Kiko Amat: “Todo conspira para que te vuelvas loco”

El escritor Kiko Amat. Foto: Eugènia Broggi.

El escritor Kiko Amat. Foto: Eugènia Broggi.

El escritor Kiko Amat. Foto: Eugènia Broggi.

El escritor Kiko Amat. Foto: Eugènia Broggi.

“Por qué la gente se rompe, cuál es su punto de fractura. Dónde está el límite para que unos caigan en la locura y otros no”, dice Kiko Amat a modo de resumen de su última novela, ‘Antes del huracán’ (Anagrama), una obra en la que el escritor ha indagado en esta enfermedad, sin querer llegar a ninguna conclusión. Junto a la locura, comparten protagonismo en la novela la desmitificación de las periferias de las ciudades, de los movimientos obreros que allí se gestan y de los inflados años 80 (“fue una época de mierda”). Un libro muy afilado. Como esta entrevista.

‘Antes del huracán’ es una novela que rompe con la idea de normalidad desde una reflexión sobre la locura, sobre por qué la gente se fractura psicológicamente.

Sí. Yo creo que una de las ideas que yacen debajo del huracán es la definición de normalidad. Esto lo he desarrollado en el libro, pero es algo que también vi de niño: yo crecí en un entorno parecido al de mis protagonistas. Es quizá la novela menos autobiográfica de las que he escrito, aunque sí vivía en un entorno en el que la locura era normal. En Sant Boi, el lugar de donde vengo, el manicomio era uno de los centros clave del pueblo. Para mí la normalidad era ver dementes y eso ponía en tela de juicio lo que me decían en el instituto: que si estudiabas todo iría bien. Yo veía en mi día a día que había gente que se rompía y que había padecido una factura muy grave en sus vidas.

Pero también va de por qué se rompe la gente, cuál es su punto de fractura. Por qué la vieja frase de “se le ha soltado un tornillo”. Dónde está la línea de que unos caigan y otros no. Todos los personajes de mi libro hablan de eso. A partir de ahí, Curro (el protagonista) y Plácido (el compañero de Curro) analizan sus vidas. En este libro no se dan respuestas. Muchas veces se preguntan si son los genes o el entorno, pero aquí yo no doy respuestas.

Aunque has dicho que en el libro no das respuestas, ¿has llegado a alguna a través de tu indagación literaria?

Esto es una buena pregunta que extrañamente no me han hecho. Creo que un error de muchos novelistas es establecer conclusiones. Yo no soy Antes del huracán. Yo puedo llegar a ciertas conclusiones, pero creo que mi relato no puede darlas. Por lo tanto, van por dos caminos diferentes. Aquí hay cuatro temas, o cinco, o los que sean, que quedan abiertos y son para el lector. Incluso los personajes más negativos no lo son porque sí, no le estoy diciendo al lector a quién señalar. La idea es que el lector entienda a todos los personajes y que, del mismo modo, no llegue a una conclusión.

Después de decir esto, en alguna cuestiones he llegado a certezas, pero en muchas otras me parezco a lo que decide el libro: no lo sé. Y no lo sé porque es totalmente ambivalente. Puede ser por motivos de inquina, por la ruptura de sus padres, por su estatus social…, no lo sé. He visto brotes psicóticos, he visto gente que en situaciones extremas nunca se han roto… y eso me sigue planteando un enigma. Por qué la gente que veía de niño con los ojos vacíos mascullando sobre submarinos de vidrio, por qué ellos sí y otros que abusaron del speed no pasaron esa línea. Tiene que ser una mezcla de bagaje y ADN y situaciones extremas.

Esa infancia tuya de la que hablas, ¿es la que te ha llevado a escribir el libro, a la necesidad de expulsarlo?

Yo creo que las frustraciones, las magulladuras, son las que crean los libros. Y una cierta rabia y un cierto odio y una cierta indignación de clase. Pero como hemos comentado antes, eso no quiere decir que sea mi historia. Pero sí que hay muchas cosas que echan leña al fuego. Por ejemplo, esa incapacidad de encajar. Es como si cogieras una costra y la rascaras. Lo que sale de ahí es la exageración que luego nutrirá el libro. Pero la costra está ahí, es real, hay una verdad emocional. Aunque luego lo fantasees para convertirlo en novela. Por lo tanto yo tengo esas costras, que no son las de Curro, pero tengo una costra de clase. Yo vengo de una clase subyugada. Y si vienes de la herencia de ser catalán y de la izquierda que perdió la guerra… Yo encima tengo una tercera costra: vengo de la periferia, no de una zona guay. Aparte, sin querer ni mucho menos trazar paralelismos, me fue fácil hablar de Curro porque tenía ciertos tics suyos. Yo era el no atlético, el freak, el nerd, el raro de los 80; unos años en los que no se tenía ninguna compasión con el diferente. Yo creo que todo esto es un caldo de cultivo para la novela.

Todo esto imagino que te ayudó a crear una serie de protagonistas muy difíciles de escribir. Quizá esto fomentó el hacerles más compactos, más completos.

