Jesús Terrés: “Estamos perdiendo la alegría. Y la furia y el deseo”

El escritor y periodista Jesús Terrés ha publicado su primer libro, ‘Nada importa’.

Los auténticos y efímeros destellos de la vida están siempre relacionados con eso que llamamos las pequeñas cosas: un abrazo frente al mar, la lentitud de un atardecer, compartir una copa de vino con un amigo, el olor a café y tostadas, dormir bien cada noche… De momentos como estos, de instantes sencillos que celebran la vida, está hecho el primer libro de crónicas del periodista Jesús Terrés, titulado ‘Nada importa’ (Círculo de Tiza), un canto a la utilidad de cosas tan ‘inútiles’ como la belleza, los libros, el cine, la buena mesa… 

Para este periodista y escritor, colaborador habitual sobre tendencias, viajes, cocina y cultura en revistas como Vanity Fair, Jot Down, Condé Nast Traveler y GQ, y autor de la Guía Hedonista, su única religión es la de la piel erizada, la de la emoción, la del amor. “Amor es no querer que se vaya nunca”, dice en una de las crónicas recogidas en este volumen, que invita a vivir con entusiasmo, con amabilidad, saboreando los segundos, ante un presente que no deja espacio para el pensamiento calmado, sereno. “Un hombre está acabado cuando la belleza lo pone triste”, dice Terrés, citando a Manuel Vicent.

Jep Gambardella lo tenía claro: “El descubrimiento más consistente que he hecho tras cumplir 65 años es que no puedo perder tiempo en hacer cosas que no quiero hacer”. ¿Cuándo vamos a parar de hacer cosas en la vida que no queremos hacer?

La mayoría de las veces, me temo, lo hacemos cuando ya es más bien tarde.

El milagro de lo cotidiano parece que no nos alcanza, que no nos llena. No nos basta con la belleza de un amanecer, con escuchar los pájaros desde la cama, con ver un árbol crecer frente a la ventana de casa… Dices que profesas la religión “de la piel erizada”, que precisamente celebra vivir, seguir vivo. Con la cabeza enterrada en la pantalla del móvil, ¿no es fácil ya que la piel se nos erice?

Es un pecado en el que me niego a caer: la nostalgia. No puede ser que todo lo de antes sea mejor, por muy cómodo que nos resulte a los que vivimos plácidamente recostados en ese sofá mullidito y tramposo que es ‘tener razón’. El móvil solo es un medio, como lo es un libro o la pantalla de un cine; y la emoción siempre encuentra su grieta para quien sabe mirar: y quizá se esconde en un poema de Idea Vilariño incrustado en un storie de Instagram o en un fandango del Agujetas que se cuela en Spotify. Tan solo hay que saber mirar. Y escuchar.

Dos matemáticos de la Universidad de Vermont crearon un ‘hedonómetro’, es decir, un sistema para medir la felicidad del mundo a partir de 10.000 términos, cada uno de los cuales tiene una puntuación: happy eran 8,30 puntos, hahaha eran 7,94 puntos, etc… ¿Cuáles serían las palabras que definirían un arte global de la felicidad casi perfecto?

Déjame ponerme un poco Woody Allen: “Es benigno”.

¿Ser feliz es esconderse en el último rincón del mundo, como escribía Cortázar?

Desde luego, pero tiene truco: Cortázar siempre tiene truco. Ser feliz es saber vivir ajeno (esconderse, o sea) a las urgencias de este circo de mil pistas que es la vida que hemos elegido vivir: sospecho que todos andamos un poco como pollo sin cabeza, atrapados en guerras que parecen enormes, pero que son pequeñísimas. Me temo que en realidad somos tan prescindibles que hasta duele reconocerlo. Se es más feliz cuando uno entiende que está de paso.

Cioran, en una entrada de 1960 recogida en sus Cuadernos, dice que ha comprado un piso con el que había estado soñando durante diez años, pero que esta adquisición no le ha aportado nada. “Ya añoro los años pasados en hoteles. La posesión me hace sufrir más que la indigencia. En realidad, ¡vivo en hoteles desde 1937!”. Tú, en uno de tus artículos recogidos en ‘Nada importa’, dices que una de las cosas que te gustaría hacer, aparte de pasar un verano en Sicilia, meditar sin prisas o ver ‘Treme’ de David Simon, es “vivir un puñado de meses en un hotel”. ¿Por qué nos atrae tanto la vida provisional de un hotel?

