Fin de semana con otros locos caballeros, los de Monty Python

Fotograma de la película ‘Los caballeros de la mesa cuadrada’.

Fotograma de la película 'Los caballeros de la mesa cuadrada'.

Fotograma de la película ‘Los caballeros de la mesa cuadrada’.

Si notan que lo ‘políticamente correcto’ resulta ya cargante, tras un año largo de campaña electoral, dense un gusto en este fin de semana de traca final, soltando carcajadas con otros locos caballeros y otros locos seguidores -casi tan absurdos como muchos de la realidad, pero mucho más divertidos-: los de los ocurrentes ingleses Monty Python -ahora que los ingleses le han amargado el desayuno a la ‘Europa unida’ con un ‘mal chiste’- y sus ‘Caballeros de la Mesa Cuadrada’.

Que la sátira y la parodia son algo frecuente y muy antiguo en la historia y en la política es algo que conocemos desde los imperiales egipcios. La caricatura y los editoriales de humor acerca de la sociedad y la política tienen ya una larga y productiva historia que empezó, parece ser, entre jeroglíficos -quién sabe si en alguna cueva rupestre lo que se nos muestra no es una parodia o un chiste- y que obtuvo gran éxito en la Grecia clásica a través de comedias satíricas como las de Aristófanes, en la Roma de Cicerón y sus punzantes críticas a ciudadanos, próceres políticos y militares contemporáneos, o en las muchas pintadas encontradas en la terriblemente sumergida Pompeya.

Podríamos hacer un extenso repaso por la literatura y los escritos historicistas y tendríamos que conceder cierta veracidad a la teoría de que Desde Siempre, incluyendo grandes obras de la cultura y el pensamiento, figuras tan prominentes como Dante Alighieri en su Divina Comedia, Cervantes en su Quijote y en las Novelas Ejemplares o en muchas de sus obras Shakespeare, Wilde, Mark Twain, Pérez Galdós, Lewis Carroll y tantos otros han puesto su granito, o granazo de arena, en lo que podríamos denominar el juego -entre divertido y cruel- de acercarnos a la historia y sus hombres a través de la sátira, y de manera especial de los notables y los políticos. Nada es nuevo.

En el cine, con muchos muchos años menos de vida, sucede lo mismo. Una cantidad muy considerable de sus grandes nombres se agarraron a la comedia y la sátira para contar y criticar la realidad. Algunos de ellos han pasado ya por este Viernes de cine y muchos otros más pasarán. Pero al margen de ello, quiero recomendarles que se den un baño de frescura y diversión este agónico fin de semana electoral, con la satírica historia sobre una leyenda tan mítica como representativa de un pueblo como el inglés, a través de Su Majestad Arturo y su reino de Camelot en la divertidísima Los Caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grail) realizada a la par entre los dos Terry del genial grupo, Terry Jones y Terry Gilliam, allá por el año 1975.

Me apetecía en estos días en que los nuestros -me refiero a los políticos-, apoyándose en las siglas que los sostienen, quieren alejar de lo cotidiano todo lo que no sea políticamente correcto -para con ellos mismos, por supuesto-, aunque sea denunciando a cómicos de la lengua en blogs periodísticos o digitales, apagando imaginación mientras ignoran ciegamente lo que los demás vemos: la chepa que en sus espaldas les hacen esas mochilas -de grandes marcas para unos, disfrazadas de modestia para otros-, que todos exhiben sin excepción, sacas cargadas de conspiraciones contra los contrarios en pensamiento, cohechos, treses por cientos, o grandes y pequeños nepotismos; me apetecía, les contaba, volver la mirada a un cine, no por canalla o absurdo, menos divertido e inteligente, como fueron en los setenta y ochenta las películas del grupo británico Monty Python; unos años, un tiempo en el que en nuestras sociedades occidentales se consiguió que cerrarte la boca no estuviese auspiciado por la ley.

