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Víctor Navarro: “Quería aprender a escribir para aprender a soñar mejor”

Por manuelcuellardelrio, el 22 de abril de 2016, en entrevistas

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Víctor Navarro y

Víctor Navarro la profesora Mariana Torres.

La semana grande del libro, en la que Escuela de Escritores abre sus puertas para quien quiera venir a conocernos, publicamos en nuestro blog la autoentrevista de Víctor Navarro, el escritor y alumno elegido por la profesora del mes, Mariana Torres. Nacido en Moratalaz hace 41 años, técnico comercial de grupos electrónicos, Navarro nos propone un ejercicio de creatividad y desdoblamiento en torno a la escritura y su aprendizaje. He aquí sus preguntas. Y sus respuestas.

¿Desde cuándo escribes y por qué?

Empecé a escribir cuando me apunté a la Escuela, hace ya seis años. Siempre fui soñador, me imaginaba historias desde muy pequeño, pero no me había sentido con confianza de trasladarlas al papel. Me decían que me quedaba en babia y creo que empecé a escribir por eso. Me gustaba soñar despierto y ponerme a escribir era cuestión de tiempo. Siempre he dicho que quería aprender a escribir para aprender a soñar mejor.

¿Y qué hizo la Escuela de Escritores para que escribieras?

Yo tuve la suerte de dar con Mariana Torres, mi primera profesora de escritura, y de hacerle un poco de caso. Me acuerdo que el primer día iba decidido a escribir una novela. Ella me convenció para ir más despacio, empezar por talleres de relato. Me marcó un camino para formarme con otros profesores. Primero Alfonso Fernández Burgos, después Javier Sagarna y María José Codes. Y, la verdad, la experiencia de pasar por todos ellos ha sido excepcional.

¿Dónde está la clave?

Creo que la clave está, primero, en el respeto al trabajo de cada uno. A mí personalmente creo que me han enseñado a leer. He descubierto autores y textos que no sabía que existían y, a día de hoy, me parece que siempre han estado conmigo. Sí, yo creo que la clave está en aprender a leer de otra manera. Los verdaderos maestros de esto llevan mucho tiempo publicados, me han enseñado a verlos de otra manera. Por otro lado está la disciplina y eso ya es más difícil. La vida no deja de ofrecerte excusas para que no te sientes a escribir. En mi caso la soledad es indispensable y cada vez está más cara.

¿Qué excusas?

Cualquiera, unas cañas, un partido de pádel, una película, el fútbol, la primavera. Ahora, por ejemplo, ando metido en proyectos largos y necesito aislarme para poder afrontarlos. En un relato o una escena es más fácil perderte un rato y escribir, pero para proyectos más largos, yo por lo menos me he mal convencido de que necesito dedicación exclusiva. Ya sabes, una semana aislado escribiendo, pensando todo el día en tu texto, sin ruido externo, ni trabajo, ni amigos. Pero es difícil.

¿Y en eso, en qué te ayuda la Escuela?

En todo. En darte críticas, opiniones, en trabajar sobre tus textos, en recomendarte lecturas que te pueden servir para tener más puntos de vista. Es fácil engañarte a ti mismo y a cada uno le lleva su tiempo reconocerlo.

Has dicho engañarte…

Claro, engañarte en el sentido de que para ti puede ser un tema o un personaje muy interesante, y cuando lo lees en clase se desarma por todas partes.

¿Y suelen tener razón?

Claro, pero no es el tema o el personaje, es la manera en que lo has plasmado. Probablemente es que no has sabido transmitir con palabras aspectos que dabas por hechos. O simplemente es una gracieta tuya que no viene a cuento en ese tema y que a veces te obligas a meter con calzador; pero eso no eres capaz de verlo hasta que no te lo dicen.

Entonces…, ¿tú escribes, te corrigen y lo cambias?

Nunca. En mi caso, si opinan que sobra algo, o que no viene a cuento, y ya tenía dudas, lo quito. Si estaba convencido o me gustaba mucho, lo dejo, aunque a lo mejor más tarde lo acabo quitando. Pero si me dicen que añada algo o me dan alguna idea, no suelo hacer caso nunca.

¿Por qué?

