Fernando León de Aranoa regresa con una ‘guerra cercana’

El director Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

El director Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

El director Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

El director español Fernando León de Aranoa estrena ‘Un día perfecto’, un trabajo con marcado carácter internacional, sobre todo por sus protagonistas, actores internacionales de prestigio y solvencia como Benicio del Toro y Tim Robbins. Una película ambientada en la guerra de los Balcanes, sobre la ardua labor y convivencia de los trabajadores humanitarios durante el conflicto.

Somos los últimos en entrar. El fotógrafo Roberto Villalón y yo cerraremos la jornada maratoniana a la que se ha sometido León de Aranoa. Ahí está él, algo más corpulento y más canoso que la última vez que le vi. Sus ojeras delatan lo inhumano de ser entrevistado de corrido por tanta gente, sin límite de tiempo. Es de agradecer. Pienso en qué quedará por preguntarle ya, y si su cabeza estará dispuesta para seguirme el ritmo. Solo pide un poco de agua y se sienta frente a mí, dispuesto a complacernos. En cuanto arrancamos con la conversación, tras felicitarle por el espléndido trabajo que nos parece Un día perfecto, el rostro se le ilumina y la charla va in crescendo. Este director, al que yo denomino un constructor de batallas, en mayor o menor medida ganadas, pone pasión bajo su apariencia tranquila, con la seguridad de aquellos que creen en lo que están haciendo.

Cinco años después de ‘Amador’, tu último largometraje, la gente que no conozca tu faceta de documentalista podría pensar de pronto que has dado un giro, saliendo de un cine de batallas cotidianas, de personajes tan cercanos en la distancia y en lo social, para adentrarte en un cine de guerra, más lejano.

La historia ocurre en la guerra de los Balcanes, pero aunque suceda lejos, en una zona de conflictos, creo que siempre intento abordar historias que me resulten cercanas, aunque ocurran a muchos kilómetros. La proximidad con una historia no depende de su situación geográfica, sino que al final muchas cosas de las que se cuentan en Un día perfecto y que tienen que ver con ese grupo humano sometido a una intensidad de presión en un conflicto armado y de cómo les afecta a sus relaciones y a la manera en que se desenvuelven y resuelven o no las cosas, todo eso, siento que me queda cerca por más que suceda a un grupo de trabajadores internacionales y estemos hablando de un conflicto armado más o menos lejano. Siento mucha proximidad con el material, que en gran parte venía de la novela Dejarse llover.

En estos días de la ultracorrección política, tu película hace acopio de la ironía, incluso del humor negro, a veces como una tabla de salvación dentro del caos y dentro de todos los protocolos y poses del sistema; eso humaniza una historia tan cruel de una guerra dentro de la guerra. ¿Por qué este humor es tan necesario?

Yo creo que está dentro de la película porque está en la vida. Para mí es más que una estrategia, es un retrato exacto de la existencia, creo que el humor es necesario en nuestra vida, en la medida en que el drama está presente; te diría que a mayor drama, como en este caso en el que la muerte está tan presente, más necesidad hay de lo contrario, del humor, de la energía, de la amistad, del sexo y de todo aquello que supone de alguna forma que te agarres a la vida. Esto lo explicaban muy bien actores que están en la película y que han vivido el conflicto. Siempre que he andado con trabajadores humanitarios he percibido muy bien cómo en esos contextos donde el drama y la muerte están más presentes se hacen más necesarios la vida, el humor, la broma para neutralizar algo muy duro que está pasando, para poder sobrellevarlo y poner algo de distancia. Si estás permanentemente viviendo una realidad tan dura como ésa, en el caso de los personajes su oficio, eso que viven durante 15 años un día tras de otro, y no inventas alguna forma de poder distanciarte, sobrellevarlo, yo creo que estarías perdido y te volverías a casa el tercer o cuarto día. Lo he visto muchas veces, esa necesidad de la broma más macarra, más negra, y pienso que en general eso es así en la vida, que al lado de la tragedia muchas veces está el humor, y en la película estamos en zona de guerra, con lo cual todo es más extremo. Para mí en esa zona de contexto bélico es como si el drama fuera más drama y, como un juego de contrastes, de luces y sombras, su contrario también debería serlo más, en este caso el humor, la vida, la necesidad de poner distancia.

Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

Existe en tu película cierta critica a los organismos internacionales, político-militares, que aparecen encorsetados en sus reglas, incapaces a veces de pisar tierra y de comprender las necesidades más urgentes o primarias de los afectados en un conflicto, al ser humano.

Sí, en ese sentido yo creo que el grupo de trabajadores humanitarios, si algo representa en la película, no es el heroísmo. No pretendíamos hacer una hagiografía; de hecho, yo creo que hacen muchas cosas muy bien y otras muy mal en la película, ¿no? Y quizá si hay una épica en todo esto, es simplemente estar, hacer ese trabajo sucio en el lugar donde todo es todavía más sucio, ese trabajo que define el personaje de Benicio del Toro como «los fontaneros de las guerras», desatascando letrinas en campos de refugiados, no hay un trabajo peor y a la vez no hay uno mejor. Queríamos contar que ellos representan el sentido común, hay algo de idealismo en el trabajo de los personajes, al igual que un algo de tener los pies sobre la tierra, en el barro de las guerras, más concretamente. Frente a ellos hay una especie de microcosmos, de agentes involucrados en una guerra y entre ellos, por supuesto, los organismos internacionales. Y es como si la lógica de todos ellos estuviera corrompida, como el agua del pozo que se intenta salvar. Creo que la película, si quiere decir algo en esta dirección, es que el enemigo más a la vista es la irracionalidad del ser humano, y eso vale para todo el mundo, vale para los organismos o vale para el egoísmo de los vecinos. Es como si toda la lógica estuviese corrupta, es un poco lo que trae la guerra, esa cosa de que nadie hace lo que debe. Es una forma de decir que la primera víctima de una guerra es el sentido común y que a partir de ahí todo se convierte en una equivocación.

Acostumbrados a los telediarios y la información en general de hoy en día en los que se nos muestra toda la crueldad de la guerra, sus vísceras, que poco a poco nos están inmunizando, aquí en ‘Un día perfecto’ da la sensación de que huyes de ese tipo de guerra encarnizada, del arma disparando y te centras en las relaciones, en las esperanzas y en el coraje de los que sufren, y, sin embargo, son estos los que más dañan el estómago y el alma del espectador. ¿Querías contar precisamente eso?

Sí, porque me parece una materia prima mucho más interesante. Transmite más matices, más lecturas. Digamos esa otra guerra, alejada un poco de los combates, donde todo es más básico, quizá más fácil de entender. Al final, los combates reflejan más el odio, la supervivencia, los momentos de enajenación, pero es cierto que nos interesaba contar la guerra a través de sus síntomas, de su periferia. Contar a través de todo lo que te vas encontrando a lo largo de la película aquello que expresa claramente lo que la guerra se puede prolongar, como el claro ejemplo de las minas, que subsisten aun 20 años después del final de un conflicto; aún hoy en los Balcanes existen enormes zonas por donde es imposible caminar. Pero también existen otras lógicas en la guerra de aquellos que quieren sacar partido de la situación, vender agua frente a pozos contaminados, la violencia entre los vecinos, la limpieza étnica. Sobre todo, esto me pareció una forma más interesante de visualizar la guerra, porque admite más matices; sentía que me podía ser más útil para hablar sobre la naturaleza del ser humano, que al final es lo que me interesa, ya sea en una zona de conflicto armado, ya sea en situaciones de desempleo, se trata de hablar de qué nos pasa como seres humanos cuando estamos expuestos a estas situaciones. Quería explicar que, cuando está a punto de acabar una guerra y unos tipos firman a 8.000 kilómetros La Paz, no todo acaba allí y que la inercia de la conflagración no se detiene tan fácilmente. Cómo las guerras corrompen a los seres humanos y no solamente a los que están implicados directamente en ellas, incluso a los propios cooperantes. Nadie sale indemne de eso, siempre algo te salpica.

El agua y su pureza es el eje de la película, ¿buscabas algún mensaje ecológico?

