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Un relato ganador en torno al miedo con un narrador bebé

Por manuelcuellardelrio, el 24 de junio de 2016, en concurso

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Foto: Pixaby

‘El poder de la mente’, de la escritora María Luisa Núñez, es el relato ganador del Concurso Escuela de Escritores / El Asombrario de junio. El profesor del mes, Alfonso Fernández Burgos, ha destacado la capacidad de sugerencia del texto así como su prosa, “adecuada a la propuesta narrativa, que enseguida introduce al lector en el mundo cerrado del narrador”. La autora podrá disfrutar de un mes gratis en cualquiera de los cursos de la Escuela de Escritores, tanto presenciales como por Internet, y el relato se publica hoy en esta misma entrada. El blog de la Escuela de Escritores se despide así de los lectores hasta septiembre.

El poder de la mente

Mi padre baja las escaleras muy deprisa, veo sus pies desde mi trona, tropieza, rueda sobre los peldaños, y el último golpe de gracia contra la nuca no se produce, sale ileso. Mi madre deja de darme la papilla, le besa y comprueba que no tiene nada roto.

Desayuna tostadas con jamón, antes de dar el primer bocado me pellizca la cara y me ofrece un trozo de pan, no tengo dientes, lo tiro al suelo. Se pone rojo y luego morado, mi madre se abalanza sobre él y le saca el trozo de jamón asesino de su garganta. Respiran profundo y se abrazan. Ya no quiere desayunar, coge su cartera y desde la puerta me dice adiós. Paso la mañana en el parque esperando que el coche se haya estrellado contra un árbol camino del trabajo, pero llama desde la oficina para recordar que llegará tarde a cenar.

Son las diez de la noche, mamá llena mi bañera, mientras tanto me entretengo en la cuna viendo como giran unos osos sobre mi cabeza, tengo el culo escocido y me pesa el pañal. Se abre la puerta de la casa y un grito de alegría se une a otro del mismo tono que sale de la boca de mi madre. Ya no oigo el grifo del agua, solo besos y risas. Mi padre se acerca con el biberón, lo deja entre mis manos y apoyado en los barrotes de la cuna, su corazón suena con un ritmo parecido al silbido del tren que me ha regalado mi abuelo.

El ruido de una sirena me despierta, luces naranjas entran por las rendijas de la persiana. Tengo la cara manchada de leche seca y una vecina se asoma para ver si estoy dormido.

Comentario al texto del profesor, Alfonso Fernández Burgos.

Estamos ante un relato contemporáneo que nos enfrenta ante tres sentimientos humanos de primer orden como son el miedo, el amor y el odio. El relato, en su aspecto semántico, se construye mediante indicios y en ningún momento se adentra en la prosa contundente de las certezas. El triángulo emocional propuesto —pero en ningún momento resuelto— convierte al lector en sujeto activo de la creación literaria. Y esto es así porque la textura de El poder de la mente se mueve en ofrecer escenas desde la voz limitada de un narrador bebé. Este narrador muestra lo que ve y transmite en construcciones visibles sus deseos y sus miedos, contradictorios, ambivalentes y, por lo tanto, humanos.

Desde el punto de vista técnico nos encontramos ante un lenguaje y una estructura sintáctica sin complicaciones, como efectivamente tiene que corresponder a un narrador cuyo horizonte experiencial es el espacio doméstico y sus necesidades de nutrición, evacuación y descanso. El valor del texto está en su poder de sugerencia, lo que lo convierte en moderno en la medida que el lector es un copartícipe más en la creación de la historia. Pues, aunque a alguien le pudiera parecer obvio, su final —en cuanto a la certeza— queda en un territorio brumoso, donde los indicios del narrador no son, en absoluto, concluyentes.

Resulta reseñable en el texto cómo la fantasía de la muerte se va construyendo por la contaminación del sentido de los objetos. En especial en el final del relato: una luz amarilla, una vecina, una sirena en la noche, son indicios que apuntan en un determinado sentido, pero no concluyen.

En cuanto al desarrollo técnico, el relato es irreprochable. Una prosa adecuada a la propuesta narrativa, que enseguida introduce al lector en el mundo cerrado del narrador. Una texto limpio, desprovisto de adornos que restarían credibilidad a este tipo de narrador.

También me parece muy adecuado el uso del tiempo verbal del presente, pues aunque desde el punto de vista de su manejo técnico no es sencillo, desde el punto de vista de la voz del narrador es el más preciso, pues los niños pequeños viven en un presente sin fronteras.

Tan solo una sugerencia al autor para su reflexión: sería conveniente que trabajara un poco la expresión “lo tiro al suelo. Se pone rojo y luego morado”. Si tenemos en cuenta la elipsis del sujeto después del punto podría parecer que quien se pone rojo y luego morado es el pan, pues es el último sujeto explícito. Inmediatamente el lector se percata de que es el padre, pero este tipo de tropiezos hace que el lector tenga que romper la continuidad narrativa hasta darse cuenta del detalle. Todo lo que saque del marco mágico del relato podemos considerarlo un inconveniente en el texto narrativo. Por lo tanto, sería recomendable recordar el sujeto de la acción después del punto: “Mi padre se pone rojo y luego morado”.

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Comentarios

Hay un comentario

  • 21.07.2016
    Pilar Uruñuela Aransay dice:

    Me gusta cómo la autora crea tensión a través de todo el texto. El caos que reina en la casa, me ha originado un poco de angustia, poniéndome en la piel del bebé. Por desgracia, el stress y la falta de organización, conlleva a muchas familias a vivir en ese caos.

    ¡Asombroso!

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