‘Atlantic City’, el espejismo de los golpes de suerte

Un fotograma de la película 'Atlantic City'.

Un fotograma de la película ‘Atlantic City’.

Un fotograma de la película 'Atlantic City'.

Un fotograma de la película ‘ Atlantic City ‘.

Lou y Sally -unos inmensos Burt Lancaster y Susan Sarandon– transitan por la desaliñada ciudad de Atlantic City, compartiendo una historia común con ese asfalto que se derrumba bajo el polvorín para intentar resurgir. Historias de fracasos, vanas esperanzas de un golpe de suerte que te cambie la vida. Como en el casino. Espejismos… Hoy traemos a ‘Viernes de Cine’ una obra maestra de Louis Malle, firmada en 1980: ‘Atlantic City’.

Cuando hasta en los hospitales se introduce espectáculo patrocinado por las casas de juego, es que el porvenir se ha tornado incierto (además de hortera). A veces las ciudades, hundidas por las crisis, las mafias y la especulación, se dejan llevar por la vana ilusión de una nueva era. Una era alimentada por nuevos y modernos negocios, un comercio que se sirve en bandeja a los ingenuos habitantes como promesa de un futuro mejor y que casi siempre acaba siendo un espejismo, un renacer de cartón. Un claro ejemplo de ellas es la ciudad en la que el maestro Louis Malle (1932-1995) desarrolla para el cine, en 1980, las historias de Lou y Sally, de Dave, Chrissie o Grace, y a través de ellos, una visión realista sobre la extraña condición humana y su no menos complejo entorno.

Atlantic City, el lugar que da título a la película que les propongo hoy, fue la segunda incursión en el cine norteamericano del añorado director de Lacombe Lucien, Milou en Mayo o Au revoir les enfants, y para cuyo proyecto eligió un guión escrito por John Guare, autor de teatro estadounidense admirado por Malle. Una película que es una suerte de retrato emocional y conmovedor, en el ámbito de una población, que, derribada y alzada una y otra vez, permanece encadenada al colapso de lo nunca totalmente realizado. Como sus moradores.

La ciudad de Atlantic City se encontraba a finales de los años 70 en el epicentro del cambio de época; una ciudad deteriorada, antiguo lugar de recreo, entretenimiento y negocio de viejos aficionados a la prohibición y a las vacaciones atlánticas, y que, en plena decadencia tras la legalización del juego, trata de evitar su deterioro borrando de su paisaje lo impersonal de su pasado, para reemplazarlo, sin medida, por un mundo nuevo que no tiene visos de ser ni menos superficial ni menos avieso.

En este melancólico y rudo escenario convergen la vida de Lou (Burt Lancaster), un emotivo viejo y fantasioso gánster de medio pelo, inventor de historias sobre un antiguo poder y virilidad, que sobrevive al hambre con pequeños trapicheos en apuestas y ejerciendo de cuidador y amante de la mujer que un día amó y que en su época decidió elegir a su mejor amigo para casarse, y la vida de Sally (Susan Sarandon) la joven vecina a la que Lou espía y de la que se siente prendado, una aspirante a croupier cuyo único sueño es ser algún día la primera mujer al frente de una mesa de juego en el casino de Mónaco, al que ella sitúa en su ignorancia en la glamourosa Francia.

La historia, en manos de Malle, combina la lucidez y la ironía, la delicada y precisa mirada; no en vano el ejercicio de documentalista en su juventud es el sello más personal de este director, que parece retratarlo siempre todo desde una distancia natural, sin juicio a favor o en contra hacia los que se refugian en sus mentiras, piadosas o no, con las que sobrellevar la carga de la funesta e inevitable degeneración de sus vidas, de sus edificaciones, de sus cuerpos, de sus sueños, de sus pasados, de sus presentes. Pasado y presente mostrados por Malle frente a frente a ratos, de lado a veces, cerca y muy lejos en otras ocasiones, y que encarnan dos caracteres personificados en las dos inolvidables actuaciones, la de la joven y prometedora Sarandon (entonces pareja y musa del director francés) y la de un soberbio Lancaster cuya mirada traspasa el pensamiento y acerca hasta casi tocarlo el sentimiento abrumador del hombre fracasado y, sin embargo, esperanzado por un golpe de suerte, negra, pero suerte al fin y al cabo.

Y es que a veces la suerte, sea del color que sea, es lo único que puede salvarnos, cuando “el ritmo se apaga…, equivocas los caminos y los afectos”. Véanla, ya me cuentan.

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Comentarios

  • Álex Mene

    Por Álex Mene, el 06 febrero 2018

    Una gran película.

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