Yo creo que no tanto como ecológico. Está un poco ligado a lo que hablábamos antes. El agua es vida. Es verdad que hay un simbolismo para mí en el punto de partida de la historia en la película, una lógica habitual que ha pasado en muchas otras guerras, como las africanas, que es esa cosa de arrojar cadáveres a los pozos para que la gente no pueda beber. Si el agua es vida y corrompes ese elemento para que el enemigo no pueda beber, estás acabando con una comunidad que depende de ese pozo, estás haciéndole un gran daño, de hecho incluso se minan los pozos, como las casas, los huertos o las iglesias, los lugares importantes para la gente, cada una en su creencia, y esa es la naturaleza humana. Es pues a nivel simbólico: cuando corrompes el agua corrompes la vida y a los que te rodean, y en la película no sólo está corrompida el agua, sino todos los que están involucrados en esa guerra.

Pero tal y como estamos hiriendo a la naturaleza, solo queda esperar dos salidas: que la naturaleza nos destruya o que ella misma nos salve… Hay algo de esto también en tu película…

Es cierto que hay algo de eso en la película, sin entrar en matices, precisamente lejos de la intervención humana. A veces lo que resuelve las cosas está más cerca de la leyes físicas, todo es posible, puro. Eso me gustaba muchos, el plano simbólico, y tienes razón en lo que dices de la importancia del medio, porque muchas veces cuando rodábamos, a la hora incluso de planificar, de plantearme planos incluso más abiertos, usábamos grandes angulares, porque sentíamos que debíamos meter a la naturaleza dentro, como parte del problema y parte de la solución.

Pues lo habéis conseguido. Dime, Fernando, trabajar con un elenco tan internacional y sobre todo con actores de allí, algunos implicados en el conflicto, y de distintas etnias, ¿ha supuesto un esfuerzo doble para ti?

Yo pienso que todo lo que supone un reto y una dificultad es al revés, se convierte en una motivación y hace que todo sea más apasionante e incluso más divertido. Es algo nuevo. En realidad, cada película es algo nuevo, te crees que tienes acumulada experiencia, pero cada vez que te enfrentas a una nueva secuencia es como la primera vez, y creo que no está mal que sea así. En este caso, en lo que tiene que ver con los actores, era un poco así, como dices. Por un lado, estaban todos los actores de por allí, de los Balcanes, que en algunos casos fuimos encontrándolos uno a uno, también el niño, que está enorme, pero que siempre te la juegas al rodar con un niño; intentas asegurarte con muchas pruebas, pero siempre hay un margen de miedo a ver qué es lo que realmente pasa. Estoy muy contento con el trabajo que hizo la directora de casting en este caso y en todo el elenco que venía de los Balcanes. Tienen todos muchísima verdad y en personajes clave como El Niño o Fedja Stukan, el actor que hace el personaje del intérprete, tuve un enamoramiento total, ¡qué buen actor!, con qué elegancia maneja el humor y qué bien representa algo que yo detecté allí, estando en los Balcanes, la dignidad y el orgullo de ese pueblo y esa percepción que yo quería traer a la película a través de ese personaje, la dignidad en la derrota, en el barro, en la peor situación posible, siendo una víctima, sentirte también parte de la solución. Para mí eran muy importantes, pues estamos contando una historia que transcurre allí. En el caso del resto del elenco, tiene esa cosa internacional que era imprescindible, porque es así, en la realidad y en las zonas de conflicto hay gente de todas partes, en los equipos humanitarios como en el caso de los soldados, en los cascos azules. Recuerdo que en Bosnia había cerca de 54 nacionalidades y eso hacía que todo el mundo intentara entenderse como en una gran Babel de manera muy complicada, y todo eso sintiendo que añadía más confusión a la confusión de la historias. He experimentado alguna vez esa sensación de laberinto que era para mí la guerra, junto a todo lo predecible del drama, del dolor, además de esa sensación de no hay salida. Incluso los propios actores víctimas del conflicto no sabían explicar muy bien qué estaba pasando. Todo eso tratamos de llevarlo a la película y sentía que ayudaba mucho tener un elenco tan internacional para dar vida a los cooperantes, como lo es la realidad. La mayor dificultad era la oralidad de la historia, pues tienes que repartir tu atención y tu foco entre ellos y encontrar y buscar la frecuencia con cada uno para que todo aquello, luego, en la pantalla, parezca lo más natural. Por lo demás, la calidad de cada uno de ellos hacía el resto muy fácil.

‘El Niño’ representa en la película un aprendizaje forzoso. Se rompen los esquemas primarios de la infancia y algo tan inocente como un balón se convierte en una metáfora que pasa de ser un juguete a ser un pasaporte hacia la esperanza.

