Josetxo Goia-Aribe, Hispania por montera

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El saxofonista Josetxo Goia, a la derecha. A la izquierda, Baldo Martínez (contrabajo), Antonio Bravo (guitarra) y Lucía Martínez (batería), en una imagen promocional.

Todo un librepensador, de los pies al saxofón. El músico Josetxo Goia-Aribe publica ‘Hispania Fantastic’, octavo disco en 18 años. Vinculado desde el jazz y la improvisación al folclore de su tierra, el navarro tiene una fuerte e inconfundible personalidad que da carácter a unas grabaciones por las que asoman bailes, tradiciones y cantos ancestrales que mima y a los que da nueva vida. Merece la pena escucharle tocar (y hablar).

Siempre inquieto y dispuesto a nuevos retos, tras cautivar en su anterior disco con las insospechadas sutilezas de la jota navarra, Goia-Aribe se une ahora a los gallegos Baldo Martínez (contrabajo), Antonio Bravo (guitarra) y Lucía Martínez (batería) en un apasionante paseo por territorios incluso más aventurados. Al detallismo y preciosismo acostumbrados de su trabajo, une ahora el riesgo de jugar con una improvisación más vertiginosa, abierta y, por ende, más libre.

Mira que podías haber recibido generosas subvenciones del Alto Comisionado del Gobierno para la ‘Marca España’ y, en vez de exclamar “España Fantástica”, reculas y te acoges a un híbrido latino-anglosajón:“Hispania Fantastic”. ¡Qué poca visión de la jugada!

Uno es músico, no ha asistido a congresos ni ha hecho un máster sobre cómo vender las cosas, y quizás en ese sentido me ha pillado el toro fantastic este. Suena mucho más bonito Hispania que España, que me parece más duro. Fíjate que me sentí como una especie de niño que había levantado un adoquín y encontrado algo maravilloso. Me fui a la oficina de patentes y dije: “Hispania Fantastic es mi marca”. Creo que la tengo hasta para diez años. Porque luego iba por la calle y decía: zapatería Hispania Fantastic, colonia Hispania Fantastic… En todo caso, el nombre tiene relación con España, con la Península Ibérica, con lo que yo entiendo que puede ser algo fantástico, con toda esa amalgama de expresiones populares que hay en la península, que me encantan y a partir de las cuales he intentado hacer, junto con mis compañeros, un desarrollo libre, espontáneo, dentro de lo que llamamos músicas improvisadas, jazz europeo, o qué se yo.

Al preciosismo y detallismo habitual de tu música añades ahora un elemento quizá no tan presente en tus anteriores trabajos: un mayor espacio para la improvisación, para la creación en el momento. No sé si ha sido un viaje de liberación, de descubrimiento…

Sí, ha sido un viaje hacia no sé muy bien dónde, pero sí que, como bien dices, era un currárselo a nivel personal, evolucionar… Claro, ¿qué es evolucionar? Es un verbo complejo. Ha habido un trabajo en lo que llamamos jazz free o música atonal, o esa música que tiene una democracia interna exagerada entre los compañeros. El desarrollo [de los temas] no es un ‘A A B A’, ni es un blues de doce compases, sino que no sabemos muy bien adónde vamos a ir. Ese mundo, ese bailar con la incertidumbre, es un reto personal que yo tenía hace tiempo.

He estudiado a Ornette Coleman y demás, me he leído el libro sobre la improvisación de Derek Bailey más de una vez -debería ser de lectura obligada en las escuelas superiores de jazz-, y todo eso junto con un trabajo personal de técnica del instrumento, de intentar que los dedos no vayan solos… Porque en el mundo de la improvisación, sin darnos cuenta, predomina a veces la memoria muscular. Y la memoria muscular es una cosa y lo que tú estás escuchando en tu cabeza, la partitura interior, es otra. Ese ejercicio de honestidad de tocar, de callarse, ahora toco y ahora no. Decía Thelonious Monk que a un artista de jazz se le valora por lo que toca y por lo que no toca. En este baile con la incertidumbre ha habido, desde un punto de vista actitudinal, una gran dosis de respeto, de admiración, por lo que hagan Lucía, Antonio y Baldo. Hay que escuchar y, a partir de ahí, acudir a tu propia técnica, a tus emociones… Es un ejercicio muy complejo, apasionante, un desafío. Ese es para mí un poco el origen del jazz.

