Jacinta Escudos: “Escribo lo que me dictan mis sueños”

La escritora Jacinta Escudos. Foto: Juan José Gómez.

La escritora Jacinta Escudos. Foto: Juan José Gómez.

Los 14 cuentos que forman ‘El diablo sabe mi nombre’, el nuevo libro de la escritora salvadoreña Jacinta Escudos, tienen en común la transgresión. Todos rompen fronteras y límites, entre el sexo masculino y el femenino, entre lo onírico y lo real, entre seres humanos y animales, entre locos y cuerdos, entre la vida, la fantasía y la muerte. “Gran parte del material del libro, un 75% quizá, está basado en sueños que tuve”. 

Desde el primer cuento de su magnífico libro, ‘El Diablo sabe mi nombre’, ofrece una bisexualidad emocional a sus personajes alarmantemente útil y también despliega ramificaciones fantásticas tan potentes que epatan el universo literario del mismísimo Poe e incluso del obsesivo Kafka. ¿Le ha resultado difícil construir este concienzudo molde literario?

Me interesa contar historias para comprender no la bisexualidad, como usted lo plantea, sino las contradicciones internas que tenemos todos los humanos. Nadie es 100% bueno e incluso aquellos a quienes consideramos 100% malos tienen un lado amable, aunque no nos guste creerlo o aceptarlo. Y no nos gusta hacerlo porque eso nos pone demasiado cerca del mal. Recordemos los planteamientos de Hanna Arendt sobre este tema. Otra cosa que hay que recordar es que gran parte del material del libro, un 75% quizás, está basado en sueños que tuve y, en ese sentido, transformarlos en historias literarias no supuso huir de las etapas fantásticas sino todo lo contrario, navegar en ellas, como en un mundo alterno que nos permite reflexionar y encontrar respuestas sobre esta dimensión de la vida que llamamos “la realidad”.

Es también extraordinaria la aparente ligereza que le aplica a su ritmo narrativo. Esa naturalidad con que cuenta lo imposible, ¿fue un hecho mecánico o premeditado?

En mi escritura me gusta mucho dejarme llevar, ejercer una suerte de escritura automática, en el sentido de que al comprender la historia, busco el mejor tono para contarla. Y ese tono es el que me dicta si la redacción de la historia será compleja o minimalista o cómo voy a construir, mediante el lenguaje, el ambiente que necesito transmitir en las historias. No me gusta la idea de una escritura mecánica, que haría sentir fría la redacción y por tanto la lectura. Me gusta más bien pensar que soy una especie de intermediaria, una traductora del misterio de la vida (consciente u onírica). Acepto el dictado que me dicta el misterio de la escritura y con eso trabajo. En ese sentido, he aprendido a creer como real lo imaginario. Si yo misma no me creo esas imaginaciones, es difícil que pueda hacérselo creer también a quien me lea.

En el primer cuento de este libro su protagonista femenina se transforma en hombre de manera súbita porque cae rendidamente enamorada de otra mujer. ¿Es la culpa el motivo de esta transfiguración o es solo una extravagancia certera para atraer desde la primera línea la atención del lector?

Ese fue uno de los cuentos que se me dio casi que de manera completa. Y cuando desperté, en el entresueño, la primera frase que me vino a la cabeza fue “Al conocerte, me convertí en hombre”. Esa frase era como el resumen de todo el sueño, el ánimo desde el cual debía ser contado. La última frase del cuento (que no diré, para no arruinar la lectura) la pensó el personaje dentro del sueño y era como la conclusión de toda esa metamorfosis, que no tiene nada que ver con la culpa. Supongo que, viéndose desde fuera, puede pensarse en la culpa del personaje al enamorarse de alguien de su mismo sexo. Pero para mí era más interesante el aspecto de la transformación mágica, de poder entrar o salir de su forma original, concepto que también utilizo en Yo, cocodrilo, la transformación a voluntad para poder lograr una meta o evadir algo indeseable. Pensemos en la novela Orlando, de Virginia Woolf, o en La mano izquierda de la oscuridad, de Úrsula K. Le Guin, donde se dan situaciones de fluidez y de cambio de sexo con toda naturalidad, donde las culpas han sido superadas y donde esa fluidez es algo normal.

Supongo que es consciente de lo políticamente incorrecto que es su libro. Incide en ciertos momentos de locura, en efectivos vaivenes que acorralan al lector a medida que avanza en la lectura de sus historias. ¿Son los abismos que construye intencionados exámenes de conciencia para el lector o son más bien la respuesta a los sueños que mantienen la alegría que mueve a los seres humanos?

