¿Cuentos de hadas o cuentos de terror?

Foto: Manuel Cuéllar

Foto: Manuel Cuéllar

Los cuentos de hadas están llenos de asesinatos, mutilaciones, canibalismo, infanticidios e incesto. El autor recoge algunas aproximaciones sobre el tema al hilo de la instalación “Las arenas de Hänsel y Gretel”, de Andrés Jaque y Federico Herrero, en La Casa Encendida de Madrid (hasta el 31 de marzo).

MARIO BROCA

En el prólogo de los cuentos de Grimm, Wilhelm, el pequeño de los hermanos, decía: “Estas historias están imbuidas de la misma pureza que hace que los niños aparezcan como seres maravillosos y benditos”.

Pero parece que la historia verdadera no es así. Como señala María Tatar en su ensayo canónico sobre los cuentos de Grimm, de lo que verdaderamente están trufadas estas historias que se leen junto a la cama de los niños cuando van a dormir es de “asesinatos, mutilaciones, canibalismo, infanticidio e incesto”.

Y las agentes del mal no son solo las mujeres, aunque abunden, sino también el padre o los hermanos. La mujer que decapita a su hijastro, lo trocea y hace un asado que se come tan a gusto su marido es un ejemplo. Pero también el padre y rey que le dice a la reina que si el hijo número 13 que ella espera es niña, matará a los 12 hijos anteriores. Y hasta la Virgen María, que en uno de los cuentos condena a volver a la tierra como castigo a uno de los personajes que incumplió una promesa. Nadie se libra aquí.

De la primera edición de 1812 a la séptima de 1857, fue Wilhelm (el otro se llamaba Jacob y era un año mayor) quien se encargó de maquillar los cuentos para hacerlos menos duros. Podríamos decir que el proceso de “disneyficación” comenzó muy pronto. Los dos folcloristas y filólogos alemanes, que publicaron la primera edición a los 26 y 27 años, respectivamente, lograron un hito para la cultura europea, comparable tal vez a “Las 1001 noches”, y se hicieron más famosos por su libro de 210 cuentos de transmisión oral y escrita que por haber elaborado el primer gran diccionario del idioma alemán.

María Tatar escribe que las descripciones de violencia física en los cuentos de hadas tienen un encanto especial para los niños, y no solamente cuando esa violencia se relaciona con el castigo a los villanos. A veces, los niños hasta se ríen, una risa que es más una distensión de sus ansiedades que una expresión de disfrute. Pero su identificación con los protagonistas parece total. Cuanto más son victimizados por los agentes del mal personajes como Hansel, Gretel, Cenicienta y Blancanieves, más simpatías generan y más cautivadores aparecen para los niños. En este sentido, el escritor Roald Dahl quitó hierro al asunto por la vía del humor en “Cuentos en versos para niños perversos”, donde, aparte de que Blancanieves haga autoestop, los tres osos se zampan a Ricitos de Oro.

Philip Pullman, el autor de “La Materia Oscura”, explica en el prólogo de su recopilación “Cuentos de los hermanos Grimm para todas las edades” que en los cuentos de hadas no hay psicología y los personajes suelen carecer de vida interior y de los misterios de la conciencia propios de la novela moderna. Son personajes que casi nunca tienen nombres, individuos uniformes como los siete enanitos, metidos en relatos que avanzan con una rapidez parecida a la de los sueños, personajes planos que se mueven en un mundo donde no hay imágenes aparte de las obvias, donde todo está estructurado según parámetros precisos (en el caso de la antología de los Grimm, ya a ellos les sorprendió que una de sus fuentes, Dorotea Viehmann, contara los cuentos siempre con casi idénticas palabras una y otra vez).

Cuanto más son victimizados por los agentes del mal personajes como Hänsel, Gretel, Cenicienta y Blancanieves, más simpatías generan y más cautivadores aparecen para los niños

Pero esa manera pura de contar no deja de formar parte de la materia de los sueños, y por eso desde los estudiosos de la literatura y el folclor hasta los teóricos más diversos, de los freudianos a los cristianos, marxistas, estructuralistas, feministas o posmodernos, todos se han lanzado a decodificar estas historias inocentes supuestamente vacías de significados psicológicos. La apropiación ha sido en algunos casos delirante, como explica María Tatar, y ningún ejemplo mejor que el Tercer Reich, que consideró “un libro sagrado” la compilación de  los Hermanos Grimm. Los nazis vieron en Caperucita Roja, por ejemplo, un símbolo del pueblo alemán, aterrorizado, victimizado y finalmente liberado de las garras del lobo judío.

