Electrodomésticos: fuentes de salud, pero también de riesgos

Lavadoras, secadoras, frigoríficos… nos hacen la vida más fácil, pero hay que saber cómo tratarlos. Foto: Pixabay.

Los electrodomésticos nos aportan bienestar, higiene y salud, sobre todo a la hora de conservar y cocinar alimentos y lavar nuestra ropa. Sin embargo, también consumen energía, en ocasiones mucha e innecesaria, emiten ruido, polvo y, si no se cuidan, se convierten en foco de propagación de bacterias y hasta virus. Y puede ser peor si al final de su vida útil no se desechan adecuadamente. En este punto nos vamos a centrar: en la necesidad de su correcta manipulación cuando se convierten en residuos para evitar su peligrosidad.

El Global E-waste Statistics Partnership (GESP), formado por varios organismos de Naciones Unidas, publicó recientemente The Global E-Waste Monitor 2020. Se trata de un informe de referencia para conocer el estado mundial de la gestión de los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE). Las principales conclusiones son que en 2019 se llegó a los 53,6 millones de toneladas de RAEE generados y que solo el 17,4% fue oficialmente recogido y reciclado. Una de las cuestiones sobre las que alerta el informe es la repercusión para la salud de este mal tratamiento.

Entre los capítulos del informe hay uno titulado Impactos de los RAEE en la salud de niños y trabajadores y está escrito por tres expertas de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Parten de numerosos estudios científicos para demostrar que “el reciclaje no regulado de RAEE se asocia con un número creciente de efectos adversos para la salud: problemas en la gestación, el nacimiento (muerte fetal, parto prematuro y menor peso y longitud al nacer) y el aprendizaje; alteración del desarrollo neurológico; daños en el ADN, cardiovasculares, respiratorios y sobre el sistema inmunitario; enfermedades de la piel; pérdida de audición y riesgo de cáncer”.

En concreto, en niños y niñas han detectado ingestión de polvo contaminado procedente de las superficies de los aparatos y cuando juegan con algunos desmontados, además de la exposición de quienes ya en la infancia y la adolescencia trabajan en su recolección, desmantelamiento y reciclaje, especialmente en países en desarrollo. En general, las personas adultas que trabajan en este sector inhalan humos de cables quemados y de las sustancias de las placas de circuitos, muy dañinas para mujeres embarazadas. Hay que tener en cuenta que entre los RAEE hay elementos que resultan altamente tóxicos, como plomo, mercurio, cadmio, cromo y compuestos organoclorados como los PCB (policlorobifenilos).

Exposición continúa y tóxica

Casi a la par que el trabajo del GESP, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas dio a conocer otro estudio internacional en el que participó la investigadora Ethel Eljarrat, del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del CSIC (IDAEA-CSIC). En él se evaluó la exposición de los trabajadores que desmantelan residuos electrónicos en Dhaka (Bangladesh), y reveló “el riesgo que suponen algunos compuestos que se usan en aislamiento de cables, carcasas de plástico, paneles LCD y tableros de circuitos de equipos eléctricos y electrónicos”. El estudio reveló que la exposición es continua y muy tóxica.

“Durante el desmantelamiento de esos aparatos se generan residuos que contienen componentes peligrosos y muy contaminantes; es el caso de ciertos aditivos químicos de los plásticos, retardantes de llama y metales pesados. Para la mayoría de estos compuestos no se cuenta con un control de reciclado adecuado, con el daño que supone para el medio ambiente y la salud humana”, explica Eljarrat.

El riesgo está en la gestión inadecuada

Aunque el informe incide en la preocupación creciente sobre la exposición de los trabajadores, sobre todo de países en desarrollo, donde no cuentan con equipos de protección adecuados, Eljarrat advierte: “Los de otros países están altamente expuestos si no disponen de equipos de protección individual (EPI). Estos resultados deben tenerse en cuenta a la hora de implantar medidas destinadas a proteger a la población en general, así como promover el desmontaje de los residuos de forma segura”. El estudio señala que una diferencia podría estar relacionada con la ubicación de los talleres: “Mientras en Bangladesh están abiertos y cuentan, por tanto, con mayor ventilación, en otros países como Canadá se hallan en espacios cerrados”.

