‘Fronteras’: las más peligrosas surgen en las mentes

‘Fronteras’ / los díez©

‘Fronteras’ / los díez©

Aunque a simple vista la obra que te presentamos hoy en la serie ‘Objetivo Subjetivo’ pudiese estar emparentada con el mundo de la anatomía, en realidad no es así; lo está de una manera más estrecha con el campo de la geografía. Su título: ‘Fronteras’.

Una de nuestras intenciones a la hora de crear este poema objeto fue poner de manifiesto algo que parece evidente, que las fronteras que trazamos sobre un territorio no surgen de forma espontánea, ya sea en un campo de trigo, una selva amazónica, un océano o un desierto. En gran medida, esa delineación que podemos ver de manera tan evidente en cualquier mapa no tiene una plasmación material real sobre el terreno, salvo en el caso de los pasos aduaneros, las zonas militarizadas, etc…

No, las fronteras, los límites territoriales, no surgen alegremente, o mejor dicho tristemente, cual floraciones campestres. Esas líneas que solo vemos sobre el papel surgen en la mente, ya sea individual o colectiva, de personas o sociedades que precisan de ellas de manera, digamos, administrativa e incluso burocrática; son, por decirlo de una forma bastante prosaica, herramientas para la cohabitación.

Pero si os fijáis, la materialización simbólica de ese límite fronterizo no la hemos construido a partir de, por ejemplo, una cinta con el texto NO PASAR, o una banda serigrafiada a base de punto, raya, punto, raya… La hemos fabricado a partir de alambre herrumbroso, símbolo preclaro de las alambradas de espino omnipresentes en cualquier trinchera, en cualquier zona en conflicto, en cualquier punto del planeta donde el vecino es el enemigo.

Porque, en definitiva, las fronteras más peligrosas surgen en las mentes cerradas, excluyentes, temerosas del otro, negacionistas de la diferencia, ciegas a la diversidad, convirtiéndose en refugio del odio y la injusticia.

Ojalá pudiésemos llegar a contemplar –y comprender– esa frontera, ese límite, no como un punto de separación y alejamiento, sino un espacio donde comienzo a ser yo mismo (como individuo o como sociedad) en el encuentro con el otro. Porque, como afirmaba Heidegger, “la frontera no es aquello en lo que termina algo, sino, como sabían ya los griegos, aquello a partir de donde algo comienza a ser lo que es (comienza su esencia)”.

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