‘Guerrilla’ contra la invasión publicitaria en las ciudades

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“Porque los muros también esconden bosques. Sólo hay que segar el yeso para que crezca la hierba”. PEJAC, uno de los más interesantes artistas urbanos con sede en Barcelona nos explica el valor del arte urbano: una ‘guerrilla’ contra las ciudades sometidas a los mensajes exclusivamente publicitarios. Y su necesidad de salir del estudio y pintar fantasía en las paredes de la ciudad: toda una liberación, “sin la supervisión de nadie y para sorpresa de todos”.

PEJAC

El arte urbano es, ante todo, libertad. Aunque a día de hoy, y ésta es parte de su grandeza, engloba tantos estilos y puntos de vista diferentes que no me atrevería a intentar siquiera definirlo. Lo que encuentro muy excitante, y por lo que creo que a diario en todo el mundo se suman artistas a este movimiento, es el hecho de que se pueda utilizar la calle para expresarse sin pasar por los filtros habituales de la industria cultural. Este factor es muy importante y por fuerza se deja sentir en la forma y en el fondo de muchas obras de arte urbano.

En la calle ya no solo pintan graffiteros; en los últimos años, hemos asistido a una creciente incorporación a innumerables muros de obras que manejan con soltura el lenguaje del arte contemporáneo. De hecho, existen muchos casos de gente que ha empezado en el arte callejero y en poco tiempo sus pinturas han cambiado el soporte del muro por el papel o el lienzo, para poder ser mostradas en galerías o museos.

Mi camino ha sido el inverso. La primera vez que pinté en la calle fue en el año 2000, cuando estudiaba en Milán; fue una acción puntual, pero experimenté una enorme sensación liberadora, una sensación que se quedó latente, como una célula durmiente, siempre presente en los años posteriores. Durante ese tiempo, mi trabajo se centró en mantener una actividad continuada de exposiciones en galerías y ferias de arte contemporáneo. Recientemente, he vuelto a sentir esa necesidad vital de salir de mi estudio, de tomar aire fresco y de plantear imágenes para ser pintadas en la calle. Sin la supervisión de nadie; para la sorpresa de todos.

Insisto, pintar en la calle es una liberación, porque cambia completamente el espíritu de la imagen y de la obra. Cuando lo hago sobre un lienzo, siento que la obra termina en los límites del bastidor que tensa la tela. En la ciudad, en cambio, una intervención de apenas dos metros cuadrados en la puerta tapiada del bajo de un edificio afecta a toda la estructura del bloque, a todo el entorno de la calle misma.

Como artista, y también como espectador, encuentro que esta cualidad hace del arte urbano algo poderoso. Me gusta pensar que mis obras en la calle son vistas, y espero que en ocasiones comprendidas y disfrutadas, por personas que por el motivo que sea nunca han puesto un pie en un museo.

Tener la posibilidad de mostrar las oscuras celdas que emergen de un muro blanco, la vegetación que subyace bajo los ladrillos, el mundo que se nos va por el sumidero o hacer un agujero de todo corazón en una verja es ofrecer una mirada distinta a la gente, introducir una dosis de fantasía en el día a día de la ciudad.

Cuando camino por las aceras de mi ciudad, de cualquier ciudad, siento que el acoso de la publicidad en sus múltiplas formas es constante; allí donde mires, siempre quieren venderme algo; pero cuando paso frente a un mural, a un stencil o a cualquier intervención artística, esa desagradable sensación de estar paseando por una interminable galería comercial se disipa, y las calles vuelven a ser calles y me reconcilio con el entorno urbano. Por desgracia, hay personas con poder para eliminar todas aquellas imágenes que no son publicidad a golpe de agua a presión o con esos grotescos rectángulos grises.

Me consuela pensar en la cita del gran Oscar Wilde: “Cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo de estar equivocado”.

El Arte Urbano influye en mi otra faceta de artista, del mismo modo que muchas de las obras que realizo en mi estudio buscan su lugar en los espacios abiertos. Ambos enfoques le han dado un equilibrio creativo a mis nuevos proyectos y se retroalimentan. Quizá el mejor ejemplo, y el más gratificante hasta la fecha, haya sido el mural de más de 200 metros cuadrados que realicé en el CEM CAT (Centro de Esclerosis Múltiple de Hospital Vall d´Hebron de Barcelona). Porque los muros también miran hacia el interior y también esconden bosques. Sólo hay que segar el yeso para que crezca la hierba.

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