Pues porque nadie puede saber más que tú de tus personajes, ni de lo que quieres contar. Te pueden dar muchas opiniones y debes tenerlas en cuenta, pero les tienes que dar una vuelta. Creo que cuando te dicen que quites, en el 90% de los casos hay que quitar. Pero cuando te dicen que añadas… Cuidado.

¿Qué estás haciendo ahora?

Teatro. Concretamente estoy en un curso de teatro con Elena Belmonte.

¿Por qué teatro? ¿Crees que es bueno para formarte?

Sí, creo que es bueno para cualquier escritor, pero no es por eso. Es porque me está fascinando, me parece más explosivo. El hecho de que en principio no haya narrador y todo pase ahí, en el diálogo, en las palabras no dichas, en las acotaciones, me tiene fascinado. Creo que es más puro, más esencial que la novela. El narrador es un comodín que en el teatro no tiene sitio, creo que la palabra vale más en teatro que en narrativa.

¿Por qué vale más?

Porque la acompaña un cuerpo, una cara, un gesto, un sonido. Todo eso que en narrativa tiene que imaginar el lector, el teatro te lo da.

¿Y no te parece por eso mismo más interesante la narrativa?

Seguro es como la gallina o el huevo.

¿Entonces?

No sé, creo que tiene más cabida lo absurdo, lo grotesco, el sinsentido. Hay un personaje en carne y hueso que lo apoya. Quizá es porque ahora estoy metido en eso, pero me imagino una escena en cualquier parte.

Así que cualquier cosa puede ser una escena… ¿Por ejemplo?

Por ejemplo esta entrevista. Con unas pocas acotaciones, claro.

Imaginemos un escenario: una mesa de interrogatorio con su lámpara y un hombre sentado a ella (A), lleva puesto un pijama y unas zapatillas viejas, tiene las manos entrelazadas y mira a la mesa. De pie un interrogador (B), con uniforme militar y una bata blanca desabrochada por encima. El interrogador tira unos documentos encima de la mesa.

B: ¿Desde cuándo escribes y por qué?

A: Solamente quería ayudarles, darles un poco de aire…

B: ¿Y qué hizo la Escuela para que escribieras?

A: No pertenezco a ninguna escuela. Ya se lo he dicho antes. (Levanta la cabeza y mira al interrogador). ¿Por qué no me cree?

B: (Se acerca más a la mesa y A vuelve a bajar la mirada). ¿Dónde está la clave?

A: Son esas malditas voces, aquellos niños vienen a mi cabeza a todas horas, me dicen cosas… Me ponen excusas.

B: ¿Qué excusas?

A: Me dicen que escriba, que escriba algo para los demás, que será bueno para ellos y yo lo hago. Me engaño y lo hago.

B: ¿Y en qué te ayuda en eso la Escuela?

A: No pertenezco a ninguna escuela.

B: Has dicho engañarte.

A: Lo intento, pero no puedo, es como si lo que quiero escribir no me dejaran. Tienen que opinar sobre todo. Esas malditas voces…

B: ¿Y suelen tener razón?

A: (Vuelve a mirar a B). No lo sé. Le juro por Dios que no lo sé.

B: Entonces tú escribes, te lo corrigen y lo cambias… (A vuelve a mirar a la mesa)

A: Sí, eso es.

B: ¿Por qué?

A: Porque siempre están ahí. No me dejan en paz hasta que no lo envío.

B: ¿Qué estás haciendo ahora?

A: Nada.

B: ¿Por qué teatro, crees que es bueno para formarte?

A: No sé de qué me habla. No pertenezco a ninguna escuela. Vale más lo que me dicen los chicos.

B: ¿Por qué vale más?

A: (Se pone de pie y mira de frente a A). ¡Pues porque yo no sé escribir! ¿Vale?

B: ¿Y no te parece por eso mismo más interesante la narrativa?

(SILENCIO)

A: ¿Entonces?

B: No sé, me imagino que cualquier cosa puede ser una escena.

A: Cualquier cosa puede ser una escena. ¿Por ejemplo?

B: Por ejemplo esta entrevista.

Me da miedo seguir haciéndote preguntas…

Sí, es verdad. Deberíamos dejarlo e irnos a tomar unas cervezas.

Cursos de la Escuela de Escritores.

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