Para comenzar, debo apuntar que para mí no son personajes, sino gente. Para mí son casi reales. La idea es que un lector, si se para a pensar, los entienda. No ser maniqueo, no plantear la historia en términos de buenos o malos y que se entiendan todos. Que para el lector acaben estando vivos. Ésa es nuestra obligación como escritores. Que nada sea azaroso. En el libro hay una voluntad de narrarles como gente. Al explicar a alguien, es imposible no empatizar. Sobre todo quiero recalcar que no hay buenos en mi novela: cuando yo conozco a alguien completamente bueno, sospecho automáticamente de él. Todo el mundo tiene una parte mezquina y yo tiendo a fijarme en ello. Esto también me pasa con la clase obrera y las periferias.

Desarrolla esto un poco más.

Otro tío en mi lugar, habiendo vivido las mismas experiencias, pintaría un mundo de Teletubbies y de entrañable solidaridad de barrio. Que lo hubo, pero yo no me acuerdo. Quizá es por la forma en que yo miro. Yo no me fijé en esto y Antes del huracán es la prueba. Dejé de lado la parte sindical, la solidaridad… y, sin querer, sólo me acuerdo de los otros tics. Para mí, como tío de izquierdas, lo más guay es la solidaridad obrera. Pero mi libro no va de eso: va de situaciones chungas y de la pequeñez.

Este alejamiento del maniqueísmo te lleva también a demostrar que ni los locos están tan locos, ni los cuerdos tan cuerdos.

Por supuesto. Esto parece un cliché, pero es una verdad. Mi abuela siempre decía: “Si está tan loco, que lo encierren”. Y creo que es así. Y más cuando yo nací, cuando los manicomios estaban llenos de excéntricos. Gente a la que en los 40, 50 y 60 habían metido en el manicomio por raros. O por homosexuales. Esto último es mucho de este país. Cualquier rareza suponía que te metieran en el manicomio. Esto nos mete en un debate completamente distinto, ¿rareza, normalidad? Yo creo que la normalidad es superioridad numérica. Los comportamientos de los fans del Barça o del Real Madrid, en muchos casos bordeando la marginalidad, son normales porque hay 30 millones de personas que los secundan. Y al mismo tiempo, las subculturas, las sectas… son raras porque son minorías. A lo largo del libro hay muchas preguntas en este sentido. Antes del huracán es mi primer libro en el que no hay un cántico romántico de la rareza, sino al revés: hay una confesión final en la que todos los raros quieren ser normales. Sólo los extravagantes de postín están cómodos en su rareza. Para el verdaderamente raro, el marginado, su anhelo final es encajar.

Te voy a lanzar una pregunta que se hace Curro y que tiene mucho que ver con esto: “En un mundo tan loco, lo anormal tendría que ser cuerdo”.

No hace falta un gran esfuerzo narrativo para llegar hasta aquí. En un momento de extrema dureza, en un momento adverso de verdad, estoy seguro de que todos hemos pensado que íbamos a enloquecer. Ahí está el punto. Lo que me intriga. ¿Cómo vives después del atentado en Las Ramblas, por ejemplo? Lo razonable sería salir desnudo a la calle y gritando. Todo conspira para que te vuelvas loco. En situaciones extremas, como una guerra, lo que te aconsejan es volverte loco. Lo que se conoce como el estrés post-traumático. Es normal romperte en dos para soportar la locura.

Otro de los puntos fundamentales de la novela es su ubicación: la periferia. Y como decías antes, una periferia, con su sentimiento obrero, que no abordas desde el sentimentalismo, sino que lo desmitificas.

Sí. Lo veo en articulistas y tuiteros populares, en los que veo una parte genuina, pero a la vez encomiable. Pero también tienen una parte sermoneadora, que a mi entender proviene de gente que no ha nacido en barrios y que, por lo tanto, lo tiene idealizado. Como los escritores del siglo XIX, que no habían tenido contacto con la clase obrera. En muchos casos me parece constructivo. Por mi parte, yo soy un narrador y no quiero hacer este discurso. Este no es mi trabajo; lo mío es contar historias. Y en las historias la gente sale fea. Está claro que sólo por términos minoritarios la clase alta tiene las de perder: son ricos, despiden a gente, son villanos… Esto no me interesa contarlo porque no es mi historia ni he estado lo suficientemente allí. Inventar es muy importante en narrativa, pero también haberlo mamado.

Aunque esto no me quita el idealismo: sigo siendo de izquierdas. Yo simplemente cuento lo que pasa a los humanos. Y una de las cosas que les pasa es la envidia, los celos emocionales, la inquina por el dinero… También que cualquiera que haya salido del círculo del barrio, que haya tenido suerte, es repudiado.

Esto último de lo que hablas se ve en la novela a través de la madre, cómo envidia a sus vecinos y cómo, en un momento, dice una frase fundamental para entender la novela: el hijo le dice a la madre que no tiene dinero para comprar algo y la madre le contesta que no son pobres, sino de clase media.

