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Ángel Zapata: “No hay escritura sin ideología”

Por bonsauvage, el 21 de julio de 2016, en Buensalvaje Entrevistas

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El escritor Ángel Zapata. Foto de Carlos Pardellas.

El escritor Ángel Zapata. Foto de Carlos Pardellas.

POR JIMENA LARROQUE ARANGUREN

No sólo el lenguaje es incapaz de contener la realidad sino que es destructor de verdad. ¿Qué hacer entonces? Destruir y reconstruir de otro modo. Alumbrar la contingencia. Esto es lo que hace Ángel Zapata (Madrid, 1961) en Materia oscura (Páginas de Espuma, 2015), una recopilación de relatos sobre los que ha trabajado durante cinco años. Cualquiera puede pensar que los sustantivos caen del cielo como si tanto diera un huevo frito que unos alicates, pero hay en el fondo un convencimiento de azar necesario. Importa la estructura sintáctica de cada frase: si se quita una coma o se añade una subordinada, la composición se viene abajo. Zapata retoma el legado de los poetas malditos y de los surrealistas en su esencia transgresora. Propaga la llama de lo pulsional liberando las cadenas del subconsciente. El-cadáver-exquisito-volverá-a-beber-el-vino-nuevo.

Estos cuentos son también poesía: las palabras son objetos pulidos, y cada relato, un artefacto articulado o el resultado de una destilación. ¿Artesano, alquimista, o ambos?

Es verdad que como escritor de relatos he tenido siempre muy presente el ideal de la obra bien hecha, que en último término es artesanal. En los textos de Materia oscura, sin embargo, tanto lo artesanal como lo estético quedan entre paréntesis, y he buscado, ante todo, la intensidad y el poder de perturbación. Esto responde a una aspiración específicamente surrealista: poner en juego el ser por medio del lenguaje, y en la escritura de este libro he intentado hacerlo siguiendo el doble movimiento alquímico de la disolución y la conjunción. En cada texto, pues, hay una primera operación de ruptura que afecta al régimen de la significación, es decir: a los códigos, los dispositivos y las prácticas significantes tenidos por válidos en esta sociedad. Y hay después una segunda operación, por la que esos elementos disueltos se reúnen en una nueva configuración, y crean su propio plano de consistencia, que no es estético sino espiritual. Sin embargo, no he perdido de vista que el resultado del proceso no puede ser una síntesis apaciguadora, no puede ser “lo esencial conseguido” a que se refería Juan Ramón, ni ningún tipo de oro alquímico. El resultado ha de ser algo del orden de la alusión, del ponerse una vez más en camino… Y esto es así porque el espíritu tiene su matriz en la materia y en el tiempo, y en esta sociedad inhumana, miserable e indigna, sólo puede reconocerse a sí mismo en la alienación, el extrañamiento y el exilio. De otro modo estaríamos en lo que Arthur Machen llamaba “la mentira literaria”. Es decir: estaríamos simulando de mala fe, en el espacio de la representación, una armonía y una reconciliación puramente ideales, que la realidad histórica desmiente.

La escritura requiere tiempo y trabajo. ¿Considera las prisas en la escritura como un imperativo del mercado que obviamente no sigue?

Es cierto que no lo sigo. “Mercado” es una palabra bonita, elusiva, casi de terciopelo, que en este caso designa la industria editorial capitalista, en la que no hay nada bonito ni suavidades de ninguna clase. Lo que hay es negocio, dinero. Hay dinero, mucho, para los grandes grupos editoriales. Y hay dinero y regalías, por extensión, para l@s ejecutiv@s y l@s autor@s que en un grado o en otro ya pertenecían por nacimiento a las clases dominantes de este país, o para los compulsivos del ascenso social, de los que no conozco más que dos o tres casos exitosos. Para los demás hay las migajas que a aquellos otros se les caen de la mesa, y como son gente bien educada saben comer sin echar migas. Yo no soy ni pijo ni trepa. Si a la hora de escribir siguiera “los imperativos del mercado” creyendo que con eso podré obtener un día mi parte de la tarta sería un necio, y no tendría ni idea de en qué clase de sociedad vivo. Y aparte es que el dinero me deja frío (puesto que no es un deseo infantil), y en materia de tartas me quedo con las de hojaldre y crema.

