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Los escritores inútiles

Por bonsauvage, el 13 de febrero de 2017, en Buensalvaje Opinión

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Gloria Swanson en El Crepúsculo de los Dioses

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Manuel Guedán escribe en la sección «La costa suiza» contra los escritores que se reivindican como inútiles.

Por Manuel Guedán

Andrea Camilleri: “Escribo porque no sé hacer otra cosa”. Ana María Matute: “Es la única cosa que sé hacer”. Patrick Modiano: “Creo que uno escribe porque no sabe hacer otra cosa”. Elvira Lindo: “Porque no sé hacer otra cosa; no sabría vivir de otra manera”. Bastaría rastrear un poco para encontrar muchas más del mismo estilo, pero estas declaraciones son suficientes para darse cuenta de que estamos ante un lugar común que frecuentan muchos autores cuando alguien les formula la empalagosa pregunta de “¿por qué escribe usted?”. Y es que cuando a uno le ponen una peana o un pódium delante, ya sea por vanidad o por cortesía, lo suyo es subirse.

No sé muy bien cómo va la cosa en otras profesiones ya que rara vez se pregunta a maquetadores, funcionarios de correos o farmacéuticos el porqué de su oficio. Esto es privilegio de los artistas, cuando quizás fuera más interesante y más revelador de nuestro funcionamiento como sociedad el cómo llega uno a ocupar puestos que de joven casi ni sabía que existían o, en todo caso, que no le interesaban lo más mínimo. Y no digo yo que los escritores no merezcan más espacio que otros en la esfera pública para hacernos saber sus pensamientos, pues muchos de ellos los tienen de muy buena calidad y da gusto leerlos, pero quizás no era esa la pregunta, tan boba y fácilmente mistificable, la que había que dejarles botandito y sin portero.

El problema de este tipo de respuestas es que son falsas, pero no falsas como cuando Bolaño daba en cada entrevista respuestas caprichosas sin importarle que se contradijeran unas con otras, burlándose así de la propia fi gura pública del escritor, no, son falsas e indecorosas. Me juego el sueldo de un mes a que todos ellos habrían aprendido esas cosas que aseguran no saber hacer si su suerte, su condición social y su calidad como escritores —pues suele hacer falta un poco de cada para labrarse una carrera— no se lo hubieran permitido. Nadie nace sabiendo usar el inDesing, ni conociendo los rudimentos de la mensajería, ni sabiéndose el vademécum al dedillo, ni todos lo aprenden por vocación o deseo. Incluso, mucha gente se pone a ello pasada la cuarentena.

Es una lástima que este tipo de respuestas, un tanto ensimismadas, sirvan para apuntalar el mito del intelectual incapacitado para las cuestiones de orden práctico y acristalar así los binomios mente/cuerpo y ars/téchne que deberían dormir ya el sueño de los justos. Precisamente en esa dirección van las más impúdicas de este tipo de declaraciones (que muy ladinamente me he dejado para el final); Santiago Roncagliolo: “Debería decir que escribo porque no sé hacer nada más: no sé montar bicicleta, llevo un año tratando de sacarme el carné de conducir, no entiendo las declaraciones de Hacienda y, cuando se estropea el ordenador, la única solución que se me ocurre es llorar hasta que se arregle solo”. Y ya el colofón, Javier Cercas: “Escribo porque no sé hacer nada útil, ni siquiera atarme los cordones de los zapatos: si supiera curar a los enfermos, no escribiría; si supiera rematar en plancha un libre indirecto, créanme, no escribiría”. Son dos buenas raciones de falsa humildad y de atrincheramiento en el edénico jardín del artista sin ombligo, donde lo pragmático y lo mundano no tienen lugar y son virtudes exclusivas de, valga la paradoja, los prosaicos.

Sin embargo, los que tienen ombligo, y aun más, su actividad inútil favorita es desenmarañarse la pelotilla que cada día hace allí su nido, habrán comprobado que esta inutilidad difícilmente granjea los suculentos contratos que firma Cercas por escribir. De donde deduzco que entre las escasas cosas que sabe hacer un inútil está la de distinguir, de todas las cosas inútiles, las que lo son de las que no (aunque los primarios útiles no se den cuenta).

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