Cómo cambiar nuestra alimentación para evitar pandemias

Cosecha masiva de soja en una granja en Campo Verde, Brasil. Foto: Alffoto.

Cosecha masiva de soja en una granja en Campo Verde, Brasil. Foto: Alffoto.

La mejor vacuna es la naturaleza. Que tu alimento sea tu medicina, que tu medicina sea tu alimento. Ya lo decía Hipócrates: no hay mejor medicina que una alimentación sana. A lo que lógicamente no había llegado aún el famoso médico era a adivinar el impacto que no sólo el consumo, sino la distribución y producción industrializada de alimentos iban a tener sobre nuestro propio bienestar y el del planeta. Con la crisis provocada por el Covid-19 hemos aprendido muchas cosas a marchas forzadas, y algunas muy importantes sobre nuestro menú diario.

Por CELSA PEITEADO, AMAYA SÁNCHEZ Y NYLVA HIRUELAS / WWF ESPAÑA 

Quizá la enseñanza más destacable de estos meses para quienes trabajamos en agricultura y alimentación haya sido descubrir que muchas personas habían olvidado que, para comer cada día, necesitamos que haya otras que produzcan los alimentos. Sin agricultores, ganaderos, pescadores no hay comida en nuestros platos. Esto pone en evidencia, más que nunca, que la desconexión entre campo y ciudad nos impide conocer y valorar a la agricultura como una actividad estratégica.

El segundo elemento para la reflexión es reconocer que no hemos sido capaces de comunicar de manera eficiente el concepto de salud única (One Health, por su nombre en inglés) como la mejor estrategia para protegernos de futuras pandemias. Nuestra salud depende directamente de la de los animales–salvajes o criados- y de la naturaleza que nos rodea. Debemos cuidar nuestra alimentación, pero también el entorno si queremos frenar la transmisión de enfermedades de origen animal a los humanos, y proteger las herramientas, como los antibióticos y otros antimicrobianos, que tenemos para combatirlas.

Sin agricultura nada, sin naturaleza tampoco

En los tiempos que vivimos, con una desvinculación creciente entre el campo y la ciudad, alimentos a mansalva a precios bajos en grandes superficies de venta y apenas tiempo para decidir qué comemos, mucho menos para cocinar, la crisis actual nos ha hecho abrir los ojos. Tras el miedo de los primeros días, incluido el acaparamiento de alimentos, fuimos poco a poco descubriendo y reconociendo la labor que hacen millones de agricultores, ganaderos y pescadores por nosotros cada día. El pánico inicial dio lugar a una mayor visibilidad de las personas que trabajan en el sistema alimentario y que se encargan de llenar nuestras despensas. Pero, para que puedan seguir haciéndolo, hay precisamente que cuidar los recursos naturales, como el suelo y agua, sobre los que se asienta la agricultura y la ganadería.

Sin embargo, en los últimos años, y apoyados por herramientas públicas, como la Política Agraria Común (PAC), hemos asistido a un modelo de industrialización del sistema alimentario que ha arrasado con gran parte de nuestros suelos fértiles, agotado y contaminado ríos y acuíferos y sobrecargado de productos químicos nuestro entorno, poniendo en jaque nuestra propia capacidad para producir alimentos a medio plazo. Hemos pretendido dejar de lado a la naturaleza, obviando los servicios que nos presta de manera gratuita, como el control natural de plagas en los cultivos o la polinización, de la que dependen el 80% de nuestras cosechas.

Comida de baja calidad nutricional y precios injustos para agricultores y consumidores ha inundado los mercados, dejando fuera del sistema precisamente a aquellos agricultores y ganaderos que se niegan a convertir su campo en una fábrica, y que llevan años produciendo alimentos de calidad a la vez que cuidan de la flora y fauna en sus fincas, o luchan contra el cambio climático que nos amenaza. Un claro ejemplo es el de los ganaderos extensivos, cuyos productos compiten sin diferenciación en los estantes con carne industrial de bajo coste, obtenida a base del empleo de piensos importados, antibióticos y condiciones manifiestamente mejorables en cuanto al bienestar de los animales.

Nuestro poder como consumidores 

Ahora que hemos abierto los ojos, es el momento de reflexionar sobre el origen de los alimentos que comemos y tomar las decisiones adecuadas. Como consumidores podemos contribuir a un sistema alimentario más sostenible y justo poniendo en valor los productos de cercanía, apoyando los alimentos producidos por la agricultura y ganadería agroecológica, familiar, vinculada al territorio y a la gestión sostenible de los recursos naturales. Aunque, el futuro de la política alimentaria no depende solo de la suma de las elecciones individuales, las políticas y medidas son la palanca de cambio fundamental para virar hacia un nuevo sistema alimentario bueno para todas las personas.