Me interesa lograr, como usted menciona, que el lector haga una especie de examen de conciencia y, para hacerlo, la incorrección política es trascendental. Plasmar en papel pensamientos íntimos, profundos, que todos tenemos, pero no compartimos con nadie. Cuando se escribe con honestidad, cuando se plantea de forma descarnada los sentimientos y las motivaciones de los personajes para actuar de una u otra forma, se logra contactar mejor con el lector, sacudirlo, cuestionarlo.

Las biografías que construye para sus protagonistas son espléndidas, trasgresoras, delirantes a veces. ¿Son, como yo creo, salidas de emergencia contra la rutina y contra las normas de la industria editorial?

Toda mi obra es una salida de emergencia contra la rutina y sobre todo, contra lo esperado por la industria editorial. Por eso mismo, mi obra siempre ha sido difícil de publicar y no es de gusto masivo. Editores, agentes literarios y hasta traductores me han dicho que, pese a que reconocen el valor de los textos, no saben “cómo venderlos” o “cómo clasificarlos”. Es imposible reflexionar sobre nuestra naturaleza humana y comprenderla de alguna manera si siempre estamos metidos en la rueda de la rutina. Ofrecer textos que presentan otras posibilidades, y sobre todo, hacerlo desde el mundo de lo onírico y de lo fantástico (como género literario), permite repensar nuestras realidad desde un territorio que la rutina no nos permite ver o captar. Es como si la literatura fantástica nos concediera el permiso de imaginarnos en otro escenario y, desde ahí, nos permitimos repensarnos o plantearnos y cuestionarnos como especie.

La soltura de su imaginación es una verdad que, mientras se lee, se sabe que en otras manos crujiría como una mentira mal horneada. ¿Tuvo miedo alguna vez cuando escribía estos relatos de descubrir que los límites habían dejado de importarle?

La verdad, no. Perdí el miedo a esos límites desde mis primeros escritos, porque siempre me gustó trastocar la estructura de las historias (no suelo escribir mis novelas de manera lineal, por ejemplo) y me encanta explorar las infinitas posibilidades que permite el lenguaje. Soy gran aficionada de la experimentación en la escritura. En ese sentido, le debo muchísimo de mi formación al movimiento surrealista del siglo pasado. Escribir con miedo sería aceptar una suerte de autocensura y me limitaría para transmitir, más allá de la historia, las sensaciones y emociones que quiero provocar en el lector y que, a fin de cuentas, son las mismas que siento a la hora de escribir mis textos.

Jacinta, usted descomprime la cotidianidad con un desparpajo que asienta sus historias como si pudiesen llegar a hacerse realidad. ¿Su meta es trasgredir o es más bien la necesidad de construir un salvoconducto no contaminado para quien se ahoga siendo siempre el mismo?

Definitivamente busco la transgresión, que tiene que ver con lo que mencionaba sobre violentar la rutina o lo aceptado a nivel masivo. La transgresión también debe venir desde la forma, desde el lenguaje, desde las imágenes y/o desde lo que hacen, dicen y piensan los personajes. Me parece importante, sobre todo hoy en día, cuestionar todo, no dar por sentados los preceptos que se nos inculcan y encontrar respuestas individuales, personales, para nuestras realidades múltiples. Si no hay transgresión, no hay deseo ni fuerza para cambiar lo socialmente establecido. Lo de la transgresión debe ser un cambio vital individual interno de cada quien. Si no es así, se convierte en un borreguismo fácil de destruir o desmontar. Quien transgrede, y sabe los motivos por los cuales lo hace, lo asume como una forma de vida y difícilmente puede vivir de otra manera.

En todos sus relatos está presente la lucha de la mujer por encontrar el mejor lugar dentro de un mundo que ni la soporta ni la deja ausentarse. Su libro es de un feminismo útil e inteligente que nace de la elaboración y no de la imposición. ¿Es la imaginación su arma para empoderar a las mujeres?

Me cuesta responder a esta pregunta. Sería abusivo por mi parte responder desde un punto de vista feminista, cuando no tengo el suficiente conocimiento teórico al respecto. Lo que puedo decir es que la imaginación puede servir de arma para la reflexión. La imaginación es el alimento básico para la creatividad. Sin imaginación, la humanidad perecería, no podría avanzar, se estancaría, porque no se permitiría a sí misma vislumbrar alternativas a las diferentes maneras en que la realidad nos oprime y reprime, día a día, a mujeres y hombres por igual. Sin imaginación nos volveríamos locos, es una gran válvula de escape para la presión y el horror de estar vivos.

Todos sus párrafos alcanzan una ferocidad que a ratos recuerda a Shakespeare y a ratos a Dante. Sus imágenes desatan a pesar de su dureza una balsámica empatía. Son tan reales que parece mentira que nazcan de la imaginación más libertaria. ¿Es por eso por lo que usa la figura de Medusa como libertadora? ¿O es solo una provocación que va en busca de la liberación de las mujeres de este siglo que aún bajan la mirada cuando el patriarcado y sus juglares las señalan?