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Hay en el libreto del disco unos dibujos de Joaquín Resano que te muestran en el contexto de cada tema, bien sea de procesión de Semana Santa, bien sea subido a hombros del folclorista Agapito Marazuela, etcétera. En la última ilustración apareces corriendo al encuentro del trío formado por Baldo, Lucía y Antonio. ¡Pareces haber visto la luz! Como si te echaras en sus brazos.

Baldo es como mi primer padre espiritual. Yo tengo dos padres espirituales: Marc Buronfosse, que es un contrabajista de París, y Baldo. Los contrabajistas que han tocado conmigo han ejercido un poco ese punto de padres espirituales. No sé si es la palabra acertada, pero ha sido gente que me ha dicho: “Adelante, Josetxo, lo que tienes es interesante. Venga, ánimo, no te cortes, yo te apoyo”. A Baldo le conté que tenía una historia en la cabeza. Me apetecía un poco, como bien decías, salir de esos desarrollos más preciosistas, más acabados, y tirarme a la piscina. En el buen sentido, ser un poco macarra. Le dije a Baldo que tenía ganas de meterme en este mundo. “¿Cómo se hace para improvisar de forma libre?”. Estuvimos hablando, empecé a estudiar y descubrí que había dos temas de Ornette Coleman que eran susceptibles de ser bailados en cualquier paloteado de España. La idea de que Ornette Coleman hiciera una cosa, para mí, con sabor europeo, de que hiciera aquel desarrollo, me encendió una luz. Y me puse a estudiar y a trabajar.

Para quien no lo sepa, ¿qué es un paloteado?

Es una danza de palos, con palos de madera -suele ser de boj, de fresno…-. Son danzas en las que generalmente participan ocho danzantes (o dantzaris, como decimos por aquí) con unas coreografías muy simples y unas músicas maravillosas. Hay un diálogo de palos, a veces también pegan en el suelo. Cuando se pega al suelo es una forma de decirle a la tierra que despierte para que haya buenas cosechas y para que las plantaciones sigan su curso. Es una historia muy pagana, mágica, casi hasta prerromana. España está llena de paloteados, de músicas, de coreografías… Esa España que describía en los años cincuenta Alan Lomax. He cogido su espíritu, pero lo que hecho es decir que vivo en 2014, no me apetece hacer ejercicios de nostalgia y volver a tocar el paloteado de Tauste ni hacer un plagio ni un homenaje a Ornette Coleman, me apetece investigar y hacer cosas. De hecho, en el Paloteao Fantastic del disco, dentro de la libertad en la que trabajo, hay citas que van viniendo por mi propio karma o background: música del paloteado de Ochagavía, de Cortes -ambos en Navarra-, de Aragón…

Baldo, Lucía y Antonio tienen ya un trío, el MBM. ¿En qué medida contar con un trío que tiene sus propios códigos y dinámica puede ser un inconveniente (o una ventaja) para trabajar?

Ni inconveniente, ni ventaja. Baldo, Lucía y Antonio son unos grandes músicos, les encanta esta estética que no sé definir del disco. Es algo así como si ellos estuvieran en una mesa tomando un café y, de repente, aparezco yo, me siento y les digo: “Buenas tardes, ¿qué tal?”. Y el diálogo se reconduce de otra forma.

¿Cómo trabajas sobre el material original para llevarlo a tu terreno? ¿Cómo procuras trasladar a tu música una evocación folclórica y que esta resulte personal en su expresión?

Más allá de vender la moto y decir voy a swinguear esto y lo voy a llamar vasco, andaluz o bretón, yo tengo cariño por las melodías populares, parto de esa base. Tengo una melodía popular que me encanta y lo que hago es, sin quererlo, tararearla continuamente en mi cabeza. Cual niño que está en la playa con el rastrillo, la pala y el pozal haciendo castillos de arena de forma libre, yo cojo mi rastrillo en la arena y cojo esa melodía y la empiezo a modificar. ¿Por qué? Porque me apetece modificarla. Ahí vienen el lápiz, la goma, el piano, tus conocimientos musicales y, sobre todo, viene la gran pregunta: y esto, ¿cómo lo desarrollaremos? Pues lo veremos en la puesta en escena con Lucía, con Antonio y con Baldo. Sí, en concepto es un disco muy diferente a todos los de mi carrera. Es un punto de inflexión y me encanta. ¡Me ha encantau tocar de esta forma!

