vivía el país. Nuestra intención es que el espectador, cuando salga de la sala, se haga una pregunta.

¿Qué pregunta?

La que cada cual considere y con la respuesta que cada uno quiera buscarle a esa pregunta. Pero, al menos, que se la hagan.

Una de esas preguntas podría ser perfectamente si han cambiado mucho las cosas en estos 34 años en España, por ejemplo.

Cuando vimos aquellos documentales, nos dimos cuenta de que la España de 1980 y la de 2012 –año en el que escribimos el guión- tenían muchos puntos en común. Había una crisis económica bastante fuerte, había mucha gente que se estaba yendo del país, había problemas de definición territorial e incluso estaba en cuestión la ley del aborto, que entonces se estaba iniciando y ahora se vuelve a cuestionar. Había muchas cosas que hacían que esta historia que contamos en la película tuviera mucho que ver con el presente.

Hemos avanzado mucho, pero toda esta metáfora de tu película me pone en bandeja preguntarte por temas como la Ley de Seguridad Ciudadana que ha sacado adelante el Partido Popular, por todos los recortes en derechos que teníamos adquiridos y que a nuestros abuelos, padres y madres les costó tanto conquistar.

Es cierto que hemos avanzado mucho, pero, ojo, en otras cosas corremos el riesgo de retroceder y de retroceder demasiado rápido. Me parece que la mayor parte de los cambios que está haciendo este Gobierno no son para bien del país y de la democracia. Cualquier restricción de las libertades va en contra de la democracia y del país.

Volviendo a los protagonistas de La isla mínima. ¿Por qué funciona tan bien el tópico de poli bueno y poli malo?

Pues porque en la realidad existe. Yo, las veces que he tenido algún problema, me he dado cuenta enseguida.

Problemas…. ¿Qué problemas?

Nada serio, que te pidan que te identifiques o esas cosas que últimamente hemos sufrido casi todos. Y si van en pareja te das cuenta de que uno suele ser más amable y otro más seco. Se reparten los papeles y parece que les funciona.

¿Eres consciente de que mucha gente va a encontrar similitudes, sobre todo estéticas, entre tu película y la serie True Detective?

Claro que soy consciente. De hecho, ya lo han dicho. Pero, mira, nosotros rodamos entre octubre y noviembre, y True Detective se estrenó en febrero del año siguiente. Me lo han dicho muchas veces, pero es literalmente imposible. Recuerdo que estaba en la sala de montaje con la película, cuando Raúl Arévalo, que interpreta a uno de los dos policías me envió, una foto Matthew McConaughey y Woody Harrelson con un texto que decía: “Nos han copiado”. [Risas]. Y yo le mandé una foto de lo que tenía en pantalla en aquel momento, que era una imagen de mis dos actores vestidos casi igual y casi en la misma actitud.

¿Has visto la serie?

Ha sido una de esas casualidades increíbles. Y hay más puntos en común entre la película y la serie por lo poco que he visto. Elegí no verla porque con lo poco que vi, me deprimí: ¡se parecía demasiado!

¿Crees que esto puede afectarle negativamente a La isla mínima?

No, para nada. Si alguien la compara, la estarán comparando con algo de una extrema calidad. Con una serie que ha sido un exitazo. Así que si la comparan no es tan malo. Ojalá nosotros hayamos estado a la altura de una serie tan fantástica.

El director sevillano Alberto Rodríguez. Foto: Roberto Villalón.

El director sevillano Alberto Rodríguez. Foto: Roberto Villalón.

Hay dos referencias directas a Truman Capote en la película. ¿Cuánto hay de él en esta cinta?

Esto se lo tendrías que preguntar a Rafael Cobos, el otro guionista, pues fue él quien metió esas referencias en la película. Creo que nombrarlo fue simplemente episódico, no lo tuvimos como referencia literaria. El que sí fue una referencia clara fue Roberto Bolaño y su novela 2666. Era un punto de fuga al que siempre acudíamos cuando nos perdíamos Rafael y yo. Tuvimos en cuenta su forma de relatar, esa forma de contar un lugar en el que la mujer no le importa a nadie, la forma de investigar. Nos centramos, claro, en el libro que hace referencia a Santa Teresa, a Ciudad Juárez.