El poeta James Merril se sentía fascinado por el tono “lamido y pulido una y otra vez por muchísimas lenguas durante siglos y siglos” que tienen los cuentos de hadas, por ese tono “sereno y anónimo”, por esos personajes “apenas doblados bajo la carga de la personalidad o la experiencia pasada”: una bruja, un ermitaño, unos jóvenes e inocentes amantes. O unos hermanitos, como Hänsel y Gretel.

En la aproximación formalista de Vladimir Propp, que dividió los cuentos de hadas en 31 secciones, alguna de las cuales de una u otra manera se cumpliría siempre, en Hänsel y Gretel nos topamos con la primera de ellas. La ausencia. Un miembro de la familia abandona la seguridad del hogar. En este caso, los dos hermanitos, que, además, son expulsados por sus padres porque no hay comida para todos.

En la primera edición de los cuentos, de 1812, eran abandonados por el padre y la madre, instigado el padre por la madre, pero ya en la cuarta edición, de 1840, la madre fue transformada en madrastra. Los hermanos Grimm maquillaron el texto y el psicólogo infantil Bruno Bettelheim, autor de “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, hace una interpretación freudiana: “la separación entre madre y madrastra permite que los niños se libren de sentirse culpables por su actitud crítica ante los aspectos amenazadores de su propia madre”.

El abandono de los hijos puede tener un eco histórico: la pobreza extrema, las hambrunas (se puede citar incluso la posición de la iglesia, que en algún momento presionó para que los padres dejaran de meter en su cama a sus hijos pequeños porque sospechosamente muchos de ellos aparecían muertos por la mañana).

Pero los cuentos de hadas tienen un significado más profundo que las verdades que le enseñó la vida, dijo Schiller.

En el caso de Hänsel y Gretel, la casa comestible, la ambigüedad del padre, la crueldad de la bruja y de la madrastra (dos personajes que se vinculan automáticamente entre sí por su maldad), el hecho de que la bruja estabule al niño para engordarlo, y la resolución de Gretel, que logra empujar a la bruja al horno, son aspectos fascinantes del cuento.

Pero hay un episodio que resulta particularmente perturbador. Y es el hecho de que la madre (o madrastra), sí que tiene un perfil psicológico llamémosle moderno en un momento dado. Cuando los niños son abandonados por primera vez y logran volver a casa porque Hansel ha ido depositando piedrecitas en el camino, la madre (o madrastra) les dice: “Creíamos que no queríais regresar”. “Y les pellizcó las mejillas como si estuviese verdaderamente contenta de verlos allí de nuevo”.

Poco después, los padres (otra vez el padre instigado por su esposa) los vuelven a abandonar en el bosque.

El monstruo (llamémosle madre, llamémosle madrastra) es reversible, y al mismo tiempo es inmutable. Reversible porque recibe a los niños y les pellizca las mejillas alegremente. E inmutable porque no cambia de idea y los vuelve a abandonar.

Dice Octavio Paz en un ensayo de “In/mediaciones” que “la reversibilidad e inmutabilidad, propiedades contradictorias, coexisten en el monstruo”, y que “la degradación del hombre en bestia no nos cautiva menos que la transfiguración de la bestia en hombre”.

Y aquí llegamos a una de las claves del cuento. El monstruo (la bruja, la madre, la madrastra, el padre…) aparece en nuestra relación con los otros. Lo otro es mi horizonte. “Los otros”, continúa Octavio Paz, “sean mis enemigos o mis hermanos, mi amante o mi madre, también son horizonte, también están cercalejos, allaquí”.

“El monstruo es la proyección del otro que me habita: mi fantasma, mi doble, mi adversario, mi otro yo mismo”.

El hombre es bestia. La bestia es hombre.  Octavio Paz cita a Novalis: “Aquel que anda entre fantasmas se vuelve fantasma”.

 

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Comentarios

  • j2pa

    Por j2pa, el 15 marzo 2013

    Da la impresión de que los creadores de literatura infantil en sus inicios, trasladan los acontecimientos más escabrosos de la sociedad a sus creaciones, de forma cruda, sin refinar ….(?)
    De la misma forma que trasladaban al mundo infantil el vestuario, la educación, el trabajo…
    Creo que en nuestra sociedad, no existe el mundo infantil hasta la conquista de derechos sociales en el pasado siglo, que ahora, gracias al dominio liberal, corremos el peligro de perder: todos viejos pervertidos cada vez más jóvenes.
    Los cuentos truculentos sin refinar tienen de nuevo espacio en nuestras estanterías infantiles.

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