‘Aventurina’: talleres para reciclar vidrio y salvar montañas

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Uno de los talleres en la masía barcelonesa de ‘Aventurina’.

Llevan 10 años enseñando a las nuevas generaciones la importancia del vidrio y de su reciclaje. En esta sección, atenta a las experiencias más interesantes en torno al reciclaje, visitamos hoy Can Fusteret, la masía de ‘Aventurina’, el proyecto de María y Ferran en l’Ametlla del Vallés, a 35 kilómetros de Barcelona, para convencer a pequeños y grandes de los valores del vidrio en el ciclo de la naturaleza. «En un contexto rural, frente a las montañas, podemos explicar a los niños que si seguimos consumiendo arena de las montañas para hacer vidrio y no reciclamos, un día u otro, nos quedaremos sin montaña».

Frente a quienes subestiman las iniciativas individuales, frente a quienes piensan que de nada sirve el compromiso individual si la colectividad no acompaña y, sobre todo, frente a quienes piensan que un gesto, un simple gesto, no puede ser el inicio de una cadena que convierta ese primer gesto personal en un gesto colectivo, encontramos a María y a Ferran, que han hecho de su pasión por el vidrio el centro de su actividad y de su voluntad por concienciar a la gente de la necesidad de relacionarnos de forma más sostenible con el vidrio, su principal objetivo.

Llevando a cabo su proyecto, entre el verde y alejados del ajetreo urbano, a pocos kilómetros de l’Ametlla del Vallés, uno de los principales centros habitados del Vallés Oriental, a 35 kilómetros de Barcelona, encontramos a María y a Ferran, los responsables de Aventurina, un proyecto nacido hace ya diez años con “la inquietud de transmitir a los niños todos los valores que tiene el vidrio y su papel imprescindible para el ciclo de la naturaleza, para la sostenibilidad y la gestión de los recursos”, nos comenta María.

Ha pasado una década, han vencido la crisis económica, que les golpeó como a tantos otros, se han reinventado, y la energía sigue siendo la misma, incluso mayor; la voz y la actitud de María son prueba de ello. Lejos queda ya aquel horno con ruedas con el cual María y Ferran comenzaron a ir de colegio en colegio transmitiendo la cultura del vidrio; con la crisis, aquel horno viajero tuvo que detenerse, “los colegios nos dijeron que ya no podían contratarnos para que fuéramos a sus instalaciones, pero que querían seguir colaborando con nosotros. La única manera que había para poder seguir trabajando con las escuelas era ofrecer nosotros un local donde acoger a los alumnos”. Se detuvo, por tanto, el horno, pero no el proyecto de María y Ferran. En un primer momento, decidieron alquilar un local donde poder realizar sus talleres y acoger a grupos de niños acompañados de sus profesores; consiguieron llenar de inmediato aquel local que, sin haberlo previsto antes, estaba irremediablemente destinado a ser provisional, pues, tras dos años, tuvo que ser sustituido por una instalación estable en la que poder acometer todas las actividades de forma permanente.

Ese fue el origen de Can Fusteret, una masía convertida, hoy día, en sede emblemática de Aventurina, en el lugar donde María y Ferran llevan a cabo su labor de concienciación y sus talleres. “En un contexto rural, frente a las montañas, podemos explicar a los niños que si seguimos consumiendo arena de las montañas para hacer vidrio y no reciclamos, un día u otro, nos quedaremos sin montaña”, nos explica María, quien se muestra entusiasmada por el interés creciente hacia su proyecto, un interés que les ha obligado a adquirir otro espacio, cerca de Can Fusteret, para “desdoblar el espacio y la oferta”.

En Can Fusteret, es difícil encontrar un día en que la masía no se llene de alumnos de algún centro educativo catalán; cinco horas de actividades vinculadas al reciclaje y la reutilización del vidrio es la oferta que, a lo largo de todo el año, ofrecen María y Ferran, para quienes el arte juega un papel central como herramienta de formación y concienciación de la práctica recicladora. “La parte artística es el lenguaje para explicar la utilidad del reciclaje; no es la finalidad en sí misma, sino que es la herramienta que utilizamos para transmitir los valores del reciclaje”, nos comenta María. Los niños aprenden a través de la experiencia, creando objetos a partir de la reutilización del vidrio. “Para explicarlo, lo que hacemos es crear vidrio glaseado; es decir, trabajamos con vidrios de colores, los picamos y los fundimos para que la gente vea que es verdad que el vidrio es infinito”. Convencidos de que “la concienciación se realiza a través de la práctica”, Ferrán y María han desechado de sus actividades los clásicos test de pregunta y respuesta, las tarjetas de ejercicios y la clase magistral, en favor de la manualidad, como vía no sólo de concienciación, sino de sensibilización.

Hay niños de todas las edades –los más pequeños tienen apenas tres años-, incluso podemos encontrar adultos, interesados en descubrir las propiedades del vidrio y los beneficios para el ecosistema que conlleva un uso responsable del vidrio. Le preguntamos a María: ¿Hay, por tanto, interés real en el reciclaje? “Lo hay, pero todavía el interés y el conocimiento acerca de los beneficios del reciclaje es bajo”. La afirmación se hace más evidente cuando, al preguntar a los niños quién recicla en casa, son todavía pocos quienes levantan las manos; por eso es particularmente importante explicar a los niños en qué consiste el reciclaje y qué cosas se pueden hacer evitando que los envases de vidrio vayan al vertedero sin separar.

“Enseñar a los niños es una forma de enseñar a los adultos”, pues tras haber participado en las actividades organizadas por Aventurina, los niños regresan a sus casas concienciados de que el vidrio no se puede tirar de cualquier manera y convencen a sus padres de que hay que reciclar. “Los niños vuelven a sus casas sintiéndose los superhéroes del reciclaje y con el deber de construir una papelera para el vidrio que deberán llevar al iglú correspondiente”, comenta María, quien hace hincapié en la importancia de la pedagogía.

¿Pero cómo concienciar a los niños en una sociedad donde los adultos a menudo muestran desinterés? María es positiva: “Aunque aún representan un porcentaje pequeño, cada vez hay más padres concienciados respecto al consumo; son padres que consumen cultura, van a los pequeños comercios y adquieren productos locales; en definitiva, consumen de forma responsable”. Le insistimos a María: ¿por qué esta desmotivación? “Es un tema de política de país y de pedagogía. Creo que hay algo de dejación general, reflejo del desinterés de las distintas instituciones políticas por las iniciativas vinculadas a la ecología, considerada todavía hoy un tema menor dentro de los proyectos de los diferentes partidos. Nosotros insistimos constantemente en convencer a la gente de que reciclando se hace un bien al planeta y a la sociedad. Sin embargo, esta idea todavía no ha calado del todo en la sociedad española. Hace falta más pedagogía”.

Así que, según María, en ese camino que queda aún por recorrer, los niños son la esperanza de Aventurina, puesto que ellos representan la posibilidad futura de una renovada relación con el medio ambiente y de una responsable conciencia de lo decisivo de algunos hábitos para la sostenibilidad del ciclo. «La gente debe ser consciente de que, en el momento de consumir, tenemos que saber qué compramos, en qué invertimos nuestro tiempo y el tiempo de nuestros hijos”. El reciclaje, concluye María, es una pieza más en el engranaje «de un compromiso global que debe afectar a todos nuestros hábitos».

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