Isaac Rosa: «Nuestra respuesta no está a la altura de la agresión que sufrimos»

©Elena Blanco

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En la literatura de Isaac Rosa (Sevilla, 1974) se sigue filtrando la tensión social, laboral y económica de los tiempos que vivimos. Después de diseccionar el mundo del trabajo en esa especie de Gran Hermano laboral que es ‘La mano invisible’, publica ahora ‘La habitación oscura’, fascinante relato en el que el autor nos invita a acompañarle al interior de un espacio oscuro y aislado del exterior construido por un grupo de amigos. En él sus identidades se diluyen por la oscuridad y un pacto de silencio. De lugar de juegos sexuales sin rostro a refugio emocional contra la frustración y los miedos por el derrumbe de un mundo de certezas que se viene abajo por la (que llaman) crisis. Isaac Rosa perfila sucintamente a unos personajes que representan algunos de los arquetipos de una generación que, como la del autor, es hija del consumo desaforado y del bienestar de serie. Sus respuestas ante la crisis, ¿son las nuestras?

Formas parte del colectivo ‘Qué hacemos’, que procura la búsqueda de ideas y soluciones a la crisis que estamos padeciendo. Busca, por lo tanto, una primera persona del plural activa y que se exponga ante y para los demás. Primera persona del plural que es la que usas en la novela para poner voz a un grupo de amigos que parece el reverso de ‘Qué hacemos’. Un grupo que se aísla del exterior en esa habitación oscura y que busca más la salvación individual que la del colectivo.

Sí, tienes razón en que es el reverso ya no sólo por eso sino porque la colección que hacemos tiene sobre todo el propósito de elaborar propuestas. Lo importante en la colección es proponer alternativas, crear esa propuesta y hacerlo de forma colectiva, y mi novela no contiene soluciones ni propuestas. En ese sentido sí sería el reverso. Más allá de que la novela es enteramente mía y en la colección sólo un porcentaje lo es porque forma parte de un colectivo.

El uso de la primera persona del plural permite despersonalizar al narrador o narradora (incluso el sexo es, en ese sentido, indefinido). El plural despersonaliza pero no diluye una conciencia crítica, muy crítica incluso, con la evolución de los personajes de la novela. En tiempo de libros de autoayuda, escribes otro reverso: la novela de amarga autocrítica.

De hecho la primera persona del plural, que además es bastante indefinida, que unas veces es masculina y otras femenina, más allá de que funcione como la voz del grupo que entra en la habitación oscura o que la voz de la propia habitación oscura, yo creo que lo que permite es incluir al lector, que el lector la haga suya y hable también en la novela, que asuma también esa voz que habla por él. Eso es lo que pretendía sobre todo. Crear un tipo de discurso en el que el lector, que a su vez está dentro de la habitación oscura -porque desde la primera página se le invita a entrar y va a estar ahí hasta la última página en que entre un poco de luz-, haga suyo ese pensamiento como si estuviera dentro de la habitación y lo estuviera compartiendo.

libro

¿Compartes ese calificativo que le daba de amarga autocrítica?

Sí, en efecto es una novela amarga como el tiempo amargo que vivimos. Es verdad, me han dicho lectores que les parece una novela desoladora o pesimista u oscura y no puedo negarlo. Todos esos calificativos están en la novela porque son coherentes con mi propia mirada lo que nos está ocurriendo, con mi visión bastante negativa del momento en que vivimos. Y también hay un elemento claro de autocrítica. Aunque está escrito en primera persona del plural, en primer lugar es mi autocrítica, soy el primero que me la aplico, aunque luego la pueda extender a buena parte de mis conciudadanos o a buena parte de mi generación. Pero yo creo que sí, que dentro de la crítica, del discurso crítico que venimos construyendo, en él faltamos nosotros. No solemos incluirnos porque no queremos caer, y yo tampoco quiero, en el otro extremo que es la culpabilización fácil del hemos vivido por encima de nuestras posibilidades que llevamos años oyendo. Sin llegar a eso, porque no creo que eso fuera cierto -yo creo que todos vivíamos de acuerdo a las posibilidades que había-, tenemos que hacer autocrítica y asumir nuestra parte de responsabilidad individual y colectiva en lo que ha ocurrido, en lo que fueron los años previos a esto que ahora llamamos crisis y en lo que está siendo hoy también.