Hace cien años, en 1916, Tristan Tzara fundaba el dadaísmo y André Breton publicaba en 1924 el Primer manifiesto surrealista. ¿Qué nos proporciona una visión surrealista del mundo?

El surrealismo prolonga en el siglo XX la tradición del Gran Rechazo que se inicia con el movimiento romántico, y cuya antorcha toman después el simbolismo y el decadentismo. Es, en consecuencia, un movimiento anticapitalista y antiburgués, y el poeta Mario Cesariny lo resumió de un modo clarividente al definirlo como “un proyecto político de vida poética”. En este sentido, los surrealistas reivindicamos valores como la rebelión, la utopía libertaria, lo sagrado inmanente, el amor, lo pasional o el sueño. Todo ello supone navegar a contracorriente, qué duda cabe. Pero es que tenemos un oído muy fino, y sabemos que el rumor de fondo que se escucha desde hace unos años no es el oleaje recurrente de la Historia, como nos quieren hacer creer, sino una inmensa catarata.

Dedica el libro a personas vinculadas al Grupo Surrealista de Madrid y a la CNT, aparte de mencionar a Néstor Majnó, revolucionario anarquista ucraniano, en su última página. ¿No hay escritura sin ideología? ¿Y qué queda de la función social de la literatura en lo que se publica hoy?

No hay escritura sin ideología, en efecto. Y en este sentido, el 99% de la literatura que se publica hoy tiene una función clarísima, que es la de legitimar y hacer pasar por “normal”, e incluso por deseable, un orden basado en la dominación de una clase sobre todas las demás (y en la creciente exclusión de los sectores exprimidos y saqueados), y todo ello apuntalado sobre el control social, las formas institucionalizadas del terror, y una progresiva criminalización de la disidencia. En la narrativa –y salvo unas pocas excepciones, ya digo–, el predominio abyecto del discurso del Amo es abrumador. No hay apenas narrativas rupturales. Y como mucho uno se tropieza aquí y allá con el discurso humanista de las almas bellas: ese tipo de sensibilidad que se rasga las vestiduras por el escándalo del trabajo esclavo, pero que ni por lo más remoto cuestiona lo que lo hace posible: el derecho irrestricto a la propiedad privada de los medios de producción, sustentado, en último término, sobre los tribunales, la policía y la cárcel.

¿Cómo deberían leerse sus poema-relatos, algún consejo de lectura?

No sé, cada lector o lectora elige su modo de acercarse a los textos ¿no? Lo que sí puedo decir es que la escritura de Materia oscura no se dirige a la conciencia sino a lo inconsciente, no aspira a decir algo, sino a hacer algo, a producir efectos en la sensibilidad de l@s lector@s. Por lo mismo, tampoco le habla al “yo”, sino a esa parte anónima que en cada un@ de nosotr@s nunca va a dejar de clamar por una vida realmente vivida.

Sus cuentos hablan de la casualidad, de la creación y de la destrucción. ¿Por qué empeñarse en escribir y enzarzarse con las palabras?

Esto tiene que ver con lo que apuntaba hace un momento: para el deseo de una vida realmente vivida no hay lenguaje. No sabemos imaginarla ni decirla. Y se trata aquí de una incapacidad inducida. Día tras día somos manipulados, idiotizados e intimidados por las instituciones y los medios de comunicación social para que perdamos pie en nuestras verdaderas necesidades y nuestros verdaderos deseos, deseos que no pasan por obedecer como niños buenos, comprar como gilipollas, tragar con lo que nos echen, y vivir recluidos en una vida privada (que está privada, en efecto, de todo lo fundamental). Yo no escribo para expresar lo que pienso y siento, puesto que pienso y siento como me han enseñado a hacerlo. Escribo porque apenas tengo otro modo de saber qué piensa y siente esa parte que en mí no “casa” con nada, ese fragmento perdido que soy, todavía luminoso y vivo en la medida en que ha escapado al destrozo del adoctrinamiento social.

