Daniel Ruiz ironiza sobre los abusos en el lenguaje de la SOStenibilidad

El escritor Daniel Ruiz autor del libro Foto: Jaime Pérez.

El escritor Daniel Ruiz, autor del libro ‘El calentamiento global’. Foto: Jaime Pérez.

Tras mostrar las entrañas de la política en ‘Todo está bien’ y desfogarse contra el cinismo del mundo empresarial en ‘La gran ola’, obra con la que obtuvo el premio Tusquets de Novela 2016, ahora le toca el turno a la crisis ambiental. En ‘El calentamiento global’ (Tusquets), Daniel Ruiz (Sevilla, 1976) le toma el pulso a la ‘moda’ de la responsabilidad corporativa y el desarrollo sostenible.

Daniel Ruiz se reconoce como un hombre de su tiempo. Como autor cree en la utilidad de la escritura, pero como lector le repele la literatura militante. Porque para este periodista y especialista en comunicación la fuerza crítica de una narración no está reñida con la equidistancia del que escribe; por eso en sus libros recurre al sustrato del humor y el sarcasmo para radiografiar aquellos temas que le crispan como ciudadano.

Por el título de la novela uno puede creer que se encuentra ante un ensayo, pero la cuestión del calentamiento global queda muy en el fondo.

Realmente lo más obvio del título es el tema medioambiental, pero desde el mismo comienzo el planteamiento es una toma de partido y posicionamiento cínico. Porque la novela aborda mucho la cuestión, pero la alusión al calentamiento global tiene que ver más con el calentón de los personajes que interactúan en ella y que están llevados un poco al límite. Hasta el punto de que casi se produce una gran explosión y acaba todo muy dañado por las circunstancias que atraviesa cada uno de ellos.

Su novela es una ventosa. ¿Eres consciente de que el lector recoge toda esa rabia que has ido soltando?

Cuando estos días me preguntaban mucho si mi propósito al escribir es concienciar, me producía cierta inquietud, porque lo hago por una cuestión más individualizada y egoísta, en el sentido de quitarme o hacerme un exorcismo de las cuestiones que me provocan más repugnancia. Y eso al final adquiere la forma, en cierta medida, de un desahogo o un vómito. Aunque no tenga voluntad de manchar lo acaba haciendo. Es normal que el lector pueda tener la percepción de que hay un interés de denuncia, pero no es mi propósito básico, sino que tiene que ver más con una cuestión de terapia personal. Cunado me siento a escribir trato de ir a por todas en el sentido de transformar mi rabia y mis aspectos más viscerales.

¿Y te has ahorrado la terapia profesional?

Es verdad que normalmente soy un escritor bastante reactivo en relación a fenómenos que me producen rechazo. Y como en este caso la novela tiene una voluntad más totalizadora que otras veces, en el sentido de ser una obra coral en la que surge un ecosistema desde casi la nada, al final me planteo un compendio de realidades y cuestiones preocupantes que termina adquiriendo la forma de un despotrique contra casi todo. Ahí es donde está desde luego el fenómeno de la sostenibilidad y la responsabilidad social corporativa, así como la dimensión que las empresas le dan a este aspecto. Pero también hay otros temas como la política, los propios medios de comunicación o fenómenos emergentes como los youtubers, o músicas urbanas como el trap.

¿La única forma de abordar todas estas cuestiones centrífugas es en una novela?

Hay dos cuestiones: una tiene que ver con mi planteamiento a la hora de concebir la literatura. Aspiro a reflejar todos estos ángulos que no tienen cabida en la agenda. Sobre todo dar voz a los invisibles, la gente que pierde las batallas y su historia no se refleja en los medios de comunicación. Y después creo que el lugar donde mejor se puede construir ahora mismo un planteamiento crítico seguramente sea en los libros. En los medios de comunicación, especialmente los más masivos, los temas que tienen que ver con la crítica o la denuncia han sido una vez más arrinconados debido a los intereses económicos que afectan a estos y que les impide ser todo lo libres que fueron en otro tiempo. También por la crisis del propio sector. Y es una evidencia que al final los libros se han convertido en un formidable nicho para ejercer la libertad sin ningún tipo de cortapisas o implicaciones. Me siento especialmente libre cuando estoy en este espacio, que es donde uno puede mantener todavía el postulado crítico. Por eso trato de escribir desde un planteamiento muy contestatario, porque es la única forma que tengo de concebir la literatura y los libros. Otra cosa es ya la repercusión que tenga, que es bastante más limitada que la que tuvo en otro tiempo.

Acabas de dejar claro por qué te cuelgan el cartel de autor social.

No me incomoda, porque escribo sobre mi tiempo y sobre la realidad que vivo. Y realmente hay poca literatura de calado social. Me considero muy contemporáneo y en ese sentido me interesa mi entorno. A ese respecto creo que hago una literatura cañera, siempre buscando la vis cómica. Lo que no soy es un autor programático que se basa en unos planteamientos y trata de defender una tesis poniendo al lector en una tesitura relacionada con un cierto posicionamiento ideológico. Este tipo de literatura la respeto, pero no la comparto. Prefiero plantearla desde el punto de vista de la tradición flaubertiana, del naturalismo y el realismo: describir todos los países urbanos y que después cada uno tome partido o haga su propia interpretación. Pero nunca conduciendo al lector por donde me interesa, o al menos no de esa forma tan evidente. Porque la literatura dogmática me produce mucho rechazo como lector y es de lo que más huyo cuando escribo.

¿Por qué decides contar el desastre ecológico antes de que su revelen sus consecuencias?

