‘La abuela civil española’ de Andrea Stefanoni, una historia de guerras y miedos

Andrea Stefanoni. Foto: Silvana Sergio.

Andrea Stefanoni. Foto: Silvana Sergio.

Andrea Stefanoni. Foto: Silvana Sergio.

Andrea Stefanoni, gerente de la librería más grande de Buenos Aires, El Ateneo-Gran Spléndid, y fundadora de la editorial Factotum, acaba de publicar en Seix Barral su primera novela, ‘La abuela civil española’, una obra que no ha tardado en obtener el aplauso de la crítica y que destaca entre las últimas recomendaciones de Enrique Vila-Matas. En ella, Stefanoni reconstruye la historia de sus abuelos; una historia de huida y de miedo, de guerra y persecución; de desarraigo, emigración y reconstrucción de una nueva vida. «La literatura es una guerra contra las guerras».

Hemos de aclarar que La abuela civil española no es exactamente la primera obra narrativa de esta escritora argentina, puesto que hace ya algunos años publicó en Emecé Tiene que ver con la furia, una novela escrita a cuatro manos con Luis Mey. Pero La abuela civil española es más que la confirmación literaria de Stefanoni en el panorama literario en castellano, puesto que se trata de una novela que trasciende el hecho literario para convertirse en custodio de la historia familiar de la propia Stefanoni y testimonio vivo de una generación anónima que tras la Guerra Civil Española huyó a Argentina.

La ensayista argentina Beatriz Sarlo decía que ella había conocido mejor la historia a través de las novelas que de los ensayos historiográficos. ¿’La abuela civil española’ responde a esta misma convicción y, por tanto, a la voluntad de mostrar con más detalle la historia a partir de los héroes anónimos?

Escribir desde los héroes anónimos es una excusa para que llegue mejor el mensaje. Las guerras se venden un siglo después desde sus héroes falsos. ¿Pero qué fue de la vida de cada uno de los sobrevivientes? Está en nosotros cambiar el paradigma. Mi abuela, para mí, es importante. Y estoy trabajando en eso: en ayudarla a decir, a contar, como una suave bofetada a destiempo quizá, a los que la despreciaron. A su manera, claro: desde la supervivencia. Que es la pesadilla de los déspotas. Sobrevivir es poder contar lo vivido. Primo Levi decía, al contar su historia en Auschwitz, que Víctima tiene su etimología en Testigo. Es decir, que el verdadero testigo es quien falleció. Mi abuela, como Primo Levi, es una pequeña sobreviviente. Y que su versión sea la única voz por la no sobrevivencia del tirano, es la pesadilla, justamente, del tirano.

¿El acto de escribir le ha servido, asimismo, para conocer y ordenar una historia, la de sus abuelos, que hasta entonces había sido solamente un relato oral y dentro del ámbito familiar?

Tan oral y familiar como la historia del pueblo verdadera, la general, que se esconde en oficinas públicas o en fosas comunes. Voy a insistir con eso incluso contra la pregunta: mi abuela es tan abuela como niña, que es lo que cuenta el libro. Esa niña podría estar caminando ahora por cualquier plaza de España, pero está en un barrio de Buenos Aires, en Argentina. La historia de mis abuelos, de mi familia, la acomodé antes del libro. El libro es una excusa, un híbrido para llegar a mejorar esa mirada sobre ese orden en lo personal, pero es, sin duda, la continuación del trabajo de mis abuelos: ir contra lo que no les parecía justo.

El orden personal a que se refiere alude a este relato de vida que es ‘La abuela civil española’: la historia de toda una vida, la de sus abuelos.