Mil gracias por esa mención de Shakespeare, a quien le debemos tanto los escritores y quien es uno de mis autores favoritos, sin menospreciar a Dante. El uso de la Medusa tiene que ver un poco con lo que mencionaba en la primera pregunta. Me gusta reflexionar sobre “los malos”, la maldad y su condición humana final. Quien hace sufrir también sufre, y se reflexiona poco sobre esa realidad y sobre el drama humano de los que consideramos seres monstruosos. Veo en la Medusa a un ser trágico, un ser condenado a una condición de infinita soledad, que lo único que sabe inspirar en los otros es miedo, jamás amor, ni empatía siquiera, lo cual tiene todos los elementos shakesperianos trágicos, donde la única redención o liberación posible es la muerte. Creo que hay personas condenadas a la soledad y al sufrimiento sin haberlo buscado y viven vidas sin alternativa posible de redención. Son destinos trágicos inexplicables.

Su libro es también un holocausto ininterrumpido contra la realidad y, sin embargo, en los eficaces espejismos que habitan sus personajes flotan imágenes que dejan patente la inacabable tiranía del siglo XXI. Se suponía que iba a venir para liberarnos, pero es solo una quimera cada vez más mal encarada contra los seres humanos. ¿Me pregunto si es esa decepción quien la hace retroceder hasta apoyarse sobre algunos mitos (la infalible Medusa) y sobre la religión para señalar todos los agujeros negros que acorralan a la sociedad?

Como ya expliqué, estos cuentos surgen de mi mundo onírico. De hecho, en otros libros de cuentos, e incluso cuando escribo novela, incorporo mucho de mis sueños en los textos, porque me brindan imágenes que visualmente son muy potentes para ser contadas. Al decidir transformarlos en cuentos, me apego a las imágenes y al ánimo que me transmiten mis sueños, sin intentar explicarlos, ni siquiera para mí misma. Hay algo que es lo que me mueve mucho en la escritura, y es el misterio. Siempre digo que no quiero saber cómo ocurre o cómo se originan dichas ideas creativas, no quiero comprender de dónde vienen, qué significan dichas ideas, porque eso para mí mataría el encanto de la escritura. Es lo que me mantiene enamorada del oficio y lo que me empuja a seguir en ello, tomando en consideración que la carrera literaria es bastante ingrata.

Escribir significa explorar el misterio, para tratar de comprender mis vínculos a esa oscuridad, los hilos íntimos que me atan a ella. Pero si lo hago desde la razón se convierte en un acto más mecánico, inanimado, desapasionado. Para lo único que me permito una intromisión de lo racional en mis textos es para que tengan una coherencia narrativa y para corregir la redacción de manera que otras personas puedan leerlos y sentirse conectadas con lo que cuento, con las imágenes que se presentan. Estas imágenes no son concebidas con premeditación, como expliqué anteriormente, no son forzadas como metáforas para demostrar un punto. Me gusta mucho el cine, he estudiado algo de guión cinematográfico, y me encanta la idea de plasmar en la narrativa imágenes plásticas, que puedan ser visualizadas por el lector o incluso, eventualmente, filmadas, como en la historia de Les Loups. Una imagen puede resultar más impactante (tanto para un lector como para un espectador) que un montón de palabras.

Y, por último, me gustaría hablarle de la tragedia, de la locura y de la imaginación que se hermanan en cada una de sus historias. Sus cuentos son tragedias controladas que ponen sobre la mesa los vicios de los seres humanos. Esa violencia secreta que nos mina en público y que en privado practicamos como si fuera a ser el truco de magia que podría redimirnos. ¿Le fue difícil guardar la compostura narrativa, porque la compostura estética por fortuna para el lector salta por los aires una y mil veces, mientras su imaginación y su memoria habitaban dentro de ese triángulo?

Esto se relaciona mucho con la respuesta a la pregunta anterior. Insisto: evito la premeditación racional en la escritura. Esto puede parecer contraproducente, y en cierto sentido lo es. Muchas veces me quiebro la cabeza para encontrar la forma (desde la estructura o el lenguaje) que permita reflejar de la manera más fiel eso que me provoca una imagen, un sueño o la premisa de una historia. No me gusta la idea de la compostura dentro de la narrativa, porque suena un poco a aceptar formatos rígidos. De ahí que también he sido muy dada a la experimentación, al quiebre de la estructura y el lenguaje. Para mí la literatura tiene que ser un espacio pleno de libertad, aunque eso dinamite todas las formas y lo convencional o socialmente aceptado o esperado. Eso implica el riesgo de no ser comprendida plenamente, pero me parece más importante satisfacer o cumplir con esa libertad creativa que propone al lector mi peculiar visión de la vida. Si no se escribe desde la libertad plena, la escritura no tiene ningún sentido, por lo menos para mí.

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