Dos nuevos libros para explorar la Antártida, ‘el Polo caliente’

Los barcos de la expedición francesa, el Astrolabe y el Zélée, abriéndose paso entre los hielos del mar de Weddell.

Los barcos de la expedición francesa, el Astrolabe y el Zélée, abriéndose paso entre los hielos del mar de Weddell.

Todos los ojos miran a la Antártida; su punta norte registró el pasado jueves una temperatura récord de 18,3 grados. Recién embarcada en un largo viaje a aquella tierra, Rosa M. Tristán nos escribe sobre dos nuevos libros polares. Dos obras aún calentitas que nos acercan a 500 años de exploración de la Antártida y a los héroes que han explorado esa parte de la Tierra que nos proporciona tantas aventuras como datos científicos sobre nuestra historia, nuestro futuro y el cambio climático.

Si algo sorprende de la Antártida es el afán con el que durante siglos el ser humano buscó e intentó alcanzar esas gélidas tierras del hemisferio sur, una mítica Terra Australis que se imaginaba plagada de riquezas, un Tombuctú de hielo cuyos gigantescos guardianes, en forma de icebergs, eran infranqueables para las frágiles naves de los navegantes. Hoy es el único pedazo de la Tierra que no es de nadie y es de todos, un continente dedicado a la ciencia mientras sus aguas oceánicas siguen siendo explotadas por pesqueros de medio mundo.

Justo en 2019 se cumplieron dos siglos desde que un marinero mercante británico llamado Williams Smith logró alcanzar la Isla Livingston, en el archipiélago de las Shetland del Sur, lugar donde precisamente España tiene su base científica Juan Carlos I. Ahora, la desconocida historia de los intrépidos y pioneros exploradores que durante siglos la buscaron ha sido recuperada del olvido por el científico y escritor Javier Cacho en su última obra, Héroes de la Antártida (Editorial Fórcola), una obra plagada de historias trepidantes de unos tiempos en los que exploradores y explotadores de su fauna se confundían en sus costas.

“Es el libro que quise escribir desde mi primer viaje a la Antártida, en los años 80, pues fue cuando me hice mis primeras preguntas sobre la desconocida historia polar. Al investigar, descubrí que las primeras referencias a su posible existencia se remontan a Aristóteles, hace más de 2.000 años”, explica Cacho, que pese a su jubilación como investigador polar no ha podido despegarse de aquellos tiempos en los que era jefe de la base Juan Carlos I y se dedicaba a hacer ciencia sobre la capa de ozono.

Al pasar las páginas de su obra, surge la pregunta inevitable: ¿por qué tanto afán de los humanos por llegar a un lugar tan inhóspito? Y poco a poco descubres que, en realidad, los esfuerzos por pisar el continente helado tienen mucho que ver con un mapa de Ptolomeo, quien imaginó una tierra que ocupaba casi todo el hemisferio austral y creyó exuberante de riquezas. Sin embargo, a medida que los navegantes viajaban más al sur en su búsqueda, aquella idea fue desmenuzándose como el hielo de los glaciares en el mar. “Además, tardarían en desembarcar porque se topaban con la gran barrera de hielo que hacía el camino muy difícil”, puntualiza Cacho a El Asombrario. Mención especial merece el navegante español Francisco de Hoces, que fue el primero en encontrar un paso al sur del Cabo de Hornos en 1525, 50 años antes que el corsario Francis Drake. Es el llamado Mar de Hoces que hay entre América y la Antártida, que no llegaron a vislumbrar.

Tras muchos intentos que merece la pena leer de la mano de Cacho, finalmente, en 1819 el capitán británico Smith pisó la isla Livingston, entre otras cosas porque fue el primero en llevar a bordo un cronómetro para orientarse. Aun así, tendrían que pasar otros 20 años para que se abriera la gran puerta al continente, gracias al navegante, también inglés, James Ross.

La flota de James Cook en su segundo viaje en busca de Terra Australis estaba compuesta por el Resolution y el Adventure.

Los barcos británicos, el Erebus y el Terror, enfrentando una violenta tempestad entre grandes icebergs.

A partir de ahí, la historia de quienes arriesgaron sus vidas en la Antártida es tan apasionante como desoladora, sobre todo al conocer detalles de la llegada de los foqueros y balleneros a sus costas, dando lugar a lo que Cacho describe como una sangrienta “matanza sin cuartel”, en un momento en el que la Revolución Industrial comenzaba a reclamar cada vez más grasas de animales para sus maquinarias. Hasta la isla que hoy acoge a los científicos españoles debe su nombre al capitán de un barco foquero británico que le dio su nombre.