Comer más fruta, verdura y legumbres, menos carne y procedente de rebaños extensivos, mejorará de manera notable nuestra salud y nuestra economía. Cuidándonos de esta manera conseguiremos un ahorro considerable en el gasto público sanitario dedicado a las enfermedades producto de una mala alimentación, lo que es lo mismo, las arcas públicas contarían con unos 14.000 millones de euros al año para destinarlos a otras prioridades del Sistema Nacional de Salud. Pero también disminuiremos en parte la carga contaminante de la agricultura industrial y lucharemos contra el cambio climático, que pone en jaque nuestra auténtica salvaguarda frente a las pandemias: una naturaleza sana.

Plantación de aceite de palma frente a la selva Sabah en Borneo. Foto: Chris J. Ratcliffe.

El despilfarro de alimentos

El malgasto de alimentos es otro elemento de preocupación creciente. Cada persona en España desperdicia de media unos 180 kilos de alimentos al año. Malo para nuestra economía, malo para el planeta, pues tras este despilfarro hay un derroche de agua y energía empleados en su producción, equivalente a tirar al sumidero 130 litros de agua por persona al día.

Tampoco podemos olvidar la forma en que compramos los alimentos. Los canales cortos y la venta directa acortan la distancia entre productores y consumidores y contribuyen a que los primeros reciban un precio justo por su trabajo, que les permita vivir dignamente, y los segundos podamos aprender más de sus labores diarias y sentir que apoyamos directamente modelos de desarrollo rural sostenible en nuestros pueblos. El avance en las tecnologías ha facilitado la organización en grupos de consumo, pero también la compra directa a través de plataformas online: cerezas, patatas, queso…, son muchos los agricultores y ganaderos que se han tenido que organizar a toda prisa para dar salida a sus productos, que se acumulaban ante el cierre de bares y restaurantes. Nos toca ahora seguir apoyándoles para que este esfuerzo se mantenga en el tiempo, más allá del Covid-19.

Salud única: personas, animales y planeta

No podemos cerrar esta reflexión sin analizar el papel del sistema alimentario industrializado en el concepto de salud única. Este sistema es el responsable del 75% de la deforestación a nivel mundial, de una cuarta parte de las emisiones de gases efecto invernadero y del 60% de la pérdida de biodiversidad. Estos elementos aumentan el riesgo de nuevas pandemias, especialmente de zoonosis, enfermedades trasmitidas por animales a personas. Esto se debe a que cuando tenemos ecosistemas sanos y complejos, los patógenos se diluyen; mientras que cuando los bosques se deforestan, por ejemplo, para dedicar estas tierras a monocultivos de aceite de palma o de soja, los virus encuentran nuevas especies a las que atacar y se propagan generando epidemias. Resulta preocupante el dato de que en los últimos 50 años, la producción de soja se ha incrementando hasta 10 veces más, y se espera que se duplique nuevamente hasta el años 2050.

A esto hay que añadirle el riesgo adicional que supone la ganadería industrial, en la que las condiciones de hacinamiento y estrés de los animales, unidas al uso masivo de antibióticos, favorecen la aparición de patologías y, lo que es más grave aún, de bacterias multirresistentes. Cada año se producen en la Unión Europea más de 670.000 infecciones en humanos por bacterias resistentes a los antibióticos y la resistencia a los antimicrobianos produce unas 33.000 muertes anuales. Estas generan un gasto sanitario adicional de unos 1.500 millones de euros al año en la Unión Europea, siendo además un problema de salud emergente de primera magnitud.

Ganadería industrial frente a la extensiva. Foto: WWF España.

De esta forma, el modelo creciente de producción industrial de alimentos no solo impacta sobre los ecosistemas y los animales que los habitan, contribuyendo a la dispersión de enfermedades, sino que contribuyen a crear bacterias resistentes a los fármacos empleados hasta la fecha para combatirlos.

En la prevención y lucha contra futuras pandemias, es clave entender los procesos que pueden originarlas, asumiendo el vínculo entre la salud de las personas, los animales y los ecosistemas. Y, en este caso, la relación directa con nuestro sistema alimentario. Apostando por un cambio en nuestra dieta, que apoye a la agricultura y ganadería agroecológica, de alto valor natural, contribuiremos a mejorar nuestra salud, pero también la de lo que nos rodea. La mejor vacuna es la naturaleza.

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