La habitación oscura nace como espacio para el juego sexual y se va transformando en reducto de respiro y refugio del grupo de amigos ante miedos y cansancios. La realidad exterior se filtra en la oscuridad del interior. ¿Se filtró también la realidad del tiempo que vivimos en tu escritura o la habitación oscura era una excusa para hablar de ella?

La habitación oscura surge como una imagen, no surge a partir de la búsqueda de una metáfora con la que contar lo que nos está ocurriendo.  Me encontré con esa imagen de un lugar cerrado, oscuro, silencioso, donde un grupo de gente entra y sale. A partir de tener esa imagen de la habitación oscura podía haber hecho muchas cosas. Lo primero que pensé fue hacer un cuento. Podía haber escrito otro tipo de novela. Una habitación oscura te da para muchos tratamientos. Podía haber hecho una comedia, una novela con asesinato, otras cosas, pero me di cuenta de que la habitación oscura tenía un potencial metafórico considerable para algo que sí quería hacer, que no tenía en mente cuando apareció esa habitación oscura pero sí venía rondándome: la idea de escribir sobre qué nos está ocurriendo. De hacerlo además desde el punto de vista de, no sé si decir mi generación, pero sí de quienes comparten conmigo un pasado, una educación, un trayecto hasta llegar aquí. Para eso sí me servía la habitación oscura, para mirar lo que nos está ocurriendo pero con un punto de extrañeza. Creo que eso es lo interesante, lo que permite entender la complejidad de lo que nos ocurre y lo que nos permite hacernos ciertas preguntas que sin esa extrañeza, sin ese distanciamiento con el lector que permite la habitación oscura, tal vez no surgirían.

Hablabas de generación. No sé si tu voluntad era la que expresa la editorial con ese “la novela de tu generación”.

Eso evidentemente es un lema no sé si decir comercial, una forma de llamar la atención sobre la novela. No reniego de que tiene un elemento generacional. La novela habla de un grupo de gente que por edad y circunstancias se corresponde conmigo y con quienes hemos nacido en los setenta, con quienes hemos crecido en democracia. Pero no es una novela generacional en el sentido de que esté escrita para mi generación, no busco ese tipo de lector, pero sí está escrita desde mi generación, desde una mirada al mundo que podemos compartir -no todo el mundo pero sí una buena parte- quienes pertenecemos a esa generación y tenemos unas características comunes que hace que la crisis nos golpee de una manera diferente a como puede golpear a nuestros mayores o a nuestros menores y que nuestra respuesta sea también diferente.

La generalización siempre excluye los matices pero, ¿ha sido y es esta una generación esencialmente hedonista?

Sí, creo a veces nos da miedo pronunciar la propia palabra hedonismo porque tememos que nos acusen de moralistas o algo así. Pero creo que sí, es la primera generación nativa de la sociedad de hiperconsumo individualista en que vivimos. Somos los que nacimos y nos encontramos con todo eso con lo que vivimos hoy. Por supuesto que todo eso ha ido a más, pero ya cuando éramos pequeños existía. Nuestra infancia y adolescencia tuvo lugar en los años de cultura del éxito individual, en que se cantaba al éxito individual, en los años ochenta, noventa, que son los años del triunfo del neoliberalismo y en que se van enterrando otras alternativas, otras ideologías, y yo creo que eso ha condicionado nuestra respuesta y nuestra actitud ante lo que está ocurriendo. También el hecho de que seamos la primera generación de la democracia, que no hemos conocido otra cosa que este tiempo, un tiempo en el que entendimos o nos dijeron o nos educaron en que como había democracia no había que resistir, con lo cual no teníamos que construir nuestras formas más autónomas de resistencia. No tenemos tampoco memoria ni experiencia personal de ninguna forma de lucha colectiva o de resistencia como sí podían tener nuestros mayores, o algunos de ellos, en el anti-franquismo. Todas esas circunstancias están ahí y pesan sobre nosotros a la hora de enfrentarnos a la crisis y de soportarla.

