Germán, Estrellita, mi violín y yo

Foto: Pixabay.

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RELATOS / UN AMOR DE VERANO

“Es la primera vez que toco en un concierto”… Y no todo sale bien… Llegamos al relato 18 de nuestra serie de Verano, en compañía del Taller de Escritura de Clara Obligado, colaborador habitual de ‘El Asombrario’.

Por IRENE VILLAREJO 

Me han dicho que tengo que subir al escenario cuando Germán salga. No cuando termine de tocar. Cuando salga. Cuando termine de tocar tiene que hacer el saludo al público. No podemos estar los dos en el escenario. Tengo que esperar.

Es la primera vez que toco en un concierto y todo el mundo está nervioso. Un momento especial, me ha explicado mi profesora, Raquel, pero hay niños a punto de llorar. Yo he ensayado Estrellita, no me puede salir mejor. En casa me sale bien, en clase también, así que no tengo ninguna gana de llorar. Además, hoy llevo un vestido nuevo que hace vuelo, como el de la Reina de la Noche. Hay que ir elegante a los conciertos, dicen mis padres, así que los conciertos me gustan.

En los conciertos hay que estar en silencio, porque solo debe oírse la música de quien esté tocando. Es muy importante. Cada uno de nosotros tiene derecho a que se le oiga bien y a no distraerse. Por eso casi no me muevo y respiro poco. No quiero molestar a Germán y no quiero que nadie me moleste a mí.

Yo toco el violín mejor que Germán, así que, cuando todo el mundo aplaude, pienso que a mí me van a aplaudir más. Se inclina, saluda. Es grande y aburrido. Se va del escenario con las gafas manchadas, sin una pizca de orgullo. Ni me mira. Yo sí le miro, como si me debiera algo, pero Germán es demasiado inútil como para darse cuenta de mi existencia.

Me coloco el violín bajo el brazo y entro. Hay un pianista doblado delante de su instrumento. Hay una oscuridad llena de gente. Un flash delata a mi madre. Están ahí. Pero también están otras personas. Y todas van a verme, con mi vestido nuevo, con mi Estrellita dónde estás. Van a verme a mí. Me inclino ante el público, soy muy educada: qué menos que saludar. Levanto la cabeza y encajo el violín en mi cuello. Me van a adorar. Van a reconocer que soy la mejor.

No estoy en el salón de mi casa donde mis padres me hacen repetir las piezas. Estoy tocando para un misterio. Mis manos tiemblan y sudan, porque es la primera vez que hago esto. ¿Qué estarán oyendo ellos, en silencio, con sus niños y sus fotos? Tocaré mejor que sus hijos. ¿Qué ven cuando me miran? ¿Cómo de importante soy? ¿Estoy guapa, alta, impresionante? Tengo que seguir a ciegas. No hay partitura para esto.

Empiezo a tocar, froto las cuerdas con el arco, el sonido llena la sala hasta sus límites invisibles. Cierro un poco los ojos, me ciega el foco y prefiero dejar que mis dedos funcionen solos. Pongo el dedo en el sitio que no es y una nota horrible deforma la canción. Ya no estoy tocando Estrellita dónde estás, sino un engendro.

Yo, que toco tan bien, que toco mucho mejor que el resto, me he equivocado. Germán no se ha detenido en todo el tiempo que ha estado en el escenario, y yo, que soy mucho más rápida y más lista, desafino. La oscuridad no se mueve, está confundida. No se lo esperaban. Yo tampoco. Me miran y, ahora que me he equivocado, puedo hacer cualquier cosa.

Entonces decido que soy especial, porque nadie se ha equivocado antes. Nadie ha pasado por esto, así que yo decido qué está bien. Así que se hará lo que yo quiero. Demostraré que sé que me he equivocado; no soy la más tonta, sino la más lista. No podrán criticarme. ¿No se supone que el público tiene que aplaudir? Vamos a ver si es verdad.

Lo primero es separar el arco de las cuerdas. Sonrío todo lo que puedo para que me perdonen mi error y para que no se asusten. Lo siguiente es castigarme: por eso me golpeo la cabeza con el arco del violín.

–¡Me he equivocado! –grito, y me doy un par de golpes más.

Al principio la oscuridad permanece inmutable. Tendré que seguir ante el vacío. Pero, un poco después, una risa surge del fondo. La carcajada avanza fila a fila, enterneciendo a padres y abuelos, hasta llegar al escenario y confundirme. ¿Por qué se ríen? Deberían aplaudir. ¡He reconocido mi error! ¡En un concierto! ¡La situación era complicadísima, y he sido muy rápida y valiente en resolverla! Después de unos segundos en los que las risas no se apagan, pienso que a lo mejor también es un triunfo. No parece que me admiren, pero yo diría que les gusto.

Me gustaría ver lo que ellos ven. Yo me imagino a mí misma recta, orgullosa, tan digna como mi vestido. El público, mientras tanto, ha visto algo bonito. Entonces deseo que todo el mundo vea ese algo y me admire; a la risa sucede un aplauso que no quiero que acabe. Necesito los sentimientos del público. Necesito repetir este momento de amor.

“¡Brava!”, grita un señor. Es a mí. Así soy yo. Vuelvo a tocar el violín.

¿Quieres escribir? Ven al Taller de Clara Obligado (). En septiembre reanudamos nuestros cursos de verano.

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