Un buen servicio a domicilio

Desnudo femenino. Foto: Helmut Newton.

Desnudo femenino. Foto: Helmut Newton.

Desnudo femenino. Foto: Helmut Newton.

Desnudo femenino. Foto: Helmut Newton.

“Cuando la señora Esperanza abrió la puerta desnuda, el repartidor de Teletienda retrocedió hasta el ascensor”. “¿Qué edad tienes? ¿Veinte? No te echo más. Mi hijo tendría más o menos tu edad”. Seguimos así, con Inma Porcel, con nuestra serie de Relatos de Agosto en torno al cuerpo de la mujer.

Por INMA PORCEL 

Cuando la señora Esperanza abrió la puerta desnuda, el repartidor de Teletienda retrocedió hasta el ascensor y le dijo con acento extranjero que si era inoportuno volvería en otro momento. Pero ella insistió en que ese era un momento tan bueno como otro cualquiera y que le siguiera hasta el dormitorio con el televisor.

La señora Esperanza llevaba viviendo en ese apartamento con su gato Matías desde que se separó de su tercer marido. Una semana antes había cumplido 69 años. Se miró al espejo y decidió hacer algunos cambios en su vida: encargó en Teletienda un televisor para el dormitorio y un tratamiento reafirmante por catálogo que incluía un gel carísimo para pieles con prurito rebelde. Después fue a la peluquería a teñirse el pelo de azul.

Esa mañana recibió la llamada del servicio de reparto para informarle de que su pedido sería entregado en el domicilio a partir de las dos de la tarde. Apenas eran las doce cuando sonó el timbre. El empleado se disculpó contándole que le habían cambiado la ruta y después tenía que hacer una entrega en Alcorcón. A ella le pareció que no debía de llevar mucho tiempo en ese trabajo.

— Ahí mismo. Déjalo encima de la mesita de noche.

El empleado se apresuró a sacar el aparato del embalaje tan rápido como pudo, desenchufó la lámpara y probó a colocar el televisor.

—Es imposible, señora. Se queda muy inestable. Quizá sería mejor instalarlo en esa pared. Así usted puede ver la tele desde la cama. Si quiere vuelvo otro día que le venga mejor…

—No –gritó la mujer corriendo hacia él—. En esa pared no, muchacho. Desde que vi Poltergeist me da un miedo espantoso quedarme dormida frente a un televisor.

Cogió la lámpara del suelo y la puso en la cómoda.

—No es que yo me crea mucho esas cosas, pero nunca se sabe. Mejor en la mesita. ¿No te parece? He oído que los espíritus sólo pueden apoderarse de ti si te pillan de frente o de espaldas. Si estás de perfil ni te ven –dijo encerrándose en el cuarto de baño.

El joven oyó el agua de la ducha. Dejó la televisión en el suelo y desembaló el mando a distancia para sintonizar los canales. De alguna parte salió un gato naranja que se frotó en su pierna, le dedicó un leve maullido y salió de la habitación contoneándose.

–Señora, mejor se lo dejo en el suelo mientras encuentra una mesa adecuada. Una de esas con ruedas. ¿Le parece?

–Estupendo. En la cocina está el monedero. Coge cinco euros. Muchas gracias, muchacho –gritó desde la ducha.

–Si no le importa, esperaré. Me tiene que firmar la entrega.

–Como quieras. Si lo deseas ponte una cerveza. Hoy hace mucho calor.

Recogió el embalaje y fue al salón a esperarla. En cuanto le oyó llegar, el gato salió a su encuentro y volvió a restregarse. Le lanzó un taco de corcho blanco al centro de la sala y Matías corrió dándole toques con la patita de un lado a otro. Al rato pareció aburrirse del juego y se subió al sofá estirándose para que le acariciara. Él se asomó a la ventana; su furgoneta blanca seguía en la esquina.

–¿Por qué no te has puesto una cerveza?–oyó a su espalda.

Cuando se dio la vuelta vio que la mujer seguía desnuda y, descalza, atravesó el salón hasta desaparecer en la cocina. Tras de sí había dejado charquitos de agua como cuando se sale de la piscina. Al minuto volvió con dos cervezas y un plato de aceitunas.

–Tómate esto, muchacho. ¿Te gustan las aceitunas o prefieres otra cosa?

–Tengo prisa, señora. Si es tan amable de firmarme aquí –dijo sacando unos papeles de una carpetita azul.

–Espera, tengo un poco de jamón del bueno…

–No se moleste. Me voy ya, señora. Firme aquí, por favor –dijo tendiéndole la carpeta azul.

–Voy a por el jamón. Siéntate un momento. No tardo un segundo.

