El escritorio y la guerra. De los cafés al exilio en el Múnich del siglo XX

Mann y Einstein

Thomas Mann y Albert Einstein en su exilio

Mann y Einstein

Thomas Mann y Albert Einstein en el exilio.

Un recorrido a la Múnich literario en los años del ascenso del nazismo a través de la exposición «De la bohemia al Exilio: el Múnich literario de la época de Thomas Mann» del Museo Monacensia.

Múnich era la metrópolis europea de principios de siglo. Las mujeres se atrevían a llevar el pelo corto y abrían negocios, los cafés, las universidades y los teatros refulgían, los artistas diseñaban un «Art Nouveau». Solo años después, se inauguró aquí al lado el primer campo de concentración, donde acabaron muchos pensadores, y Múnich se convirtió en la «capital del movimiento» de Hitler.

En 2018 se cumplieron cien años del final de la Primera Guerra Mundial y quizás conviene recordar lo corto que es el camino entre la guerra y la paz, tan largo en dirección contraria.

La exposición «De la Bohemia al Exilio: el Múnich literario de la época de Thomas Mann» en el Museo Monacensia muestra el Múnich de esos años brillantes y lo que la cultura se perdió con la llegada del nazismo.

Nada refleja mejor esa transición que dos escritorios, el del dramaturgo Frank Wedekind y el del novelista Oskar Maria Graf.

Un escritorio es un trampolín en el universo del escritor, donde sopla vida a sus mundos. También es la isla donde se refugia y se encuentra a salvo.

Escritorio Frank Wedekind

Schreibtisch Frank Wedekind (c) Eva Juenger.

La mesa de Wedekind es sólida, con su lámina de cuero verde, los cajones con tiradores incrustados. Pulcra, pesada, pulida. La silla giratoria de la misma madera se inclina, para que el escritor pueda leer y reflexionar con comodidad. Uno se la puede imaginar en su piso de ocho habitaciones con balcones a la calle del Príncipe Regente de Múnich. Eran los buenos tiempos.

A su izquierda se expone la mesa de Oskar Maria Graf en el exilio, donde redactó la parte más importante de su obra en un pequeño apartamento en Manhattan. Graf, quien pidió a los nazis que quemaran su obra en su artículo «Verbrennt mich!», llegó a Nueva York en 1938.

Escritorio Oskar María Graf

Schreibtisch Oskar Maria Graf (c) Eva Juenger.

La madera es opaca, débil, pálida. La máquina de escribir se puede soterrar para usar la superficie del escritorio. Tiene extensiones, cajones a izquierda y derecha y compartimentos cerrados en el frente, donde mantener el orden necesario de los espacios pequeños. Las patas, a una cuarta del suelo, son endebles. Cualquier silla vale. Hay postales de montañas y lagos, y direcciones de amigos pegadas sobre los compartimentos. Fue construida para él por un carpintero alemán, en lo que se intuye como la solidaridad del exilio.

Múnich pasó de un escritorio a otro en menos de una década.

En la capital alemana de los Alpes vivieron en aquellos años algunas de las mentes más poderosas del momento. Por los caminos del Jardín Inglés se discutía sobre la industrialización, el voto femenino y el sistema obrero, y también sobre el teléfono, los aviones, el átomo, el nuevo Mercedes o la última Leica.

Además de Wedekind y Graf, otros escritores como Thomas Mann, Mark Twain, Henrik Ibsen, Reiner Maria Rilke, Bruno Frank, Lena Christ, Bertolt Brecht, T.S. Eliot y pintores como Wassily Kandinsky o Paul Klee, por mencionar algunos, se cruzaban en este ‘Sillicon Valley’ del momento.

Muchos de ellos acabarían enriqueciendo la vida intelectual de otros países, principalmente Estados Unidos.

Un claro ejemplo es el Premio Nobel (1929) Thomas Mann. El matrimonio Mann y sus seis hijos vivían en una mansión frecuentada por intelectuales y artistas en el Jardín Inglés. Cuando Hitler alcanzó el poder en 1933, Mann no regresó de una conferencia en Suiza. Luego huyó a Estados Unidos, donde dio clases en la universidad de Princeton y coincidió con otro famoso Nobel exiliado, Albert Einstein.

Varios de sus hijos fueron aclamados autores, como Klaus y Erika Mann, quienes cubrieron la Guerra Civil española como periodistas.

En la exposición se ve el carné de corresponsal de Klaus, fechado en Barcelona en 1938, y el uniforme militar con el que Erika acompañó a las fuerzas americanas en Europa.

Los escritos y objetos personales rescatados del naufragio humano transparentan la amistad, los romances, la lucha y la esperanza. Una carta o unas gafas cambian completamente de valor si la situación existencial sufre un giro de 180 grados.

Tras las vitrinas, se alza una ampliación de una imagen desconocida de Einstein dedicada a los Mann. El físico posa con su melena blanca y un traje claro en la azotea del Centro Rockefeller al poco de llegar sin retorno a Nueva York.

Noticieros de radio o un vídeo a bordo del «SS Manhattan», que varias veces llevó refugiados alemanes a Estados Unidos, ayudan a contextualizar la tensión entre los escritorios de Wedekind y Graf, y en definitiva a entender con qué tejieron estos escritores sus textos en el rápido camino hacia la guerra.

Begoña Quesada es periodista y vive en Munich. Es autora de la novela El hombre sin pasos, finalista del Premio Felipe Trigo 2017. Colaboradora de ViceversaMag en Nueva York. Becaria, corresponsal, máster y doctora.

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