Caminar como acto de resistencia (1)

Foto: Manuel Cuéllar.

Un paseante entre personajes del artista urbano Suso 33. Foto: Manuel Cuéllar.

Una sociedad tecnificada ha relegado el acto de caminar al mero ocio, cuando no lo ha matado completamente. Sin embargo, los humanos somos lo que somos gracias a haber sido capaces de ponernos en pie y caminar. Decenas de autores y artistas, desde Thoreau, Stevenson, Hazlitt y Shelley a Miró y herman de vrie han sido o son grandes caminantes y han reflexionado sobre el tema. Entre ellos, hoy nos detenemos en el antropólogo y sociólogo francés David Le Breton y su precioso libro publicado recientemente, ‘Elogio del caminar’ (Siruela). Caminar nos resitúa con la naturaleza. Caminar es una forma de resistencia frente a una sociedad que exige que nos movamos deprisa. “Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo”. Ahora más que nunca, caminemos. Mañana, os seguiremos abriendo senderos.

Creo que una de las cosas que más nos definen como humanos es la manera que tenemos de movernos, de desplazarnos. Hablo de lugares, como España, donde existe esa capacidad de elección. En muchos países de África, por ejemplo, miles de niñas y mujeres tienen que recorrer a pie decenas de kilómetros en busca de agua. No hay elección posible. Dentro de España las posibilidades cambian en función de donde viva uno, en las ciudades o en las zonas rurales. Las primeras suelen disponer de un sistema más o menos eficiente de transporte público, mientras que en la España rural ese medio de transporte apenas existe y es un lujo. Es una de las heridas que contribuyen a su despoblamiento.

He ido pocas veces al gimnasio, siempre en Madrid, la ciudad en la que vivo. No tengo constancia para el ejercicio y hacer deporte en lugares cerrados con una música que me disgusta no me estimula demasiado. Una de las cosas que siempre me ha llamado la atención de los gimnasios son las personas que acuden a caminar en una cinta. Supongo que hay quien lo hace por problemas de salud, ¿pero qué sentido tiene mover los pies en una cinta, como si fuéramos ratones de laboratorio? ¿No sería mejor hacerlo al aire libre? Lo más curioso es que muchas de esas personas llegan al gimnasio en coche.

Caminar es otra cosa. No es moverse en una cinta. No se trata solo de mover los pies para mover el corazón. Caminar es una forma de estar en el mundo. En un planeta donde la velocidad se ha convertido en un mandamiento de esta religión laica que tenemos, caminar es una manera de reencontrarnos con nosotros mismos, con lo que nos rodea. Caminar es una forma de resistencia frente a una sociedad que exige que te muevas con prisa, como si lo importante, siempre y en todas las circunstancias, no fuera el trayecto sino el destino.

“Caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Le sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. A veces, uno vuelve a la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo”, escribe David Le Breton en Elogio del caminar (Siruela), uno de los libros más hermosos que he leído jamás sobre esta actividad que acompaña a los humanos desde antes de la invención de la rueda.

Una manera de ser libres y de enraizarnos

El avance de la tecnología nos fue distanciando poco a poco de nuestros pies. El tiempo es también por sí mismo un viajero sin reposo, observaba el gran poeta Basho. Muchos de sus haikus surgieron de la observación pulcra de lo que le rodeaba mientras caminaba. Pero creo que fue con el desarrollo del capitalismo y su visión utilitarista de las cosas y de la vida cuando nació la idea de asignar un valor al desplazamiento en términos económicos. Cuanto menos se tarde en llegar a un sitio, más valor tiene. Esa necesidad es obvia cuando hay que llevar a un enfermo a un hospital, por ejemplo. ¿Pero qué sentido tiene en otras circunstancias? Caminar es algo más que moverse. Es una manera de penetrar en lo que nos rodea, de descubrir nuevos detalles, de ser libres. De enraizarnos.

“Tal vez deberíamos lanzarnos incluso al más corto de los paseos con imperecedero espíritu de aventura, sin descartar la idea de no regresar jamás, dispuestos a que sólo nuestro corazón embalsamado sea repatriado algún día hasta ese reino desolado que ahora habitamos. Si estás preparado para abandonar a tu padre y a tu madre, a tu hermano y a tu hermana, a tu mujer, a tus hijos y a tus amigos, y a no volver a verlos; si has pagado tus deudas, si has redactado tu testamento y has dejado tus asuntos en orden; si eres, por tanto, un hombre libre, entonces estarás listo para empezar a caminar”, escribe Thoreau en Caminar (muy recomendable la edición de Nórdica en la que se incluye también Un paseo invernal).

Mejor a solas

La mayoría de los caminantes prefieren hacerlo solos, como William Hazlitt. “Una de las experiencias más placenteras de la vida es una excursión a pie. Eso sí, yo prefiero hacerlas a solas. Puedo disfrutar de la compañía en un salón, pero al aire libre la naturaleza es suficiente para mí. Nunca me hallo en esos momentos menos solo que cuando me encuentro a solas”, afirma el crítico literario inglés en Caminar, un pequeño ensayo que la editorial Nórdica recoge junto a otro texto, aún más breve, de Robert Louis Stevenson, otro gran caminante. “No deberíamos considerar que una caminata, como algunos nos hacen suponer, es únicamente un modo mejor o peor de observar la naturaleza. Existen muchas formas de disfrutar de un paisaje igualmente válidas, si bien ninguna más intensa, a pesar de los hipócritas diletantes, que desde un vagón de tren. Sin embargo, en una caminata, el paisaje es bastante accesorio. Aquel que verdaderamente pertenece a la hermandad caminante no pasea a la búsqueda de lo pintoresco, sino de ciertos agradables estados de ánimo: la esperanza y la energía con las que comienza la marcha de la mañana, así como la paz y la saciedad espiritual del descanso por la noche”, piensa Stevenson.

Nos devuelve a la sensación del yo

Como vemos, caminar es todo un arte y cada caminante tiene su propia mirada. El libro de Le Breton, breve e intenso, tanto como puede ser una caminata, recorre autores y enfoques del caminar. Lo hace además con una prosa envolvente, poética y muy plástica. Más que leerlo, uno tiene la sensación de estar acompañándole en una bella caminata a través de los libros y de quienes, como él a lo largo de la historia, han pensado que no podemos vivir sometidos a la tiranía del tiempo y de las prisas, de una tecnología que a veces nos esclaviza más que liberarnos. “Caminar, incluso si se trata de un moderno paseo, pone en suspenso temporalmente las preocupaciones que abruman la existencia apresurada de nuestras sociedades contemporáneas. Nos devuelve a la sensación del yo, a la escala de valores que las rutinas colectivas tienden a recortar. Desnudo ante el mundo, al contrario que los automovilistas o los usuarios del transporte público, el caminante se siente responsable de sus actos, está a la altura del ser humano y difícilmente puede olvidar su humanidad más elemental”, nos dice Le Breton.

Creo que caminar se parece mucho a leer, a ese dejarse llevar por una historia o un sendero, a detenerse ante los misterios de la vida, tan cercanos a nosotros, pero que nos resultan tan lejanos a veces.

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