La etiqueta energética orienta sobre la salud también

Pero no solo se debe velar por nuestra salud cuando se desechan estos aparatos, sino durante su uso. Está claro que, en líneas generales, nos hacen la vida más confortable, segura y saludable. Nadie se plantea hoy en día volver a lavar la ropa a mano, sobre una tabla y con la espalda doblada, ni emplear leña y carbón para cocinar. Todos los efectos perniciosos para la salud de estas labores han desaparecido, al menos en el interior de las casas del mundo más desarrollado en el que tenemos el privilegio de vivir. Sin embargo, como en todo, no existe la seguridad completa.

De entrada, todos esos aparatos consumen recursos y energía que desplazan su impacto hacia otros lugares y otras personas. Además, durante su uso algunos emiten ruido y polvo, y la mayoría acumulan suciedad y bacterias que van a más si no se limpian y mantienen de forma adecuada. Por último, existe la preocupación de varias asociaciones y colectivos por los efectos sobre la salud que ocasionan las ondas electromagnéticas que recibimos de los múltiples aparatos electrónicos que utilizamos a diario, sobre todo los teléfonos móviles.

La etiqueta energética que llevan la gran mayoría de electrodomésticos contiene una información muy valiosa para decantarse por aquellos más benévolos con el medioambiente y nuestra salud. En la página web  y en la Guía de la energía del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) muestran todos los electrodomésticos que deben exhibirla, entre los que están los de mayor uso: frigoríficos, lavadoras, lavavajillas, secadoras, hornos, aparatos de aire acondicionado y de calefacción, televisores y calentadores.

Por ejemplo, en la etiqueta de las lavadoras aparece el nivel de ruido expresado en decibelios (dB). En el portal Atención al Consumidor señalan que “una lavadora que tenga menos de 50 dB durante el lavado y menos de 60 dB durante el centrifugado es la idónea”. Un estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) de varios modelos determinó que “el nivel de ruido durante el ciclo de lavado se sitúa entre 46 dB, en el mejor de los casos, y 57 dB, en el peor. En cuanto al centrifugado, oscila entre 58-70,5 dB”. Pensando en personas alérgicas, hay modelos con programas específicos anti-alergias, pero no hay que abusar de ellos, ya que consumen más energía al necesitar calentar más el agua y emplear más tiempo. Mantener limpios el tambor, el cajetín del jabón y las gomas que sellan la puerta facilita lavados igualmente limpios.

Que la aspiradora no nos devuelva el polvo

No vale alejar del interior de la vivienda hacia terrazas y patios una lavadora ruidosa, ya que el problema de la contaminación acústica se traslada al exterior, algo que se sufre especialmente en los meses más calurosos con los aparatos de aire acondicionado. Aquí vuelve a ayudar la etiqueta energética, al marcar los niveles de decibelios que producen tanto la unidad interna como la externa. Para la interna hay modelos ultra-silenciosos que están por debajo de los 24 dB e incluso se quedan en 16 dB. Pero como hay que pensar también en la salud del vecindario, las ordenanzas municipales obligan a que no se superen los 55 dB durante el día ni los 45 dB de noche que emite la unidad exterior.

Como en la lavadora, en el aparato de aire acondicionado es necesario tener en cuenta su buen mantenimiento y extremar la limpieza, y lo mismo con los ordenadores, aspiradoras, cocinas, hornos, microondas y frigoríficos. Entre estos cuatro últimos es esencial porque están en contacto continuo con alimentos, y hay que evitar al máximo la aparición de gérmenes, sobre todo bacterias, hongos e incluso virus. En el caso de los ordenadores y las aspiradoras no deben acumular polvo en su interior e incluso que no lo expulsen hacia al exterior, en concreto las segundas.

Dos variables, el ruido y la capacidad de re-emisión de polvo, determinan cuál es la aspiradora más saludable. Desafortunadamente, ante la demanda de un fabricante, el Tribunal General de la Unión Europea anuló en 2019 el reglamento que establece la obligatoriedad de la etiqueta energética en las aspiradoras. No obstante, durante el tiempo que se utilizó nos enseñó que debemos fijarnos en los decibelios, y que por encima de 80 no son recomendables. Algunas marcas conservan aún la etiqueta, que también informaba sobre los niveles de re-emisión de polvo al exterior a través de una escala de la A (más emisión) a la G (menos emisión). Según el reglamento que estuvo en vigor, estas categorías se determinan en función del porcentaje de polvo que re-emita. Si es menor o igual al 0,02% del aspirado le correspondía una A, y si superaba el uno por ciento la G.

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