Horteras, señoritas, ministrables y otros personajes de Francisco Ontañón

Marlene Dietrich a su llegada a Madrid. 1960. Francisco Ontañón.

Un recorrido por la amplia retrospectiva dedicada a uno de los mejores fotógrafos de la realidad española de las últimas décadas, Francisco Ontañón, quien dijo: “De la fotografía lo que más me molesta es la frivolidad de que se la pretende rodear. Me agradaría que mi oficio fuera tan serio como la profesión de médico, carpintero o albañil”. En la Sala Canal Isabel II de Madrid hasta noviembre.

Como cada mes de septiembre, andamos con la sensación de que el año empieza ahora. El nuevo curso, el nuevo destino, el nuevo jefe, los nuevos proyectos. Pero el regreso de las vacaciones solo nos trae de vuelta a la realidad de siempre: el curso, el jefe, los proyectos que dejamos a medias cuando la sucesión de los días cálidos y luminosos comenzó a adormecernos con su romántica despreocupación. Como siempre, septiembre nos hace aterrizar cuando apenas conseguíamos flotar en el azul de nuestros pequeños paraísos estivales. Hola, realidad de siempre.

Cuando yo era muy niña, las vacaciones parecían durar mucho. La gente se marchaba todo un mes al pueblo o a la playa, y Madrid, en algunos sitios, aún era un descampado donde se jugaba al fútbol o pastaban a su aire las ovejas. Así se ve en las imágenes de Francisco Ontañón exhibidas en la amplia retrospectiva que le dedica la sala Canal Isabel II. La Plaza de las Ventas, la Gran Vía atravesada por coches y peatones –todo a la vez-, los bares de siempre con su mostrador de chapa y sus camareros de chaquetilla blanca, los balcones y el seiscientos, y la Vespa donde viaja toda una familia, como hacían mis padres con mi hermana antes de que yo naciera. Estas fotografías se publicaron en 1967 en el volumen Vivir en Madrid con textos de Luis Carandell, y la noticia apareció en el semanario La Actualidad Española. “Ilustrados, horteras, señoritas, ministrables y ligones. Un libro polémico escrito por un catalán de la corte”, rezan los subtítulos en el ejemplar amarillento que se muestra en una vitrina de la sala. En las fotos de Ontañón se ven los portales miserables y los edificios ruinosos que decoraban la realidad de los madrileños de entonces; “un libro de costumbres que va a levantar muchas ampollas”, escribe el periodista.

Los Kennedy en su segundo saludo inaugural. Washington, 1963. Foto: Francisco Ontañón.

El cantante Raphael en 1965. Foto: Francisco Ontañón.

Algunas fotografías de esta serie también se exhibieron el año pasado en la muestra que el Museo Reina Sofía dedicó al Grupo AFAL con la colección Autric-Tamayo. Francisco Ontañón formó parte de este colectivo y también del grupo La Palangana, con otros destacados fotógrafos de la llamada Escuela de Madrid, cuyos miembros huían de los rígidos modos pictorialistas para abrazar el neorrealismo italiano y la novedosa perspectiva humanista de la realidad que había instaurado en 1955 la exposición The familiy of Man en el MOMA de Nueva York, donde más de 200 grandes fotógrafos, entre los que figuraban Diane Arbus, Capa, Avedon, Cartier-Bresson, Doisneau o Robert Frank –fallecido el pasado día 9- escarbaban con sus instantáneas en lo más hondo de la condición humana. Desde sus inicios en la agencia Europa Press, y luego en la revista AMA y el semanario La Actualidad Española, fue en el foto-reportaje donde Ontañón amplió su estrategia narrativa para enfocar la desventurada realidad española de entonces con una tierna ironía. En muchas de sus imágenes aparecen niños desharrapados que se ríen o miran circunspectos al fotógrafo en los arrabales de Barcelona o Madrid, mientras juegan o montan en patinete o sujetan un perro en equilibrio sobre una puerta en un carromato que anuncia: “SE ACEN PORTES”.

Se acen portes. Barcelona. 1954-58. Foto: Francisco Ontañón.

Mojácar, 1962. Archivo Ontañón.