De los personajes de la novela vamos conociendo datos básicos, pinceladas que los esbozan sin llegar a definir del todo ni darles profundidad. ¿Es una elección consciente y con propósito?

Sí, hay una decisión que tiene que ver con la cantidad de información que tiene el lector. Quería construir una serie de vidas que van entrando y saliendo de la habitación oscura, que lo que tienen en común es el paso por la habitación, que siempre es el centro de la novela, y de las que vamos sabiendo y conocemos sólo aquello que, por así decir, deja rastro en la propia habitación. Aquello que les lleva a entrar y que puede quedar ahí prendido en la habitación, y la propia información que ellos tienen de los demás. Es un conocimiento que, por mucho que sean parte del grupo, que lleven años juntos, por mucho que compartan un espacio tan especial como una habitación oscura, no deja de ser un conocimiento de las vidas de los otros precario como lo es todo en nuestra vida, también la forma de relacionarnos con los demás. Quería limitar la información que doy al lector, no ir más allá en el relato de esas vidas. Que el lector supiera de las vidas de los otros lo mismo que los personajes sabrán de la vida de los demás.

La oscuridad nos hace indistinguibles, nos iguala. Hay un largo párrafo en el libro en el que esa voz plural de la narración resume nuestras vidas en gestos meramente publicitarios. “Seríamos un gran anuncio”, dice. ¿Ha sido la publicidad la gran arma para uniformarnos y hacernos indistinguibles?

Sí. Yo incluyo varios elementos. Uno es la publicidad pero previo a eso hablo también del papel de las ficciones, sobre todo de las ficciones televisivas. Nuestras vidas en la juventud como personajes de telecomedias. Pensábamos que siempre íbamos a ser así, jóvenes, felices, guapos, con preocupaciones sentimentales y no económicas o sociales. De ahí pasamos a un segundo estadio en el que nos convertimos en protagonistas o en que nuestra vida se parecía a un largo anuncio televisivo, en ese momento en el que creímos acercarnos o rozamos con los dedos aquella promesa de prosperidad en la que nos educaron y en la que iniciamos un proceso de acumulación material que, por supuesto, se cortó con la llegada de lo que llaman crisis. Pero durante años sí creo que nos lanzamos a un proceso de acumulación material. Cada uno hasta donde pudo, hasta donde llegó, pero que tenía que ver con esos modelos, con esas representaciones de la realidad que ofrecía la publicidad.

Si la serie de televisión ‘Mad Men’ nos cuenta, entre otras cosas, el despertar en los años 60 de la publicidad como herramienta de conformación del gusto y de las costumbres, del despertar de la maquinaria del deseo consumista, ‘La habitación oscura’ parece casi una coda moral sobre las consecuencias monstruosas de ese modelo basado en el deseo y el consumo.

Sobre todo quiero alertar al lector o hacerle que se replantee ciertas cosas y se haga preguntas sobre cuál ha sido su papel, su responsabilidad. No se trata de culpar a la publicidad de que es la que nos ha educado, la que nos ha traído hasta aquí, creado unas necesidades que no teníamos. Es difícil establecer dónde termina la capacidad de elección de cada uno pero creo que sí que hay algunas decisiones de las que hemos sido responsables.

El miedo retrae, el miedo incapacita, el miedo nos recluye en esa habitación oscura que se procura como refugio. ¿A qué tenemos miedo?