Yo creo que mucha gente escuchó frases así en los 70 y 80. Una falacia que tuvo su auge en los 90 cuando todo el mundo era de clase media. Es un fenómeno muy reproducido en la clase obrera. Todo esto viene porque dentro de las clases hay microclases. Mi libro creo que explica bien las microclases de la periferia, pero no de la barcelonesa, sino de la europea. Tú en un colegio sabías de qué microclase era cada uno ya sólo por la marca de las zapatillas. Pero todos éramos de la clase obrera: yo nunca conocí a un rico hasta que fui mayor. Pero había graduaciones que actuaban como señas de identidad. Había diferencias de clase entre las zapatillas Kelme, Paredes y Tórtola. Y tú lo sabías. Esto también implicaba que se ensañaran contigo o no.

Esto de las zapatillas es otro punto clave: la ropa que lleva cada personaje funciona como análisis social.

No sólo la ropa; el viejo dictado es “Show, don´t tell”, es decir, “muestra, pero no hables”. Explica a un tío cómo habla, cómo gesticula…, muéstrales y ya tendrás a un personaje vivo. Y la ropa es una forma de construir. En lugar de mil páginas sobre su tortura interior. Yo vengo de esta escuela. Dos paridas que son rasgos de carácter.

¿Cómo es tu ejercicio pre-novela para la construcción de los personajes?

Esto es una pregunta que no me están haciendo casi nada. No sé si es porque el tema de la novela es tan predominante que elimina las consideraciones narrativas o por qué. Yo he cambiado de forma de trabajar. Yo siempre he sido autodidacta. Recuerdo que cuando empezaba a escribir me hacía guiones muy detallados, pero con el tiempo y el trabajo me han acabado de demostrar en mi quinta novela que esto es un poco absurdo: me he dado cuenta de que, aunque suene a lugar común, los personajes entran en tu subconsciente y toman caminos que no habías previsto.

Cuando leía esto al principio pensaba que era la típica chorrada de autor pomposo y horrible. Pero con el tiempo, me he dado cuenta de que quizá había determinada razón en esto: cuando conoces a una persona en unas circunstancias y si lo haces bien, el comportamiento de esa gente va a cambiar. Antes del huracán comenzó como una novela cómica, llena de levedad, pero me vino la circunstancia de hablar de la infancia de Curro. Y tuve que tirar todo el trabajo anterior. De hecho, hasta que no te lo he dicho a ti no he sido consciente.

Ahora entiendo más que llames a tus personajes gente.

(Risas).

Igual que desmitificas la periferia, también derribas el romanticismo de los 80.

Creo que sobre esta década hay una oleada nostálgica horrible y lo último que querría sería que alguien entendiera que esto es un libro bonito sobre los 80 con Naranjito. Los 80 fueron una época de mierda y, como tal, se sitúa en el otro extremo de una novela costumbrista. Explica los 80 como fueron. Si alguien tiene las putas ganas de recordarlos, que la lea. Por ejemplo, a día de hoy nadie se metería con un cojo o con alguien con un labio leporino. Esto en los 80 era un arma arrojadiza. También era una época de violencia física. Y era constante. El profesorado nos zurraba y tanto mi adolescencia como mi infancia estaban llenos de violencia. No tipo Mara Salvatrucha, pero sí mucha violencia física. Los 80 no me parecen nada romantizables. Veo estos libros tipo Yo fui a EGB y, aunque me salte algo de nostalgia, son años que no reviviría.

Dices que no tiene nada que ver con la violencia a día de hoy, pero saltan continuamente a la palestra casos de ‘bullying’ o violencia.

No es mi caso analizar esto, ya que no estoy dentro del profesorado ni nada por el estilo. La diferencia es que hay una conciencia mucho mayor que antes. El bullying no tenía nombre: el matoneo era tu vida. En un lado o en el otro. Ahora, por la conciencia mayor y el efecto de las redes, los casos saltan más rápidamente por fortuna. Pero es completamente equivocado que sea mayor.

Y respecto a la nostalgia ochentera, ¿a qué crees que es debido?

Es difícil de decir. Por cosas tan sencillas como que la patria de todo el mundo es la infancia y porque la gente tiende a mirar a esta época de la vida, a no ser que te hayan pasado cosas completamente atroces, en términos positivos. Yo también lo hago. Y porque el futuro y las responsabilidades son complicadas. Entiendo que la gente se cree sus mundos perfectos a los que regresar. Es posible que la época más feliz de mi vida fuera 5º de EGB.

BONUS TRACK:

“Por cierto, hay una pregunta que no me has hecho y que fue el germen de desarrollar lo que le pasó a Curro. Y es una historia muy notoria de mi pueblo en la que un tío que no vivía en el manicomio tuvo un brote de locura homicida y atacó a gente en la cola de una panadería. Luego se desarrolló una escena como de western (que no es muy típica de la periferia) en la que le tuvieron que reducir a tiros. Esto sucedió al lado de mi casa. Y esta historia, cuando tuve que buscar la infancia a Curro, brotó automáticamente”.

Una de las costras que has rascado.

Claramente, claramente. Y los suicidas.

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