Dos libros ensalzan la sencillez auténtica de Delibes frente a tanto postureo

El escritor Miguel Delibes. Foto: Fundación Miguel Delibes.

El escritor Miguel Delibes. Foto: Fundación Miguel Delibes.

‘Cinco horas con Miguel Delibes’, de Javier Goñi, y ‘Delibes en bicicleta’, de Jesús Marchamalo. Dos recomendaciones de lectura para este inicio de julio. Dos periodistas acercándose a la humildad, honestidad y sencillez de otro periodista y gran escritor. Frente a tanta fatuidad y postureo, es un placer conocer un poco más a este hombre que supo navegar a contracorriente en una de las épocas más oscuras de España.

Hace unas semanas, como todos los años cuando llega el 16 de junio, se celebró en Dublín el Bloomsday. Este homenaje al Ulises de Joyce cuenta con pocos seguidores en España, pero muy fieles. Uno de los más entusiastas es Vila Matas; desde mi punto de vista, uno de los escritores de nuestro país que mejor leen la obra ajena. Uno puede ser un gran escritor, pero un pésimo lector de autores que no siguen la estética que rige sus propias obras.

Me encantaría poder ir algún año a Dublín ese día y de paso conocer la ciudad, que no he visitado nunca. Es un deseo que viene de lejos, cuando leí por primera vez Ulises, en la universidad. Mi profesora de literatura universal, una de las mejores que he tenido nunca, nos dio algunas de las claves para entender esta obra inmensa de la que habla tanta gente y que no ha leído casi nadie. Nos recomendó que la leyéramos en un día, justo lo que dura la novela. Con el arrojo de la juventud, es lo que hice. Me quedé una noche sin dormir y apenas sin comer, pero logré terminarla en poco más de 24 horas. Muchos años después la leí de nuevo, sin la premura de entonces y sin hacer tanto caso a las claves metaliterarias que, según cuenta Ellmann que dijo Joyce, mantendrían ocupados a los críticos más de cien años.

He recordado mi gesta lectora de estudiante después de zambullirme en Cinco horas con Miguel Delibes (Editorial Fórcola), del periodista cultural Javier Goñi. Delibes, que en principio podría parecer muy alejado de la estética de Joyce, rindió su propio homenaje al irlandés en Cinco horas con Mario. Después de la larga entrevista de Goñi, realizada en 1985, he tenido la sensación de conocer mucho mejor a uno de los escritores más honestos (es sabido, entre otros aspectos de su vida, su rechazo al premio Planeta cuando el patriarca de la editorial se lo ofreció) e importantes de la segunda mitad del siglo XX en España.

Goñi permanece siempre en un discreto e imprescindible segundo plano, como los buenos periodistas clásicos, sabedor de que él es el entrevistador y no el entrevistado. Delibes hace un repaso de su infancia castellana, donde surge un paisaje que ya no le abandonará nunca y será el protagonista de buena parte de sus novelas. Le cuenta a Goñi cómo llegó a la literatura, su paso previo por el periodismo. Se enteró de la concesión del premio Nadal mientras trabajaba en El Norte de Castilla, el periódico del que luego sería director. Hablan, cómo no, de la caza (nunca cazaría a un ciervo, aseguraba Delibes, no podría soportar su mirada), de la España rural, de la ecología. En ese terreno Delibes fue un visionario y ya aventuró algunos de los males que padecemos hoy.

Creo que pocos autores como Delibes escriben como son. Y quizás ahí reside la clarividencia de su obra.

“–Los discípulos nunca superan a los maestros –dice Goñi–.

–En general no –responde el autor de El camino–; de modo que lo que interesa es que [el escritor] se manifieste tal como es; si es complejo, complejo; si sencillo, sencillo. Ahora bien, el sencillo que se quiere hacer pasar por complejo resulta insoportable y el complejo que intenta hacerse sencillo resulta pueril”.

Antes, o después, de estas conversaciones, recomiendo la lectura de Delibes en bicicleta (Nórdica Libros), de Jesús Marchamalo. El también periodista cultural es capaz de retratar a Delibes en poco más de 40 páginas, en las que las palabras dialogan con las sugerentes ilustraciones en blanco y negro de Antonio Santos. La proeza de Marchamalo es comparable a la ya clásica biografía que hizo Natalia Ginzburg de Chéjov. Como saben los buenos escritores, bastan un par de detalles y de acontecimientos para retratar a un personaje. Marchamalo sitúa su mirada de escritor en la bicicleta con la que el joven Delibes se movía en su niñez y juventud. La bicicleta se convierte así casi en una segunda piel, como luego lo sería la máquina de escribir que le regalaría Ángeles, su mujer, fundamental en la vida del autor de Los santos inocentes. Con una prosa precisa, justa y con aliento poético, Delibes en bicicleta tiene el encanto de lo minúsculo que sabe condensar una vida.

Después de leer el libro de Marchamalo y la conversación de Delibes con Goñi, que tengo subrayada de principio a fin, uno solo puede sentir admiración por la humildad y honestidad de un escritor que sufría escribiendo, que hablaba de su obra como si fuera un recién llegado, que decía de sí mismo que no era un genio y que solo aspiraba a dar lo mejor como artista. Frente a tanta fatuidad y engolamiento, es un placer conocer un poco más a este hombre que supo navegar a contracorriente y con independencia en una de las épocas más oscuras de España.

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