Yo creo que el miedo es uno de los elementos definitorios de nuestra generación. Una de las razones por las que creo que no estamos respondiendo como deberíamos, no estamos haciendo frente con la contundencia que necesitaríamos, es también el miedo. Es el miedo a perder más, a seguir perdiendo, a perder no ya lo que tenemos sino lo que esperábamos tener. El miedo a que no sea posible ya de ninguna manera alcanzar del todo aquel futuro que nos llegamos a creer y que todavía mantenemos la ilusión de que en algún momento regrese, de que en algún momento esto pase, se acabe y volvamos a contar con ese horizonte. Creo que eso nos paraliza o limita nuestra respuesta. Tenemos miedo, como en algún momento se dice en la novela, de romper algo, porque si rompemos algo quizá no podamos volver atrás, no podamos recuperar esas promesas. Ese es parte de nuestro miedo, el de quien tiene mucho que perder y no tiene suficiente para recuperarse de esas pérdidas. Yo creo que ese es el miedo en el que estamos instalados, un miedo típicamente de clase media.

Vivimos a toda pastilla, estamos sometidos a un régimen de estímulos sensoriales tal que en una semana creemos vivir toda una vida y, en ocasiones, uno se plantea si ha perdido el control de su tiempo y de sus decisiones. En el libro, al hablar de cómo se desmorona todo con esta crisis, se habla de “descomposición orgánica, de una peste que tan imparable como imperceptible se extiende día a día pudriéndolo todo”. ¿Es ese contraste entre la velocidad de los estímulos y la lentitud de la degradación el cóctel perfecto para la inacción?

Sí, yo creo que parte de la respuesta a lo que nos está ocurriendo es una especie de huida hacia adelante enloquecida. Es correr más, acelerar para que la máquina no se pare, para que la bicicleta no se caiga por falta de pedaleo y de velocidad. No somos dueños de nuestro tiempo. En un momento en que aparentemente no hay trabajo, trabajamos más que nunca. Vivimos sometidos al imperio, a la dictadura, de la productividad, que ya no solamente es un tema laboral sino que lo ha contaminado todo. Toda nuestra vida está regida por esa ansiedad de ser productivos. Productivos en nuestro trabajo, en nuestro tiempo libre, en nuestras relaciones con los demás, y eso forma parte también de nuestro aprendizaje de la vida, de cuál ha sido nuestra educación, de cómo hemos crecido en esa forma de sometimiento pero también en la precariedad, que yo creo que es lo que ha caracterizado nuestras vidas hasta ahora. La precariedad no es algo que llega con la crisis sino que en realidad nosotros -cuando hablo de nosotros me refiero a quienes nacimos en los setenta- no hemos conocido otra cosa que la precariedad. Esa ha sido nuestra vida hasta ahora.

“La energía que te seguía empujando (…) acababa saliendo en forma de grito doméstico, sarcasmo en pareja que hiere más de lo esperado, bofetón incontrolable a un hijo que no tiene culpa”. ¿Estamos ocultando de puertas adentro una frustración que debería exponerse de puertas afuera?

Sí, estamos aguantando. Yo creo que esa es una palabra clave, el aguante. Estamos aguantando hasta extremos de agotamiento total, de frustración también, de apretar los dientes y los puños, de a veces hacer daño a los demás, a los más cercanos, pero sí creo que estamos conteniéndonos, realmente aguantando, que cuando gritamos lo hacemos, como los personajes de la novela, en la habitación oscura, no tanto en la calle. Gritamos hacia adentro.

Estamos esperando a que las cosas vuelvan a ser como eran, a celebrar “que la guerra ha acabado”. Parece que no queremos imaginar otra forma de vida o que nos da una enorme pereza cambiar. ¿Han muerto las ideologías?

