Iñaki Gabilondo, esa voz, esa inteligencia que me atrajeron como un imán

El periodista Iñaki Gabilondo fotografiado por Victoria Iglesias.

El periodista Iñaki Gabilondo fotografiado por Victoria Iglesias.

El periodista Iñaki Gabilondo fotografiado por Victoria Iglesias.

El periodista Iñaki Gabilondo fotografiado por Victoria Iglesias.

Hoy, 19 de octubre, el periodista Iñaki Gabilondo cumple 76 años. Con este texto y esta foto, Victoria Iglesias cuenta lo que muchos españoles hemos sentido durante décadas: que su voz, por lo que dice y cómo lo dice, es la actualidad sin sobresaltos ni falsedades, sino con mesura y profundidad. Con matices. Tan necesarios.

Las palabras suenan secas entre las sábanas, como amortiguadas, sin estructura; pero al darse ella la media vuelta se hacen nítidas a la luz de la mañana mientras me cuelo en su cama y el pequeño aparato de radio se desnuda dando un vuelco. Es mi madre que se ha quedado dormida con ese run run. Mi padre ya se ha ido al trabajo y a mi hermana la llevó al colegio, Cruz, la vecina. Así que cuando mi fiebre por fin se ha decidido obtengo la recompensa de ver la lámpara de araña del dormitorio de mis padres y acurrucar mi frío, tumbada a su lado, mientras deshilo con mis dedos su melena rubia. Son las 8.30 de la mañana y ella está a la espera de un serial que apenas dura menos de 10 minutos: La Saga de los Porretas.

Cuando nos levantemos, en el desayuno, la melodía del pequeño aparato continuará en el de siempre, eléctrico, de madera; esa radio que me hacía ver un mundo extraordinario a través de unas pequeñas rendijas. Con ruedecillas que movía para diluir ruidos extraños, espaciales, que decían ser ondas llegadas del cielo. La jaula del canario está siempre a su lado en un pedestal blanco. La radio encima de un aparador, a su altura, en la cocina. Y mientras me subo yo a una banqueta hablo con las voces que después de un rato aparecen nítidas a mi lado, y justo cuando el animalito amarillo me dice pío. Un día escucharé al Rey Baltasar…, y el pájaro, que estará en su paseo nocturno fuera de la jaula, se posará por fin en mi hombro atento al aparato. Desde ese recuerdo nítido, en mi casa, siempre casi todas las noticias importantes vendrán por la radio.

Son las 8.30 de la mañana de un día de septiembre de 1986. Me estoy vistiendo para salir de casa mientras desayuno, recojo apuntes y contemplo ilusionada la nueva cadena de música, compacta y plateada, que nos han comprado. La tapa transparente deja ver el disco que da vueltas, suavemente, mientras el volumen retumba en los bafles a un lado y otro del salón. Salto encima de la alfombra y levanto la pierna como David Bowie en el hombre que vendió el mundo. Mi hermana se deja llevar y sube aun más el volumen hasta que aparece mi madre por la puerta diciendo eso de que no son horas, por favor. (Todavía recuerdo el olor y los reflejos brillantes de aquella caja metálica que me parecía enorme).

Es un día soleado en Basauri y los rayos entran por el salón dando una sensación gratificante después de una semana de lluvia. Ahora mi hermana sintoniza emisoras de radio que suenan también distintas y vibrantes. De repente, una voz masculina profunda y atrayente nos atrapa como un imán. Nos quedamos escuchando envueltas en una sintonía que despega como algo en el ambiente que nos parece trepidante. Una batería de noticias con una emocionante entonación y ritmo. Tengo que irme, sister, llego tarde. ¡Qué suerte! ella que hoy puede quedarse, pienso.

-¿Cómo dices que se llama?

-Iñaki Gab…, me dice mientras cierro la puerta.

Es un día de enero de 2009 y nieva en Madrid. Hace mucho tiempo que no veo a Iñaki; pero esta mañana he quedado con él.

En un taxi, mientras driblamos el atasco, intento contar las veces que le he fotografiado desde que vivo aquí. Fue mi primer entrevistado para la Facultad y también la primera persona que me ofreció trabajo (aunque esta oferta nunca se materializó). Recuerdo subir a esa sexta planta del edificio de Gran Vía con el corazón latiendo fuerte, cómo me dejaban pasar hasta la Redacción, y él aparecía a eso de las 12.03 cuando recién terminado el programa se asomaba por el pasillo:

“Hoy no, todavía no está la sección en marcha… Vuelve otro día”. Y yo regresaba a mi casa por la línea 1 de metro bajo el traqueteo del vagón, ya más tranquila, aunque sin el trabajo, pero creando vocación.