Y es que ya les he dicho que lo que quisiera es que se divirtieran, así sin más. Que lo hagan con este estimable documento, cuyo valor casi histórico describe, mucho más allá de la carcajeante fábula a la que es sometido el mito Artúrico, la libertad creativa, y por tanto intelectual y social, que se vivieron en años no tan lejanos como podamos creer. Tal que incluso fueron un poco nuestros.

Porque es cierto que hoy no tengo donde agarrarme formalmente para colocarles inspiradas o soñadas teorías. Los caballeros de la mesa cuadrada no puede verse desde una perspectiva cinematográfica canónica, pues ni su fotografía, ni su puesta en escena, ni su escenografía, ni su vestuario, ni siquiera su producción o interpretación son dignas de un elogio especial, aunque fuese breve. Pero ¿no es quizá eso lo buscado, que más allá de la formalidad o la genialidad estética, como en el cine del primer Almodóvar, este grupo de locos e inteligentes artistas eligiera zambullirse simple y llanamente en la brillantez del diálogo y la libertad?

Es cierto que es loca, exagerada, irreal en muchas ocasiones, pero su humor, intelectual, se convierte en académico en muchos momentos, y retorciendo la parodia llega a ser hasta didáctica en muchas ocasiones.

Sin la coherencia estructural que mantendrá años después la exitosa La Vida de Bryan, este salto de secuencias encadenadas a trompicones, a veces cogidos con papel de fumar, otras sin ni siquiera eso, Los caballeros de la mesa cuadrada contiene ya todo el ideario estilístico, interpretativo y de discurso –editorial si quieren- que desarrollarán los Monty Python durante algunas décadas y al que tanto deben muchos de los cómicos que surgen a su sombra, y no sólo cinematográficos, como Mr. Bean o los argentinos y teatrales Les Luthiers.

No quiere esto decir que sean inventores de un humor único o nuevo, pues las influencias de tantos antecesores en el grupo son incontables, desde Chaplin, Keaton y los hermanos Marx, pasando por Jerry Lewis y contemporáneos como Allen o hasta mucha de la televisión de aquellos años. Los Monty Python logran llevar todo lo aprehendido casi hasta el paroxismo. Me pregunto si no cabría la posibilidad de que se hubieran hecho traducir al genial Gila para empaparse de él.

En fin, háganme caso, relájense de tanto discurso y envuélvanse en esa locura de caballeros sin caballos, sin damas, de guerras con conejos y municiones y estrategias de animales varios (esto es parte de lo didáctico, pues está comprobado académicamente que los contendientes de los castillos medievales arrojaban animales muertos o enfermos para así contagiar enfermedades que mermaran al enemigo). Diviértanse con magos y donceles encarcelados en torres inexpugnables, extrañas doncellas pseudo amazonas, pseudo vestales medievales. Y mientras la ven, prueben a, como hice yo, preguntarse quién sería Lancelot, quién Arturo, quién Galahad, quien el Caballero Negro, cuál el castillo Anthrax o dónde estaría Camelot, si esos locos caballeros fueran esos a los que vamos a dar nuestra confianza el domingo, más cerca creo yo de estos locos caballeros que de los Lannister o los Strak. Y sobre todo disfrútenla, que son dos días.

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Comentarios

  • Juan

    Por Juan, el 25 junio 2016

    Geniales y británicos, en todos sitios cuecen habas! Me encanta el juego de encontrar similitudes con nuestros próximos representantes gubernamentales! Me apunto.

  • Miquel

    Por Miquel, el 25 junio 2016

    I sobretot, cal parar esment al principi: una diatriba sobre la monarquia. Brutal!!!

  • Olga

    Por Olga, el 25 junio 2016

    Muy apetecible volver a ver esta película y más aún en este fin de semana, que recuerde no dejé de reírme desde los créditos, irreverente, surrealista y extraordinaria.

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