Creo que no somos capaces, o no nos lo planteamos, de hacer una transformación real que empiece por nosotros. Hablamos de cambiar el sistema, de transformar la sociedad, las instituciones, de acabar con el capitalismo, pero no estamos asumiendo nuestra cuota de transformación. No hemos renunciado todavía -creo que hay una parte que tiene que ver con la renuncia-, y no hemos sido capaces de renunciar a esa vida prometida, a esa vida que nos ofrecieron y que dimos por buena. Creemos que todavía volverá en algún momento y eso es parte del problema, el hecho de que todavía confiemos o esperemos que las cosas vuelvan a ser como antes. Estos días tengo sensaciones agridulces viendo algunas experiencias de gente que de repente cambia de vida pero no como fruto de una decisión, de un razonamiento, sino porque no le queda otro remedio. Gente que, por ejemplo, pasa más tiempo con sus hijos y no los deja de 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde entre colegio, extraescolares y persona que los cuida; pero no porque haya decidido que es mejor pasar más tiempo con sus hijos sino porque se ha quedado en paro. Me pregunto qué pasará cuando encuentren trabajo, si volverán al ritmo de vida anterior. Vemos gente que ha renunciado a tener una casa enorme, un adosado, un chalet, pero porque no puede. No sé si cuando cambien las circunstancias volverán a recuperar esas expectativas, ese sueño que tenían. Veo mucha gente que está haciendo las cosas de otra manera, que está haciendo de la necesidad virtud, que de repente ha descubierto que tiene que funcionar de forma más autónoma, que tiene que buscarse en los demás, que tiene que trabajar de forma más cooperativa… Pero siempre me pregunto hasta qué punto es una respuesta obligada porque no te queda otro remedio o si hay una convicción, si esto va a tener continuidad. Siempre tengo ahí ese resquemor de que si en algún momento, aunque evidentemente no va a ser como antes, tenemos la sensación de que la máquina vuelve a andar, vuelve a coger velocidad, qué haremos. Si habremos aprendido la lección, si aceptaremos ese cambio, si no volveremos a ser los mismos o si nos empeñaremos en recuperar aquello que creímos ser.

La inacción es, obviamente, relativa. Hay una cierta reacción en nuestra sociedad como la hay también en los personajes de la novela. La dimensión de esa reacción parece insuficiente y los métodos de la reacción se han demostrado relativamente ineficaces. “Elegís ser inofensivos, protestar pero sin romper nada”, dice Silvia. ¿Está de acuerdo Isaac Rosa con Silvia? ¿Habría que empezar a, literalmente, romper algo?

Creo que la reacción, la respuesta que estamos dando, la puedes medir de dos formas y te dará dos impresiones muy diferentes. Si la comparas con de dónde veníamos, con dónde estábamos, te parece mucho, que la repolitización social es enorme, porque hemos pasado de prácticamente cero, de un tiempo de despolitización, de desideologización, de desclasamiento, de desmovilización social a, de pronto, la repolitización de la sociedad, a volver a las calles, volver a hablar, coger la palabra, hablar de política, de lo que nos pasa, a volver a elaborar propuestas… Nos parece muchísimo pero claro, en comparación con de dónde veníamos. Si en cambio la valoración de lo que estamos haciendo la haces teniendo en cuenta los resultados, entonces la impresión es otra. Si piensas en los tres, cuatro años que llevamos ya encadenando manifestaciones, huelgas, 15M, mareas y otras formas de protesta, y lo mides en cuanto a resultados, a qué hemos conseguido, qué reformas hemos parado, qué recortes hemos revertido, qué privatizaciones hemos impedido, el balance deja más que desear, ya no es tan optimista. Pero yo la comparación no la hago con de dónde venimos ni con qué hemos conseguido sino con el ataque que estamos sufriendo. Si la respuesta que estamos dando la colocas frente al ataque que estamos sufriendo es cuando se demuestra insuficiente. No sé si tanto inofensiva, como dice ese personaje del libro, pero sí que creo que nuestra respuesta no está a la altura de la agresión que estamos sufriendo. No sé si porque no nos hemos dado todavía cuenta de la magnitud de esa agresión o por incapacidad pero nuestra respuesta está muy por debajo todavía de lo que nos está ocurriendo.

