Despedida y cierre de una ‘no-influencer’

Ilustración: M. Muñoz

Ilustración: M. Muñoz

Queridos amigos, parece que fue ayer cuando empecé a escribir estas columnas, pero lo cierto es que, a lo tonto, ya llevo 30 entregas y he pensado que es un buen momento para decir adiós: al fin y al cabo, la vida de una pobre cincuentista tampoco da para tanto. Antes de despedirme, me gustaría agradeceros que hayáis sido mis terapeutas durante estos dos años, porque, aunque confieso que esta incursión en el columnismo frívolo no ha conseguido llenar mi armario de manolos —a lo Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York—, sí que, al menos, me ha ahorrado una pasta en psicoanálisis.

Supongo que para acabar de destrozar mis pies debería haber hecho caso a mis amigas y hablar de sexo, pero ¿qué queréis que os diga?, siempre he sido un poco mojigata. “Por lo menos habla un poco del amor a los 50”, insistían, pero lo cierto es que, a estas alturas, he llegado a la conclusión de que una cincuentista lo mejor que puede hacer es enamorarse de sí misma —y de su vida— y dejarse de líos. Vamos, que por el momento prefiero continuar siendo esta Mary Poppins en la que me he convertido y cargar exclusivamente con un bolso que lleve todo lo que necesito para hacer lo que me da la gana.

No descarto que esta obsesión por la independencia venga provocada por una cierta resistencia a adaptarme a los nuevos tiempos: en especial al sistema de ligoteo del siglo XXI. Es cierto, lo reconozco, no acabo de entender que, hasta para enamorarnos, tengamos que acudir a Internet. No sé, confieso que me siento incapaz de anunciarme cual plato de un menú take away para encontrar a mi media naranja. Sobre todo porque, a esta edad, sería más bien el típico consomé destinado a aquellos que ya no confían demasiado en sus dientes.

Ahora que lo pienso, si a lo que aspiraba era a llenar mi armario de zapatos de lujo y ser invitada a todas las fiestas cool de Madrid, lo que tendría que haber hecho es vencer todos mis prejuicios y adentrarme de lleno en la Red hasta convertirme en influencer —claro que primero tendría que comprender qué coño es eso—, pero supongo que ya es tarde para cambiar mi mentalidad. No sé, no me veo reservando un par de noches de hotel en Prípiat con la intención de visitar la central nuclear de Chernóbil y fotografiarme delante de su fachada en una postura sensual y divertida. Fijaos si soy antigua, que pasé por allí hace 28 años —exactamente cinco después de la catástrofe— en un viaje en autobús en el que recorrimos parte de lo que todavía era la Unión Soviética y, en vez de reír y bromear, lo que me entraron fueron unas ganas tremendas de llorar. ¡Eran otros tiempos! Lo cierto es que, cuando la guía mencionó el nombre de aquel lugar fantasmal que veíamos a lo lejos, en el autobús se hizo un silencio sepulcral, fruto del miedo pero, sobre todo, del respeto hacia los miles de personas que habían perdido la vida en el accidente, por no hablar de los que aún siguen muriendo por su causa.

En fin, que me despido, al menos hasta que vuelva a entender el mundo que me rodea. Muchas gracias a los que me habéis leído, a Manuel y a Rafa por luchar contra mis comas y, sobre todo, a las dos cincuentistas que me han acompañado con su arte en este periplo: Concha Pasamar y Maribel Muñoz. ¡Ha sido un gusto trabajar con todos vosotros!

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Comentarios

  • Erik

    Por Erik, el 28 junio 2019

    Querida Marta, ha sido un placer leerte, reírte y a veces emociorme con tantas verdades tan bien dichas. Un beso grande!

  • Chiqui

    Por Chiqui, el 29 junio 2019

    Me encanta como escribes, eres tan real………….

  • Cruz

    Por Cruz, el 29 junio 2019

    Mil gracias!!!! Te echaré de menos!! Espero que pronto entiendas el mundo y nos lo cuentes. Un gusto leerte!! ????

  • Marta Rañada

    Por Marta Rañada, el 01 julio 2019

    Erik, Chiqui y Cruz, gracias a vosotros por haberme acompañado todo este tiempo. Sin vuestro apoyo seguro que habría dejado de entender las cosas mucho antes.

    Un beso grande y seguro que algún día volveré.

    Marta

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