Hay algo de él entre la nariz y los ojos…, es el triángulo que llamo yo de la inteligencia. Sin hablar, locuaz. Sin pronunciar palabra, sutil. Su cara había cambiado pero su mirada seguía siendo así. Benditos son los iris que permanecen en apariencia inalterables con el paso del tiempo.

Mientras le enfoco recorro mi vida en un instante hoy que nieva y me hiela la tristeza. Hoy que nada más despertar mi padre tocó el timbre de mi casa para cuidar de mi hijo, mientras mi marido atraviesa aeropuertos colapsados por un temporal, desde Madrid a Nueva York, antes de que una máquina deje el corazón paralizado de la abuela Beverly H. en Illinois.

A veces me preguntan cómo hice esta foto o cómo hice la otra… Pues así, como resultado de un peso que se carga en el alma y que se dispara a través del objetivo. Los puños de buen hilo blanco vibran bajo la luz dorada, los gemelos perfectos de plata brillan, la corbata se desliza antes de determinar el nudo. Sonríe.

Recuerdo cuando era niña y veía a mi padre muy serio hacerse el nudo de la corbata y ajustarse aquellos gemelos de plata en la camisa blanca. Dicen que justo antes de morir, toda tu vida pasa rápidamente por tu memoria durante unos instantes. A veces, a través de un objetivo, vuelves a ver a alguien que en realidad llevas viendo toda una vida y haces en ese momento de la tuya un salpicadero de fugaces recuerdos. Reconozco su sonrisa, su gesto amable, su entrega. Enfoco su boca y veo la cicatriz que cae por encima del labio como una flecha mientras me mira desde el espejo. Y entonces, en medio del desconcierto de un día helado, vuelves de alguna manera al calor de tu territorio, y asumes todas las cicatrices de la vida como algo inevitable y hermoso.

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Comentarios

  • María Dolores Sáez Pareja

    Por María Dolores Sáez Pareja, el 19 octubre 2018

    Es una descripción preciosa y llena de verdad sobre el Maestro Iñaki Gabilondo.
    Lo escuché por primera vez en el año 1988 y durante todos los años que llevo en mi tierra segunda, no dejo de hacerlo, desde dónde esté. Mi admiración por su templanza, sabiduría, excelente hacer como profesional y humano, son dignos de crear escuela. Enhorabuena por tu artículo. Un saludo.

  • María Teresa

    Por María Teresa, el 19 octubre 2018

    Grande grande…Iñaki ,es una de esas personas que siempre logro sacar lo mejor que hay en mi,escucharlo es un lujo,larga vida Iñaki Gabilondo,y muchas felicidades!

  • Gerard

    Por Gerard, el 19 octubre 2018

    La excelencia en el periodismo moderno, probablemente muchos periodístas intentarán mirarse en el espejo gabilondoniano para reorientarse y situarse, para luchar por una profesión imprescindible , haciendo lo que hace Iñaki todos los días de su vida, decir sin complejos, lo que pasa en la calle. Por eso lo escuchamos.

  • M.Luisa Méijome Iglesias

    Por M.Luisa Méijome Iglesias, el 19 octubre 2018

    Desde que tengo uso de razón, me ha despertado Iñaki con el programa » Hoy por hoy».
    Su bondad y libertad de expresión para informar con VERACIDAD, me ha encandilado.
    Su presencia ganó mi admiración; la paz y serenidad de su hermoso rostro, su voz amable y pausada y su sabiduría, han conseguido que le admire y agradezca su información.
    GRACIAS IÑAKI!

  • Balbi

    Por Balbi, el 19 octubre 2018

    Muchas gracias Iñaki siempre sacaste mi parte buena y felicidades que cumplas muchos mas!

  • Marta

    Por Marta, el 19 octubre 2018

    Precioso artículo en el que, sin duda, muchos vemos reflejado el paso de nuestra propia vida.
    Maravillosa lucidez la de Iñaki. Ojalá podamos seguir escuchándole muchos años.

  • Divina

    Por Divina, el 20 octubre 2018

    Me alegro de leer fechas de seguidores, yo creo haberle escuchado siempre. Sera que otras voces no me llegan, se comprometen menos. Gracias por el respeto a » los oyentes»

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