De Nietzsche a Delvaux, de Pavese a De Chirico: Soledad, vida, poesía

Paul Delvaux Mujer ante el espejo, 1936 (Femme au miroir) Óleo sobre lienzo. 71 x 91,5 cm Museo Thyssen Bornemisza, Madrid.

Paul Delvaux Mujer ante el espejo, 1936 (Femme au miroir) Óleo sobre lienzo. 71 x 91,5 cm Museo Thyssen Bornemisza, Madrid.

Paul Delvaux. Mujer ante el espejo, 1936. (Femme au miroir). Óleo sobre lienzo. 71 x 91,5 cm Museo Thyssen Bornemisza, Madrid.

Letras y pensamientos de Nietzsche y de Pavese a través del libro ‘La inmensa soledad’, de Frédéric Pajac. Y como escenografía, las pinturas de Paul Delvaux y Giorgio de Chirico. La melancólica belleza y soledad de la primavera… ‘La invención de la soledad’, de Paul Auster. La ausencia del padre, Eros y Tánatos, Apolo y Dionisos, cómo afrontamos la soledad que nos acompaña desde que nacemos…

La primavera es mi estación preferida para disfrutar de Madrid, la ciudad en la que vivo desde hace años. Ni siquiera la negra y desoladora perspectiva de que Esperanza Aguirre gane las elecciones municipales va a arruinar mi alegría. Aprovecho este fin de semana largo para disfrutar de la vida en la calle, de las opciones culturales de una ciudad que resiste al cutrerío de sus gobernantes.

Y salgo impresionado del Museo Thyssen después de visitar la exposición sobre Paul Delvaux, el poeta de la pintura, como escribió en su crónica Julia Luzán en El Asombrario. Adscrito al surrealismo, el pintor belga, alérgico a las etiquetas, siempre fue a lo suyo. En la mayoría de sus obras se respira la voluptuosidad de la vida a través del universo femenino y, curiosamente, también del esqueleto, que en Delvaux no es sinónimo de muerte, sino el armazón donde transcurre nuestra existencia. La arquitectura clásica (influencia de su maestro, Giorgio de Chirico) le sirve a Delvaux como decorado por donde transitan la vida y la muerte.

Salgo impresionado del Thyssen, digo, con la imagen de algunos de sus cuadros aún en mi retina, como si me despertase de un sueño. Un sentimiento parecido al que sentí hace poco tras recorrer las páginas de La inmensa soledad. Con Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese, huérfanos bajo el cielo de Turín (Errata Naturae), de Frédéric Pajac. Publicado por primera vez en 1999, la definición de este libro singular, inclasificable, la encontramos en el prólogo que escribe Pajac: “Este libro no es una biografía, ni dos biografías, aún menos una autobiografía. No es un libro de historia, ni un libro que cuenta historias; no es un libro de geografía, ni una novela, ni un cómic”. Pajac, dibujante y editor además de escritor, dice que el libro es fruto de una ensoñación. Y toda ensoñación no es más que un viaje. El autor francés nos cuenta el suyo con dibujos y palabras, nos ofrece sus paradas: el inmenso vacío que deja la muerte de un padre cuando uno es aún un niño (como es el caso de Nietzsche, Pavese y el del mismo Pajac); los lugares de la infancia y la presencia omnipresente de la madre; la arquitectura de Turín, ciudad en la que vivieron Nietzsche y Pavese; los bosques y las colinas que sirvieron de solaz a Pavese; el pensamiento, la poesía, la vida y la muerte.

Nietzsche, con su espíritu grecolatino, encontró en la ciudad del Po un refugio para su trastorno nervioso. “Sigo estando tan solo como cuando era niño”, escribió poco antes de dejar Alemania. “Turín impresiona debido a cierto torrente de vida, pero no agobia, nunca nos ofrece una simple idea de subsistencia, como cuando se avanza poquito a poco y reptando”, escribirá poco después. Años más tarde, desde la industrial Turín, Pavese anhelará siempre las colinas de su infancia. “Solo veo colinas y para mí, cercanas o alejadas, llenan el cielo y la tierra con sus costados dibujados con firmeza”.

Para Giorgio de Chirico (recordemos a Delvaux), Nietzsche es, sin discusión, el poeta más profundo. Pajac rescata las reflexiones del pintor italiano (nacido en Grecia) en torno al filósofo alemán: “Después de haber leído las obras de Nietzsche, me di cuenta de que existe una cantidad de cosas extrañas, solitarias, que pueden ser traducidas en pintura; pensé en ellas durante mucho tiempo. Y entonces empecé a recibir las primeras revelaciones. Probé a expresar ese sentimiento misterioso y potente que había descubierto en los libros de Nietzsche: la melancolía de las hermosas mañanas de otoño, la hora de la siesta en las ciudades italianas”.

Natalia Ginzburg, tras la celebridad de Pavese después de ganar el Premio Strega, escribió sobre su amigo: “Este hecho no cambia nada sus costumbres rebeldes, ni la modestia de su actitud, ni su humildad, tan concienzuda como escrupulosa, de su trabajo diario”.

Nietzsche y Pavese, el origen de la creación artística, el origen de la tragedia, las calles geométricas de Turín, la conexión de Pajac con esta ciudad, la ausencia del padre, Eros y Tánatos, Apolo y Dionisos, cómo afrontamos la soledad que nos acompaña desde que nacemos. Son algunas de las claves de este libro memorable donde los dibujos y las palabras hablan el mismo idioma, el de la poesía. Les animo a que se adentren en sus páginas, a que emprendan un viaje para el que no necesitarán salir de casa. Como nos recordaba Paul Auster en La invención de la soledad (Anagrama), otro libro sobre la muerte del padre, ya Pascal nos advirtió de que la infelicidad del hombre proviene de que es incapaz de estarse quieto en una habitación.

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