Paul Anka y Marlene Dietrich en Madrid; la visita de Pablo VI a Jerusalén en 1962; el príncipe Juan Carlos con Sofía paseando en coche como cualquier pareja de novios; la boda de los reyes belgas; una anciana sorprendida tendiendo la ropa en un balcón miserable de París un día de febrero de 1960 que resulta ser la Bella Otero, que ya no se dejaba retratar por nadie, en una exclusiva para la revista AMA cuyas páginas se muestran en una de las vitrinas. La mujer que trabaja en un reportaje que escribe Jesús Hermida, la construcción del túnel de Guadarrama o el chabolismo, la feria de San Isidro donde el toro ha cogido a un espontáneo que dos mozos sacan en brazos de la plaza, la vida en las ciudades de París o Nueva York… Son algunos de los temas que fotografía Ontañón para La Actualidad Española con esa sobria indagación emocional, carente de dramatismo, que impregna de autenticidad a todo lo que su objetivo apunta.

Ontañón no concebía la fotografía como un vehículo para la expresión artística sino como un instrumento útil para enfocar en la realidad lo que merecía la pena contarse. “De la fotografía lo que más me molesta es la frivolidad de que se la pretende rodear. Me agradaría que mi oficio fuera tan serio como la profesión de médico, carpintero o albañil”, decía en la publicación Everfoto en 1976. Por eso, además de mostrar su dilatada trayectoria profesional en el fotoperiodismo y el reportaje, la exposición dedica un amplio repaso a las extraordinarias portadas de libros que realizó en colaboración con el diseñador Daniel Gil para las míticas ediciones de bolsillo de Alianza, y también a las portadas de discos para sellos como Hispavox, CBS y RCA, donde refrescó ese aire acartonado con el que solían aparecer en ellas los artistas.

Aquí está Cecilia con un guante de boxeo enfrentada al objetivo con una fiereza lánguida, y Raphael con apenas 20 años, y Miguel Ríos, Karina, Las Grecas, Jeanette, Rocío Jurado, y los grupos de aquella edad de oro del pop-rock de los setenta y también las estrellas del flamenco. Un colorido trayecto hacia la nostalgia. Se diría que cuando Ontañón las mira, las personas adoptan una sosegada cercanía, como si de algún modo supieran que quien va a contemplarlos después será tan vulnerable como ellos; desde la rutilante estrella del panorama musical del momento a ese niño que te apunta con su pistola de pega, o la mujer que está a punto de casarse, los banderilleros con su traje de luces tan remendado o el mismo fotógrafo desde ese autorretrato en pijama, contra una pared desnuda, a la luz de una pobre bombilla.

En su última etapa, Francisco Ontañón volvió a realizar reportajes colaborando con El País Semanal, donde creó junto al escritor Manuel Vicent la exitosa serie Fantasmas publicada después en el volumen Espectros, de la que también hay muestra en una de las salas. El coordinador de esta revista, Rafa Ruiz, trabajó con él en la Redacción de El País durante aquellos años y lo recuerda como “un encantador refunfuñón y un fotógrafo extraordinario que siempre andaba buscando su hora bruja para disparar”. En la última sala de la exposición se puede ver un breve documental con los testimonios y anécdotas de quienes le conocieron, como el arquitecto Óscar Tusquets, quien editó el fotolibro Los días iluminados (1965) con las fabulosas instantáneas de Ontañón sobre la Semana Santa española que ganó un premio en el Festival de Venecia de aquel año. “Hacer libros de fotografía entonces, que no fueran de desnudos o de viajes, era complicadísimo”, comenta Tusquets. Ramón Masats, integrante con Ontañón del colectivo La Palangana, rememora las festivas reuniones del grupo en el bar de siempre para charlar de cualquier cosa, y cómo compartían, cada uno a su modo, la misma forma de plasmar la realidad cuando era la realidad la que hablaba por sí sola: “Éramos artesanos, no artistas”.

Francisco Ontañón. Oficio y Creación’. Sala Canal Isabel II, Madrid.  Hasta el 3 de noviembre.

El Cordobés, 1963. Archivo Ontañón.

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