Así entiendes cómo lo defiende en la primera secuencia, ¿no? No es sólo una pelota. Tengo en el recuerdo algunas películas, como aquella de Rossellini, Paisà, y la relación del niño con el soldado americano al que básicamente quería robarle las botas, son referencias mezcladas con el recuerdo de la experiencia allí, de esos chavales que sabían inglés porque lo habían aprendido de los cascos azules y lo habían aprendido en 20 días más o menos, un inglés aprendido por la necesidad y por la urgencia. Así entendí lo que queríamos contar con el personaje de Nicola, ese forzar la infancia por necesidad para entrar en la edad adulta. La necesidad de crecer ajena a ellos. Tengo la sensación, por las veces que he estado en estos conflictos, de que la guerra convierte a los adultos un poco en niños y dejas de tener capacidad de decisión, haces lo que te ordenan y no hay razones, que es una cosa que está en la película, que te preguntas por qué y siempre es «porque sí», como cuando eres pequeño. Del mismo modo, la guerra convierte a los niños en adultos, es una traslación fea.

Consigues una película de guerra en la que no se ve lo que acostumbramos a pensar como guerra y, sin embargo, está todo ahí, toda la guerra; también a través de la fotografía o de la banda sonora te alejas mucho de lo que siempre se espera de una película bélica. El paisaje es muy reconocible, parece que estás en lugares casi cotidianos, y la banda sonora es una banda sonora de nuestros días, que cualquiera podría escuchar a lo largo de una jornada corriente.

Sí, es verdad que junto a Alex Catalán, el director de fotografía, nos apetecía que la película tuviera una imagen fuerte y vibrante, que tuviera mucha energía. No queríamos caer en el lugar común y hacer una película oscura, apagada, cenicienta, porque es una imagen que hemos visto mucho y también porque no es la percepción que me traje de allí, ni del trabajo de los cooperantes, que para mí tiene más que ver con la energía y la necesidad de resolver las cosas. También tengo en la mente ese paisaje luminoso, vibrante, hermoso, con esas montañas y esos cielos azules intensos y el contraste enorme de toda esa belleza con las cosas terribles que estaban pasando, y eso fue lo que hicimos, buscar ese contraste. No hacer una película melancólica o conmiserativa, sino que tuviera esa energía que han de tener los trabajadores humanitarios para seguir adelante; no te puedes parar; si te paras, es como los coches en el barro; no puedes mirar atrás para seguir adelante. Todo eso queríamos transmitirlo a través de la luz, del montaje, de las interpretaciones y de la música, a la que yo definía como punk rock, y así se lo contaba a los actores; si esta película fuera una canción, sería punk, punk rock; como película me puede costar definirla, pero si fuera una canción tiene que tener esta energía por momentos irreflexiva y en la que no hay que pensar las cosas demasiado, hay que actuar y actuar. Si piensas las cosas demasiado, te quedas varado.

Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

Fernando León de Aranoa. Foto: Roberto Villalón.

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Comentarios

  • Juan

    Por Juan, el 22 agosto 2015

    Buena entrevista y ganas de verla! Felicitaciones

  • Anchored

    Por Anchored, el 23 agosto 2015

    Entrevista extensa, lo malo es que la película esté tan llena de topicazos, personajes bidimensionales, roles arcaicos, diálogos obvios y te deje la sensación de que con la historia buena que tenían entre manos, podrían haberlo hecho MUCHO mejor.

  • Carlos

    Por Carlos, el 23 agosto 2015

    Me ha encantado la entrevista, buen análisis de la peli. Si me encanta la entrevista no puedo decir menos del director, me apasiona, enhorabuena.

  • Fernando

    Por Fernando, el 23 agosto 2015

    Interesante entrevista, como se dice en ella un constructor de batallas más o menos ganadas, tiene pinta de que ésta pueda ser una de las ganadas, yo al menos siento interés.

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 23 agosto 2015

    Una entrevista muy interesante. Y muchas ganas de ver esa película ya.

  • Olga

    Por Olga, el 24 agosto 2015

    Excelente entrevista a uno de mis directores preferidos, la película promete, seguramente será «un día perfecto», ese en el que vaya a verla. No nos defraudará seguro.

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