Sin embargo, parece que en la dirección de arte y el vestuario sí hay algo de capotiano. Al menos en la obsesión que Truman tenía de fijarse hasta en el último detalle y de su maestría para utilizarlos de forma tanto estética como narrativa.

Puede que eso sea cierto. Fernando García, el jefe de vestuario, hizo un trabajo estupendo. Se fue al pueblo donde íbamos a rodar y visitó al fotógrafo del pueblo para pedirle fotos de la época. A partir de ahí nos quedamos con bastantes cosas que funcionaron muy bien. Para el vestuario de los dos policías protagonistas, Fernando se inspiró en fotografías de un verdadero agente del año 1980.

¿Un verdadero policía de 1980?

Sí, un policía de Madrid que se llama Bernardo y que ahora debe de tener sesenta y pico años. Fue muy amable. La cosa es que él trabajaba en la seguridad de un diplomático que residía en España, pero viajaba constantemente y se hacía fotos también constantemente por su trabajo; fotos en las que estaba de servicio pero vestía de paisano. Tenía una forma muy peculiar de vestir y nos sirvió mucho.

Ya desde el principio de la película llaman muchísimo la atención esas tomas aéreas de las marismas a lo Yann Arthus-Bertrand. ¿Era una forma de mostrar un mapa delicado de la zona?

Esos planos son en realidad fotos que más tarde se animaron digitalmente. Son imágenes de Héctor Garrido, que es el fotógrafo que tiene el CSIC en Doñana. Esas imágenes son un estudio sobre fractales: formas que se repiten desde lo microscópico a lo más enorme. Él ha hecho vuelos desde hace unos ocho años por la zona y fue muy amable al dejarnos algunas fotografías. Luego hay otras tomas que sí hicimos nosotros con un dron. Menos mal que el Gobierno todavía no había prohibido su uso para cuestiones artísticas. Si tuviéramos que rodar ahora, no habríamos podido hacer esas escenas.

De izquierda a derecha, Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, protagonistas de 'La isla mínima'.

De izquierda a derecha, Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, protagonistas de ‘La isla mínima’.

¿Qué le pasa a los políticos españoles con el cine español?

Nos han colgado un san Benito con una campaña de descrédito absoluto por parte de la derecha.

Pero ¿por qué? ¿Es un ajuste de cuentas por acciones que el mundo del cine realizó en el pasado?

Ha habido un enfrentamiento y un montón de malos entendidos por una parte y por otra, pero realmente creo que esa campaña de descrédito dirigida no sólo va contra un sector, sino también contra una industria. ¿Qué pasaría si el ministro de industria, por ejemplo, dijera que el acero español es una mierda?… Pues el ministro de Hacienda sí ha dicho que el cine español no tiene calidad. Lo que hay que hacer es buscar una solución. Tenemos que cambiar la visión que le han vendido al público de lo que es el cine español, porque no es verdad. No tiene nada que ver con la realidad. La mayor parte de la gente que trabaja en la industria del cine es asalariada como tantos millones de españoles.

¿Qué expectativas tienes del paso de La isla mínima en la competición del Festival de San Sebastián?

Espero que haga ruido. Que le dé visibilidad a la película y publicidad. Todos los recuerdos que tengo de San Sebastián son estupendos. La última vez que vine fue con 7 Vírgenes, y Juanjo Ballesta ganó la Concha de Plata al mejor actor, y se lanzó muy bien de cara a la taquilla, que es realmente lo que vamos buscando, que el premio sea la taquilla.

‘La isla mínima’ se estrena en cines el próximo 26 de septiembre.

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Comentarios

  • Octovisuals

    Por Octovisuals, el 20 febrero 2015

    El uso de drones no se prohibió, sino que para empezar no estaba permitido volar drones en general en España al no haber regulación concreta, y eso en aviación significa que por defecto no está permitido.

    Fue el 5 de julio de 2014 cuando entró en vigor la primera legislación, que todavía se mantiene, y permite el vuelo con drones con ciertos requisitos y restricciones hasta que salga próximamente la nueva legislación, algo menos restrictiva y realista al parecer (esperemos).

    Otra cosa es que aquí casi todo el mundo hace lo que le da la gana como le viene en gana y no parece pasar nada… Pero eso es otro tema.

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