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Algunas claves de la escritura contemporánea

Por El Asombrario & Co., el 5 de junio de 2016, en curso

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Fotomontaje de Pixabay.

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Nuestro profesor del mes, Alfonso Fernández Burgos, periodista y escritor todoterreno, nos da en esta primera entrega de junio algunas claves de la escritura contemporánea y su relación con la incertidumbre. A partir de la clase de hoy propone el ejercicio para participar en el Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario. Autor de la novela ‘Al final de la mirada’ (Tusquets), Fernández Burgos imparte clases en el Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores.

Lo incierto

Hoy los piratas visten trajes de Armani. El mundo ha cambiado, los tiempos han cambiado, la estética ha cambiado. Este cambio es permanente en todos los ámbitos. No es concebible un mundo en el que la percepción, el interés y la forma de narrarlo sean los mismos que hace un siglo. La estética no puede ser a-histórica. La literatura, por tanto, no puede serlo tampoco. Nuestros textos tendrán que ser —si quieren aspirar a ser apuestas artísticas— modernos, actuales; pero en un sentido mucho más profundo del que se deduciría de ver los anuncios de la televisión. La elegancia, decía el gran escritor César González Ruano, no es estar a la última, sino a la penúltima. Lo moderno es por tanto la percepción de un artista sobre su tiempo, con los materiales propios de su tiempo sin olvidar que su experiencia es una experiencia de este tiempo. Eso que tan fácil es decirlo no resulta sencillo de conseguir.

Para nuestros efectos podríamos considerar como modernos, pues, aquellos textos que proclaman el final de la certeza. La certeza cierta, la certeza impuesta, el tópico, el caramelo chupado, la deshonesta dictadura de una visión incuestionable de una realidad que es apenas un espejismo. Trascender la visión de oasis, llegar al vacío de arena caliente, no juzgar, no imponer significados sino proponer humildemente la búsqueda de una realidad.

En este sentido, podríamos considerar las palabras de Samuel Beckett en Esperando a Godot, un manifiesto de lo incierto, un manifiesto, en fin, de lo moderno:

ESTRAGON: Ya debería de estar aquí.

VLADIMIR: No aseguró que vendría.

ESTRAGON: ¿Y si no viene?

VLADIMIR: Volveremos mañana.

ESTRAGON: Y pasado mañana.

VLADIMIR: Quizá.

ESTRAGON: Y así sucesivamente.

VLADIMIR: Es decir…

ESTRAGON: Hasta que venga.

VLADIMIR: Eres implacable.

ESTRAGON: Ya vinimos ayer.

[…]

VLADIMIR: ¿Qué podemos hacer?

ESTRAGON: Si ayer por la noche se molestó por nada, puedes muy bien suponer que hoy no vendrá.

VLADIMIR: Pero dices que ayer noche vinimos.

ESTRAGON: Puedo equivocarme. (Pausa) Callemos un momento, ¿quieres?

VLADIMIR (débilmente): Bien.

Los cuatro diálogos del artista

Pero aunque el texto contemporáneo trascienda el concepto de certeza, lo moderno no podrá estar edificado sobre la nada. Lo moderno es conocimiento acumulado, experiencia de siglos, es otro paso más en un camino colectivo llamado literatura (y que no deja de ser una aventura individual también). Lo moderno es inconcebible sin lo antiguo, lo contrario sería arrogancia. El texto pleno de modernidad será la consecuencia, pues, de una serie de diálogos que el escritor-artista tendrá que mantener ininterrumpidamente. Y como hablamos del texto artístico y no del texto concebido solo para el comercio del entretenimiento, ese diálogo no puede ser con la industria ni con los ejecutivos de los grupos editoriales ni con los agentes literarios, sino con los maestros, con la técnica, con la innovación y con el vacío interior (indagación).

  1. Con los maestros

Llegamos al arte de la mano de la fascinación, de la conmoción artística, estética, vivencial. El deseo de hacer arte es un deseo que lo provoca el haber sido conmovido, es un deseo por conmover. No existe otra fórmula. Antes que artistas somos víctimas de la seducción del arte, y esta seducción nos enfrenta a todo un campo amplio de emociones. A partir de ese momento nos llevamos las manos a la cabeza y decimos “Dios mío, cómo se puede conseguir esto”. Queremos saber dónde radica la magia, queremos ser magos. De pronto nos damos cuenta de que nuestra vida ha sido alterada por un texto y entonces —siquiera en la clandestinidad— nos lanzamos a realizar nuestros primeros pasos por medio de la imitación. No es sencillo. Descubrimos que hay algo más que un deseo de arrasar con los sentimientos. No es sencillo poder hacerlo. Todos —más o menos— hemos trazado algunos garabatos o escrito alguna página, pero no sabemos aún cómo se despiertan emociones. Tenemos que seguir con nuestro diálogo con los maestros. De pronto queremos verlo todo, leerlo todo, saberlo todo. Entramos en la situación angustiosa del tiempo y nos damos cuenta de que una vida no es suficiente para aprender. Y aquí podemos caer en el delirio obsesivo y dulce del artista. El adolescente que lee en la fila de clase, en el metro, en el comedor o en los lavabos con el mismo tesón con que se masturba. A partir de ahora el escritor en ciernes nunca estará solo, a partir de ahora tendrá que enfrentar la soledad del escritor escuchando la voz más o menos de otro tiempo que han dejado los maestros en sus páginas pero que en una transfusión incruenta ha llegado hasta su sangre, hasta su pulso.