El muchacho rehusó la invitación y desde la puerta observó cómo el cuerpo rechoncho de la señora Esperanza se movía arriba y abajo con cada paso. El gato alzó la cabeza y volvió a su lado reclamando caricias. La mujer regresó con el monedero en la axila y una bandeja. Sus huellas de agua en el parquet eran cada vez más tímidas. Le pidió que le sujetara el monedero mientras colocaba el plato en la mesa junto al sofá.

El muchacho dejó el monedero en la mesa como si le quemara.

–Ya está todo. Venga siéntate, y tómate la cerveza con esto.

–Discúlpame, pero es que el gel tiene que permanecer húmedo en el cuerpo al menos media hora. Un rollo. ¿Sabes? Es por los picores. La ducha es lo único que me los alivia. Desde hace meses me hago polvo rascándome. Mira cómo tengo los brazos.

El joven permaneció de pie en el filo del sillón.

–¿Qué edad tienes? ¿Veinte? No te echo más. Mi hijo tendría más o menos tu edad. Murió. Un accidente. La vida es a veces muy cruel, joven. –Suspiró, hizo una pausa y después retomó la conversación–. Pero hay que seguir.

El chico asintió y accedió a darle un trago a la cerveza.

–Tú no eres de aquí, ¿verdad? Aunque hablas muy bien castellano. Admiro a la gente que lucha en esta vida. Tienes pinta de ser del Este.

–De Rumanía. Soy de Rumanía.

–Ya lo decía yo –dijo ilusionada como el que acierta en un concurso televisivo–. Por cierto, ¿qué te parece este tinte azul? Es la primera vez que me atrevo. Le pedí al peluquero que me dejara un mechón de mi pelo sin tintar. Me gustan mis canas. Quiero saber que debajo de este pelo azul estoy yo.

Él alzó los hombros y los dejó caer.

–Voy a por un poco de pan –dijo llevándose su cuerpo rechoncho a la cocina.

El repartidor masculló algo recogiendo nuevamente los envoltorios.

–Señora, me marcho. Que disfrute el televisor –gritó abriendo la puerta de la casa.

–Perdona, muchacho, no te oigo. Por favor, cuida de que Matías no se lleve el jamón. ¿Sabes que los gatos se pueden morir si comen jamón? Creo que es por la sal, se deshidratan y el estómago le sangra, o algo así. Enseguida salgo.

En ese momento vio que el gato se había subido a la mesa. Soltó los cartones y se apresuró a quitarle un trozo de jamón al que ya le había echado la zarpa. Ella salió con una panera.

–Ya está todo. Ahora siéntate y tómate esto antes de irte. Tu trabajo tiene que ser duro. Tienes que cuidar tu espalda. Mírame a mí. Tengo las vértebras apiladas unas con otras –dijo dándose la vuelta y señalando con la mano su espalda torcida.

–Tengo artrosis, escoliosis, osteoporosis y todo lo que acabe en osis… ¡Toca, toca! –dijo cogiéndole la mano y colocándosela en la espalda. Él obedeció con cara de asco.

–Voy a ponerme algo. Me estoy quedando helada. Enseguida estoy contigo.

– Me marcho, señora.

–Muy bien. Hay que seguir con el trabajo. ¿Verdad, chico? A ver, ¿dónde tengo que firmar? –e hizo un garabato mojando el albarán.

El muchacho guardó el papel mojado en la carpeta azul, recogió los envoltorios y se los metió debajo de la axila mientras la señora Esperanza abría la puerta. Después ella debió de acordarse de algo y le pidió que esperara.

Cuando él notó la mano de la señora en el bolsillo de sus pantalones se revolvió como si le hubiera picado un escorpión. Ella emitió un grito seco.

–¡No se equivoque conmigo! ¡Soy un currante!, ¿sabe? ¡No me va eso! ¡Me da asco, joder! y además, está ridícula con ese pelo azul –gritó salpicando de saliva la cara desgarrada de la mujer que, desde el suelo, le miraba con el brazo retorcido.

Entonces, un trozo de corcho golpeó sus dedos y el joven alzó la cabeza. Los ojos color ámbar de Matías le enfocaban sin pestañear. Pensó que nunca había visto a una mujer mayor desnuda, ni siquiera a su madre. Le sorprendió ese pubis medio calvo y los pechos caídos sobre la barriga. El gato se restregó contra su brazo y su mano ancha cedió. De la mano de ella cayó un billete de cinco euros.

–¿Está usted bien, señora?

–Yo perfectamente. Y ¿tú

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Comentarios

  • Mar Sánchez

    Por Mar Sánchez, el 18 agosto 2017

    Muy buen relato, sí señor.
    Como la vida misma.

  • Juana

    Por Juana, el 25 agosto 2017

    Me gusta mucho el relato, la ambigüedad de la situación, pero la ilustración me desconcierta.

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