La abuela civil española no es tanto el relato sobre la guerra; es todo lo que sucede alrededor. Es el viaje de mi abuela en el barco Cabo de Hornos, la construcción de su vida en las islas del Delta, las guerras pequeñas que tuvo que luchar antes y después de la guerra. Su infancia, la falta de comida. La violencia doméstica interminable. La novela también tiene que ver con conocer a mi abuela en intimidad. Conocerla como se conoce a un pariente cuando uno ya no es menor, cuando uno ya no es solamente la nieta, la parte a educar: sino como se conoce a un amigo a fondo. Hoy mi abuela es eso: una persona a la que conozco no solamente por estar cerca de ella, sino porque confía en mí como para hablar libremente de los detalles de su vida. Esa es su más profunda humanidad, la que la diferencia de aquellos de quienes huyó.

‘La abuela civil española’ está narrada a través de la mirada de Sofía, la nieta de los protagonistas. ¿Qué cree que aporta al relato de la Guerra Civil española la mirada de Sofía, una chica argentina que se enfrenta al capítulo más negro de la historia española y lo hace a partir del relato oral de sus abuelos?

Contar desde Sofía es contar desde la mirada natural del historiador anónimo; el historiador anónimo es el que pone el ojo en la historia no que le conviene, sino la que le emociona. Y Sofía creció escuchando historias maravillosas que Consuelo y Rogelio contaban. Pero el libro, puntualmente el texto, colabora, y lo digo con toda humildad, con algo en lo que creo profundamente: la guerra es cada vida de la guerra. La propaganda, los medios que cuentan la guerra, sea en el momento o posteriormente, hablan de la guerra en singular. Como si tuviera entidad más allá de las personas que cayeron o sobrevivieron. Hablan de la guerra como un papel firmado entre Estados. Pero lo sabemos, la guerra es la gente. O cada uno. Es el descontrol del odio, cuando el odio ya es descontrol ontológicamente hablando. La guerra es su superlativo. El descontrol de cada uno. La confusión. Ese es la aportación de La abuela civil española: que recordemos que la guerra es cada uno. Aunque también sea redundante. Hay que insistir con eso. La guerra no es un trámite burocrático, aunque empiece formalmente en escritorios.

Geográficamente, la novela se puede dividir en dos partes: la acción que transcurre en España y aquella que transcurre en Argentina, en la Isla del Tigre. Mientras que la narradora conoce de primera mano los espacios de Argentina, los espacios de España son fruto del relato de los abuelos. ¿Qué implicó esta diferencia en el momento de narrar y describir en cuanto al punto de vista de la narradora?

Principalmente, la novela no tiene el deber de fidelidad a sus lugares de narración. Porque es un relato. Es la mirada lo que importa y la capacidad de escuchar a quienes estuvieron ahí. Creo firmemente en que la percepción y recepción emotiva -son mis abuelos, por eso la atención total a sus palabras- es lo que acerca a la narración a los lugares como si el narrador estuviera ahí. Si fuera la historia de alguien con quien no me une un vínculo tan emotivo, seguramente no tendría la capacidad de intentar llegar a esos lugares. Mi abuela, por otro lado, tiene una memoria prodigiosa. Al momento de contarme, era capaz de perderse en los laberintos de un mercado, pero puede ir hoy, a sus 90 años, a la montaña en la que trabajaba de niña y encontrar sus refugios sin necesidad de levantar la cabeza.

Podemos decir que en la narración de los hechos que transcurren en España convive el recuerdo de sus abuelos con su reelaboración ineludiblemente emotiva por los lazos afectivos existentes

Los sucesos que transcurren en España fueron escritos por la memoria de mis abuelos unida a las fibras que revolucionaban en mí; los del Tigre, en cambio, fueron la memoria de muchos, no solo la mía. La de mi propia madre, la de mi hermano, la de los isleños. Y todo lo que no se había dicho, que parecía enterrado. Pero quiero aclarar algo: la abuela no se pasó la vida hablando de la guerra. Es más, yo le preguntaba y me chistaba la lengua. Mi abuela vive el día. Sabe que hoy tiene que hacer las compras, cocinar, comer, y cuidar de nosotros, sus nietos. Eso es lo que aprendió en su devenir. A mí me interesaba lo que tenía guardado, bien guardado. Con el paso de los años, su historia es lo que yo cuento, que es su historia según pequeños recortes que me fue regalando. Eran eso: pequeños regalos de su parte.