Cuando hablamos de maestros, no nos referimos solamente a los maestros literarios. El pensamiento, la teoría literaria, la historia de las ideas o la poesía son para el escritor tan imprescindibles como las obras maestras de su especialidad.

El escritor al que no se le vean las influencias, el escritor que no haya devorado lo que hicieron otros antes que él y haya hecho comunión y rebeldía con ello, será como el padre estúpido del niño maleducado que pinta la pared con los rotuladores y afirma que su hijo pinta como pintaba Miró. Escribir es deber, estar en deuda.

  1. Con la técnica

Si no dialogamos con la técnica, si no aprendemos el oficio difícilmente daremos una canalización artística al deseo. La técnica como experiencia, como latitud norte, el dominio de la técnica y de sus códigos es imprescindibles para saber qué es lo moderno o lo rancio, lo muerto o lo vivo. El conocimiento de los rigores del oficio es un principio artesanal básico. De lo contrario, al deseo le faltará cauce, ingeniería. No podemos olvidar que texto literario es una “forma”, una realidad y que las realidades se estructuran de acuerdo con principios técnicos. Sintaxis, ortografía, prosodia, narratología, estilística, psicología de los personajes… Sería larguísima la enumeración de las materias técnicas que el artista tiene que abordar, no menos que el pintor, el arquitecto o el músico. Todo el mundo sabe “escribir” pero no todo el mundo puede escribir artísticamente, no todo el mundo puede desafiar a su tiempo para dar una visión personalísima (moderno) de él sin un conocimiento técnico solvente.

El conocimiento artístico requiere, por tanto, de un imprescindible diálogo con la técnica. La ejercitación continua, la imitación consciente nos llevará a su dominio. La técnica puede ser enseñada. No es posible construir edificios sin un dominio técnico. Proust —el gran Proust— se ejercitaba en el modo de hacer de los otros escritores mediante la redacción de pastiches (imitaciones) no para “imitarlos” sino para buscar formas expresivas nuevas, para tensar y fortalecer sus músculos de escritor.

Hay elementos como son la sintaxis, la retórica, los elementos formales, la estructura de la información y otros que se aprenden y se aprehenden de los maestros. Pero también el debate humilde sobre el propio texto, la reflexión a lo largo de años, la sugerencia del amigo bienintencionado construyen este diálogo con la técnica. El dominio técnico nos dará las herramientas necesarias para abordar nuestra propuesta, para encontrar nuestra forma singular de «decir».

Sin pericia no hay modernidad, sin dominio técnico solo hay artificio o disparate.

  1. Con la innovación

Si no hay innovación no hay arte. Como mucho: artesanía, cerámica de Talavera, tradición, encaje de bolillos. Es la pieza angular de lo moderno. Los bolillos, la cerámica talaverana, no son modernos, no lo pretenden, no quieren serlo. Un escritor, si quiere ser artista, tendrá que innovar, de lo contrario, como mucho, será un artesano aseadito. Ni siquiera es fácil lograr esto.

Por eso tendrá que mirar de manera distinta, ver de manera distinta, sentir de manera distinta, “decir” de manera distinta.

  1. Con el vacío interior (indagación)

Es el último diálogo, el más áspero. Es el diálogo de la diferencia. Habrá que hablar con las sombras que habitan a uno, con las partes que carecen de palabra y habrá que darles palabra. No es fácil, requiere indagación, descenso al Hades, pero es la única manera de descubrirnos como “distintos”. Solo así podremos encontrar el camino de la innovación.

Cuál es el diálogo y que forma le quiere dar cada uno a su vacío, eso no puede enseñarse. No sabemos cuál es el diálogo que mantendrá cada uno con los maestros, pero podemos enseñar la manera de hablar de algunos maestros, el desciframiento del código personal en el que una obra termina por refundarse, por hacerse verbo. En definitiva el verbo se hace carne, pero antes ha sido vacío. El vacío, la nada es lo que no se soporta y necesita hacerse estructura, forma.

La introspección en las tinieblas, en los lugares del humo espeso, del vacío y del eco es visible en los grandes maestros: Dostoievski, Cela, Proust, Bernhard, Joyce… Ellos también se encontraron criaturas abisales que habitaban en mundos oscuros. El vacío es un pececillo ciego. Eso no tiene que producir ternura sino incitar a la demolición de las tardes y los días, porque la luz está ahí para ser creada, no para ser alabada ad maiorem gloriam Dei.