Y esa respuesta, ¿ha de venir desde el intelecto o desde lo físico?

Yo en el libro dejo el debate abierto. Hay unos personajes que, como dices, deciden romper, deciden pasar al contraataque, cruzar líneas rojas y romper las reglas del juego. El libro no concluye, no ofrece una respuesta, yo dejo que sea el lector el que juzgue, propongo a los lectores ese debate, esa discusión, que sean ellos los que establezcan las líneas rojas. A si estamos haciendo las cosas bien o si deberíamos dar otro paso, a si deberíamos romper y cómo. Cuál debería ser la respuesta, si serviría de algo, si las consecuencias serían peores, si se conseguiría algo con ese tipo de rupturas. Lo dejo ahí a la discusión del lector.

¿Tiene Isaac Rosa resuelta esa discusión interna?

Yo sí tengo mi propia lectura del libro. Yo no estoy ni con los que se meten en la habitación oscura y de vez en cuando salen a protestar… Porque es verdad que los que se meten en la habitación oscura también están en la calle y también están participando y acudiendo a convocatorias. Pero no estoy ni con ellos, que creo que no han ido un paso más allá, no han construido todavía una respuesta a la altura de lo que está ocurriendo, ni estoy tampoco con la otra parte, con los otros que aparecen en la novela, con esa especie de lobos solitarios que deciden convertirse en héroes y lanzar el ataque por su cuenta, porque tampoco creo que ese tipo de acciones tengan en realidad efectos o consecuencias como las que buscamos y sí pueden servir para aumentar la represión y la criminalización. Por eso digo que la respuesta no está ni en unos ni en otros. Creo que hay que construir una defensa mucho más sólida que no pasa por esos golpes aislados ni por esa discontinuidad en la protesta que representan los que se meten en la habitación oscura, sino que pasa por levantar empalizadas mucho más sólidas, más fuertes, más amplias, más colectivas, más inclusivas, más cooperativas. Pasa por reconstruir mucho más toda esa comunidad que habíamos diluido y que sirva realmente para resistir. Que sirva, como he comentado alguna vez, no tanto para que los de arriba tengan miedo, no tanto para que el miedo cambie de bando, como dice Silvia, una de las protagonistas de la novela, sino para que nosotros tengamos menos miedo, para que perdamos el miedo a ellos pero también a nuestras propias posibilidades. Se trata de eso también, de salir de la habitación oscura, de encontrarnos fuera, de juntarnos con los demás, de construir juntos y de juntos quitarnos el miedo.

Hablabas antes de la sospecha por el cambio de vida de personas a las que has conocido, que no sabías si era más por obligación de las circunstancias, que si después se recuperara el ritmo económico y vital anterior volverían al mismo sistema. En ese sentido, a nivel autocrítico y personal, ¿has cambiado modos de vida? ¿Necesitabas cambiarlos?

Soy parte de esa autocrítica, yo me incluyo en ella. Creo que no he cambiado mi vida lo suficiente y seguramente no he cambiado tampoco mis expectativas, aunque me engañe. Pero en el terreno racional -en el más instintivo quizá todavía me queda por avanzar algo-, sí voy adquiriendo la conciencia de que ya no es una cuestión de crisis o no crisis sino de que vivíamos realmente con un modelo de vida insostenible. Es decir, un debate en el que casi lo de menos es que nos quiten poder adquisitivo o derechos. Era realmente insostenible en términos sociales, en términos económicos pero también en términos ecológicos. Tenemos que plantearnos, y yo intento ajustar mi vida a ese nuevo horizonte, otro tipo de vida, otras formas de vida, otras formas de satisfacción que no pasen únicamente por ese hedonismo del que hablábamos antes, por ese consumismo desaforado, por esa  búsqueda de acumulación material. Evidentemente no he dado todavía todos los pasos pero lo intento, estoy todavía en el camino.