Una vez esquilmados sus mares, y dado que en el interior no había a la vista más que una inmensa capa de hielo, durante medio siglo el atractivo de viajar al sur, salvo para la caza de ballenas en sus mares, desapareció como por ensalmo, hasta que llegaron los grandes exploradores de su interior, que no buscaban riqueza sino gloria. “De la época de esos grandes exploradores, como fueron Amundsen, Scott o Shackleton, ya he hablado en otros libros, así que este último lo quería centrar en los héroes menos conocidos”, explica el autor, que hace con este su quinto libro de historia polar, cada uno de ellos cargado de las emociones que acompañan cada uno de los hitos polares.

A España, el continente no le interesó hasta la llegada de la democracia. De hecho, Franco rechazó la oferta de tener una base científica en Georgia del Sur, así que fue territorio ignoto para los españoles –aunque un barco llamado San Telmo naufragó en sus cercanías– hasta la llegada de los primeros científicos. En 1986, tras algunas estancias de investigadores nacionales en bases extranjeras, se organizó por fin la primera expedición científica. Tras aquello, la científica Pepita Castellví consiguió algo de dinero para montar una pequeña infraestructura, embrión de las dos bases con las que se cuenta en la actualidad: la mencionada Juan Carlos I y la Gabriel de Castilla en la cercana Isla Decepción.

“Hay que tener en cuenta que en el Ártico había focas y que se llegaba hasta allí con sólo navegar 20 días, pero para llegar a la Antártida se requerían seis meses de navegación. Hace 200 años era una odisea alcanzar su costa. Está protegida por un cinturón de hielo y corrientes que complicaban su descubrimiento”, señala Cacho.

Hoy, desde luego, es mucho mas fácil alcanzar estos hielos australes, aunque tampoco nada sencillo. Así lo comprueban año tras año los investigadores que viajan al Sur y se enfrentan al Mar de Hoces. Uno de los que más campañas ha realizado –16 estancias en los 33 años de actividad antártica española– ha sido el biólogo Leopoldo García Sancho, que acaba de publicar otra obra polar: Antártida: ciencia y aventura en los confines del mundo, editada por Pirámide. En palabras de su prologuista y maestro, Eduardo Martínez de Pisón, otro antártico pionero, este libro “es un viaje a lugares extraordinarios que da una imagen vivaz de la investigación en esas latitudes por una experiencia directa, con entrega entusiasta y el relato de peripecias apasionantes”.

El explorador Leopoldo García Sancho en la Antártida.

Y es que los tiempos de foqueros y balleneros quedaron atrás, pero no el de exploradores y científicos de todo el mundo que, desde hace 60 años, justo los que tiene el Tratado Antártico, se han acercado a este continente y han abierto decenas de bases de investigación para comprender lo que allí ocurre. “La Antártida se muestra mucho más tenaz e inexpugnable ante el calentamiento global que cualquier otra región del mundo”, reconoce García Sancho, experto a nivel mundial sobre los extraños líquenes que habitan en las tierras más gélidas.

Sin ser un diario, su libro está plagado de algunas de las mil y una anécdotas que conlleva un viaje a los hielos del sur. Y si en el relato de Cacho nos sorprenden las grandes historias de héroes del pasado, en éste de García Sancho nos apabulla la cantidad de misterios sobre los que están trabajando miles de científicos de todo el mundo en total armonía, con una estrecha colaboración que no es fácil encontrar en otras actividades humanas. Delante de nuestros ojos, bajo su mirada, desfila la vida oceánica, la selva tropical y congelada que ocultan sus hielos, los lagos subterráneos de los que tan poco se sabe, la estrecha relación entre este continente y el Cosmos a través de los rayos que recibe. Y, por supuesto, y con mucho detalle, nos revela también el jardín de la Antártida, que tan bien conoce como especialista en flora polar.

En definitiva, dos libros sobre héroes polares, de ayer y de hoy, que son un viaje literario a una inmensa tierra responsable de regular, en gran medida, el clima de toda la Tierra, y que no está tan vacía de vida como nos la pintan los mapas. En tiempos de cambio climático global, seguir aprendiendo en ella y sobre ella ya no es mera curiosidad, un reto o un botín a conseguir. Es una necesidad.

 

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