Por la primera parte de la novela, la narración de la guerra civil, la detención de su abuelo hasta la huida, podemos decir que ‘La abuela civil española’ se inscribe más en la tradición de las letras españolas que no en las argentinas, desde ‘Tiempo de Silencio’ hasta ‘Soldados de Salamina’ o la antología ‘Partes de guerra’. ¿Se reconoce en estos autores o en estas obras?

Sucede que mucho antes de la escritura de la historia yo estaba imbuida en ella. Y sucede que estaba imbuida en la historia mucho antes de tener una idea del concepto literatura. Mucho antes de conocer la existencia de libros relativos. Mucho antes de estar interesada en libros, incluso. Por eso traté de volcar en un texto la mejor de las relaciones de lectura: que uno se olvide por completo, al momento de la lectura, de que está leyendo. Ante esa sensación, si se logra, la literatura se muestra agradecida. Se le quita peso.

Deduzco, por tanto, que los autores que le menciono no son precisamente sus referentes literarios…

En realidad, mis referentes españoles son Enrique Vila-Matas, los poetas Antonio Gamoneda y Ángel González: “Pero como tal niño, / la guerra, para mí, era tan sólo: /suspensión de las clases escolares, / Isabelita en bragas en el sótano, / cementerios de coches, pisos / abandonados, hambre indefinible, / sangre descubierta / en la tierra o las losas de la calle, / un terror que duraba / lo que el frágil rumor de los cristales / y el casi incomprensible dolor de los adultos”. Ángel González es tan genial… Y Federico García Lorca. Siempre.

La narración de la llegada de sus abuelos a Argentina es la narración del desarraigo y de la construcción de nuevas raíces, tema los dos muy presentes en la literatura argentina, desde Gombrowicz hasta Ricardo Piglia. ¿Considera que es un tema literaria e históricamente muy cercano para el lector argentino?

Sí, claro, muy cercano. Muchos en mi país crecimos con padres o abuelos inmigrantes. Algunos ni siquiera tenían muy clara la identidad nacional. Mi madre misma era española. Pero es difícil no hablar del tano bruto con cariño o del gallego del almacén. Todo barrio fue conformado así. Y la literatura es humana en su repetición de una vieja herramienta a la que todos nos debemos: pinta tu aldea. Y eso es lo que hice. Porque, después, si se inscribe en alguna tradición… bueno, oportunismo de la lectura, no de la escritura. Por fortuna, la cuestión literaria llega tarde a la acción humana. Primero viene la vida. Después, seguro que las academias estudiarán la cuestión e intentarán rubricar la cosa con un título que los empaquete a todos los libros como relativos. Pero la cuestión que los une es tan sencilla como el contrato social, la vida en común. Pero cada caso es único y monumental. Cuando la gente ve eso, cuando se ve así en el espejo, le entra pánico. ¿Consuelo y Rogelio fueron héroes? Tal vez sí. No en los términos del mundo del cómic ni de las revistas de historia para niños.

¿Por qué la definición de la abuela como “civil”, es decir, persona de a pie?

No tiene que ver con eso. Es más sencillo: cuando yo era pequeña y alguien nombraba la Guerra Civil Española, generalmente en la escuela, yo no pensaba en una guerra puntualmente, sino en mis abuelos. Así que lo que iba aprendiendo en la escuela de la guerra civil no tenía el mismo efecto que cuando lo contaba la abuela. Era apenas información. Y yo, aprendiendo, pensaba en ellos, en mis abuelos, era además una manera de no dormirme en la clase. El título es apenas un juego de palabras que conforma aquello que dije antes: que la guerra es cada uno. Una guerra por cada participante. La de mis abuelos es por la sencilla razón de su victoria: haber llegado a abuelos. Porque esa es la razón de su relato. De haber sido atrapados, no estaríamos hablando ahora, acá, respecto de las consecuencias de nada.