Lo que pretendía era visibilizar un conflicto que se produce en muchos lugares donde existe una industria petroquímica potente por la relación entre el poder económico-contaminante y el tejido social que lo rodeo. Son dinámicas bastante aberrantes, basadas en un sistema de dependencia donde al final el poder económico, representado en esa industria que tiene un respaldo de multinacionales, es capaz de someter voluntades. Casi nunca de forma impuesta, sino de manera amable a través de apacibles discursos buenistas en torno al formato de la RSC, del desarrollo sostenible y de la conciencia ecológica. Y bajo esta apariencia lo que hay es una compra descarada de voluntades a través de las vías de patrocinio, colaboraciones y el tejido vecinal; siempre bajo el envoltorio amable de integrar al entorno. No es más que una estrategia del poder para generar ese silencio necesario que permita continuar la actividad industrial en el tiempo. Este entorno lo he vivido de cerca en el litoral. La novela quizás tiene un paisaje más asociado a la parte del sur, pero puede desarrollarse perfectamente en Tarragona o Asturias. Lugares donde conviven estos ámbitos con una industria que es fuente de un riesgo medioambiental. Quería mostrar las dinámicas mediante las cuales son capaces de establecer ese poder, aparentemente invisible, y con ese envoltorio de palabras amables que no deja de ser una imposición.

Las consecuencias de esta relación de intereses que estableces se pueden ver en el desastre del Mar Menor.

No conozco mucho el caso, pero esto se da continuamente. Por ejemplo, el caso más cercano que tengo, y es famoso en toda España, es el polo químico de Huelva, donde existe una contaminación muy alta. Incluso con estudios universitarios que evidencian que hay una relación muy directa entre los casos de cáncer y la exposición a la sustancia que genera el pueblo. Y, sin embargo, es una industria que está plenamente asentada, con un nivel de interrelaciones con el poder institucional muy potente. Todo el mundo sabe en realidad lo que esto ocurre, y cuando salta a la palestra porque no puede esconderse más se convierte en algo notorio; pero a pequeña escala todas estas industrias contaminantes están tan próximas a los tejidos urbanos que se conocen perfectamente. Lo cual me da que pensar que este compromiso social de las empresas es más bien cosmético.

Un paripé.

Un formidable paripé que genera toda una industria interesada en el contenido dirigido a adornar la realidad.

¿Por qué la sociedad no parece afectada por la crisis climática?

Hay una situación de emergencia económica que, por el vapuleo de la crisis, ha forzado una precariedad que nos ha despertado un enorme miedo a quedarnos descolgados y perder el pan de cada día. Y esta sensación de inseguridad nos lleva honestamente a considerar que lo más conveniente es callarse y continuar actuando en el corto y medio plazo antes que dar un paso y poner la cuestión medioambiental por delante de las prioridades. Porque ahora hay toda una línea de discursos en completa eclosión relacionados con el cambio climático, que parece estar en la agenda de las preocupaciones cuando a nivel cotidiano lo importante más bien es mantenerse a flote y sobrevivir. Y a efectos prácticos continuamente estamos viendo las típicas manifestaciones que surgen cuando hay amenazas de cierre de una mina y demás. No digo que no sea legítimo, pero se evidencia que la cuestión medioambiental sigue sin estar en la agenda real.

¿Qué piensas cuando ves los términos RSC y desarrollo sostenible en una misma frase?

La RSC como tal no considero que sea mala ni dañina. De hecho, surge en los años 50 un poco al calor de la socialdemocracia y de la necesidad de que las empresas empezaran a ser vistas no sólo como agentes que buscaban el beneficio económico, sino también como contribuyentes al desarrollo de su entorno, devolviendo a la sociedad parte de los beneficios que de ella obtiene a través de su actividad. Esto no me parece mal, y creo que hay empresas que están haciendo las cosas adecuadamente, pero sí que industrias contaminantes como la petroquímica sean las que más utilizan este discurso y desarrollan políticas en esta línea. Y no de forma casual. Ahí sí me parece que hay un fariseísmo increíble, que además resulta absolutamente paradójico y una contrariedad en sí misma. Si uno se fija, las energéticas son las que más están apostando en sus líneas creativas por lo verde, por lo azul y por lo saludable. Pero cuando te acercas a cualquier realidad de estas industrias la cosa no puede ser más gris.

Como las estampas turísticas que sólo muestran la parte fotogénica de un lugar…

Y que te ocultan la miseria. Es un poco la idea. Además, existe la indicación clara en todas estas empresas de rehuir lo sucio, de que todo tiene que ser aséptico e inmaculado. Cuando analizas en profundidad muchas de estas estrategias de RSC, te das cuenta de que son iniciativas muy pamplinescas que denotan una falta de preocupación real por este tema, más allá de lo puramente estético o marketiniano.

No sé si recuerdas aquella frase de ‘En la orilla’ en la que se decía que “si el dinero sirve para algo es para comprarle inocencia a tus descendientes”. ¿Se quedó corto Chirbes en su afirmación?

No, y creo que me identifico mucho con ese pesimismo de Chirbes; con ese acierto y puntería que tuvo de adelantarse un poco a lo que iba a venir, la manera en la que reflejó el cinismo moderno y de estar del ciudadano en el contexto actual. Me gustaría ver qué hubiera pensado hoy Chirbes de determinados fenómenos. En concreto, este que estamos viendo del lenguaje fabuloso de la sostenibilidades en las que se nombran realidades ficticias.

¿De quién es el mundo, Daniel?

Inevitablemente siempre será de los fuertes. Aunque en los tiempos actuales de incertidumbre, que yo como ciudadano nunca he vivido, esa fuerza está más oculta que nunca. Se administra de una manera cada vez más sutil y cuesta identificar dónde está el enemigo.

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