Crear realidad, sentido

El arte en general y la escritura artística contemporánea no debe aspirar a describir la realidad, sino a ser una realidad viva. Algo que ocupa su sitio entre en la realidad, algo que la delimita e (incluso) la transforma. Lo demás es antiguo, rancio. Ya no hay certezas, pero el texto aspira a estar dentro del conjunto de las sugerencias.

Como dice Alberto Mira en el texto citado sobre Albee, «la intertextualidad es una de las claves del impulso post-moderno en el arte, porque contribuye a difuminar el carácter absoluto del discurso, presentándolo como resultado de otros discursos».

Con estas premisas lo moderno sería una vuelta al origen, a la búsqueda, a la creación. Y esto en un mundo como el actual en el que la literatura ha quedado (como tantas otras cosas) sometida a la sombra omnipresente del poder uniformador. Lo moderno sería encontrar una voz que consideramos verdadera y que poco tiene que ver con lo «verdadero». Sería una reivindicación del hombre vivo, del deseo humano. Frente a la imposición de una felicidad condenada a la desilusión, lo moderno reivindicaría lo monstruosamente humano que tiene el deseo. Un texto moderno es el que niega la certeza, el que siempre se mueve en los límites de la enunciación de lo extraño. La peripecia, aunque goce de muy buena salud comercial, no deja de ser una antigualla porque se ha agotado (todas las historias están contadas) y sus renovaciones no son más que sepulcros blanqueados y blanqueo de capitales.

Lo moderno en literatura tiene que provocar una conmoción en el lector. Para informar, formar y entretener ya está la industria y su guardia pretoriana: la mercadotecnia. Lo moderno tendrá que realizar su viaje más allá de las tramas de siempre. De ahí la necesidad de que el escritor artista esté plenamente imbuido por los maestros.

Código, sentido y costumbrismo

Una de las características de un texto de nuestro tiempo es la posibilidad de generar un código interpretativo mediante el propio texto. Los elementos que tenemos dispuestos a lo largo del texto literario deben ser los únicos solventes para su elaboración. A lo largo del texto, como en la vida misma, tanto el autor como el lector participarán de la maravillosa aventura del descubrimiento. El dios encargado de una única hermenéutica ha muerto, el amo que mastica, deglute y saborea por nosotros ya no tiene por qué imponer su criterio, es el momento de reclamar la soberanía creativa. El significado como algo sólido forma parte de un tiempo antiguo en el que la vida y la estética estaban presididas por el dogma. Ahora es otro tiempo, tenemos soberanía, responsabilidad. Tenemos miedo pero no por ello debemos dejar de afrontar la marcha ni de buscar en los huecos.

Decía Ortega que la novela es un género hermético. Esta misma definición valdría para toda la narrativa que aquí estamos llamando «moderna». Hermético en el sentido de que debe ser capaz de elaborar sus referencias en el texto. El texto, el lenguaje, sus relaciones de contigüidad serán lo que definan una propuesta de sentido abierta en un espacio cerrado. El lector es dueño de su deseo en la medida que el deseo quede enunciado como estructura y no como contenido.

El narrador clásico tiene más que ver con «el deber ser» que con el ser de una realidad, se queda en una mirada superficial, en la epidermis, en la costumbre. Ir más allá, alcanzar el texto artístico, significará romper los códigos que compartimos. Ese código ya lo compartimos en otros espacios discursivos (el periodismo, la sociología, la historia, el reportaje).

Es necesario que la literatura innovadora, moderna —sin necesidad de tener que ser provocativa— vaya más allá de lo políticamente correcto, porque lo políticamente correcto es la máscara de una ilusión y la literatura tiene que estar comprometida con algo más verdad, más profundo. El mundo, la vida, el placer, el dolor, el deseo, están mucho más alejados de los telediarios de lo que nos podría parecer en principio.

Después de todo lo dicho tendremos que formular una advertencia: innovar no es buscar lo nuevo por lo nuevo, es un proceso de reflexión a partir de lo dado. Por eso tendremos que tener mucho cuidado en no caer en los brazos del esnobismo. Como diría el gran maestro del relato contemporáneo Raymond Carver: «Muy a menudo, la ‘experimentación’ no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que un licencia que se toma el autor para alienar y maltratar —incluso— a sus lectores». Por tanto tendremos que tener cuidado en no meternos en terrenos pantanosos, en aventuras que no sean el resultado de una evolución artística.

Ahora te toca a ti. Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario

Lo que mejor resume los cuatro diálogos del artista es el parricidio. Desde el drama griego hasta la actualidad los escritores han matado al padre en sus textos de una manera más o menos realista, simbólica o metafórica. Con este tema —matar al padre— escribe un relato que se desarrolle en el mundo contemporáneo. La extensión máxima es de 500 palabras. Envía el texto antes del 20 de junio para participar en el Concurso Escuela de Escritores/El Asombrario. El relato ganador será publicado en estas páginas con un comentario exhaustivo del profesor del mes y el autor podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos, tanto presenciales como por internet, de la Escuela de Escritores.

Para enviar el texto pincha aquí

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