El protagonismo, hasta la última página, lo tiene su abuela, que como se dice en un momento, sobrevive a todos. ¿Hay algo de reivindicativo en el protagonismo de su abuela? ¿La mujer como pilar esencial de la familia y como elemento fuerte, aunque no forzosamente con armas o con la lucha abiertamente política?

Puede que haya una cuestión de polarización del paternalismo y reivindicación del feminismo, pero por oportunidad de mostrar que todos estamos en esto. Son palabras. Mi abuela me salvó la vida conformándose como abuela, sencillamente así. Conformándose viva. Las armas de mi abuela son y fueron de una alquimia potentísima: el ahorro, la supervivencia, la austeridad. El no defender al tótem que no la defiende. Dar la vida por el tótem hubiera sido un insulto para ella. La vida está primero. Cualquier cosa que corrompa ese principio la hace madre con el ejemplo para seguir adelante como sea. Ella no tiene discursos. Sorprendentemente, su discurso, sin ella saberlo, es reírse de los discursos. Ella la pasa mejor que nadie frente a la tele. Todo es comedia. La comedia humana, diría Saroyan, y diría también Consuelo.

Sobre todo, la abuela aparece como una mujer que se adapta al mundo con una enorme facilidad y sin prejuicios. Desprende además humanidad y empatía con sus dos vecinos, ya en las Isla del Tigre, homosexuales. En cierta manera, rompe los esquemas, sobre todo si se piensa que es una mujer que ha crecido en una España donde el peso de la religión y la moral católica ha condenado socialmente durante décadas a los homosexuales.

Claro, es que estaban, mis abuelos con sus amigos Harry y Gerardo, unidos por algo esencial: estaban escondiéndose en el Tigre. La mayoría se asentaba ahí como refugio. Entre los años sesenta y setenta, muchos homosexuales salían de la ciudad para que no los persiguieran o juzgaran. Es decir, algunos sectores de clase media compraban casas de fin de semana en el Tigre, para evadirse y encontrar espacios de libertad en el aislamiento del Delta. Ahí se empatiza. Hay una búsqueda común que hace que los conozcas a todos. Y ellos eran vecinos y reconozco que había prejuicios en las islas como en la ciudad. Pero las islas unen. Y fueron amigos toda la vida, hasta la reciente partida de Harry. Cada uno fue el folklore del otro. Las estampas de la ciudad se les fueron a mis abuelos y a Harry y a Gerardo con la primera sudestada, que se lleva todo. Lo sé. Quedás flotando a merced de la corriente.

Publica su primera novela en una de las editoriales con más historia de España y en la que, sobre todo gracias a la labor de Gimferrer, muchos autores hispanoamericanos –Cortázar, Paz, Saer…- y, por otro lado, es editora en Argentina de la editorial Factotum. ¿Cómo ve, como autora, lectora y editora, las relaciones literarias/editoriales entre España y Argentina?

Seguramente hay grandes libros que no se intercambian entre orillas porque no lograrían, siquiera, una pequeña nota en un suplemento cultural. El crecimiento de las editoriales independientes, tanto en España como en Argentina, tal vez nos haga pensar que nos estamos perdiendo de muchas cosas, y es cierto. Pero no puede estar todo en todos lados. En cuanto a Seix Barral: nada más emocionante que publicar tu novela en el sello en el que lees a tus autores favoritos.

En cuanto a la relación Argentina-España y pensando en el texto de Borges ‘La literatura argentina y la tradición’, me gustaría terminar preguntándole sobre su nacionalidad literaria o, como diría Borges, la ausencia de ella.

El mayor deseo de las academias es colocar fronteras a la literatura. Las academias fundan estados literarios. Pero prefiero escribir desde el estado de naturaleza. Porque así me entiendo con una húngara sin saber a qué guerra se refiere cuando comienza Claus y Lucas, una de mis novelas favoritas. Las fronteras son un invento de las guerras. La literatura es una guerra contra las guerras.

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