Hay extremos en la novela, bien los que traspasan las líneas rojas, bien los que tienen una actitud bastante inofensiva. Quizá falta ese ámbito intermedio socialmente más poderoso del que hablabas, pero se desprende de la novela que cualquier acto, sea inofensivo o rompedor, no modifica en exceso el statu quo.

No, esos dos extremos en que se mueve la novela, evidentemente no. Ni unos ni otros consiguen modificar, cambiar, sacudir, que el poder se sienta además cuestionado y tiemble. Por eso creo que hay que buscar otro tipo de respuestas que sean más sólidas, más fuertes, que seguramente serán más lentas también, que no nos ayudarán a estar mejor el año que viene o dentro de dos años, pero sí que construirán unas bases, unos cimientos, mucho más fuertes para a partir de ahí levantar, construir y también resistir.

Quizá haya que pensar que al igual que la crisis se está manifestando en esa descomposición orgánica lenta, despaciosa, casi imperceptible, estos movimientos y reacciones sociales están logrando también una construcción orgánica, lenta, casi imperceptible pero que lleva hacia un cambio. Si pensamos en positivo.

Claro, por eso yo antes decía que  podemos hacer un balance de resultados que seguramente sería injusto porque nos llevaría a la impaciencia o a la frustración. Pensar que estamos haciendo cosas pero que no conseguimos nada, que el balance es tan malo que no ganamos más que alguna batallita aislada mientras la guerra la vamos perdiendo y nos vamos replegando y vamos perdiendo cada vez más terreno. En ese sentido sí creo que están ocurriendo cosas, que se están produciendo transformaciones reales pero todavía en ámbitos pequeños, en ámbitos limitados, que no contagian tampoco, que se quedan ahí en esas pequeñas comunidades, en barrios, en pequeños colectivos. Pero creo que de ahí sí que pueden salir cosas, puede venir algo más esperanzador. Tal vez no lo veamos, quizá no tenga resultados el año que viene o dentro de unos meses, que es ahora cuando lo necesitamos, pero sí creo que puede cambiarnos. Por ejemplo, en una mayor exigencia. Exigencia en todos los sentidos, también democrática, que es una conciencia que se está construyendo. Pero también la mayor conciencia de autonomía que estamos adquiriendo, la mayor convicción de que tenemos que reapropiarnos de nuestras vidas y de lo público, del espacio público, de los servicios públicos antes de que los liquiden o los privaticen. Creo que eso va conquistando poquito a poco espacios todavía muy limitados, que en muchos casos no nos alcanzan, que a veces se agotan, que a veces no tienen continuidad, que a veces son aplastados. Pero por ahí yo creo que es de donde puede venir ese tipo de transformación más sólida. Porque si queremos algo más rápido estaríamos pensando en términos de un estallido social, de una revolución, que yo creo que hoy ni está ni se la espera. No creo que estemos en vísperas de ninguna forma de estallido social.

La habitación oscura tiene una gran fuerza metafórica pero también la tiene otro relato dentro del libro y que me ha recordado a una película de Godard. Me refiero a ese crucero que es quizá la encarnación máxima de esa fantasía, de ese teatro de los sueños de cartón-piedra. Me recordaba mucho ese ‘Film Socialisme’ en el que creo que era el propio Costa Concordia, que luego terminó hundido, el que se usaba en la película.

Sí, lo mejor de la película de Godard era eso, que la metáfora estaba en marcha, algo que ni el propio Godard sospechaba. Pero sí. Esa historia de la pareja que se va de crucero en el peor momento de su vida y ve cómo todo se le hunde entró en la novela, pero en realidad es una historia autónoma que en algún momento retomaré.

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