¡Qué bello es viajar!

Foto: Pixabay.

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Llegamos a la entrega 16 de nuestra serie ‘Relatos de Agosto’ en torno al deseo, en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado. Hoy proponemos volar y bucear.

 Por BEGOÑA ALONSO IBÁÑEZ

En el aire

No comparte la alegría de sus hermanos, se aburre. Con los ojos cerrados domina el terreno cercano a la madriguera. Sueña que su pelaje se transforma en plumas y que vuela como el águila del acantilado.

En mitad de la pradera, agotado de batir las orejas para elevarse, mira a lo alto y suplica que le enseñen a volar como ellos. Oye el zumbido del picado, cierra los ojos y se acurruca manso sobre la hierba. Siente la sacudida y cómo sus patas patalean en el vacío. Cuando abre los ojos, desde lo alto, contempla el mundo que se aleja con rapidez ¡está volando! Es como lo imaginaba, aunque no sabía que volar doliera tanto.

 

En el fondo del mar

Siempre me fascinó el mundo submarino. Ante las grandes cristaleras de los acuarios se aquietaban mis latidos. Al vuelo de las mantas rayas ponía un acorde, al rápido paso de los tiburones otro y así hasta componer una sinfonía sorda de aquel universo húmedo. Delante de aquella vitrina donde bailaba una pareja de caballitos de mar alados, quise conocer la música que trenzara todos los movimientos oceánicos.

El día que aquel golpe de mar me sumergió en su humedad salobre no opuse resistencia. Con gusto sentí su abrazo tantas veces imaginado. Mientras descendía, abrí los ojos en busca de las vidas que poblaban aquella profundidades y el concierto inició sus acordes al compás de la primera criatura marina. Me hundía con los glissandos, me agitaba en los ostinatos, hasta depositarme en el fondo marino en la coda final. Al ver la estrella de mar prendida de mi barba, supe que por fin formaba parte de aquel mundo submarino, mi mundo, del que nunca debí haber salido.

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