Juan Nadie y el espíritu del 45

ÁREA DE DENSANSO

Un solo ciudadano, un Juan Nadie, está indefenso frente al poder. ¿Pero qué ocurre cuando Juan Nadie es una multitud? Si juntos hemos ganado a Hitler, ¿por qué no íbamos a derrotar al hambre y a la miseria?, se preguntan los protagonistas de El espíritu del 45.

JAVIER MORALES

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Esta columna empezó hace unos días. Era de noche. Como las malas personas, también la mala televisión es previsible, de modo que después de maltratarme y libar un buen rato entre el aburrimiento, el esperpento (los guionistas de HBO deberían ver nuestra televisión para inspirarse en una serie sobre zombies, frikies & Cia) y la vergüenza ajena, decidí ver un clásico. Necesitaba un poco de optimismo y opté por Juan Nadie, de Frank Capra, ese maestro del cine valedor del New Deal, ya saben, el capitalismo que dice que para salir de la crisis y no crear más paro y sufrimiento hay que estimular la economía.

Seguro que conocen la historia de Juan Nadie. Un magnate compra un periódico y, para reflotarlo, el nuevo y ambicioso director decide hacer una “limpia” y despedir a los periodistas más veteranos. La intrépida Ann Mitchell (Barbara Stanwyck) es una de las redactoras caídas en desgracia y, dado que aún debe escribir su última columna para recibir el finiquito, como gesto final –después de suplicarle sin éxito al nuevo director que no la despida, incluso se ofrece a bajarse el sueldo lo que sea necesario-, decide inventarse un personaje, Juan Nadie (Gary Cooper), que encarna al anónimo ciudadano de a pie, indignado con una clase política corrupta y cómplice de los poderes fácticos.

Ya ven, parece que no ha pasado el tiempo. El espíritu de Juan Nadie es contagioso, nos dice Capra, y en verdad que uno sale fortalecido gracias a la virtuosa habilidad que tenía este cineasta para mezclar el drama y la comedia, aunque en Juan Nadie habite un poso de melancolía más acuciado que en otras obras maestras del director italonorteamericano.

Después de ver la película, como no podía dormirme, estimulado aún por el espíritu de Juan Nadie, en lugar de contar ovejitas hice un recuento mental de los libros que había leído últimamente y cuyo autor se llama Juan. Ya lo sé. Una pérdida de tiempo como otra cualquiera. Pero para mi sorpresa, había más de uno.

Juan García Hortelano (Madrid 1928-1992) y El gran momento de Mary Tribune, una de las radiografías más divertidas que he leído sobre el tardofranquismo, con excelentes diálogos que desmontan esa idea que tienen algunos de que en español no se dialoga bien (no quiero pensar a qué autores siguen). La primera vez que leí la novela era becario en la sección de cultura de un medio de comunicación. Me tocó cubrir la muerte de García Hortelano y recuerdo que, con matices, una buena parte de las necrológicas incidían más en la bonhomía del escritor madrileño que en sus cualidades literarias, como si ser buena persona y buen escritor fueran virtudes incompatibles. La novela no ha perdido un ápice de frescura y es de obligada lectura para quien quiera divertirse un rato y conocer cómo era la España de entonces para vislumbrar en qué nos hemos convertido.

De Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) he leído Los que duermen (Salto de Página), un sorprendente libro de relatos (con el que debuta), en el que pueden oírse los ecos de Borges, de Calvino y hasta de Conrad, donde lo real se torna fantástico y el futuro y el pasado son caras de una misma moneda, de un mismo rostro, el nuestro. El libro ha sido alabado por el mismísmo José María Merino, maestro de cuentistas, en el número de septiembre de la revista Leer.

Con Juan Vico (Badalona, 1975) he regresado a la Barcelona de principios de siglo gracias a El teatro de la luz (Gadir), una estupenda novela con la que ha ganado el Premio de Novela Corta Fundación Monteleón 2013. Con una prosa de ritmo musical, El teatro de la luz es un agridulce homenaje al cine de bajo presupuesto, una historia de sueños e ilusiones perdidas ambientada en la Barcelona canalla de los años veinte.

Y de la novela al ensayo, La viña devastada (RBA), de la mano de Juan Rubio (Fuerte del Rey, 1958), quien nos explica con amenidad y oficio periodístico qué podemos esperar del nuevo Papa. Desde el humanismo cristiano y progresista, Rubio aboga por una Iglesia distinta, más pendiente de las necesidades reales de la gente, de los que sufren, que del boato. Una idea que hubiera sido del agrado de Juan Nadie y del propio Frank Capra.

Un solo ciudadano, un Juan Nadie, está indefenso frente al poder. ¿Pero qué ocurre cuando Juan Nadie es una multitud? Si juntos hemos ganado a Hitler, ¿por qué no íbamos a derrotar al hambre y a la miseria?, se preguntan los protagonistas de El espíritu del 45, la última película del director británico Ken Loach. Si el Estado había sido capaz de movilizar a los ciudadanos británicos para la guerra, ¿por qué no lo iba a hacer para mejorar la vida de la gente? Esta es la premisa de este documental que rinde homenaje a quienes, de la mano del gobierno laborista, construyeron el Estado del Bienestar en el Reino Unido, el mismo que comenzó a derrumbarse con la llegada de Thatcher al poder y en cuya demolición, desgraciadamente, han participado los propios laboristas (Tony Blair).

Aquí, en España, en 1945 vivíamos una nueva Edad Media (¿hemos salido alguna vez de ahí?), pero sin caballeros honorables ni princesas de cuento. Nuestro “señor” era un sargento chusquero, bajito, regordete y con bigote. Y muy, muy vengativo (a varios de sus torturadores los reclama la justicia argentina). Ahora, los herederos políticos de este “señor”, con la complicidad de las élites empresariales, quieren devolvernos otra vez a esa época oscura. ¿Para qué queremos el Estado de Bienestar? ¿No es mejor la beneficencia? ¿No es preferible tener un trabajo, aunque sea esclavo, al paro?, se preguntan. ¿Dónde está Juan Nadie y el espíritu del 45?, me pregunto yo.

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