Una estrofa del último, fabuloso tema de Zahara para ese grupo experimental que ha nacido bajo el cobijo de la pandemia, _Juno: “Vente, hazme todo lo que se hace solo en los hoteles”. Es muy cierto eso; el hotel es casa pero mil veces mejor que una casa porque habita en él una sensación de ligereza, de que todo está permitido, de que no hay horarios ni reglas ni broncas porque se ha derramado una botella sobre la moqueta. Nuestra versión más prohibida es la que habita los hoteles: ojalá siempre vistiésemos ese yo.

Dices: “Nunca te vendas”. Afirmas: “No te preocupes tanto por lo urgente”. Aconsejas: “Sé breve, sé amable”. Marco Aurelio, en sus ‘Meditaciones’, apunta: “Sé sobrio y vive con tranquilidad de ánimo”. ¿Dónde podemos encontrar la quietud, la serenidad, esa lentitud necesaria para mirar y para llevar una vida que no esté marcada por la celeridad, por la sustitución constante de todo lo nuevo? 

Pararse a mirar, estar conectado, estar aquí y ahora. Parece un aforismo de mierda de uno de esos sobres de azúcar de tantas cafeterías vulgares que habitan Madrid (mira que es malo el café torrefacto del bar de siempre en Madrid) pero es que es justo eso: “sé sobrio”. Sé cortito, amable, sencillo, directo. Di lo que quieras decir y vive con panache (penacho, pluma) como cantaba Cyrano de Bergerac, cuyas últimas palabras antes de morir son «Mon panache”: bravura modesta, vitalidad y sentido del humor frente a la adversidad. 

“La ligereza es una forma de elegancia. Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo”, escribe Milena Busquets en uno de esos libros deliciosos para tener cerca: También esto pasará. ¿Hemos perdido la alegría? 

Hemos perdido, estamos perdiendo, nuestro yo más atávico y conectado con la tierra, la línea directa con eso que siempre hemos sido: el frío en invierno, el dolor de la ruptura, la fruta fresca en verano, el amor en primavera. Vivimos en un invernadero emocional, sospechosamente felices con nuestros likes y nuestros fines de semana en la puerta de embarque de Ryanair. Claro que estamos perdiendo la alegría. Y la furia. Y el deseo.

Entre el catálogo de cosas ‘inútiles’ que dejas en tus artículos encontramos referencias de libros, películas, series, restaurantes, ciudades… Comentas que Manuel Vicent escribió que lo que más echará de menos cuando muera será “el perfume del café con las tostadas del desayuno”. Olores como esos pueden salvarte un mal día…

Yo amo el vino por culpa de los olores y a los olores, tal cual, está dedicado un capítulo del libro. Escribo sobre la gasolina (me chifla el olor a gasolina), la trufa, vainilla, flores blancas, jazmín, café… y también, claro, en torno al olor del verano: “El verano tiene un olor. Un olor concreto, inconfundible: salitre, vermú, hielos, rocas, arena, arroz —a leña, romero, marisco, concierto, promesas, calor, espardenyes, ostras, champagne, ortiguillas, Cádiz, besos, cazón en adobo, sandía (ese primer mordisco), helados, más besos, vaqueros rotos, txakoli, futuro, sudor (sí, ese sudor), siestas y mañanas”. 

Jackie Kennedy se escandalizó cuando supo que los Roosevelt ofrecieron a los reyes de Inglaterra (Jorge VI e Isabel), durante una visita a la Casa Blanca, unos perritos calientes… ¿Adónde llevamos a la Reina de Inglaterra en España para sorprenderla a sus 94 años?

Yo intuyo que a la Reina Isabel II le pirra el jerez (creo que en la Casa Real británica beben amontillado VORS de Bodegas Fundador), así que la imagino feliz como una perdiz en El Faro, con una tortillita de camarones y unas papas aliñás.

Nada importa mientras haya libros y veamos películas en las que esté Monica Bellucci…

 “Las mujeres de caderas anchas son de fiar, Dios no da puntada sin hilo”. No está en el libro, y menos mal. 

Tumbarse en el sofá a lo Oblomov y mirar el techo, no es un mal plan para después de terminar esta entrevista… ¿O preferirías no hacerlo?

Si le añades cecina, un buen libro y el amontillado de la Reina, yo creo que tenemos un trato.

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