Alérgicos a la diferencia: eres quien, en el ámbito del jazz en Navarra, haces un jazz más personal, con un matiz diferencial. ¿Te has sentido, te han hecho sentir tus compañeros de profesión, diferente?

Decir que me siento diferente puede quedar de un divo, de un pretencioso… Pero voy a tratar de ser sincero, voy a improvisar ahora de forma honesta. Hombre, sí que notas que no estás en cierta ortodoxia y que no estás en cierta onda. Luego algún crítico dice que Josetxo Goia-Aribe es un verso libre o, como tú me has dicho, que hago una música muy personal. Eso me hace sentir muy bien. De hecho, hay una máxima en el ámbito de las músicas improvisadas y es que lo más importante, uno de los mayores halagos y cariños que se le puedan dar a un músico, es que cuando tú le escuchas -si no de inmediato, al rato- puedas decir que es fulanito o menganito. Para que digan que un tipo toca de puta madre pero igual que Coltrane…, pues yo prefiero escuchar a Coltrane. En ese sentido, que yo pueda ser original es para mí un halago. Pero sí que te sientes un poco… Bueno, ya tenemos cierta experiencia y tratamos de ser, ya no sólo en la música sino en un ámbito personal, sociopolítico y cultural, un poco librepensadores. Es bueno que haya gente que piense de forma un poquito libre, siempre respetando a los demás.

Una cosa que me llama la atención. La discografía de un músico suele incluir los trabajos propios y las colaboraciones (la participación como sideman en los discos de otros). Y éstas no me constan.

Sí, la verdad es que no me llaman. (Risas). Desde aquí hago una llamada a todos los músicos. Voy a dar mi número de móvil… Pues sí, a veces he sentido eso: “J, pues no me llaman”. Y me digo: “Josetxo, si no te llaman pues que les den”. Lo digo cariñosamente. “Tú a tus zapatos, zapatero”. Y voy haciendo mi trabajo, mi historia. ¿Qué más voy a decir?

Se cumplen 18 años desde el primero de los 8 discos que has publicado. ¿Dónde estaba y dónde está Josetxo Goia-Aribe 18 años después?

Sigue siendo una persona inquieta, que se cultiva continuamente en el sentido de escuchar, trabajar, observar… Me encanta la capacidad de sorprenderme, tengo una gran curiosidad por todo. Y en el ámbito musical no es que toque más o toque un poquito mejor, sino que toco de forma diferente. Entiendo que a mi background, a esa partitura interior, he añadido muchas fotos, souvenirs de diferentes viajes, de esa introspección mía. Y a partir de ahí soy otro Josetxo que no se ha autofuncionarizado. Eso me une con Baldo, Antonio y Lucía, que estamos en una estética, con la inquietud de hacer cosas diferentes. Nos encantan el riesgo, los desafíos. Y es que si no arriesgamos… Porque aquí estamos de paso y esto se va a acabar algún día.

A pesar de los muchísimos ‘a pesares’, ¿ha merecido la pena todo este camino?

Sí, sí, hombre, por supuesto. Es una satisfacción y una maravilla haber tocado aquí y allá, de gira, los diferentes públicos… Es una gozada. Ya sé que es otro topicazo, pero yo tengo el privilegio de hacer lo que me gusta, es una maravilla. Me siento una persona muy vocacional, que mimo mucho las cosas que hago, trato que sean de verdad. Me preocupa sobremanera que sea honesto. Creo que es una actitud, algo que trato de decirles a mis alumnos en la Escuela Superior de Música del País Vasco (Musikene): “Sed libres, sed críticos, curiosos, tened arrojo en el ámbito de la improvisación y, sobre todo, mirad a vuestro interior”. Que se dice muy fácil pero es muy difícil, porque tienes tal cantidad de variables exteriores que te hacen ser un poco como todo el mundo, con unos cánones y unos estándares… ¡Joé, vamos a ser diferentes! Porque, de hecho, cuando nacemos somos diferentes. Y, además, yo creo que el que proclamemos nuestra diferencia posibilita y permite que haya mayor grado de bienestar en la sociedad, más colores y que todo sea mucho más bonito.

Escucha la entrevista completa en el podcast de ‘Club de Jazz’

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