Me ha parecido ver cuadros abstractos al leer los textos. Antes de ser cubista, Picasso pintaba como Miguel Ángel. ¿Pensar que hay etapas antes de llegar a la deconstrucción responde a una visión conservadora de la escritura?

Es difícil contestar. La palabra poética perturba y desvela, lo decía antes, y esta potencia de perturbación y desvelamiento no puede enseñarse ni aprenderse: se contagia. Actúa –como dice Platón– “como un fuego que enciende otro fuego”. Sólo que para ello, claro, hay que exponerse; y en este sentido, el conocimiento profundo y apasionado de la tradición poética me parece sencillamente imprescindible. No obstante, el peligro aquí es tomar el rábano por las hojas y convertir la tradición en norma, y la creación en procedimiento. Aparte de esto, tu alusión a la pintura abstracta es muy certera. Mientras escribía Materia oscura, en efecto, tenía muy presente el tipo de sensibilidad plástica derivada de la ruptura surrealista que se encuentra en Bacon, e incluso en Pollock.

Hay escritores que le han marcado mucho, como André Breton y Medardo Fraile, admiradísimos suyos. Dígame algunos más y qué le enseñaron.

De Breton y Medardo (dos hombres tan distintos) espero haber aprendido el compromiso apasionado con el espíritu, y el desdén –lúcido y tranquilo en Medardo, beligerante en Breton– hacia todo lo que no sea eso. De Henri Michaux, la comprensión de la escritura como un modo de exilio y extranjería. De Alejandra Pizarnik, la audacia de escribir allí, y sólo allí, en donde el suelo se abre. De Benjamin Péret, el delirio. De Maurice Blanchard, una cierta forma, serena pero firme, de convocar la visión. De C. G. Jung, la capacidad de entrar y salir por esa puerta a lo maravilloso que abre la locura, algunas locuras… Y lo dejo, porque me temo que la lista se haría casi interminable.

También es profesor de escritura creativa. Flaubert le decía a Maupassant que, antes de escribir, se sentara delante de un árbol y lo observara hasta que no se pareciera a ningún otro árbol. ¿Cómo se enseña a escribir?

Acompañando al alumno, hasta donde es posible, en el proceso de descubrir que no hay árbol.

Muchos de los cuentos de esta Materia oscura están dedicados a un sinfín de personas: es entrañable ver esta tupida red de afectos, una gran convocatoria de amigos para el final.

En las dedicatorias de Materia oscura no hay apenas nombres del entorno literario, y sí, en cambio, compañeros de militancias y gente muy querida para mí. Decía Gracián que “se vive con el entendimiento, y tanto se vive, cuanto se entiende”. En parte es verdad. Pero es verdad también que lo que hace real a la vida y nos apega a ella no es lo que entendemos, sino lo que amamos. Breton afirmó lapidariamente que no hay solución fuera del amor. Yo estoy convencido de que no hay solución, no hay solución ninguna (todo lo más hay parches). Pero el amor, ciertamente, es lo que hace casi soportable que no la haya.

Ángel Zapata (Madrid, 1961) es profesor de escritura creativa en la Escuela de Escritores y autor de La práctica del relato (1997), Las buenas intenciones y otros cuentos (2001), El vacío y el centro. Tres lecturas en torno al cuento breve (2002), La vida ausente (2006) y Materia Oscura (2015).

Jimena Larroque Aranguren (Bilbao, 1980) ha impartido clases como profesora de Civilización Hispánica en varias universidades francesas. Colabora en diversos medios culturales.

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